jueves, mayo 03, 2012

Iglesia Católica y nacionalismo: los retos [segun Espacio Laical]


www.espaciolaical.org/
Por LENIER GONZÁLEZ MEDEROS(1)
Hay dos hechos anecdóticos, muy simbólicos, que marcaron aquel lejano año de 1981, cuando la Santa Sede decide promover a monseñor Jaime Ortega, obispo de Pinar del Río, como Arzobispo de La Habana. El mismo día que tomaba posesión de la catedral habanera, 27 de diciembre de 1981, el diario El Nuevo Herald desplegaba grandes titulares en su portada: “De los campos de trabajo forzado (hacía referencia a la UMAP ) a Arzobispo de la Habana ”. Por otro lado, el edificio de la sede de gobierno que debía ocupar el flamante Arzobispo mostraba un aire desolador, con cuartos completamente clausurados, repletos de trastos viejos, llenos de polvo. El palacete colonial daba una impresión sombría, de un eterno y triste enclaustramiento.
Ambas anécdotas son sintomáticas. La primera nos habla del reclamo secular a la Iglesia , y específicamente a la figura del futuro Cardenal, de una postura “dura” ante el Gobierno cubano, guiños de ojos que buscaban (y aun buscan) insertar a la Iglesia en la reproducción de lógicas políticas sustentadas en el aniquilamiento del “otro”. La segunda hace referencia a un edificio viejo y desvencijado que, todo él, constituía una gran metáfora de la Iglesia cubana de aquella época, replegada dentro de sus muros, recelosa de la realidad circundante, privada de medios para dialogar e interactuar con el pueblo, herida hasta la médula por la resaca de su conflicto con el poder revolucionario y por la posterior violencia de Estado practicada contra los creyentes en la Isla.
Más de 30 años después, aquel sacerdote matancero demostró ser -sin acoplarse a las agendas de confrontación, típicas de los escenarios cubanos- uno de los estrategas más lúcidos con los que ha tenido que lidiar el Gobierno cubano, cuyo liderazgo ha logrado reconstruir, con solidez, las estructuras pastorales y los mecanismos de diálogo social y político de la Iglesia diocesana habanera. Teniendo este escenario como telón de fondo, y dado el alto nivel de interlocución que posee la Iglesia Católica en la sociedad cubana, las líneas que siguen intentarán hacer un balance de la visita papal, aportará algunas claves sobre el proyecto global que la Iglesia propone para Cuba, y dará pistas sobre los desafíos que la realidad cubana actual impone sobre el mismo.
I.         El impacto inmediato de la visita(2)
Las visitas de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI a nuestra patria  poseen, como denominador común, la existencia en Cuba de un escenario de crisis. Juan Pablo II conoció un país donde la parálisis anti-mercado, el dogmatismo de corte soviético y los rezagos de la Guerra Fría , en ambas orillas del Estrecho de la Florida , abortaron la transformación del país luego de la caída del Bloque del Este y su acople, desde lógicas autóctonas, a las instituciones y economía globales. Benedicto XVI llega a una Cuba en transición, donde es posible afirmar que existe un consenso nacional que aboga por desmantelar la economía de corte soviético, avanzar hacia un régimen de mayores libertades individuales que permita consensuar un modelo sociopolítico incluyente, sin dar la espalda a las políticas sociales que gozan de fuerte respaldo popular. Todo ello marcado por la percepción generalizada de que se agota el tiempo para que las actuales autoridades del país, Raúl Castro a la cabeza, faciliten una transformación ordenada y gradual del sistema cubano. 
Según Lopéz-Levy y González, la visita papal contribuyó a la agenda del gobierno cubano en tres niveles: a) consolidó formas institucionales de diálogo entre la administración de Raúl Castro y la Iglesia Católica , creando incentivos para que esta última participe de forma ordenada en el proceso de cambios, contribuyendo a la renovación del sistema vigente, b) contribuyó a crear un ambiente internacional favorable a los proyectos de apertura y reforma aun sin abandonar el régimen unipartidista y c) reforzó la imagen de un país en transición frente a la cual se elevan los costos de la rígida posición norteamericana de aislamiento contra la Isla.
Para la Iglesia Católica quedó refrendada la eficacia de su política de inserción social de las dos últimas décadas, donde se recuperan gradualmente espacios sociales y luego se negocia su reconocimiento con el sistema político; espacios que ha contribuido al  ensanchamiento de las libertades religiosas, de reunión y expresión sin acoplarse a una lógica de desestabilización interna. La visita afianza el rol social de las comunidades religiosas como soportes críticos de las reformas. La Iglesia consolida su estatus de interlocutora con las autoridades cubanas, lo cual traerá consecuencias al interior del Partido Comunista, donde existen sectores “duros” que mantienen suspicacias contra cualquier tipo de pluralismo fuera de las coordenadas del marxismo-leninismo. Se visualiza una gestión coordinada entre el Episcopado cubano y la Arquidiócesis de Miami, que favorece dinámicas de diálogo y apertura que podrían resultar claves, en el futuro, como facilitadoras de un reacomodo de las relaciones entre la Isla y su emigración y en el potencial inicio y consolidación de un diálogo político entre Gobierno cubano y grupos opositores moderados asentados en el sur de la Florida.  
La recién concluida visita del papa Benedicto XVI ha tenido un impacto dispar en la nación cubana. Un espectro amplio de sectores sociales, dentro de la Isla , recibió con agrado la visita del Sumo Pontífice. Son los casos de la feligresía católica, cristianos de otras denominaciones, y un amplio espectro del pueblo sencillo, que no profesa de forma militante ninguna fe, pero que posee una espiritualidad de matriz abierta que guarda vínculos orgánicos con el catolicismo cubano, en tanto este custodia los íconos de la religiosidad popular. Tengo la percepción de que es este un sector amplio, que percibe el reacomodo de las relaciones Iglesia-Estado de forma positiva, en tanto consolida la libertad religiosa dentro del país y legitima públicamente la práctica religiosa, como fenómeno de la vida cotidiana. Por lo general son sectores cuya opinión no ha logrado expresarse en el ámbito público e impactar en el maremoto mediático provocado la estancia de Benedicto XVI en Cuba. Es necesario destacar el esfuerzo del Estado en la Isla para conseguir el éxito de la visita, así como las muestras de respeto y afecto expresadas al Papa por el presidente Raúl Castro.
La visita del papa Benedicto XVI impactó también sobre otros sectores nacionales, incluyendo su emigración. Se trata de grupos con un discurso sociopolítico articulado, activos en la opinión, cuyos balances de la visita han estado marcados por un prisma estrictamente político. Hecho que, en cualquier escenario, resulta lógico y legítimo. Máxime en Cuba, donde la Iglesia Católica ha sido, y es, el mayor espacio de la sociedad civil organizada, poseedora de un discurso antropológico, social y político sumamente articulado, percibida por las autoridades cubanas, durante los años de la confrontación, como un rival digno de tener en cuenta.
Los análisis sobre la visita -provenientes de todo el arco político e ideológico nacional- están marcados, en su esencia más íntima, por el reconocimiento o no al Gobierno cubano como un actor nacional legítimo. Sería oportuno, en el futuro, rastrear de forma más detallada los posicionamientos de las izquierdas y las derechas cubanas (dentro y fuera de la Isla ) entorno a la visita, para lograr configurar un mapa más acabado sobre el asunto. Sería una buena antesala para percatarnos como quedará estructurada la correlación de fuerzas en los escenarios cubanos en un futuro próximo.
La propuesta socio-política de la Iglesia a la sociedad cubana (en consonancia con el magisterio de los Obispos cubanos y con la Santa Sede desde hace, al menos, 20 años), fue ratificada y clarificada por el papa Benedicto XVI. Quienes esperaron otra cosa simplemente desconocen los derroteros políticos consensuados por el Episcopado cubano, ahora con la peculiaridad de una mayor sinergia en sus diálogos con el sistema político. Esta propuesta, que será expuesta con mayor claridad en el próximo acápite, promueve un escenario de cambio gradual y ordenado, donde se preserve la estabilidad del país, la soberanía nacional, los estándares de inclusión social, y se avance hacia un modelo más inclusivo y pluralista. Un escenario sin nuevos perdedores, donde el gobierno cubano participe como facilitador de ese camino. En tal sentido, podemos encontrar a grupos políticos, de una y otra parte del espectro nacional, que no aceptan el diálogo y el consenso como metodología para construir el país, y ven en la labor reconciliadora y gradualista de la Iglesia como un acto ilegítimo, casi de traición. Sobre ello gravita, negativamente, el inmovilismo del gobierno cubano en el área política.
La Iglesia aspira a expandir su presencia social, desde un nacionalismo leal, en el que sus valores, intereses e ideales son reconocidos como legítimos, aun cuando son distintos de los postulados por el Partido Comunista en el gobierno. Desde el ascenso al poder de Raúl Castro la Iglesia ha  dado, y seguirá dando, voz a propuestas de reformas y aperturas graduales. Una importante interrogante es si el gobierno reconocerá oficialmente nuevos centros de formación y elaboración de pensamiento social-cristiano, como es el caso del Centro Cultural Padre Félix Varela, permitiéndoles desarrollar su quehacer en condiciones de normalidad.
Tras la visita del Santo Padre resulta posible establecer, con mayor claridad, los puntos coincidentes y divergentes en las agendas de la Iglesia y del Gobierno cubano. En los temas de apoyo a la familia y la juventud, promoción de valores, apoyo coordinado a sectores sociales desfavorecidos, el ejercicio de los derechos humanos en el área de la libertad religiosa, el reacomodo positivo de las relaciones de la Isla con su emigración, el éxito de la reforma económica en curso y el rechazo a las políticas agresivas de las administraciones estadounidenses contra Cuba, parece existir consenso entre ambas instancias. Resulta interesante cómo ambos actores, haciendo gala de realismo político y pragmatismo, lograron trasferir antiguas áreas de conflicto hacia áreas de cooperación. Escenario este impensable tan solo una década atrás.
Donde a todas luces no existe un consenso entre la Iglesia y el Gobierno es en el tema de los derroteros inmediatos que debe seguir el país para concretar un modelo sociopolítico que garantice una más amplia participación de todo el espectro político nacional, acorde con los principios esbozados por el Papa y por el Episcopado nacional, en la figura de monseñor Dionisio García, presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba. El ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez, expresó durante la conferencia de prensa ofrecida antes de la llegada del Santo Padre que están actualizando el modelo cubano y por tanto abiertos a escuchar proposiciones amigas, pero el vicepresidente del gobierno, Marino Murillo, declaró, ya iniciada la visita, que no tendría lugar una actualización política, sino sólo económica. Es este el gran tema pendiente del Gobierno cubano, y la principal disonancia entre este y la sociedad cubana, incluida la Iglesia. Sería deseable que el buen clima de diálogo existente en la actualidad facilitara, en el futuro, la inclusión de este asunto en la agenda de debate bilateral.
II.      Claves para entender el proyecto de la Iglesia
En un momento de patente crisis nacional, cuando la Iglesia ha logrado reconstruir una presencia social efectiva y un nivel de interlocución con el Gobierno cubano, la visita del papa Benedicto XVI ha impactado en dos ámbitos claves de la vida nacional: el político y el cultural. El primero es más circunstancial y efímero: muy pronto se agotarán los encendidos debates sobre la visita, los groseros ataques contra el cardenal Ortega y el Episcopado, verbigracia de la gran polarización que vive el país. Sin embargo, la Iglesia Católica tiene el desafío de convertir el ámbito cultural en terreno fecundo para proponer a la sociedad cubana una sana antropología de raíz cristiana, que en diálogo respetuoso con la gran diversidad de actores sociales y políticos presentes en los escenarios cubanos, propicien el parto luminoso de una nueva ciudadanía: único camino para construir una patria incluyente, próspera y soberana.
Sería el momento oportuno para poder concretar el proyecto vareliano, donde la Fe , la Esperanza y la Caridad fecundan la esencia misma de la patria: momento hermoso donde catolicismo y nacionalismo se miran frente a frente. Ha llegado el instante donde la Iglesia tendrá que optar entre detentar para sí un poder secular, que la coloca en alteridad absoluta con el Gobierno o, por el contrario, acompañar a todos los cubanos, piensen como piensen, vivan donde vivan, sean afines o no a la fe católica-romana, en la doble senda de la transformación personal y en el sueño de construir una patria “con todos y para el bien de todos”.
En el caso cubano el catolicismo ha contado siempre con un proyecto secular de nación, cuyas ideas y construcciones es posible rastrearlas, al menos, desde la primera mitad del siglo XIX. En la etapa revolucionaria la emergencia de un proyecto nacionalista católico comienza en la década del 80 con la Reflexión Eclesial de Base y cristaliza en el Documento Final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), con dos actualizaciones posteriores: la carta pastoral El Amor todo lo Espera (1994) y el discurso del papa Juan Pablo II en el Aula Magna de la Universidad de La Habana (1998). El texto final del ENEC marca, de forma programática, los derroteros posteriores de la Iglesia en Cuba. El Dr. Carlos Rafael Rodríguez se percata de la emergencia de este fenómeno y trasmite la preocupación gubernamental por ello, según refirió en conversación personal con un sacerdote habanero en el año 1986. Mención aparte merece el Grupo Orígenes, cuya producción poética vio la luz en los márgenes de la Iglesia institucional, y que logró un sólido “acople” de sus presupuestos a la política cultural del país, pues fue hábilmente instrumentalizado por el Gobierno cubano para operar su propia transición simbólica tras el colapso del Bloque del Este.
Es por ello que resulta imposible proponerse entender las claves de la visita de Benedicto XVI tratando de establecer una ruptura con las líneas estratégicas esbozadas por el papa Juan Pablo II en 1998. Benedicto XVI ratificó el proyecto dejado a la Iglesia cubana por su predecesor, e hizo énfasis en aquellas áreas relacionadas con los valores personales que sostienen a todo proyecto nacionalista católico desde sus bases. Proyecto que guarda puntos de coincidencia con los presupuestos de la Doctrina Social de la Iglesia , aunque con otras derivaciones más enjundiosas provenientes del pensamiento católico del patio.
La expresión más acabada de los fines y medios de ese proyecto fue proclamada públicamente por Juan Pablo II en el Aula Magna de la Universidad de La Habana , cuando conminó a la Iglesia y a todos los nacionales a obtener “una síntesis” donde todos los cubanos nos sintiéramos identificados. Juan Pablo II, en ese discurso trascendental, rearticula y relanza -desde claves políticas, culturales y teológicas más sofisticadas- el legado del ENEC y la propuesta de “diálogo nacional” realizada por los Obispos cubanos en la carta pastoral El amor todo lo espera. La necesidad de un diálogo nacional en pos de fraguar un nuevo consenso político para Cuba, está en la base misma de la propuesta de la Iglesia Católica a la nación cubana. Juan Pablo II propone un ideario nacionalista católico signado por la heterodoxia y en cuyo centro gravita la figura del sacerdote cubano Félix Varela.
Las derivaciones de la propuesta sociopolítica que marca ese discurso son fácilmente rastreables en proyectos disímiles que emanan del catolicismo cubano en la década posterior a la visita papal. Ya desde ese entonces resulta evidente que la imagen de unidad monolítica que se proyecta desde la Iglesia comienza a contrastar con la diversidad de voces en el seno de la propia Iglesia. Las claves de esta propuesta de Juan Pablo II subyacen tanto en la homilética de prelados como el cardenal Jaime Ortega y monseñor Adolfo Rodríguez Herrera, como en la idea de “Casa Cuba” impulsada por monseñor Carlos Manuel de Céspedes (el cardenal Ortega y monseñor Céspedes han sido los sacerdotes que más se han dedicado a “desmenuzar” ese discurso, y sus visiones han contribuido a articular las posiciones del laicado habanero en este sentido), y también en los laicos impulsores de la tradición demo-liberal del catolicismo cubano, que tuvo en la revista Vitral su principal exponente en Cuba.
Benedicto XVI ratifica este camino, ahora complementado por la promoción de temas centrales en la agenda de la Iglesia : la verdad y la vida, el matrimonio y la familia, la libertad y la justicia, el diálogo y la inclusión social, el perdón y la reconciliación. El Papa alemán pone el énfasis en el ser humano, en los medios más que en los fines. El Pontífice comprende que será difícil transitar este camino sin potenciar la ética, la espiritualidad y la virtud, pues estos son elementos indispensables en el empeño de lograr un acercamiento entre actores sociales diversos, abdicar del odio, desterrar la tentación de encerrarnos en nuestras verdades e imponerlas a los demás, así como asegurar un compromiso con nuestra realidad histórica concreta.
No es fortuito que el padre Félix Varela sea presentado por Benedicto XVI, nuevamente, como el paradigma para asumir ese camino de transformación personal y social. La vida y el pensamiento de este sacerdote cubano sintetizan la esencia de esa propuesta nacionalista, heterodoxa en su universalidad, para Cuba: donde habrá nación en la medida que desempeñemos el patriotismo, habrá patriotismo en la medida que ejerzamos la virtud, y habrá virtud en la medida que crezcamos en espiritualidad. Es por ello que Benedicto XVI asegura que resulta esencial la libertad religiosa. El Papa reconoce que en Cuba se han dado pasos para que las iglesias puedan llevar a cabo su misión de expresar pública y abiertamente su fe. Sin embargo, animó a las autoridades para reforzar lo alcanzado y avanzar hacia metas más ambiciosas. En este sentido, propone una mayor presencia de las instituciones religiosas en todos los ámbitos, con un especial hincapié en el tema de la educación.
Los ejes temáticos esbozados constituyen, sin dudas, el núcleo teológico, pastoral y político de la propuesta que hace la Iglesia Católica a la sociedad cubana. Se trata de un proyecto nacionalista sólidamente articulado, como pocos de los presentes en los escenarios cubanos. Proyecto heterodoxo que permite “acoples múltiples”, tanto desde las posiciones disímiles existentes en el seno del catolicismo cubano, como desde otros sectores de la sociedad cubana. Porque es un hecho constatable que la Iglesia ha logrado, mediante sus publicaciones, poner ese proyecto en diálogo con el resto de la sociedad cubana. Diálogo, perdón y reconciliación allanan el camino que conduce, con la participación de todos los cubanos, hacia un modelo sociopolítico que preserve lo positivo del legado revolucionario y permita la convivencia protagónica de las nuevas sociabilidades emergentes.
III.    La Casa Cuba como derivación poética del nacionalismo católico
Minutos antes de tomar el avión de regreso a Roma el papa Benedicto XVI expresó: “Concluyo aquí mi peregrinación, pero continuaré rezando fervientemente para que ustedes sigan adelante y Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad. El respeto y cultivo de la libertad que late en el corazón de todo hombre es imprescindible para responder adecuadamente a las exigencias fundamentales de su dignidad, y construir así una sociedad en la que cada uno se sienta protagonista indispensable del futuro de su vida, su familia y su patria”. Nunca antes un Romano Pontífice había utilizado, casi literalmente, las coordenadas poéticas de la metáfora CASA CUBA, para referirse a estas cuestiones.
Para los laicos habaneros que hemos crecido al amparo de las Apostillas del padre Carlos Manuel de Céspedes, las palabras del Papa resultaban familiares. Para este nacionalismo de entraña católica Cuba comporta una pasión y un delirio, una búsqueda frenética -a la vez que equilibrada- de la armonía entre elementos nacionales diversos. Esta necesidad de recomponer lo que está roto o desgarrado, nace de una antropología convencida de que el ser humano constituye el centro mismo del Cosmos: el hombre es un tabernáculo sagrado dotado del don preciado de la libertad. En este nacionalismo de entraña católica, se equipara el cosmos nacional con una CASA, porque su cimiento nace de la fraternidad entre sus miembros. En el plano intrahistórico esta visión poética - la CASA CUBA- asume el rescate de un sentido comunitario para la nación, a la vez que se yergue como un umbral político equilibrado y racional por el que vale la pena sacrificarse. Posibilita el nacimiento de una sociabilidad política que potencia la comunión y el encuentro entre lo aparentemente antagónico e irreconciliable mediante el diálogo. Implica el destierro de todo ejercicio de exclusión. Asume a Cuba como la necesidad de síntesis, de diálogo y de encuentro. En este nuevo cosmos nacional, “el adentro” y “el afuera”, la Revolución y el Exilio, la teleología y el pragmatismo, tienen, al menos, la posibilidad de reconocerse como parte de un todo único e indivisible.
La CASA CUBA, tal y como la soñamos, trasciende una visión partidista del quehacer político y abre las puertas a la promoción de una participación fraterna de todos los componentes de la nación cubana. La concreción política de este anhelo poético lleva implícita una metodología del encuentro y de la aceptación del otro, que se yergue sobre el reconocimiento de la dignidad plena del ser humano. De ahí su catolicidad. Es un proyecto comprometido con la articulación complementaria y orgánica de toda la diversidad existente en el país. En ese sentido, la “reinvención” del socialismo cubano no pasa solamente por un criterio de funcionalidad económica, sino por la posibilidad real de acoger e integrar la creciente pluralidad de subjetividades presentes en la sociedad cubana. Asumir este reto lleva implícito el rediseño radical de las instituciones estatales y de la arquitectura del actual Partido Comunista de Cuba, para que pueda acoger efectivamente en su seno a toda la diversidad nacional.
En pleno siglo XXI tenemos el reto, como nación, de ampliar los horizontes de un imaginario político que se ha limitado a la defensa de una cuota de justicia social y de la soberanía nacional, e inaugurar un camino que logre garantizar -junto a estos logros irrenunciables- el ejercicio de los deberes y derechos del ser humano como base del proyecto nacional. La decisión de asimilar la “otredad” llevaría en sí el reto de redefinir los márgenes actuales de inclusión/exclusión en la participación política de los actores sociales. O lo que es lo mismo, redefinir radicalmente lo que hemos entendido tradicionalmente por Revolución y contrarrevolución. Estar a la altura de semejante responsabilidad implica dar respuestas políticas creativas y audaces, que rompan el canon de lo que hasta hoy ha sido políticamente correcto en el socialismo insular, y que redunden en un ensanchamiento del consenso político al interior del país.
De lo que se trata, en esencia, es de rearticular ese consenso en torno a un orden republicano que sea capaz de llevar hasta las últimas consecuencias el legado martiano para Cuba: una patria con todos y para todos los cubanos. Un proyecto que vaya más allá de una simple restauración del pasado, que sea capaz de impregnar el presente de la suficiente potencia creadora para construir una Cuba donde quepamos todos, iguales en dignidad.
Epílogo
Habrá que ver la capacidad de la Iglesia para seguir desplegando este quehacer, en diálogo simétrico con el resto de la sociedad cubana. La Iglesia encara el desafío de acompañar a una sociedad sumamente diversa, en la que van cobrando consistencia movimientos que defienden agendas relacionadas con temas religiosos, ambientales, raciales, migratorios, de orientación sexual, de género y políticos, además de otros que pudieran estar articulándose. Sectores que ven con recelo una potencial hegemonía social del cristianismo. Está por verse, además, la disponibilidad del Gobierno cubano de aceptarlo o de acotarlo, de negociar críticamente sus contenidos múltiples desde los presupuestos de la tradición laica nacional. Todo ello en medio de la gran polarización presente en los escenarios cubanos, donde no acaba de vislumbrarse un camino político que permita el diálogo real entre diversos proyectos de nación. El desafío está planteado para todos.
(1) El presente análisis fue publicado originalmente en la sección Desde la Isla , auspiciada por el Grupo de Estudios Cubanos, con sede en Washington, y donde participan académicos e intelectuales residentes en Cuba.
(2) Algunas ideas expuestas en el primer acápite provienen del texto Cuba espera a Benedicto XVI, realizado en co-autoría por Arturo López-Levy y Lenier González, y publicado en Foreign Policy en español.

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