Presentamos a los lectores de Afromodernidades este fragmento del libro inédito de Juan F. Benemelis El miedo al negro. Donde su autor, a través de una minuciosa y documentada investigación, nos revela sobre una de las páginas más siniestras, lamentables y poco conocidas de la historia de la República, vincula a la ideología supremacista blanca y sus prácticas de blanqueamiento.
SEGUNDA PARTE: EN POS DE LA RAZA PURA
La Ideología supremacista blanca de Cuba. La eugenesia cubana. Estado y Nación. El Nacionalismo racista. Colonialidad y Descolonización.
La Ideología supremacista blanca de Cuba.
El tema de la composición racial de la Isla, así como “el miedo al negro” entronizado por la revolución de Haití, era la constante en la sociedad cubana durante el siglo XIX, y lo continuó siendo en el XX y ha llegado hasta el XXI. La esclavitud del africano, el racismo contra el negro y el mulato, la segregación en la política y la economía no fueron aplicadas por los euro-cubanos en un vacío teórico, ni fue resultado de la real-politik o de las leyes económicas del momento. La oligarquía criolla decimonónica y la clase rectora veinteañera tuvieron sus ideólogos destacados y echaron manos a todas las teorías que justificaban la esclavitud y el racismo a partir, supuestamente, de las “ciencias”.
No fue o ha sido una hegemonía improvisada o ad-hoc, sino intencional, bien pensada, con un corpus teórico, que en nada envidia a la de los colonizadores afro-asiáticos del siglo XIX o de los proponentes de la superioridad “aria”.
En el proceso de asentar su supremacía y de imponer los intereses de su sexo, “raza” y clase, durante cuatro siglos, el patriciado criollo distanciaría a quienes necesitaba explotar y controlar, instaurando así, entre otras cosas, la “desaparición” del indio, la discriminación del negro, la marginalización del chino y la invisibilidad de la mujer de todas las razas. Es a partir del color blanco de los castellanos que se construye en América, especialmente en estas islas cisatlánticas, el orden jerárquico de la sociedad colonial, que iniciándose en la cima piramidal con el blanco peninsular, pasaría por el blanco criollo, luego el mestizo hijo de blanco y de india, el mulato hijo de blanco y negra, o blanco y mulata, termina con el negro en sus dos variantes: emancipado y esclavo. Así tuvieron lugar en Cuba los bochornosos pasajes de la investigación de los ancestros, de los “certificados de blancos” y de pureza de sangre.
Para emigrar a Cuba era necesario un juramento de “limpieza de sangre e hidalguía” y debía estar reclamado por alguien en Cuba: “Que no es descendiente de moros ni judíos ni ha sido jamás procesado por delito de Inquisición. Que tampoco procede de moros ni mulatos” (Murillo: 118-119).
El debate de las aparecidas teorías evolucionistas sobre la unidad o diversidad de la especie humana y la inferioridad o superioridad entre unas y otras “razas”, tuvo lugar inicialmente y con más encono en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Habana; aspecto que desbordó la institución y que fue y sigue siendo la cuestión central de Cuba (García González, 1996, 25-26). En la Sociedad Económica de Amigos del País se formó la comisión de población blanca, la cual estuvo integrada en todo momento por intelectuales, comerciantes y algunos grandes hacendados, como José Ricardo O`Farrill, Juan Montalvo, Andrés Jáuregui, Tomás Romay, y Antonio del Valle Hernández
Pero donde mejor puede observarse es en los proyectos presentados en 1856 por José Suárez Argudín, Manuel Basilio Cunha Reis y Luciano Fernández Perdones, de traer aprendices africanos libres a la isla, expresando que el negro era justamente clasificado como la “raza” inferior de la gran familia humana y como el grado intermedio entre “raza” caucásica y el segundo orden de la escala zoológica.
Felipe Poey compartía la creencia de que el hombre blanco era superior y más inteligente al hombre negro, por ser el más civilizado. En un célebre discurso ante la Sociedad Económica, Poey abogó por una sociedad blanca, que frenase el continuo avance de la población de color y que constituyera el grueso de la sociedad sobre la que se levantaría Cuba. Tanto este discurso de Poey, como el de Antonio Bachiller y Morales y la disertación de Ramón Zambrana, ese mismo día en tal institución, si bien implicaban un agudo ataque contra la esclavitud por su profunda crítica étnico-religiosa y humanística, pero sobre todo antropológica y científica, por otra parte se apoyaba una inmigración blanca, espontánea y libre (Zambrana, 1864, 259-268).
Antonio Bachiller y Morales defendía la necesidad de establecer en la Isla un régimen autonómico, y abrazó el separatismo muy posteriormente. No puede negarse que era un vehemente partidario de la abolición; una de sus piezas conocidas fue su disertación en el Liceo de Guanabacoa sobre la unidad moral de las razas. En 1985 escribe su monografía De la Antropología en Cuba y dos años después, con tres cuarto de siglo, publica Los Negros. Bachiller y Morales estudió el proceso de la esclavitud de los africanos en Cuba con la trata y el movimiento abolicionista y penetró en las creencias, instituciones, costumbres y tradiciones de los africanos. Murió en La Habana en 1889. (Costa, 1994, 207-208)
Sobre estos “ilustrados” descansó la conformación del siglo XIX cubano, estableciendo los paradigmas ideológicos de la élite blanco-europea hegemónica, influyendo en las vías del crecimiento económico, en la entronización de las ciencias, en especial de las que se centraban en el humano como la biología, la antropología, la sociología, la psicología y la psiquiatría; desgraciadamente todo para finalmente tratar de demostrar la superioridad de unos hombres (los blancos) frente a otros (los negros y mulatos).
Es notorio que en esta búsqueda de “pureza” de parte de la población blanca de la Isla pasaba por alto el hecho histórico que los ibéricos, como menos a partir del Neo-lítico, habían atravesado por un vasto proceso de mestizaje con los grupos humanos que poblaban el litoral norte del África, y en el caso de los canarios con el África occidental.
La controversia de monogenistas y poligenistas del siglo XVIII, la cual se debatió fuertemente en Cuba en el siglo XIX y primera mitad del XX, tenía además un fondo religioso pues, los adeptos al monogenismo consideraban la descendencia a partir de Adán y Eva, como planteaba el Antiguo Testamento. Esta tendencia de buscar un asidero “científico” que justificase el trabajo esclavo o la subordinación al poder político y económico, vía demostración de raza inferior, encontró en la antropología y en las ciencias médicas elementos para apoyar y avalar tales actos.
PARA EL ARTICULO COMPLETO – El miedo al negro, fragmento
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