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Emilio Ichikawa
La última vez que conversé con el periodista Adolfo Rivero Caro
dedicó la mayor parte del tiempo a cuestionar que la democracia fuera un
valor político absoluto. De algún modo esto era algo osado en el menú
intelectual de un anticastrista, pues deshabilitaba uno de los
argumentos más esgrimidos contra el régimen de La Habana. Si de pronto
el anticastrismo empezaba a asumir la crítica de la democracia
“burguesa” (Rivero Caro conocía la teoría y la praxis comunista), perdía
sentido que se objetara a Fidel Castro por dictador.
Rivero Caro había entendido la trampa de la democracia chavista en su
trato frecuente con exiliados venezolanos en Miami. Aquel día habló más
de Venezuela que de Cuba, al parecer porque creía que ayudar a sacar a
Chávez del poder era más útil que seguir intentándolo con Castro a la
altura de medio siglo de aquel 1959. Sucede que si la democracia no es
lo suficientemente próspera para que la sumatoria de clase media y alta
funcione como mayoría, los pobres o los humildes se impondrán
políticamente por neta preponderancia cuantitativa. [negritas y subrayados -lg]
Claro que esto lo habían comprendido antes Truman y Mr. Marshall, que
tuvieron que llenar Europa de mulas, papas y dólares para evitar que el
comunismo (incluso el stalinismo) sedujera a la geografía oeste de la
postguerra: “Nadie le gana a los comunistas si hay que competir en un contexto de pobreza”, era el presupuesto del plan Marshall. Así y todo, los rojos casi se llevan a Italia tras la cortina de hierro. Mas >>
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