La clase política cubana siente que necesita a la
emigración. En eso nunca se ha equivocado desde 1978. Pero percibe su
uso de dos maneras diferentes.
Desde el sector
burocrático rentista —especialmente asentado en el Partido Comunista—
cualquier paso hacia un mejoramiento de relaciones con la emigración más
allá de estos convites de adeptos es un peligro “político/ideológico”
inaceptable. Y fiel a su concepción mezquina de la vida, opta por
continuar esquilmándola por la vía fiscal, captando las remesas a través
de mecanismos fiscales y de precios leoninos, y mediante el incentivo a
visitas que hoy resultan un componente principal de la actividad
turística de la Isla.
- Para el sector tecnocrático/empresarial vinculado a los militares, la cuestión está en cómo poner el caudal económico de los migrantes al servicio de la recuperación económica y de su propia conversión burguesa, principalmente mediante inversiones. Y al mismo tiempo tratar de conformar un lobby anti-bloqueo/embargo con los empresarios cubanoamericanos, desde el mismo corazón de la Florida.
- Es decir, que, como es de sospechar, los burócratas rentistas no quieren cambiar prácticamente nada. Es su tendencia natural y son consecuentes. Para lograr su propósito, en cambio, los tecnócratas y los militares están dispuestos a hacer concesiones pequeñas a favor de los migrantes, tales como la reducción de tarifas y los alargamientos de los tiempos de los permisos de viajes al exterior, si eso les permite una mejor plataforma para entrar en grande en las relaciones con los “cubanos de ultramar”. Pero, y en eso coinciden con los burócratas rentistas, todos los cambios tendrían siempre un sentido administrativo, es decir, sin considerar la efectiva restitución de derechos ciudadanos.
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