Emma Reverter/ Especial para BBC Mundo
Myrelia Greenough es una cubana de 73 años que vive en una casita blanca al lado del mar. Conduce su propio automóvil para ir al supermercado, al hospital y al centro cubano de su barrio. Esta situación aparentemente normal es extraordinaria: Myrelia vive en la base militar estadounidense de Guantánamo y hace años que no cruza la frontera que la llevaría al país donde nació, Cuba.
Myrelia forma parte de un grupo de setenta cubanos, la mayoría octogenarios y nonagenarios, que trabajaron en la base y se establecieron allí con el cese de relaciones diplomáticas entre su país y los Estados Unidos.
"Yo soy la más joven del grupo y el comandante de la base me contrató para que cuide del resto y los lleve al médico y al supermercado", me explicó Myrelia en el salón del centro cubano de su barrio, al que acude prácticamente todos los días.
Estos cubanos viven en un barrio de marcado acento caribeño, completamente ajenos al despliegue militar situado a medio kilómetro.
Rodeados de fuertes medidas de seguridad, de centenares de soldados y de una prisión con 171 prisioneros musulmanes que hace diez años que esperan un juicio, los cubanos jubilados tienen permiso para conducir por la bahía, ir a la playa y al médico, e incluso tienen su propio geriátrico y un cementerio.
La base militar de Guantánamo está situada a quince kilómetros de la ciudad cubana de Guantánamo, famosa por la canción Guantanamera.
Un campo de minas y las torres de vigilancia de Estados Unidos y de Cuba hace que sea imposible cruzar sin permiso el cercado conocido como "Puerta Norte" que separa la ciudad de la base.
No hay comentarios:
Publicar un comentario