sábado, mayo 05, 2012

El Dr. Finlay, Cuba y los EEUU: Un “modelo” de intercambio académico-cultural

Desde el sitio de
 
Emilio Ichikawa
En una reciente intervención en “Estado de Sats”, el profesor Alexis Jardines llamaba la atención sobre la existencia de al menos dos áreas en el sector artístico-intelectual dentro de Cuba: la del tejido institucional del estado y otra zona con definición en progreso; pero indistintamente ungida por adjetivos siempre en disputa, como los de “independiente”, “alternativa”, “plattista”, “desleal”, “promisoria”, etc. Los polacos de la era socialista hablaban de “paralelismo”, que es menos complicado.
El profesor Jardines urgía a priorizar los “proyectos independientes” del segundo espacio, e incluso a estimular un movimiento del primero hacia el segundo. Como lo más seguro es que esa dualidad persista, sin que una parte anule a la otra, podría probarse con la evidencia de que el intercambio académico-cultural con los EEUU es beneficioso tanto para “oficialistas” como para “independientes”; para consagrados y para “escachados”. Unos podrían ascender a mayores niveles de excelencia; mientras los otros pudieran al menos despegar. El tiempo dirá… Por ahora solo quiero compartir unos apuntes sobre la biografía intelectual del Dr. Carlos J. Finlay y mostrar algunos de los beneficios que este recibió de un intercambio intelectual intenso con sus colegas extranjeros; en particular de los EEUU.
A pesar de ser hoy el científico emblemático de la Historia de la Ciencia en Cuba, con varios especialistas en el estudio de su obra, lo cierto es que Finlay conoció momentos difíciles en su país. Un repaso general muestra que no puede matricular Medicina en la Universidad de La Habana porque no le reconocen los estudios de Bachillerato que ha hecho en Francia. ¿Qué lo rescata de ese fracaso? Pues su ingreso en el Jefferson Medical College de Philadelphia, donde se gradúa en marzo de 1855. Así que, por formación, Finlay empieza por ser un médico norteamericano.
Pero como los hispano-cubanos no se dejan impresionar, cuando Finlay regresa a Cuba y trata de revalidar su título en la Universidad de La Habana, lo desaprueban. Debe volverlo a intentar. Trata de sobrevivir entonces abriendo un consultorio en la gran ciudad pero no sale adelante. Finlay también trató de entrar en la Academia de Ciencias, sin éxito; y cuando soplaban los aires de guerra se marchó a la isla de Trinidad. Regresó en 1872, en medio de la llamada Guerra de los 10 años, y entonces logró hacerse académico. En 1875 Finlay regresa a los EEUU por un asunto personal relativo a la salud de su esposa, y aprovecha para actualizarse (opta por la oftalmología) y hasta logra publicar.
Producto de la epidemia de Fiebre Amarilla que provocó unos 20 mil muertos en EEUU en 1878, el Congreso crea una Junta Nacional de Sanidad; que a su vez nombra una Comisión para estudiar la referida enfermedad en el Caribe y, como es lógico, visita Cuba. El grupo de médicos llega a La Habana el 7 de julio de 1879, y entre ellos está el Dr. Juan A. Guiteras, Histopatólogo de la Universidad de Pennsylvania.
Los Doctores Pedro M. Pruna y Gustavo Kourí han señalado que la amistad e intercambio científico por correspondencia que existió desde entonces entre los Doctores Finlay y Guiteras fue tan importante, que tiempo después, observando micrografías de cortes histopatológicos de pacientes con fiebre amarilla hechos por el Dr. Guiteras durante su estancia en La Habana, es que Finlay se percata que en todos los tejidos hay una lesión uniforme con alteración de capas del revestimiento interno de los vasos sanguíneos, lo que le hace abandonar la hipótesis ambientalista del contagio y empezar a apuntar a algo más preciso que a un “vector activo”: a un “insecto hematófago”.
Finlay expuso la hipótesis del “vector activo” en febrero de 1881 en Washington, en la Conferencia Sanitaria Internacional, donde despertó interés. Luego en casa, en Cuba, fue más audaz y en agosto de ese 1881 lee en la Academia de Ciencias el trabajo “El mosquito hipotéticamente considerado como transmisor de la fiebre amarilla”. Y recibió muchas… burlas, risas y, lo peor, como dijo a su esposa en sentido mensaje: el silencio crítico de sus colegas.
Por cosas como estas también es necesario el intercambio académico-cultural con el mundo, con los EEUU; porque siempre hay que tener un sitio para donde virarse cuando el poder constituido cierra las puertas. La historiografía nacionalista cubana ha diseñado respecto a Finlay una historia de injusto despojo intelectual por parte de la Comisión Médica del gobierno interventor norteamericano (1898-1902). Es demasiado fascinante y cara a la axiología independentista-revolucionaria para que sea abandonada por cualquier revisión alternativa. La he escuchado repetir varias veces en Miami. Lo cierto es que Finlay encontró respaldo y aceptación en el gobierno interventor y los gobiernos de la República de Cuba. Como han corroborado investigadores del Instituto de Historia de la Ciencia y la Tecnología en la isla, Finlay fue postulado al menos 7 veces para el Premio Nobel en Medicina. Varias instituciones científicas de su tiempo lo tenían a la altura de Pasteur y Koch. Nada de eso puede lograrse sin el intercambio académico; pero un intercambio académico en la “zona de competencia” disciplinaria real, y no en el limbo de la intención política.
-IMAGEN: Dr. Finlay, sentado, a la izquierda: virginia.edu

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