Cuba y los fusilamientos

 

En el sitio de Ichikawa

Por Arnaldo M. Fernández

Un artículo desempolvado de Guillermo Cabrera Infante (GCI): «Somos actores de una historia increíble» (Revolución, enero 16 de 1959), saca de nuevo al ruedo de la discusión los fusilamientos en Cuba con la misma carga emocional desbalanceada. El pasaje incisivo de aquel artículo reza: «¿Es que la relevancia de los fusilados es tal que rebasa las fronteras y el océano? ¿Es que políticos perdidosos caen bajo las balas del pelotón de fusilamiento? Nada de eso. Es un simple caso de justicia, de la más elemental e inmediata. Los fusilados son connotados criminales; sus crímenes han sido cantados por ellos mismos; un pueblo de siempre sentimental no ha movido un dedo para impedir que sigan los ajusticiamientos; hasta los familiares de los ajusticiados saben que se obra con espíritu de honradez».

El dardo crítico entra fácil por el lado flaco del ejercicio periodístico: para justificar una tesis tan fuerte como «hasta los familiares…», GCI tenía que haber recogido sus testimonios y darlos con nombres y apellidos. Tales fallas del oficio aquejan incluso a los críticos de GCI, que hilvanan su nombramiento de «delegado en el Instituto de Cultura» —anunciado en Revolución el 17 de enero de 1959— como consecuencia lógica del artículo publicado la víspera. Semejante razonamiento es caso ejemplar de la falacia cum hoc ergo propter hoc: dos acontecimientos en sucesión no implican relación de causa-efecto.

El quid de la discusión estriba en si aquellos fusilamientos de 1959 obedecían o no al sentido de justicia «más elemental e inmediata» (o si se quiere de venganza conforme a la pauta bíblica de «ojo por ojo»). Solo el análisis casuístico arrojaría quiénes fueron fusilados sin ser criminales y cuáles ajusticiamientos no fueron justos, pero las banderías encontradas del problema cubano suelen despachar al bulto los fusilamientos del castrismo: de su lado todos fueron justificados y del bando contrario, asesinatos brutales.  Mas >>