Las noticias provenientes de Cuba son maravillosas. Todo es paz y bienestar.
En la isla propiedad de los hermanos Castro y el Partido Comunista Cubano, sin rivales desde hace más de cincuenta años, no hay nada que altere los nervios de los gobernantes. No hay opositores revoltosos votando en contra de iniciativas oficiales, ni ejerciendo contralorías, ni denunciando malos manejos administrativos, fraudes o enriquecimiento ilícito. No hay un Congreso pluripartidista, nadie incordia al Ejecutivo con rechazos de proyectos legislativos, o con leyes desfavorables, con interpelaciones a ministros, juicios políticos u otras estupideces neoliberales como esas.
Es un país en el que no existen disconformes. No hay paros ni huelgas, los funcionarios están permanentemente satisfechos con sus condiciones de trabajo; en las calles no se ven marchas de protesta estudiantiles, “cacerolazos” de amas de casa, de campesinos revoltosos o de profesionales disconformes pidiendo aumento de sueldos. Ni siquiera existen molestos sindicatos como la CUT o el CNT, o de esos que exigen tener derecho a hacerse accionistas de empresas estatales como la Dinac, INC, Acepar o Petropar cubanas.
En la isla, los empleados –todos del Estado– de los aeropuertos, de la usina eléctrica, de la petrolera, de los servicios de salud, no tienen necesidad de sindicato; los campesinos no saben ni necesitan de organizaciones del tipo FNC o MCNOC; los estudiantes, siempre satisfechos con el Gobierno, no protestan por nada. Todo funciona a las mil maravillas. No tienen de qué preocuparse, el Estado marxista se encarga de velar por ellos. Es también el Estado, preocupado, el que establece cuál es la función de cada uno en la sociedad, qué se espera de cada quien, qué debe hacer o estudiar y cuánto debe ganar, porque el Estado es el único que sabe cómo aplicar la fórmula maravillosa del catecismo marxista: “de cada quien según su capacidad y a cada quién según su necesidad”.
Para sus gobernantes, Cuba es propiamente el paraíso socialista tan reiteradamente prometido por la izquierda radical bolivariana.
En Cuba es placentero para el espíritu ver y escuchar los noticieros de los medios de comunicación masiva –todos del Gobierno– porque en ellos las informaciones son siempre agradables, positivas, optimistas. Todo comienza y acaba en el momento y lugar establecidos por el Gobierno.
En la isla nadie recibe más alimentos y productos de uso doméstico de los que les asigna la autoridad, entonces nadie necesita protestar públicamente. Naturalmente, es porque del generoso Estado reciben más que suficiente para el bienestar familiar y la prosperidad futura. Para eso tienen una “libreta” de racionamiento con la que van al “almacén” estatal a retirar los comestibles que les asignaron para el mes.
Es comprensible, entonces, que los cubanos no necesiten rezongar ni organizarse para defender ideas o derechos, pues allí los hermanos Castro hacen funcionar el país como un reloj.
Y si algunos cubanos quieren salir de la isla, el Gobierno les pregunta para qué quieren hacerlo, a dónde piensan viajar, con cuánto dinero, a cuáles familiares dejan en la isla. Si las autoridades están satisfechas, les otorgan el permiso; si no, no se lo conceden, pero siempre lo hacen por su bien, para que no gasten innecesariamente dinero en un viaje del que pueden prescindir.
Seguramente, toda esta belleza fue la que le hizo manifestar a Fernando Lugo cuando visitó la isla que le encantaría que Paraguay fuera como Cuba. “Es un ejemplo a imitar”, dijo, y debe estar siendo muy sincero. Imagínense nuestros amables lectores lo feliz que viviría Lugo en un Paraguay sin sindicatos ni gremios de obreros activos y protestatarios, ¡sin partidos opositores!, sin Feprinco, sin Unión Industrial, sin Asociación Rural, sin protestas estudiantiles y de otros grupos sociales, ¡sin indígenas!; sin obstáculos y molestias provenientes del Congreso, con jueces y magistrados “de la casa”, con elecciones decididas de antemano en el partido único, dentro de la línea política única.
Pero no solo Lugo; ¿qué gobernante latinoamericano no estará envidiando a los hermanos Castro y a su paraíso?
En la isla propiedad de los hermanos Castro y el Partido Comunista Cubano, sin rivales desde hace más de cincuenta años, no hay nada que altere los nervios de los gobernantes. No hay opositores revoltosos votando en contra de iniciativas oficiales, ni ejerciendo contralorías, ni denunciando malos manejos administrativos, fraudes o enriquecimiento ilícito. No hay un Congreso pluripartidista, nadie incordia al Ejecutivo con rechazos de proyectos legislativos, o con leyes desfavorables, con interpelaciones a ministros, juicios políticos u otras estupideces neoliberales como esas.
Es un país en el que no existen disconformes. No hay paros ni huelgas, los funcionarios están permanentemente satisfechos con sus condiciones de trabajo; en las calles no se ven marchas de protesta estudiantiles, “cacerolazos” de amas de casa, de campesinos revoltosos o de profesionales disconformes pidiendo aumento de sueldos. Ni siquiera existen molestos sindicatos como la CUT o el CNT, o de esos que exigen tener derecho a hacerse accionistas de empresas estatales como la Dinac, INC, Acepar o Petropar cubanas.
En la isla, los empleados –todos del Estado– de los aeropuertos, de la usina eléctrica, de la petrolera, de los servicios de salud, no tienen necesidad de sindicato; los campesinos no saben ni necesitan de organizaciones del tipo FNC o MCNOC; los estudiantes, siempre satisfechos con el Gobierno, no protestan por nada. Todo funciona a las mil maravillas. No tienen de qué preocuparse, el Estado marxista se encarga de velar por ellos. Es también el Estado, preocupado, el que establece cuál es la función de cada uno en la sociedad, qué se espera de cada quien, qué debe hacer o estudiar y cuánto debe ganar, porque el Estado es el único que sabe cómo aplicar la fórmula maravillosa del catecismo marxista: “de cada quien según su capacidad y a cada quién según su necesidad”.
Para sus gobernantes, Cuba es propiamente el paraíso socialista tan reiteradamente prometido por la izquierda radical bolivariana.
En Cuba es placentero para el espíritu ver y escuchar los noticieros de los medios de comunicación masiva –todos del Gobierno– porque en ellos las informaciones son siempre agradables, positivas, optimistas. Todo comienza y acaba en el momento y lugar establecidos por el Gobierno.
En la isla nadie recibe más alimentos y productos de uso doméstico de los que les asigna la autoridad, entonces nadie necesita protestar públicamente. Naturalmente, es porque del generoso Estado reciben más que suficiente para el bienestar familiar y la prosperidad futura. Para eso tienen una “libreta” de racionamiento con la que van al “almacén” estatal a retirar los comestibles que les asignaron para el mes.
Es comprensible, entonces, que los cubanos no necesiten rezongar ni organizarse para defender ideas o derechos, pues allí los hermanos Castro hacen funcionar el país como un reloj.
Y si algunos cubanos quieren salir de la isla, el Gobierno les pregunta para qué quieren hacerlo, a dónde piensan viajar, con cuánto dinero, a cuáles familiares dejan en la isla. Si las autoridades están satisfechas, les otorgan el permiso; si no, no se lo conceden, pero siempre lo hacen por su bien, para que no gasten innecesariamente dinero en un viaje del que pueden prescindir.
Seguramente, toda esta belleza fue la que le hizo manifestar a Fernando Lugo cuando visitó la isla que le encantaría que Paraguay fuera como Cuba. “Es un ejemplo a imitar”, dijo, y debe estar siendo muy sincero. Imagínense nuestros amables lectores lo feliz que viviría Lugo en un Paraguay sin sindicatos ni gremios de obreros activos y protestatarios, ¡sin partidos opositores!, sin Feprinco, sin Unión Industrial, sin Asociación Rural, sin protestas estudiantiles y de otros grupos sociales, ¡sin indígenas!; sin obstáculos y molestias provenientes del Congreso, con jueces y magistrados “de la casa”, con elecciones decididas de antemano en el partido único, dentro de la línea política única.
Pero no solo Lugo; ¿qué gobernante latinoamericano no estará envidiando a los hermanos Castro y a su paraíso?
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