Reproduzco integramente la cronica y participacion de Chez Isabella y el medico y escritor cubano Cesar Reynel Aguilera.
Hay días para visitar el infierno. A pesar de una fiebre que no cedía, el pasado lunes decidí asistir —junto con mi amiga Isbel Alba— a un evento organizado por la Universidad de Quebec en Montreal (UQÀM). Una conferencia con un título interesante: Haití después del sismo. Gira del Dr. Jorge Tomás Balseiro Estévez, miembro de la misión internacionalista de médicos cubanos en Haití.
En cuanto terminé de leer el anuncio supe por donde iba la jugada. El Dr. Balseiro no iba a estar solo, a su lado estaría —y probablemente estará durante toda la gira que piensan hacer por este país— nada más y nada menos que la señora Sandra Ramírez Rodríguez, directora del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) en Canadá.
Fui a la conferencia y volví a comprobar que ya el castrismo defrauda poco en su predictibilidad. Entré y volví a vivir aquel infierno ya casi olvidado. Aquella pesadilla cubana de fanáticos, imbéciles y abusadores reunidos en una de esas asambleas hechas para confirmarse los unos a los otros, con consignas de secta y aplausos raquíticos, que son cualquier cosa menos eso: fanáticos, imbéciles, y abusadores.
La primera persona que habló, una señora con aires de familia, hizo énfasis en eso que ellos llaman bloqueo, se refirió al dinero recaudado aquí en Canadá para financiar la gira del Dr. Balseiro y, claro está, a la injusta condena de los cinco espías presos y maltratados por, según las palabras textuales de esa señora, la decisión del gobierno americano de negarle la visa a sus familiares. De Haití, muy poco. Isbel y yo no miramos con gestos de “voilà!”. Acto seguido, de segunda taza, tomó la palabra la dueña de los caballitos.
La señora Sandra Ramírez Rodríguez habló de la ilustre trayectoria del ICAP... y de los cinco espías injustamente... Otra victrola y yo —con mis quince años de vida en libertad y democracia—, hallé perfectamente normal que esas personas, haciendo uso de las libertades canadienses, tuvieran el derecho a convocar una conferencia sobre un tema y terminar hablando de otro. A fin de cuentas, la entrada fue gratis.
Es importante señalar que durante esas dos intervenciones —que tuvieron muy poco que ver con Haití y mucho con la verdadera agenda del castrismo— la coordinadora del evento por la parte del Observatorio de las Américas (ODA) de la UQÀM, Madame Aurelie Quesada, nunca indicó la pertinencia de reducir las exposiciones al tema convocado.
Por suerte terminaron dándole la palabra a la única persona que tenía algo interesante que decir y los minutos fueron más potables. El Dr. Balseiro contó sus experiencias en Haití como director de la brigada médica Henry Reeve, mostró imágenes de los niños haitianos rehabilitados física y psicológicamente, explicó a grandes rasgos y de forma amena la organización de la Brigada e hizo hincapié en el hecho de que la epidemia de cólera que se desató en Haití fue detectada inicialmente por los cubanos. Aplausos de todo corazón. La coordinadora pidió al Dr. Balseiro y a su traductor que se sentaran en la mesa de la presidencia para dar paso a la sesión de preguntas y respuestas. La señora Sandra se sentó entonces en la primera fila.
Tuve el honor de hacer la primera pregunta (que para mí, por desgracia, fue también la última). Antes de hacerlo hice una introducción sobre Henry Reeve, hablé un poco de ese norteamericano que llegó a Cuba jovencito, sin un arma, sin saber montar a caballo y terminó siendo el jefe de la legendaria caballería del Camagüey. Un hombre que cuando murió tenía más heridas recibidas en combate que ningún otro oficial mambí. Recordé la importancia que tuvo la revolución haitiana para Cuba y América, hablé del viejo amor entre nuestros pueblos y solté mi pregunta. “La economía cubana está hoy en un estado bien deplorable, una buena parte de esa economía depende y se abastece de las remesas de los exiliados cubanos en el exterior. ¿Por qué el Dr. Balseiro habla de la ayuda del gobierno cubano al pueblo de Haití y no de la ayuda de la nación cubana —de todos los cubanos, estén donde estén— al hermano pueblo de Haití? Una ayuda directa, digamos, en el caso del personal médico cubano que fue a ese país, e indirecta en el caso de los que ayudan con sus remesas a sostener la economía cubana”.
La señora Sandra saltó como una tigresa y fue a sentarse al lado del Dr. Balseiro que me respondió sin perder la calma: la razón era semántica, me dijo, él se refería al gobierno cubano porque en términos prácticos fue el organizador; pero que era verdad que esa ayuda era de toda la nación cubana. “¿Estén donde estén?” —Insistí— y el Dr. me respondió: “sí, estén donde estén”. Y para confirmar lo que había dicho comentó que él había conocido, durante su estancia en Haití a varios cubanos residentes en los Estados Unidos que habían ido a dar su ayuda. En ese momento la señora Sandra se tapó la boca, inclinó su cabeza hacia el oído del Dr. y en perfecto castellano de La Habana dejó bien claro que era mejor no tocar ese tema.
Hasta ahí todo iba según el infierno previsto cuando decidimos ir a esa conferencia. La sorpresa, sin embargo, la dio Madame Aurelie cuando pidió, preocupada y con su bufanda de motivos palestinos, que las preguntas fueran sobre el tema de Haití. ¿Será teniente? —Pensé— ¿No se dio cuenta que mi pregunta fue sobre Haití? ¿Ya se le olvidó que sus dos invitadas de honor gastaron una buena parte de su tiempo hablando de cosas que nada tienen que ver con Haití? ¿Censura solapada, aquí, en Canadá? Con personas así en sus universidades un país no necesita academias de policías. Y para confirmar mis sospechas Madame Aurelie se sacó de la manga un circo de asimetrías, una distribución del derecho a preguntar que me condenó a no volver a hacerlo en el resto de la velada mientras varias personas, cuando les llegaba su turno, empezaban diciendo que tenían dos o tres preguntas para hacer. En La Habana de la inquisición no lo habrían hecho mejor.
En cuanto me percaté que mi ostracismo iba en serio decidí empezar a distribuir entre los presentes la pregunta que traía para la señora Sandra, a ver si alguien se animaba a hacerla, pero una vez más, ya molesta, Madame Aurelie volvió a reprimirme con una dulzura que me recordó a los hermanos Maristas. A partir de ahí el circo se convirtió en una retahíla de consignas malamente disfrazadas de preguntas (varias veces, para risa nuestra, el Dr. Balseiro no tuvo más remedio que decir: usted lo ha dicho todo con su pregunta, yo sólo tengo que agradecerle). Sólo al final, muy al final, Isbel pudo hacer la suya... ya ella les contará.
Terminó la asamblea de balance, sonaron los escuálidos aplausos, un gordito con traje —y cara de trajín— me miro malhumorado y me fui a hablar con Madame Aurelie. Me le acerqué y le dije: “Madame, usted no conoce mi país, usted no conoce la realidad cubana, por si le interesa, le explico: usted acaba de asistir a una bochornosa operación de propaganda de una tiranía que, como todas las tiranías, se escuda en algo bueno para justificar sus barbaridades. Usted acaba de asistir al triste espectáculo de un médico vigilado por personas que nada tienen que ver con la medicina. Por si usted no lo sabe el ICAP es una organización fachada de la inteligencia castrista. ¿Cómo se sentiría usted si un médico canadiense, o cubano-canadiense, se viera obligado a aceptar la vigilancia de la inteligencia de este país para poder hablar de su experiencia en Haití? ¿Indignada? ¿Entonces, por qué los cubanos tenemos que aceptarlo? ¿Por qué en Cuba hay escuelas y la medicina es gratuita? ¡Aquí también!”. Madame Aurelie respondió no estar al tanto de esos asuntos y me dijo que yo podía escribir una carta a los organizadores del evento.
Antes de irme decidí acercarme a la señora Sandra, para darle el texto con la pregunta que la había preparado y de paso ver si quería responderla. El texto dice:
“1982. René Rodríguez, presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) fue hallado culpable —por un Gran Jurado Federal en Miami— a partir de las declaraciones juradas de los miembros de una red de narcotráfico, de los cargos de conspirar para introducir drogas en los Estados Unidos.
1983. Jesús Raúl Pérez Méndez, Jefe del Departamento del ICAP encargado de las relaciones con la Comunidad Cubana en el Exterior, y capitán de la Dirección General de Inteligencia (DGI) desertó hacia los Estados Unidos y confirmó, con su declaración para el FBI, que el ICAP es una organización fachada de la Inteligencia castrista.
1987. Florentino Aspillaga Lombardi. Jefe de la red de inteligencia cubana para Europa (radicada en Praga), desertó hacia los Estados Unido y confirmó con sus declaraciones algo que en Cuba es un secreto a voces: EL ICAP es una organización fachada de la Inteligencia cubana.
Teniendo en cuenta todo esto, y ante el hecho incontrovertible de que Canadá es un país de leyes resulta válido preguntarle a la señora Sandra Ramírez Rodríguez, directora del ICAP en Canadá, las siguientes preguntas:
1. ¿Es usted miembro de la Dirección General de Inteligencia castrista?
2. En caso de que la eventual liberación de los archivos de la DGI demuestre algún día que usted podría estar mintiendo hoy, ¿estaría usted dispuesta a aceptar las consecuencias legales dentro y fuera de Cuba?”
La respuesta de la funcionaria no dejó de sorprenderme:
— “Las leyes de Canadá me dan el derecho de no responder a esas preguntas".
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