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Estamos ya acostumbrados a percibir la
táctica de interrogatorio de “policía bueno” y “policía malo”, de manera
que nada más natural que a quienes solemos estar del lado de acá del
preguntón se nos ocurra duplicar el método.
El pasado día 4 de octubre alrededor de
las 5 30 de la tarde se nos detuvo en un impresionante operativo
policial a la entrada de la ciudad de Bayamo para impedirnos asistir al
juicio de Ángel Carromero. Yoani Sánchez, Agustín López y el que
suscribe habíamos atravesado en un Moskovich los 800 kilómetros que nos
separaban de La Habana. Teníamos la sospecha de que no nos dejarían
entrar a la sala del juicio, pero no nos creíamos merecedores del
despliegue de fuerzas con que fuimos interceptados.
Ya Yoani y Agustín han contado sus
historias. Yoani optó por cerrarse como una ostra, ni respondió
preguntas ni probó alimentos ni agua. Era la detenida mala, la
intransitable. Yo en cambio opté por responder y beber líquidos y
advirtiendo que no estaba en huelga de hambre, rechacé la comida (arroz
blanco y un muslo de pollo) simplemente porque no tenía apetito.
Un oficial investigador que se presentó
como el capitán Céspedes (¡Qué casualidad, Céspedes en Bayamo!) me hizo
saber que estaba bajo investigación por el presumible delito de
“Difamación de los héroes y mártires de la revolución” , que más tarde
supe que realmente se denomina “Difamación de las instituciones y
organizaciones y de los héroes y mártires” tipificado en el artículo 204
del Código Penal cubano.
No relataré aquí in extenso todo el
diálogo, solo contaré mis impresiones. Lo más notable fue que, según
dejó traslucir mi interrogador, sus opiniones sobre nosotros no se
basaban en pruebas suministradas por evidencias o informes periciales,
sino por lo que había sabido a través de “la propaganda enemiga” que han
divulgado los medios oficiales cubanos. Lleno como estoy de buena fe,
supongo que a ese oficial, hombre serio, respetuoso y meticuloso, no
podían darle los resultados reales de las investigaciones, porque de ser
así no nos hubiera procesado.
Otro detalle interesante fue cuando al
explicar el motivo de nuestra presencia en Bayamo le dije al instructor
que Granma (¿que nunca miente?) había publicado que la vista sería oral y
pública, por lo que teníamos el derecho ciudadano de asistir. Céspedes
respondió que eso no incluía a la contrarrevolución. No pude resistir
la tentación y argumenté que cuando en Cuba se despenalice la
discrepancia política no será posible impedirle a un ciudadano que
asista a un juicio previamente anunciado como oral y público.
Con esa firmeza que se usa para afirmar
las más profundas convicciones mi interlocutor me advirtió lo siguiente:
“Nosotros nunca vamos a permitir que la contrarrevolución haga lo que
quiera”. En mi rol de detenido bueno le aclaré que por suerte no eran
ellos quienes gobernaban el país y que el día que se tomara esa decisión
él tendría que obedecer la orden, como le corresponde a un soldado.
Después me dejaron dormir sobre una cama
personal con colchón de espuma de goma en una habitación con aire
acondicionado y al mediodía del día 5 nos devolvieron a la capital en un
microbús que viajó escoltado por autos de patrulla que vinieron sonando
sus sienas desde Bayamo hasta la entrada de Guanabacoa.
Al llegar frente al edificio donde
vivimos, Yoani, la detenida mala, salió como un bólido y subió en el
ascensor. Ya en el lobby, después que me devolvieran las pertenencias
ocupadas, me despedí del otro oficial que venía al frente de la
caravana. “Lamento no poder darle las gracias –le dije- hubiéramos
preferido hacer el regreso de otra forma y ustedes nos lo han impedido” .
El Moskovich hizo otra travesía, pero eso lo cuenta Dekaisone.
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