By eduardodelllano
Transparencia. Fue una de las banderas de la renovación en la antigua Unión Soviética, tan poco responsable de su caída como la libertad de prensa: no hay que confundir enfermedad y cura. Se refiere a la claridad en el funcionamiento de las instituciones: a que el ciudadano pueda, en cada momento, estar informado acerca de lo que se propone el gobierno, cómo piensa hacerlo y cómo lo está haciendo, y fiscalizarlo a través de mecanismos reguladores. En algunas áreas –seguridad y defensa nacional, macroeconomía- es obvio que, más allá de cierto punto, la transparencia es un contrasentido: no vas a publicar las listas de tus agentes secretos mientras aún lo son, o poner a disposición de todos datos acerca de fusiones empresariales que sacudirán la Bolsa mañana por la mañana. En casi cualquier otro ámbito resulta una necesidad.
En Cuba, la transparencia es rara avis. Con la filosofía de plaza sitiada en el ADN, los funcionarios se han acostumbrado a llevar sus orientaciones al límite y no revelar ni la cantidad de servilletas de que dispone el restaurante. No se puede dar información al enemigo, así que la manera más rápida es no dar información a nadie. El síndrome de “quienes tienen que estar enterados del asunto, ya lo están” es propio de un estado de guerra, no de una sociedad democrática. Quiero leer en la prensa, no sólo la opinión oficial sobre el discurso del malo, sino, íntegro, el discurso del malo. Pero la mayor parte del tiempo la prensa, o lo que en Cuba tenemos por tal, es tan audaz e invasiva como una ostra hemipléjica.
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