Lo que nos propone Benemelis se inscribe en la concepcion de la Fuzzy Logica [Logica Difusa o Borrosa] propuesta por primera vez por Lotfi Zadeh en 1965 en su Fuzzy set theory donde el patron de comportamiento determinista causa-efecto es reemplazado por la inferencia difusa. Si para realidades inmediatas es aun posible continuar aplicando el modelo aristotelico tradicional, su aplicacion a sistemas complejos conduce a dramaticos errores logicos.
Juan F. Benemelis
Quizás sea cierto el comentario atribuido a José Lezama Lima, de
que Cuba es un país frustrado en lo político. Lo cierto es que
analizar las circunstancias políticas y sus consecuencias
siempre termina en la frustración, a no ser que se tengan de
antemano visiones pre-hechas; o que, quien se lanza a tal
aventura, con arrogancia, ya tenga previsto el escenario y su
solución.
Mapa de las zonas de incertidumbre del campo magnetico de la Via Lactea. Imagen: Max Planck Institute for Astrophysics |
Eugenio Yáñez me lanzó a una aventura, al pedirme que escribiera
sobre el exilio, la oposición, el régimen, el tablero actual,
las piezas de dominó en juego, y demás. Digo aventura porque ya
todas las posiciones están ocupadas… es decir, tanto el régimen,
como la oposición interna, como el exilio, como la Moncloa, como
el Departamento de Estado, como Miraflores, como el Kremlin,
como la Calle 8, como los think-tanks de la Universidad de Miami
y de la Universidad Internacional de la Florida, todos, todos
“saben” y están “convencidos” de cuál es la estrategia correcta,
de cómo va a concluir el entuerto habanero, de quién está
equivocado, etcétera, etcétera, etcétera.
Veamos por partes.
Como dije en una oportunidad anterior: el sino de Cuba se
mantiene… el de estar siempre disputada por los grandes poderes
hegemónicos del momento. En su caso, por Estados Unidos, por su
cercanía geográfica y el peso de los cubanos en Estados Unidos.
Poco se ha analizado hasta qué punto el absolutismo y la
intolerancia conforman el legado cultural, político, y el
carácter despótico vigentes hoy en la psiques individual y
colectiva de la inmensa mayoría del pueblo cubano.
Opinaba el novelista cubano
Severo Sarduy que el absolutismo ideológico que caracteriza a
los cubanos proviene en gran parte “de la España
torquemadesca, represiva, fascinada por la humillación y la
muerte”.
Pero esa España “torquemadesca” no era represiva en el vacío,
sino en un contexto histórico específico, dentro de parámetros
que la revelan como una humanidad socialmente racista,
sexualmente misógina, políticamente masculinista, y
teológicamente patriarcal.
Por ello, Cuba no resulta una nación lograda.
Luego de perder significado estratégico para Washington a partir
de la disolución del bloque soviético, el país ha quedado
abandonado a su suerte política, a merced de los embates
provenientes de la oposición y al manejo indiscriminado de la
represión.
Se ha debatido si para derrocar a los Castro la lucha
guerrillera ya es impracticable, y si las acciones y sabotajes
son una dilución; si el lobby en Washington es un
laberinto sin salida; si el diálogo resulta una parodia; si la
resistencia pasiva es una ilusión; si la presión internacional
es una quimera; si el abandono voluntario del poder por los
Castro es el sueño de una noche de verano; y si el tiranicidio
está imposibilitado por su impenetrable guardia pretoriana.
Concedamos a los cubanos el haber sostenido la oposición a
ultranza en décadas, intentando casi todas las recetas del
laboratorio político: desde la lucha armada y el tiroteo costero
hasta el diálogo y las tácticas “ghandianas”; el gardeo a
presión sobre los funcionarios norteamericanos, europeos y
latinoamericanos.
El bombardeo radial sobre la Isla; el diluvio de libros,
publicaciones y conferencias internacionales sobre el castrismo;
las acusaciones de violaciones de derechos humanos en organismos
internacionales; el piqueteo constante; las flotillas; el
rescate de los balseros; las
muestras de rebelión
popular contra el estado; los apedreamientos de edificios y
ómnibus; los motines.
Cuba ha pasado de la autocracia caudillista a la dictadura
colegiada, con sectores de la tecnocracia leales al proyecto
neo-castrista. El proyecto del raulato no se enfoca al
desarrollo de la economía nacional, sino simplemente a su
racionalidad para garantizar la subsistencia. No se busca una
real economía mixta con dos sectores, uno estatal y otro
privado.
El raulismo ya no aborda los problemas sociales, lo que
profundiza los conflictos raciales y de clase. El dilema es el
poco tiempo biológico de esta gerontocracia, la escasez de
recursos financieros, y un horizonte internacional cada vez
menos favorable.
Algunos
opinan que el régimen permanece estacionario y, por tanto, es
mejor compartir la caza con el cazador, que ser cazado; o que,
concediéndole las alternativas, Castro puede optar por una
neutralidad reformista de la que pueden obtenerse beneficios.
Una de las
escuelas predominantes es la de observar y esperar, para
salvaguardar la integridad del territorio ante el zarpazo
imperial, y proteger vidas humanas. Para otros, la armonía que
proyectan los medios masivos del régimen es proporcional a las
dimensiones del estallido postcastrista, ya que el dilema moral,
social, económico y político es de tal magnitud que concurren
todos los ingredientes para una espantosa catástrofe nacional.
La agenda política de casi todos los movimientos opositores
contempla una solución nacional pacífica, y pese a que sus
actividades están confinadas a pequeños cónclaves privados y sus
demostraciones públicas son desbaratadas de inmediato, sostienen
una amplia red de contactos con organizaciones o
individualidades del exilio cubano, con gobiernos y funcionarios
extranjeros, y con instituciones internacionales.
Pese a que se hallan frente a un clan agresivo, primitivo y
sitiado, su membresía se multiplica en universidades,
sindicatos, círculos periodísticos y religiosos, de forma tal
que es imposible para el régimen destruirlos, porque ya es más
experimentada e inteligente y está dispuesta a soportar
cualquier riesgo. Así, Cuba cuenta con una oposición doméstica
extensa y militante.
Las medidas de mantener el embargo, las restricciones
financieras, la congelación de créditos y todo lo que conlleve a
que el régimen habanero no logre un respiro, tienen como
objetivo crear una situación interna insostenible que provoque
confrontaciones, ya fuese pueblo-gobierno, élite-elite,
etcétera.
Estas medidas no le propiciaron el respiro que tuvo dentro del
bloque soviético, digamos, Polonia, Hungría o Yugoslavia. Le
impidieron consolidar la élite como clase. En el caso de Corea
del Norte, lo tiene arrinconado, y en el de África del Sur,
provocó la caída del Apartheid. Digamos que hubo inefectividad y
efectividad, enlenteciendo y dificultando planes y objetivos.
Eso se hizo evidente en los esporádicos lapsos en los cuales
Castro tuvo un cierto acceso a los mercados crediticios
internacionales, 1972-1976, con un resultado relativamente
visible en la economía.
En todo ello, hay razón.
Los (vamos a calificarles de alguna manera) “aperturistas”
argumentan que la “línea dura” (¿lo es en realidad?) lo que
hecho es lesionar a la población, que la élite no se afecta con
tales medidas, y que ello juega con la retórica castrista.
También aducen que tal cosa posibilitó por largo tiempo a La
Habana presentarse como una víctima de Washington-Miami,
paralizando cualquier intento de condena internacional.
En todo ello, también hay razón.
Los “aperturistas” consideran que cambiar totalmente de
estrategia, levantar el embargo, promover la avalancha de viajes
y las remesas de los familiares desde Estados Unidos y otros
países, crearía un estado de ánimo diferente en la población,
actualmente acogotada represiva y económicamente. Y que sólo en
un escenario como tal puede promoverse la sociedad civil
independiente capaz de retar al régimen, equipada con los medios
de comunicación de vanguardia.
Amén de que sería más fácil la ayuda a la oposición, pues no se
podría enarbolar que son “peones del enemigo”, pues el enemigo
norteamericano dejaría de serlo para convertirse en el amigo
abastecedor. Con ello se estaría en las puertas de la
transición.
Cuando se piensa así, parece que es una posición loable.
Asimismo, apuntan que ya existe una visión generacional
diferente… que la confrontación régimen habanero-con quien
fuere, no debe conllevar el sostener la relación del cubano de
afuera con sus familiares de adentro. Es cierto que quienes
llevan o envían ayuda a sus familiares en Cuba de cierta manera
le ofrecen una oportunidad al régimen de aprovecharse de parte
de tales recursos. Es cierto también que lo contrario es hundir
en una mayor depauperación al familiar.
¿Qué sucede aquí? Los tirios piensan que el régimen se desploma
en cualquier momento, sobre todo mientras más se le apriete, y
por tanto, el acto de enviar o llevar recursos dilata el final.
Los troyanos, y los pobladores isleños, están convencidos de que
el régimen no se cae, que los americanos nunca van a llegar, y
que el exilio no va a derrocar a La Habana. Por lo tanto, hay
que ocuparse de los seres queridos.
Ambos podrían tener razón, pero pueden estar equivocados.
Los troyanos consideran que tal cosa consolidaría más aún al
régimen, pues significaría entradas financieras para sus vacías
arcas. Y que mientras tengan el control represivo en sus manos,
nada sucederá. Amén del hecho ético-filosófico de contemporizar
con un régimen que viola constantemente los derechos humanos.
Y hay una gran porción de verdad en tales planteamientos.
Hace más de un siglo, de Albert Einstein para acá, la fórmula
“causa-efecto”, que de la física había saltado al análisis
histórico y político, quedó desahuciada, demolida por la
incertidumbre cuántica, por el caos. Sin embargo, es increíble
que se mantenga como el instrumento de análisis político, tanto
de los analistas profesionales como de los de café-con-leche. Si
hacemos tal cosa, resultará lo otro…
Y esto corresponde tanto a quienes abogan por un cierre a cal y
canto alrededor del régimen habanero, como quienes apuestan a
que la talanquera se abra totalmente. Como a quienes se apuntan
al “no hagan olas”.
Los tirios, o la auto-calificada (osadía) “línea dura” siguen el
mismo esquema. Apretemos y aquello se desploma. Los troyanos,
“aperturistas”, están en el mismo camino: abramos y aquello se
desploma.
¿Cuál es, a mi modo de ver el Perogrullo? ¿Y, adonde conduce
todo mi análisis? Pues a lo siguiente: ninguna de las posiciones
tiene la verdad absoluta en sus manos. Abriendo puede provocarse
el desplome o la consolidación. Cerrar puede desplomar o
consolidar. Parapetarse en el Palacio de la Revolución,
ejerciendo control informativo y represión puede prolongar por
otra generación al castro-socialismo, como también lo puede
evaporar en 24 horas.
Las transformaciones sufridas por el mundo político a lo largo
de las últimas décadas, principalmente, han replanteado nuestro
sentido del análisis político y de la historia.
Hay hechos pequeños que pueden desviar el curso de los
acontecimientos. Las decisiones políticas y económicas que se
toman desde el Estado, deciden el curso inmediato… por eso,
pueden ser decisiones X o Y, y entonces tendríamos
realidades diferentes. Tanto las ciencias, como las humanidades
u otras disciplinas han demostrado la inconsistencia de tales
postulados.
Así, la Revolución Cubana se produjo por un solo fenómeno: la
persona, aspiración y deseo de Fidel Castro, el cual implementó
un derrotero muy específico, muy de lo que pensaba hacer, a la
historia reciente de Cuba. De haber muerto Fidel Castro en El
Moncada, o en alguna refriega universitaria, o si hubiera
logrado el asiento senatorial que le solicitó a Fulgencio
Batista, sin dudas tendríamos un escenario totalmente diferente.
Nadie pensaba que el sólido bloque soviético se esfumaría en un
par de años. La caída del muro de Berlín, la derrota del llamado
socialismo real, la redefinición de las fronteras nacionales, la
universalización de patrones culturales y éticos, decretaron la
muerte de la utopía.
Karl Marx, Frederick Engels, Antonio Gramsci, Lucien Goldmann, y
otros “ideólogos” han sido gradualmente condenados al sarcófago
de las momias.
Podemos, a la memoria, enumerar también los siguientes: el
fracaso de todas las revoluciones en el Tercer Mundo; el cambio
demográfico en la Isla llevando a la población negra y mulata
como mayoría lo que ilegitima “por color” a la élite actuante;
la transformación de Cuba en el país económicamente más pobre de
América Latina, al nivel de Haití.
La histeria en la década de los ochenta de que Japón estaba en
vías de desbancar económicamente al resto de los imperios
tecno-económicos, no pasó de la histeria.
¿Quién en su sano juicio auguraría que el team olímpico de lucha
de Bulgaria acapararía el poder al inicio de la sucesión? ¿Quién
conocía a Václav Havel una semana antes de las manifestaciones
en la Avenida Wenceslao?
¿Qué analista o político previó la carnicería entre serbios y
croatas, entre serbios y herzegovinos? Ni que China se
convirtiese en el taller del planeta. Y mucho menos que la
economía mundial entrase en una crisis general en el 2008. Tres
meses antes de su elección como presidente, quien apostase por
Barack Obama estaba chiflado.
En dos días, luego del atentado en Atocha, Zapatero pasó del
sótano electoral a La Moncloa. Los intransigentes guerrilleros
salvadoreños hoy son juiciosos congresistas, y los “demócratas”
iraquíes van en vías de transformarse en facciosos tribeños
religiosos. Los encarnizados enemigos afganos, talibanes y
gobierno, se dan la mano por debajo de la mesa.
¿Quién iba a imaginar que los líderes del Kuomintang y del
Partido Comunista Chino en algún punto se iban a sentar
civilizadamente a planificar cooperación, participación, cuando
entre ambos existía un océano de sangre de millones de muertos?
¿Quién iba a pensar que el exilio armenio y la oposición interna
armenia, que tanto habían luchado de conjunto, para lograr la
transición del comunismo, iban a ser enemigos encarnizados?
El descubrimiento y explotación de los yacimientos petroleros en
el Golfo de México introduce un elemento estratégico que puede
variar cualquier cuadro concebido hasta el momento. Ello
introduce variables manejadas fuera del alcance económico y
político de los opositores de Castro y de las fuerzas favorables
a la transición a la democracia y una economía de mercado, tanto
en la calle como en la nomenklatura de intramuros.
Aquí tenemos que incluir al régimen habanero.
Pero la élite en el poder en La Habana tiene una noción
equivocada de la Historia; piensa que de todas maneras tenía que
producirse la revolución, que ellos encarnan. De ahí que no se
preocupen de aquellos “pequeños detalles”, al menos los
visibles, que podrían hacer girar abruptamente la pendiente por
donde se desliza el proceso cubano.
El castrato piensa que tiene la situación bajo control y la
sucesión en el bolsillo; que para asegurar el pase de batón aún
tienen que mantener el control de la información y aplicar la
represión cuando se requiera. Y, apuestan a que un “aterrizaje
suave” reformista y ciertas aperturas en el mundo cultural
permitirán que los futuros cuadros dirigentes, se consoliden.
El raulato está probando un sinnúmero de modelos estructurales.
Pero el punto neurálgico no radica en el tipo de modelo
organizativo, y esto es válido para cualquiera de los sistemas
económicos a aplicar, incluido el libre-cambio, el capitalismo
regulado, el capitalismo de Estado, el socialismo utópico, el
socialismo de mercado, etcétera.
El punto nodal reside en si cualquiera de los modelos estimula o
no al productor, si logra crear un mercado interno autónomo del
Estado, si consigue que el individuo se sienta realizado
psíquica y espiritualmente en tal entorno. El mantener sin
estímulo al productor cubano, de hecho plantea un elemento que
abre pocas opciones y ramales de futuros.
Se habla de si la actual élite tiene tiempo o no para superar
tal crisis, si cuenta con el apoyo internacional suficiente para
la canasta básica, si puede desatar las “fuerzas productivas”
internas. Habría que preguntarse entonces, ante tal evidente
ecuación, si la actual élite raulista es insensible ante el
cubano de a pie, o si es obtusa en sus “principios” de los años
sesenta del pasado siglo, o si sencillamente es la más incapaz
que ha regido a Cuba desde que Colón la descubrió.
En la historia cubana futura no puede predecirse que prevalezca
una transferencia al segundo escalón de la nomenklatura, una
intensa lucha del poder tras los hermanos Castro, o un
pronunciamiento militar, o lo menos considerado: un estallido.
Depende de los factores que estén presentes en cada momento y
que pueden distorsionar este cuadro.
Navegan en una situación de crisis, convencidos que ella se
sortea si dan los pasos correctos desde la atalaya del poder. A
esto sólo podemos señalar que tal criterio fue lo que provocó la
evaporación, de un día para otro, del aparentemente sólido
bloque soviético.
Se ve que no califican como políticos, pues aún se aferran a la
lógica cartesiana de causa-efecto. No reparan en imponderables,
cuando es ya imprescindible ver lo político desde el
incongruente concepto de la incertidumbre.
Resultará imposible para cualquier administración de Estados
Unidos superponer consideraciones éticas, filosóficas o morales
por encima de sus intereses nacionales y estratégicos. El dilema
entre petróleo y oposición jamás se plantearía por quienes
asumen la implementación de una política petrolera hacia Cuba.
Cuba exhibe hoy día la patología del imperio al cual perteneció,
y es un museo viviente de los males que aquejaron el ex bloque
soviético que incluye desde una moneda inservible,
conversaciones telefónicas grabadas, colas interminables,
estantes vacíos, edificios ruinosos, hasta la prostitución de
adolescentes por baratijas foráneas.
Uno de esos insignes enigmas contemporáneos es el por qué el
castrismo, con sus cárceles atiborradas, y su pueblo
depauperado, fue el único proceso de la familia soviética que
capturó la imaginación de los radicales y la izquierda chic
occidental, y del puñado de marxistas transformados en viudas
ideológicas tras la desaparición del sistema soviético.
La traba radica en la nulidad gerencial del estado y la tozudez
de los Castro, pues la isla posee los recursos naturales,
humanos calificados, y la infraestructura mínima, para sustentar
una población dos veces mayor que la actual, y sin razón para la
miseria.
La élite cubana sabe que ante cualquier cambio pierde sus
prerrogativas, ya que una vanguardia marxista en el poder no
puede conformarse en estado democrático y pluralista, como
ilustra el aleccionador ejemplo del bloque soviético. Allí,
donde la decadencia del sistema avanzó demasiado y la
nomenklatura no prevaleció ante la democratización, la población
abandonó al Estado benefactor por las incertidumbres de una
sociedad de consumo en cuanto tuvo la libertad de opción.
En manos de Castro y de sus desorientados leales, ahora sumidos
en la orfandad ideológica, sin disyuntivas y con un entorno
geográfico en democracia, se encuentra el futuro de un país en
agonía secuestrado por una burocracia militar.
La renuencia al cambio acentúa precisamente el consenso general
por un cambio.
Por eso, los Castro tratan de preparar mentalmente a su élite
para una tenaz resistencia, sin importar costos humanos, para
que llegado el caso, sepa valerse de la violencia; por eso no
autentica a la oposición política del patio: para impedir que se
combinen la presión externa con grupos internos.
Pese a todas las vueltas que se le dé, Cuba concluirá en un
sistema democrático, cuyas características (neo-liberal,
social-demócrata, economía mixta, parlamentario, congresista,
transición de terapia de shock estilo Polonia, economía
dual estatal y privada a la China, privatización paulatina,
etcétera) dependerán de las corrientes y partidos políticos que
se conformen en la Isla.
No se puede forzar la aplicación de tales modelos desde ahora
como si éste o aquél fuese el perfecto o el salvador.
No se sabe si Cuba continuará su eterno ciclo de caudillos
ungidos por las masas, de auto-próceres salvadores de la patria,
de capillas promotoras de revoluciones, de la violencia como el
instrumento fundamental del cambio y de la solución de las
querellas políticas.
Es cierto que se está en presencia de una población para quien
el futuro es incomprensible y donde lo válido es sólo el
presente. Pero el deslizamiento de Cuba a un final sórdido
continúa, y ni el propio Raúl Castro es capaz de contener el
colapso de la sociedad utópica propugnada por el
marxismo‑leninismo, que se mantiene gracias a la represión
política, moral, económica y policial.
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