Desde el sitio de Ichikawa
Emilio Ichikawa
Parte de la opinión pública cubana considera que el gobierno, en cuanto al objetivo de sus reformas, ha sido impúdico. Exhibicionista. Y que la Iglesia Católica, en cuanto a su movida política, ha actuado con demasiado recato.
Respecto al primero, pues se puede entender (es obvio) que un grupo en el poder haga cambios precisamente para mantenerse en el mismo y no para lo contrario. Pero cabrea demasiado, y es incluso de mal gusto, que el objetivo salte tan descaradamente a la vista. También puede comprenderse que el Cardenal Ortega pulsee con Castro a favor de su institución; lo que sucede es que en la cancha católica la gente solo tiene acceso a la pizarra, al “score”, sin ver pasar las jugadas ni siquiera en cámara lenta.
Pero no solo en temas de política mundana la Iglesia Católica se ha manejado con discreción. También lo ha hecho en la conducción de algunos procesos -exitosos o no- para subir a los altares a figuras nacionales. Es un hecho que las beatificaciones y santificaciones que han considerado las autoridades católicas cubanas no han saltado suficientemente -como en España, por ejemplo- al ámbito del debate nacional. Y se entiende.
Digo que es una discreción (censura) que se comprende por el estado de irritación nacional (de “impiedad”) que se percibe en el debate cubano público; quizás catalizado por una condición esquizo que combina la experiencia de quietud semisecular, con la de constante cambio semanal; o diario. Leer la prensa cubana disponible lo convierte automáticamente en heracliteano, en bicéfalo, porque en ella coexisten como representaciones una Cuba satisfecha y otra en zafarrancho de combate. Yo leo las dos, y estoy en cada una de las dos por completo; diría San Agustín, enloquecido.
El componente de “incredulidad” que esta situación supone, hace a la “opinión” cubana automáticamente resistente, por carencia o lesión de Fe, al acápite del “milagro”; que es sobre el que me interesa charlar en este momento. Mas >>
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