miércoles, junio 20, 2012

La falacia de Cuba

PJMedia/ By Jaime Daremblum
phi2010hnrs.blogspot.com
Ustedes seguramente han oído esto ya muchas veces: “El embargo de los Estados Unidos contra Cuba es la razón más importante por la cual Washington y La Habana no mantienen buenas relaciones. Si queremos que la nación cubana se convierta en una democracia, debemos levantar las sanciones y emprender una política de cooperación activa”.
El razonamiento es simple y atrayente, lo cual explica por qué tanta gente lo ha adoptado. Pero, desafortunadamente, se basa en una lectura falaz de la historia y en una interpretación simplista de la dictadura cubana.
En las últimas cuatro décadas, todos los presidentes norteamericanos que intentaron llegar a una seria reconciliación con La Habana —Gerald Ford, Jimmy Carter, Bill Clinton, Barack Obama— quedaron igualmente decepcionados. Cada vez que Estados Unidos ha hecho una propuesta de paz, el régimen de Castro ha respondido con actos tan patentes de agresión en el extranjero (dando, por ejemplo, apoyo militar a las fuerzas comunistas en África o matando a cuatro pilotos cubano-estadounidenses) o de represión interna (encarcelando, por ejemplo, a un ciudadano norteamericano por falsos cargos de espionaje) que en efecto arruinó toda posibilidad de disminuir las tensiones.
Un buen ejemplo es la experiencia del presidente Obama. En abril de 2009, Obama disminuyó las sanciones de Estados Unidos con respecto a los viajes y los envíos de dinero a Cuba. Pocos días después, en su discurso de apertura de la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, el presidente norteamericano destacó su sincera determinación de mejorar las relaciones bilaterales con la isla. “Estados Unidos busca un nuevo comienzo con Cuba”, dijo Obama. “Estoy dispuesto a que mi gobierno trabaje de manera conjunta con el gobierno cubano en una amplia gama de asuntos —desde las drogas, la migración y las cuestiones económicas hasta los derechos humanos, la libertad de expresión y las reformas democráticas. Ahora, para ser completamente claro, no me interesa hablar sólo por hablar. Pero creo que podemos dar una nueva dirección a las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos”.
Los hermanos Castro tenían otros planes. En diciembre de ese mismo año, Alan Gross, un contratista de USAID que trabajaba en Cuba, fue arrestado bajo la acusación de espionaje. Su verdadero “delito” fue el haber dado asistencia a la diminuta población judía de la isla para que obtuviera acceso al Internet. El año pasado, Gross fue sentenciado a 15 años de prisión y sigue encarcelado hoy día, a pesar de la intensa campaña de los Estados Unidos para conseguir que lo dejen en libertad. De acuerdo con su abogado, Gross, que tiene 63 años, “camina ahora con gran dificultad; además, le ha salido un gran bulto detrás del omóplato derecho”. Victoria Nuland, portavoz del Departamento de Estado norteamericano, afirmó que Gross “ya no es capaz de caminar ni siquiera dentro de su celda”. (Hace unos diez días, el gobierno cubano puso por fin a disposición de la prensa la historia clínica de Gross.)
Gross se ha convertido esencialmente en un rehén —un ser humano usado por Raúl Castro y compañía como moneda de cambio para extraer concesiones de parte de los Estados Unidos. El ex gobernador de Nuevo México Bill Richardson, que ha tratado de negociar la puesta en libertad de Gross, afirma categóricamente que La Habana estaría dispuesta a dejar en libertad a Gross a cambio de varios agentes de inteligencia cubanos que están presos actualmente en los Estados Unidos. Pero no queda claro aun si el régimen de Castro estaría en efecto dispuesto a ratificar un tal intercambio de prisioneros. Además, desde su propia perspectiva, Estados Unidos sentaría un terrible precedente si entregara a varios agentes extranjeros que realizaban actividades ilegales de espionaje a favor de una dictadura antinorteamericana a cambio de un solo ciudadano estadounidense que hacía trabajo humanitario y que fue arrestado de manera injusta y vergonzosa.

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