Eugenio
Yáñez
Una
política se puede definirse como exitosa si con ella se logran los
objetivos que se pretenden. Y es lo que está sucediendo en estos
momentos con la política exterior del neocastrismo alrededor de la
Cumbre de Cartagena. Cuando se le pregunta al régimen si le
interesaría participar, responde que sí; pero cuando se le ha
invitado a participar en el organismo que se encarga de organizar
tales Cumbres, la OEA, responde groseramente que no le interesa.
Entonces, ¿le interesa o no le interesa participar? Para responder
en mexicano-cantinfleo: ni una cosa ni la otra, sino todo lo
contrario. Lo que realmente le interesa a La Habana, con el apoyo de
sus aliados “socialistas del siglo XXI”, es crearle dificultades a
Estados Unidos, sabotear la Cumbre y, de ser posible, que no se
celebre más ninguna de ellas.
El
Presidente colombiano Juan Manuel Santos dijo que la polémica por el
tema de invitar o no invitar al gobierno dictatorial de Cuba a la
Cumbre de Las Américas en Cartagena, que se realizará el 14 y 15 del
próximo mes de abril, con eventos preparatorios desde el día 9 de
ese mismo mes, era una liebre que saltó en el camino. Hubiera sido
útil que pensara que era una liebre envenenada, y que de ninguna
manera podría ganarle una carrera a las tortugas
“antiimperialistas”, porque siempre debería contender en una
competencia amañada de antemano.
Los
malos ratos que están pasando ahora los anfitriones colombianos para
organizar el cónclave se los comenzaron a buscar desde meses antes
no solamente ellos, sino todos los gobiernos latinoamericanos y
caribeños, cuando se prestaron, bajo el disfraz de un nacionalismo
arcaico y fuera de lugar, a crear una institución continental, la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC),
excluyendo a Estados Unidos y Canadá.
Con
ese paso demostraron que las interesaba más “la raza” (y no en el
sentido racial precisamente) que la democracia, admitiendo
graciosamente al régimen de La Habana en CELAC, a pesar de su
incompatibilidad ideológica con los principios democráticos,
mientras excluían del cónclave a las dos más sólidas, extensas,
continuas y consistentes democracias del continente. Esas lluvias,
entonces, tienen que ver con los actuales lodazales, y con los que
vendrán.
Lo
que surgió posteriormente en la cumbre del ALBA en Caracas del mes
de febrero, con la exigencia de Rafael Correa de que si no se
invitaba a Cuba a Cartagena los países miembros de la “Alianza
Bolivariana” no deberían participar, no fue una pataleta impensada
del aspirante a caudillo ecuatoriano, sino parte importante de una
estrategia encaminada a hacer volar en pedazos las Cumbres de Las
Américas, intentando un nuevo golpe “antiimperialista”.
Sobre este oscuro designio, la Agencia Venezolana de Noticias cita a
quien define como analista político y director de la revista Siglo
XXI, Luis Bilbao:
“Estoy
convencido que este episodio promovido por el presidente Correa
empieza a ponerle lápida a la Cumbre de las Américas. En el marco
general de una recomposición geopolítica de todo el mundo, el
debilitamiento extremo y la pronta extinción de estas cumbres va a
dar paso a lo nuevo que está apareciendo. No es casual que sea en el
marco del Alba que aparece esta situación”.
No
se olvide que ya en la Cumbre del 2005 en Argentina, bajo al
liderazgo de Hugo Chávez y el hoy fallecido Néstor Kirchner, se
cerraron todas las perspectivas de la Asociación de Libre Comercio
de América (ALCA) y se privilegió el ALBA, mecanismo
“antiimperialista” absurdo e ineficiente, que se mantiene gracias a
los petrodólares que Chávez quita inconsultamente a la nación
venezolana para repartir “ayudas” con marcado interés político,
comenzando por los escandalosos subsidios al régimen de los Castro
en Cuba.
En
la cumbre siguiente, en el 2009 en Trinidad-Tobago, los “duros” del
antiimperialismo no podían apretar demasiado de inicio, pues el
presidente Barack Obama llevaba poco tiempo en el cargo, y haberse
lanzado contra él, sin pretextos suficientes, no convenía a la
agenda de los “bolivarianos”. Eran tiempos en que el impacto mundial
del primer negro norteamericano en la Casa Blanca aconsejaba que
incluso Fidel Castro le diera “una oportunidad” al nuevo presidente
de Estados Unidos.
Por
eso Hugo Chávez, un poco a nombre de esos supuestos herederos del
Libertador, y muy probablemente de manera inconsulta con sus
compinches, obsequió al presidente de Estados Unidos con un ejemplar
del libro “Las venas abiertas de América Latina”, publicado en 1971
por el uruguayo Eduardo Galeano, escritor al que no le falta oficio,
pero que le sobra fantasía y bobería para explicar por que están
abiertas esas venas que menciona. Refiriéndose a ese libro y Casa de
Las Américas, el propio Galeano señaló:
“Recuerdo como escribí Las venas abiertas...
para llegar a tiempo al concurso literario. Tanto esfuerzo y perdí
en el certamen”.
Entiéndase bien: intrínsecamente no hay nada malo en el gesto de
regalar un libro al presidente Obama. Lo vergonzoso es que el
presidente venezolano, y muchos de sus colegas continentales,
regalando tal libro, se creen campeones de la ironía y las
sutilezas, pretendiendo sonrojar con su acción al mandatario
norteamericano.
El
regalo del libro al presidente norteamericano, naturalmente, no
sirvió para nada de lo que pretendía el presidente Chávez, pero
permitió al escritor aumentar sus ventas exponencialmente en el
sitio digital “Amazon”.
Lo
que fascina a las ilustres señorías latinoamericanas y caribeñas, y
embelesa a la “intelectualidad” política del siglo XXI, encabezada
por los Castro, Chávez, Correa, Evo Morales y Daniel Ortega, son
frases como las siguientes en el mencionado libro:
“Es América Latina la región de las venas abiertas. Desde el
descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha transmutado siempre
en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha
acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder”.
Tales líderes mediocres, estadistas de tercera categoría, y sus
obcecados seguidores, creen verdaderamente que las culpas de todas
las miserias, dificultades, frustraciones y atrasos de América
Latina y el Caribe son, históricamente, primero de “los
conquistadores” y después de “el imperio”. Algunos, como los
hermanos Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega, lo
declaran abiertamente, ante la complicidad silenciosa de otros que
no se atreven a decirlo públicamente, pero que internamente admiran
a los “duros” cuando lo dicen. Continuar leyendo en
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