http://martinguevara.over-blog.es/ Martín Guevara
Petar salió por la puerta delantera de la tienda con una bolsa en cada mano. Chucho lo esperaba en la acera de enfrente y comenzaron a caminar en la misma dirección con la avenida mediante. El búlgaro cruzó la calle y pasó frente al Museo Napoleónico y en la Facultad de Filosofía
Chucho lo estaba esperando bajo la sombra de un framboyán, le preguntó
si había podido comprar todo, Petar asintió y le dio las bolsas, Chucho
miró hacia los lados y luego metió la mano en el bolsillo. Antes de que
la extrajese salieron de detrás de los arbustos dos hombres vestidos de civil
que se abalanzaron de inmediato sobre él y lo redujeron, mientras que
al búlgaro le pidieron con modales más atenuados que permaneciese en el
mismo sitio.
Súbitamente llegaron dos hombres más, uniformados de policías y,
después de intercambiar algunas directrices, procedieron a llevarse a
los dos muchachos y a las dos bolsas de compras a la comisaría de Zapata
y C.
A las dos horas salió por la escalera de la puerta principal, hacia
la calle, el ciudadano búlgaro que vivía en La Habana porque el padre
estaba destinado como técnico extranjero en la isla. Chucho no salió.
Al menos no a la calle. A los seis días fue expelido rumbo a la prisión del combinado del Este, donde esperó juicio durante seis meses por posesión ilegal de divisas. Al final pasó cuatro años preso, se le sumó a la posesión de divisas, el comercio ilegal de ropa.
Cuando llevaba dos años de escarnios, soportando una vida que no
estaba hecha para su delicadeza, regida por verdaderos delincuentes que
no dudaban en clavar todos y cada uno de sus objetos puntiagudos en lo
que se terciase, el gobierno del Partido anunció que entraba en vigor la
nueva ley que despenalizaba la posesión de divisas
para los cubanos. E incluso se les permitiría entrar a comprar en las
tiendas para turistas , las que de hecho vivían de las compras ilegales
ya que los turistas solían arribar a Cuba con su cupo de blue jeans
cubiertos, eran poco frecuentes los que visitaban la isla para retornar a
sus países con suvenires como ventiladores, tocadiscos, camisetas de
brillo o chancletas color fucsia refulgente en cantidades generosas.
A Chucho ni le avisaron los guardias mientras lavaba los calzoncillos
de uno de los guapos de la galera en que estaba, ni cuando acudió esa
tarde a la enfermería a curar el agujero que le habían ocasionado en su
nalga derecha con una chaveta por no dejarse abusar los primeros días
por un grupo de violadores.
Se enteró por los rumores.
Entonces esperó feliz a su abogado con el cual tenía
visita en breve, para preguntarle cuando saldría de aquel agujero al
que había entrado sólo por querer vender unos camisetas y unos vaqueros
entre los vecinos para ganarse unos pesos y de paso mantener contento
al vecindario, pero casi le da el mismo soponcio que le dio el caluroso
día en que el Juez dictó la sentencia de cuatro años de prisión, el
abogado le dijo que la ley no era con carácter retroactivo, le comunicó
que debía cumplir los años que le quedaban.
Esa noche Chucho se hizo un tajo en su muñeca
perpendicular en sentido de las venas, lo que le impidió morir, a partir
de entonces debería ir a curarse otro agujero más a la enfermería, pero
la oquedad que le infligieron en su vida no había enfermero, médico ni
brujo que lograse alivianarlo.
Al ver como se desdice de la teoría de la evolución, del comunismo
científico, del ostracismo a los religiosos practicantes y a los que no
fuesen estrictamente marxistas, el mismo dictador que sostenía aquella ley caprichosa por la cual fueron presos muchos cubanos que querían lucir un pantalón diferente de la estética soviética o china, el que de la noche a la mañana cambió su propia ley,
despenalizando y beatificando los dólares para sus amigos dirigentes,
no sólo sin indemnizar a los damnificados como Chucho sino sin
liberarlos con indultos o amnistías y ni siquiera hacer un mea culpa
admitiendo la extrema crueldad de aquella disposición caprichosa, además
de ocasionarme arcadas por lo inasimilable e inasumible de su actitud
en materia de vergüenza y decoro, reclamo que ese ser dé cuentas públicamente,
ya no sólo por el dolor causado sino por la evidencia de que estos
caprichos eran producto de una falta total de escrúpulos para mantenerse
en el poder, prueba de que en dicha crueldad no concurría ni siquiera
la convicción del malvado en el mal, sino la del oportunista en la
ocasión.
Al no ser feligrés, desconozco que pretende la Iglesia Católica
poseedora de un hegemónico poder milenario al simpatizar con un régimen
que ostenta un poder sensiblemente menor y en decadencia, pero que
paradójicamente aún despierta simpatías entre los desposeídos por una
suerte de perverso proselitismo.
Pero pienso que de una vez y por todas debemos manifestarnos sin
ambages, sin dobleces, sin discursos por duplicado, sin medias tintas, y
decir que una dictadura es una aberración aunque se disfrace de angelical, de solidaria, de paternalista.
No se la defiende, no se la apaña, no se la justifica, sólo cabe condenarla o ser su cómplice.
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