lunes, enero 30, 2012

Cuba, el papado y los Castro


 
LaRazon.es/Carlos Abella
Cuba espera la segunda visita de un Papa a la isla caribeñaDel 26 al 28 de marzo próximo se anuncia una visita pastoral de Benedicto XVI a Cuba, siguiendo así las huellas del inolvidable viaje a la isla castrista de su antecesor, Juan Pablo II, en  1998. Muy mal tienen que estar las cosas para que el nuevo Castro, fraterno sucesor en la gerontocracia castrista, tenga que recurrir igualmente al Papado para abrir de nuevo una ventana al mundo al socaire del palio pontificio. De aquella histórica visita de Juan Pablo II, quedaron las frases  papales: «Que el mundo se abra a Cuba», dijo  el  llorado Papa, y el mundo se abrió; «Que Cuba se abra al mundo»,  pero  Cuba siguió encerrada en su revolución y el fidelísimo jerarca la dio en herencia a su hermano Raúl.

Verdad es que Juan Pablo II consiguió algunas importantes bazas entonces. Efectivamente el comandante se avino a restaurar la Navidad; a liberar a unos cuantos presos –la mayoría delincuentes comunes, no presos políticos–; a permitir la apertura de un seminario, el restablecimiento de algunas parroquias y poco más. Se dijo sin embargo que la Iglesia había ganado «un espacio religioso», lo cual dadas las circunstancias anteriores no dejaba de ser muy importante; pero el longevo Fidel había conseguido que el Papa condenara el llamado «embargo» norteamericano– aducido argumento castrista culpable de todos los males cubanos– y el comandante se había quedado además con unas nuevas credenciales internacionales que serían refrendadas por la siguiente visita oficial del Rey de España.

Al mínimo detalle
Yo recuerdo muy bien la preparación de aquella visita del animoso Juan Pablo II. El Vaticano no dejó detalle sin verificar. El entonces secretario para las Relaciones con los Estados, hoy cardenal Tauran, visitó la isla y fue recibido por el jerarca, lo mismo que el cardenal Etchegaray y Joaquín Navarro Vals, el portavoz de la Santa Sede, quien estuvo en audiencia con Castro más de seis horas  consiguiendo la acreditación de cientos de periodistas internacionales.  Yo intuía que después de la visita del Papa no habría excusa para negar la otra ansiada visita del comandante, la del Rey de España. Me entrevisté con el entonces subsecretario de Relaciones internacionales, monseñor Celestino Migliore quien me confirmó que el gobierno cubano se esforzaba en presentar la visita pastoral como una «visita de Estado», y, conociendo el poder de la imagen, insistían en encuentros personales a nivel oficial  entre el Papa y el comandante. Mi preocupación se la expresé también al cardenal Etchegaray en el acto de despedida en el aeropuerto al Papa. Me contestó que todo estaba bien atado y que no había ningún motivo de preocupación. No  fue así.

Ya en el discurso  de  bienvenida en el aeropuerto el comandante hizo un ataque directo a España y a su obra en América. Fue una sorpresa y la primera transgresión de lo acordado. Como se sabe, los discursos en las visitas oficiales son pactados de antemano, pero Fidel cambió el suyo a su gusto y manera. Y ante la protesta que a requerimiento del Gobierno del presidente Aznar presenté a monseñor Tauran, la Santa Sede prometió una reacción, pero al Papa sólo se le permitió, a puerta cerrada y ante algunos profesores universitarios, salir en defensa  de la obra civilizadora de España en América.

Nada me extrañaría, por tanto, que ahora, en la visita de Benedicto XVI ocurriese algo parecido. El «hermanísimo» Raúl tiene enormes dificultades económicas y políticas. Las tímidas aperturas por él iniciadas de poco han servido. El  pueblo cubano  sigue teniendo hambre de pan y frijoles y sed de libertad y justicia. Las famosas «damas de blanco» irritan a los Castro con su  continuo recuerdo de los presos políticos y disidentes encarcelados que  mueren en huelgas de hambre, como Orlando Zapata en 2010 y recientemente Wilmar Villar. Como siempre los Castro acusan a los disidentes políticos de «mercenarios norteamericanos» y siempre hay algún tonto que se lo cree.

Y como siempre también, cuando una de estas muertes ocurre, los Castro alargan su mano a la Iglesia. Lo hicieron cuando la muerte de Zapata y para calmar los ánimos lograron convencer al cardenal Ortega de La Habana para hacer de mediador con las «damas de blanco» y con el «pagano» Moratinos, quien se trajo  a España –a costa de nuestro erario, pero con gran propaganda personal– a unos cuantos presos liberados y a sus familias que ahora claman  por el engaño frente a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores.

También ahora la muerte de Wilmar Villar ha servido a los Castro para un abierto ataque a los Estados Unidos, a Chile y a España, e incluso a la Unión Europea; ante la cual hizo tantos esfuerzos el  entonces generoso ministro Moratinos para «hacerla comulgar con ruedas de castrismo». El jubilado Fidel, en  una de sus recientes «reflexiones en Granma»; ya ha realizado un duro ataque a los presidentes Rajoy y Aznar tildándolos de «fascistas y servidores de los EEUU».
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