¿Por qué decidió vivir fuera de su país?
Manuel Vázquez Portal (MVP): Yo no lo decidí. Me quedé sin país. Me lo quitaron. O, por lo menos, me quitaron el país que yo soñaba tener. Un día quise describirlo con sus joyas y sus harapos y me lo prohibieron. Lo hice sin permiso y entonces intentaron impedirme la voz. Perdí el sentido de pertenencia y quise reinventar un país donde la voz no fuera una culpa. Vino el castigo. Fui un inexistente. Vagué. Vagué por un delirio que querían imponer como realidad. Vagué por una realidad que se obstinaban en negar. Vagué por el miedo, por la incertidumbre, por la soledad. Vagué por el hambre, por la insalubridad, por el silencio impuesto. Vagué por las fugas de gente amada, por las penurias de gente sin aliento ni esperanzas, por los riesgos de inocentes que debían delinquir a diario para no desvanecerse de pobreza. Vagué por una ensoñación que me llevó a la cárcel. Vagué y vago porque no tengo país. El lugar donde nací es un pasado que se empeña en permanecer y nos convierte en ciudadanos errantes. Y eso soy, quizás somos todos los cubanos, unos caminantes sin serventías propias porque nos robaron todos los senderos.
¿De qué manera salió de Cuba?
MVP: Aterrado. Huyendo. Con todas las veredas clausuradas. Con todos los sueños hechos añicos. Fui hijo de una generación hechizada. Creímos. Y de repente, caí en la cuenta de que nos habían amantado con la mentira. Fue rauda la caída —o la ascensión, no sé. Y fue recio, abrupto el camino hacia el rencuentro conmigo mismo. Preferí el riesgo in sito, pero entonces no sabía que ya no tenía patria. Y como nunca he podido cruzarme de pensamientos ni de brazos frente a lo que no acepto, me opuse. Me opuse, lo proclamé y lo pagué. Caro precio del que nunca me arrepentiré. Fui del risueño, irónico rechazo de salones y tertulias a la frontalidad abierta y sin escudos contra un régimen que me asfixiaba, nos asfixiaba. Me vi cercado y con miedo. Me vi solo, “como un monstruo de crímenes cargado”. Me vi abrazado en privado y vapuleado en público. Pero no depuse mi ilusión. Sufrí cuando me convirtieron en adjetivos groseros. Pero ya yo sabía quién era y me había calificado a mí mismo, y estaba conforme. Sufrí más cuando unos barrotes se interpusieron al abrazo de mi mujer y mis hijos. Pero sabía que sin esa falta momentánea de abrazos, después no podría volverlos a abrazar con honra. Salí de la celda mínima hacía una cárcel enorme donde todos pugnaban por evadirse. Me fugué también de la penitenciaría mayor. En mi pasaporte había una leyenda que me convertía en trotamundos eterno: “Salida definitiva”, decía. En mi visa constaba: “Refugiado político”, cuando solo debía decir: “huérfano de patria”.
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