Desde el sitio de Martha Colmenares
Por Eduardo Mackenzi/
Digámoslo de una vez: lo que están preparando el presidente Juan
Manuel Santos y los jefes de las Farc no parece ser un “proceso de paz”.
Bajo el auspicio de dos Estados narco-terroristas, Cuba y Venezuela, y
con la ayuda del ambiguo gobierno de Noruega, Colombia se estaría
metiendo en un callejón sin salida y sin nombre. A la luz de los
elementos disponibles no es difícil deducir que, en el escenario que se
está abriendo, Bogotá está jugando el papel de comodín dentro de un
plan mucho más vasto y que va más allá de la paz en Colombia.
Otros rasgos que acompañan la propuesta de Santos alimentan esa duda:
el silencio de la dirección de las Farc respecto de lo que anuncia
Santos, y el secretismo excesivo y las numerosas mentiras oficiales que
precedieron la súbita proclama del mandatario colombiano.
Todo esto permite deducir que podríamos estar frente a una operación
de colaboración política del poder ejecutivo con el “bolivarismo”
venezolano y no ante unas verdaderas tratativas “de paz”.
El escenario es complicado pues es una jugada a tres o cuatro bandas
montada probablemente por los hermanos Castro, ante la inminencia de
sacudimientos políticos en Venezuela. El fraude electoral que estaría
preparando el régimen de Hugo Chávez podría desatar la cólera de las
mayorías venezolanas y colombianas. Mejorar la imagen de Chávez como un
hombre “de paz”, que puede ayudar a Colombia y a Santos frente a los
desafíos de las Farc, contribuiría, por el contrario, a estabilizar la
situación del déspota venezolano. Y a llevar a Santos a una posición de
neutralidad ante un eventual cataclismo político en Venezuela.
Así, han logrado convencer al presidente colombiano de que Caracas y La Habana podrían ayudarle. En realidad se trata de lo inverso: de que Santos ayude a la estabilización de Chávez y a la continuidad de la masiva ayuda petrolera venezolana a Cuba.
Así, han logrado convencer al presidente colombiano de que Caracas y La Habana podrían ayudarle. En realidad se trata de lo inverso: de que Santos ayude a la estabilización de Chávez y a la continuidad de la masiva ayuda petrolera venezolana a Cuba.
El plan parece haber sido organizado rápidamente cuando la salud de
Chávez se agravaba y la emergencia de un candidato de oposición creíble,
Capriles, irrumpía con fuerza en Venezuela. Una serie de hechos
ocurridos entre el 20 de febrero y comienzos de marzo de 2012 muestran
ese brusco viraje, que nadie vio como tal en ese momento. Sin embargo,
los hechos son elocuentes.
El 5 de marzo, el presidente Santos anunció un intempestivo viaje a
Cuba. Allí se entrevistará con Raúl Castro y con Hugo Chávez, quien
estaba en la isla para ver a sus médicos. Los pronósticos de salud de
éste estaban en un nivel muy bajo. El motivo del viaje de Santos a Cuba
pareció baladí: explicar al líder cubano que él no sería invitado a la
cumbre de las Américas. Respecto de Chávez, Bogotá dijo que Santos
firmaría con éste un anexo a un tratado de libre comercio con Venezuela.
La víspera de ese viaje a La Habana, el jefe de las Farc, Rodrigo
Londoño Echeverry, alias Timochenko, había publicado una carta en la que
anunciaba que liberaría a diez uniformados secuestrados. El texto
subraya que las Farc están dispuestas a “apostarle a una reconciliación
del país”. El cambio de tono del jefe de las Farc era enorme pues
cuatro meses antes, Timochenko, en otro texto, había insultado y
amenazado de muerte al presidente Juan Manuel Santos y lo había
comparado con Hitler. “Creo que a los Santos y Pinzones les reserva una
suerte similar el destino” (similar a la de Hitler, según Timochenko).
El 26 de febrero, Timochenko había comenzado a bajarle el tono a sus
diatribas y anunciado que las Farc no volverían a cometer “secuestros
con fines económicos”. Santos respondió que ese súbito viraje era “un
paso importante pero no suficiente” y que las Farc debían cesar sus
emboscadas y los ataques contra la población civil. Lo de Timochenko no
era más que un anuncio (que no fue respetado por él) para ambientar un
escenario de negociación con el jefe del ejecutivo.
El 3 de marzo, como en una comedia rica en intrigas, la ex senadora
destituida Piedad Córdoba hizo una aparición: mediante una entrevista
con Yamid Amad se dirigió al presidente Santos y le exigió “definir
algún tipo de acuerdo entre el gobierno, las Farc y el Eln” o de lo
contrario, advirtió, “habrá más guerra”. Sobre todo, Piedad Córdoba
deslizó otra idea: que el gobierno acepte un “cese bilateral de fuego”.
El 22 de febrero, el gobierno Santos había dado marcha atrás en un
punto de la reforma de la justicia: retiró de ese proyecto, sin mayor
explicación, el artículo relacionado con el fuero militar. La prensa
aseguró que la Casa Blanca había exigido tal retiro. Algunos sugieren
ahora que al día siguiente de ese retiro, el 23 de febrero, se realizó
en La Habana el primer “encuentro formal”, y clandestino, entre enviados
de las Farc y Enrique Santos, el hermano del presidente colombiano. El
Tiempo afirma que Santos envió el mensaje de que la perspectiva de las
negociaciones debía ser “el cierre definitivo del conflicto” mediante
unas conversaciones rápidas.
Se ve pues que a mediados de febrero de 2012 había ya bajo la mesa, y
a escala internacional, una serie de movidas y de gestos aunque el
poder ejecutivo colombiano se abstuviera de revelar que éstos hacían
parte de la confección de una vasta operación política.
Dos puntos más ilustran las maniobras secretas de febrero-marzo: 1.-
la orden dada por el gobierno venezolano de deportar a Colombia a
Enrique Santiago Romero, alias Caliche, un miembro del estado mayor del
Eln, y 2.- las expresiones de mal humor del Palacio de Nariño contra el
matutino El Colombiano, de Medellín, por las críticas de éste hacia al
gobierno de Santos, y los anuncios de asfixia financiera que estaba
sufriendo en esos momentos La Hora de la Verdad, el noticiero que el ex
ministro y periodista Fernando Londoño Hoyos dirige en Radio Súper, de
Bogotá.
Probablemente, también en marzo, un frente de las Farc decidió en
Cali comenzar los preparativos para atentar en Bogotá el 15 de mayo
contra Fernando Londoño Hoyos, el crítico más acerado del “Marco para la
Paz”. No puede ser una casualidad que el 3 de marzo, la Dijín haya
desmantelado una base clandestina de las Farc en Usme, al sur de Bogotá,
y que haya observado que por allí había pasado uno de los
“explosivistas” de Henry Castellanos Garzón, alias Romaña. Las
autoridades pensaron que ese lugar era únicamente un “hospital” de
terroristas.
Por ignorar que esas maniobras subterráneas existían algunos
observadores del “proceso de paz” se pusieron de nuevo a ver los árboles
pero no el bosque. Se mostraron intrigados y hasta entusiasmados con
el temario “de discusión” que, se supone, van a tratar los delegados de
Santos y de las Farc en no se sabe dónde. Empero, antes de examinar la
pertinencia de esos temas habría que saber si ese tinglado tendrá por
meta realizar una discusión genuina o si la idea, oculta hasta ahora, es
la de que el Estado colombiano termine aceptando el modelo de sociedad
que defienden no sólo las Farc sino, sobre todo, Cuba y Venezuela, a
cambio de una paz incierta.
¿Quién puede creer que esas dos dictaduras que han intentado durante
décadas, y por diversos modos, incluso los más viles y sangrientos,
derrumbar la democracia colombiana, van ahora a renunciar a esas
ambiciones imperialistas y a obligar a sus peones de las Farc a firmar
unos acuerdos que respeten la Constitución colombiana?
¿Quién puede creer que los esfuerzos de La Habana en este juego
apuntan no a buscar la preservación de sus intereses nacionales sino los
de Colombia?
A lo mejor (es decir, a lo peor), se trata de lo contrario: que los negociadores de Santos acepten tragarse la culebra de un socialismo a la cubana, de unas nuevas instituciones de esencia colectivista, contrarias a nuestra Constitución, todo bajo la apariencia de pactar unos “grandes avances sociales y políticos”, los mismos que la horrible “oligarquía colombiana” habría históricamente “rechazado”.
Una parte de la opinión pública comienza a ver que lo de Santos no es claro, ni en sus objetivos ni en sus métodos, y que el proceso que nos anuncia tiene muy poco de paz y mucho de rendición.
A lo mejor (es decir, a lo peor), se trata de lo contrario: que los negociadores de Santos acepten tragarse la culebra de un socialismo a la cubana, de unas nuevas instituciones de esencia colectivista, contrarias a nuestra Constitución, todo bajo la apariencia de pactar unos “grandes avances sociales y políticos”, los mismos que la horrible “oligarquía colombiana” habría históricamente “rechazado”.
Una parte de la opinión pública comienza a ver que lo de Santos no es claro, ni en sus objetivos ni en sus métodos, y que el proceso que nos anuncia tiene muy poco de paz y mucho de rendición.
Estas “conversaciones de paz” serán como la falsa negociación de tres
años en el Caguán: temas e ideas a granel para sostener un diálogo
ficticio con el poder civil mientras que las Farc, en realidad, tratan
de reorganizarse desde el punto de vista militar, para golpear por
sorpresa y desbordar al Ejército. Las discusiones del Caguán sirvieron
para que el gobierno de Andrés Pastrana entrara, de hecho, sin
admitirlo, en una especie de co-gobierno disimulado con Tirofijo. Hay
que volver a abrir el expediente de esas extrañas discusiones para ver
qué ocurrió realmente entre 1999 y 2002. Así podremos ver más claro
cómo serán las “negociaciones” que le esperan al presidente Juan Manuel
Santos.
No estamos pues ante un proceso de paz. Estamos ante un animal diferente que habrá que escudriñar, desnudar y definir.
Por el momento, emerge el espectro de un pacto de colaboración (en
el peor sentido del término) entre Santos, las Farc y Caracas. Un pacto
que apunta a satisfacer los intereses estrechos de esas “partes”, y de
Cuba y Venezuela, y que pone en peligro los intereses vitales de
Colombia.
Como lo dije en una entrevista reciente con Fernando Londoño Hoyos y
La Hora de la Verdad, invito a los politólogos, violentólogos,
periodistas, y a los otros observadores de la vida colombiana, a
lanzarse al ruedo de esta discusión con espíritu crítico, con
informaciones factuales, análisis, caracterizaciones y definiciones
nuevas, incluso contrarias a la que aquí esbozo, sobre el “nuevo proceso
de paz”.
Por eso es tan importante rechazar la tesis de quienes aconsejan en
estos momentos a los periodistas optar por la autocensura, “dejar de
informar muchas cosas” y, peor, “ceñirse a lo oficial” acerca del futuro
“proceso de paz” para no “perjudicarlo”, para no “frustrar la paz”. La
hora es, por el contrario, de lucha para saber más acerca de la realidad
de ese obscuro “proceso de paz”, y para impedir que nuestras
libertades, sobre todo las de investigación, expresión, información y de
prensa, no sean mutiladas. Este “proceso de paz” que arranca de manera
tan turbia, y que algunos quieren que siga siendo ultra secreto, debe
ser iluminado por la inteligencia, la honestidad, la entereza de los
periodistas y de todos los hombres y mujeres libres de Colombia.
La posición intelectual que consiste en pensar que cada acercamiento
entre las Farc y el gobierno debe ser definido como un “proceso de paz”,
es insostenible. Esa fórmula fue acuñada precisamente por las
guerrillas durante la Guerra Fría para darse el inmerecido estatuto de
interlocutor necesario y para tratar de imponerse políticamente sobre un
adversario que las habían vencido en el terreno militar.
---------------------------
la opinion del expresidente uribe:
No hay comentarios:
Publicar un comentario