Como embajador en La Habana en la época Moratinos (2004-2009), usted defendió una política de diálogo y recomposición de lazos con el Gobierno cubano. ¿Mereció la pena? ¿Correspondió Raúl Castro?
Parece que me pregunta sobre una historia de amor. No me extraña pues algunos españoles ideologizados se plantean la relación con Cuba en términos de amor u odio. Ahora bien, una política exterior no se puede definir así.
¿Cómo se define?
Ante todo es una cuestión de intereses. Y definir intereses consiste en saber lo que quieres, lo que puedes y lo que no puedes. Es decir, consiste en entender por dónde pueden ir las cosas.
¿Por dónde puede ir Cuba?
Pueden tomar dos direcciones. Una es la auto-transformación primero económica y después política del régimen actual, con cuidado de preservar activos tan valiosos como son una población formada, sana y con las mujeres equiparadas a los hombres. La otra dirección es el derribo del régimen actual, caiga quien caiga dentro, para luego reconstruir con gente de fuera.
¿Qué cree que prefieren los cubanos?
Los cubanos saben lo que acabo de decir. La gran mayoría de los cubanos de la isla desean la auto-transformación pacífica del régimen. Además de esta mayoría, también hay, por un lado, una minoría poderosa que se resiste a los cambios y, por otro, un puñado de personas que reclaman la liquidación del régimen aunque resulte violenta. Apoyando a estos últimos está un tercio de los cubanos de Miami, que son muy influyentes en Estados Unidos.
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