Foreign Policy/ Manuel Pérez Bella
Todo sigue igual pero algo ha cambiado en Brasilia. La llegada al
poder de Dilma Rousseff ha significado un ligero viraje en las
relaciones con los vecinos suramericanos, que ven con recelo las
aspiraciones hegemónicas de Brasil y echan de menos los agrados y el
trato personal que partía de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.
En su primer año en el poder, Rousseff ha seguido las grandes líneas
de la diplomacia de Lula, su padrino político, basadas en la búsqueda
de una mayor cooperación en el eje sur-sur con fuerte acento
suramericano, pero ha imprimido su estilo propio, más pragmático y más
reservado, que ha disgustado a algunos socios. Poco amiga de los
discursos, de la parafernalia de las visitas oficiales y de los abrazos
con los colegas latinoamericanos, Rousseff disminuyó la agenda de
viajes al exterior, que con Lula adquirió un ritmo frenético y llevó al
carismático líder sindical a pasar en el extranjero casi un año entero
de los ocho que duró su mandato. Rousseff se ausentó del último Foro
de Davos y de la Cumbre Iberoamericana del pasado noviembre, lo que se
recibió como un agravio en Paraguay, país anfitrión de la cita.
La Presidenta brasileña también ha acabado con los encuentros
trimestrales que mantenía su antecesor con Hugo Chávez y ha visitado
Venezuela tan solo una vez, coincidiendo con la cumbre fundacional de la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), proyecto
impulsado por Caracas, al que se ha sumado Brasil sin reparos, pero
también sin alharacas. En un mensaje enviado al Congreso el pasado
enero, Rousseff dijo que la creación de la Celac “reafirma el deseo [de
los países de América Latina] de actuar juntos sin tutela externa, con
base en una agenda trazada por la propia región”.
No obstante, es notorio que el pragmatismo y la racionalidad han
sucedido al trato amistoso y personal que cultivaba Lula con el eje bolivariano,
en el que Bolivia y Ecuador no han encontrado hueco en la agenda de
Rousseff. Estos países han perdido también un canal directo de
comunicación con el palacio de Planalto como era Marco Aurelio García,
asesor de la presidencia brasileña que bajo Lula asumía en la práctica
las funciones de ministro de Exteriores con los vecinos
latinoamericanos y ahora encuentra cerrada la puerta del despacho de
Rousseff, que ha decidido a acabar con la bicefalia de la diplomacia y
ha desdibujado la figura de Marco Aurelio.
El Gobierno brasileño también ha tenido ya sus primeros roces con
Argentina por disputas comerciales y ha anunciado que va a renegociar
con México el acuerdo del sector del automóvil firmado en 2002. Todos
son indicios de que Brasilia ha acabado con la generosidad y el
paternalismo que mostró Lula hacia sus vecinos y ahora, aunque continúe
abogando por la integración, parece que va a hacer hincapié en
posicionar a Brasil en un lugar predominante, acorde con el tamaño de
su economía y con sus aspiraciones de convertirse en un actor
geopolítico. En ese sentido, se espera que el Gobierno brasileño retome
este año la política de rearme y modernización de las Fuerzas Armadas,
suspendida en 2011 por las necesidades de la crisis, con la que
pretende destacarse como la potencia militar de la región.
Continúan intactas las aspiraciones de que se incluya al país en la
lista de miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y Rousseff, al
igual que su predecesor, no pierde la oportunidad de expresar esta
demanda a todo mandatario que visita Brasilia. En esta línea se podrían
inscribir los nuevos esfuerzos de acercamiento a China y Estados
Unidos, dos de las dos potencias más reticentes a las reformas en la
ONU que son, a su vez, los mayores socios comerciales de Brasil, lo que
ha llevado a Rousseff a conjugar los esfuerzos para mejorar las
relaciones diplomáticas y económicas con ambos países.
El acercamiento a Pekín es palpable y se siente en el creciente peso
de la corriente comercial y de las inversiones chinas en Brasil,
cuestiones que fueron el tema central de la visita de Rousseff al
Imperio del Centro el pasado abril. Las exportaciones brasileñas a
China se han cuadruplicado desde 2007 y el gigante asiático
se ha convertido de largo en el mayor cliente de Brasil y en uno de los
principales inversores en el país, sobre todo en el sector del
suministro de materias primas. Mas >>
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