Charlie Crane: Welcome to Pyongyang |
A través de la historia, los dictadores se han regalado todo tipo de caprichos. Lo mismo nombrar heredera del poder a una amante que cónsul a un caballo. De la orgía a la mesa, los tiranos han incorporado, en sí mismos, un compendio casi siempre extravagante de los pecados capitales decretados por la Iglesia (aunque a muchos sátrapas no le ha faltado el aval de cardenales y obispos).
Más insólito, si cabe, es que un dictador tuviera, entre sus antojos, ejercer como crítico de cine. Este fue el caso de Kim Jong Il, quien dio rienda suelta a esta pasión con resultados muy curiosos. Tiro de recuerdo y me veo hace más de veinte años —la fecha baila en mi memoria— en la Biblioteca Nacional José Martí, en Cuba, visitando una exposición de libros coreanos (coreanos del Norte). Eran ediciones de lujo, dedicadas a alabar la idea Juche o a glosar las virtudes incomparables de Kim Il Sung, también conocido como el Gran Líder. Según aquellos libros, que los cubanos hojeaban entre el estupor y la carcajada, en este mundo hostil había un paraíso y su capital se encontraba en Pyongyang. Mas >>
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