lunes, febrero 13, 2012

De la envidia, la delación, la adulación, la humildad y otros rollos morales


 Emilio Ichikawa
A la envidia dejémosla por el momento al costado. Porque es un “mal sagrado”, según dijera María Zambrano en El hombre y lo divino; y una causa de la individualidad, según John Rawls en The Theory of Justice. Así que descarguemos un poco sobre la delación, que es un tema más populachero, accesible.
Sin la delación igual existieran, pero no hubieran funcionado de forma tan desoladora, ni la mitad de nuestras divisiones cubanas. A pesar de contextualistas e historicistas, delatar o no depende de una decisión personal. Como no existe el concepto, tampoco se dominan las causalidades; por eso entre cubanos la meditación sobre la delación se produce a posteriori, y aparece más bien como una averiguación de motivos, casi siempre en sentido apologético o acusatorio. Que son vectores complementarios.
En la escuela revolucionaria se predicó con insistencia que los chivatos o delatores se habían acabado en Cuba después de 1959. Una hipótesis comprensible si se considera lo formalmente próxima que resulta la delación de instituciones morales de la Revolución como son la “combatividad” y la “emulación socialista” (y hoy la batalla anti-corrupción). Las vecindades son tan complejas, que desde la factoría ideológica dominante se popularizó la noción de “falso compañerismo” para contrarrestar precisamente algunas resistencias morales a la delación; por ejemplo, ante el fraude académico.
La eticidad de la sociedad emergida de la Revolución de 1959, el socialismo cubanamente real, hereda también el tópico de la adulación. La adulación tampoco goza de mucho prestigio social en Cuba; su sola sospecha tiene efectos paralizantes porque, por ejemplo, tiene apariencia de admiración desmedida. Adular es una forma insana de rebajamiento y en ello los más jóvenes han sido muy radicales: le llaman “perrear”.  Mas >>

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