Desde el sitio de Ichikawa
Emilio Ichikawa
En una reciente intervención en “Estado de Sats”, el profesor Alexis
Jardines llamaba la atención sobre la existencia de al menos dos áreas
en el sector artístico-intelectual dentro de Cuba: la del tejido
institucional del estado y otra zona con definición en progreso; pero
indistintamente ungida por adjetivos siempre en disputa, como los de
“independiente”, “alternativa”, “plattista”, “desleal”, “promisoria”,
etc. Los polacos de la era socialista hablaban de “paralelismo”, que es
menos complicado.
El profesor Jardines urgía a priorizar los “proyectos independientes”
del segundo espacio, e incluso a estimular un movimiento del primero
hacia el segundo. Como lo más seguro es que esa dualidad persista, sin
que una parte anule a la otra, podría probarse con la evidencia de que
el intercambio académico-cultural con los EEUU es beneficioso tanto para
“oficialistas” como para “independientes”; para consagrados y para
“escachados”. Unos podrían ascender a mayores niveles de excelencia;
mientras los otros pudieran al menos despegar. El tiempo dirá… Por ahora
solo quiero compartir unos apuntes sobre la biografía intelectual del
Dr. Carlos J. Finlay y mostrar algunos de los beneficios que este
recibió de un intercambio intelectual intenso con sus colegas
extranjeros; en particular de los EEUU.
A pesar de ser hoy el científico emblemático de la Historia de la
Ciencia en Cuba, con varios especialistas en el estudio de su obra, lo
cierto es que Finlay conoció momentos difíciles en su país. Un repaso
general muestra que no puede matricular Medicina en la Universidad de La
Habana porque no le reconocen los estudios de Bachillerato que ha hecho
en Francia. ¿Qué lo rescata de ese fracaso? Pues su ingreso en el
Jefferson Medical College de Philadelphia, donde se gradúa en marzo de
1855. Así que, por formación, Finlay empieza por ser un médico
norteamericano.
Pero como los hispano-cubanos no se dejan impresionar, cuando Finlay
regresa a Cuba y trata de revalidar su título en la Universidad de La
Habana, lo desaprueban. Debe volverlo a intentar. Trata de sobrevivir
entonces abriendo un consultorio en la gran ciudad pero no sale
adelante. Finlay también trató de entrar en la Academia de Ciencias, sin
éxito; y cuando soplaban los aires de guerra se marchó a la isla de
Trinidad. Regresó en 1872, en medio de la llamada Guerra de los 10 años,
y entonces logró hacerse académico. En 1875 Finlay regresa a los EEUU
por un asunto personal relativo a la salud de su esposa, y aprovecha
para actualizarse (opta por la oftalmología) y hasta logra publicar.
Producto de la epidemia de Fiebre Amarilla que provocó unos 20 mil
muertos en EEUU en 1878, el Congreso crea una Junta Nacional de Sanidad;
que a su vez nombra una Comisión para estudiar la referida enfermedad
en el Caribe y, como es lógico, visita Cuba. El grupo de médicos llega a
La Habana el 7 de julio de 1879, y entre ellos está el Dr. Juan A.
Guiteras, Histopatólogo de la Universidad de Pennsylvania.
Los Doctores Pedro M. Pruna y Gustavo Kourí han señalado que la
amistad e intercambio científico por correspondencia que existió desde
entonces entre los Doctores Finlay y Guiteras fue tan importante, que
tiempo después, observando micrografías de cortes histopatológicos de
pacientes con fiebre amarilla hechos por el Dr. Guiteras durante su
estancia en La Habana, es que Finlay se percata que en todos los tejidos
hay una lesión uniforme con alteración de capas del revestimiento
interno de los vasos sanguíneos, lo que le hace abandonar la hipótesis
ambientalista del contagio y empezar a apuntar a algo más preciso que a
un “vector activo”: a un “insecto hematófago”.
Finlay expuso la hipótesis del “vector activo” en febrero de 1881 en
Washington, en la Conferencia Sanitaria Internacional, donde despertó
interés. Luego en casa, en Cuba, fue más audaz y en agosto de ese 1881
lee en la Academia de Ciencias el trabajo “El mosquito hipotéticamente
considerado como transmisor de la fiebre amarilla”. Y recibió muchas…
burlas, risas y, lo peor, como dijo a su esposa en sentido mensaje: el
silencio crítico de sus colegas.
Por cosas como estas también es necesario el intercambio
académico-cultural con el mundo, con los EEUU; porque siempre hay que
tener un sitio para donde virarse cuando el poder constituido cierra las
puertas. La historiografía nacionalista cubana ha diseñado respecto a
Finlay una historia de injusto despojo intelectual por parte de la
Comisión Médica del gobierno interventor norteamericano (1898-1902). Es
demasiado fascinante y cara a la axiología
independentista-revolucionaria para que sea abandonada por cualquier
revisión alternativa. La he escuchado repetir varias veces en Miami. Lo
cierto es que Finlay encontró respaldo y aceptación en el gobierno
interventor y los gobiernos de la República de Cuba. Como han
corroborado investigadores del Instituto de Historia de la Ciencia y la
Tecnología en la isla, Finlay fue postulado al menos 7 veces para el
Premio Nobel en Medicina. Varias instituciones científicas de su tiempo
lo tenían a la altura de Pasteur y Koch. Nada de eso puede lograrse sin
el intercambio académico; pero un intercambio académico en la “zona de competencia” disciplinaria real, y no en el limbo de la intención política.
-IMAGEN: Dr. Finlay, sentado, a la izquierda: virginia.edu
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