Infolatam
Por Vicente Botín Ninguno de los cinco espías de Fidel Castro encarcelados en Miami se parece a Jim Wormold, el pintoresco agente secreto de la novela de Graham Green, “Nuestro hombre en La Habana”. Tampoco tiene ninguno de ellos los rasgos de Alec Guinness, quien interpretó magistralmente el papel de Mr. Wormold en la versión cinematográfica de Carol Reed.
Los “cinco héroes” como se les denomina en Cuba, son verdaderos profesionales del espionaje muy bien entrenados por los servicios de inteligencia de la isla que durante 52 años han demostrado una gran eficacia. Sin embargo, ellos fallaron. Los cinco fueron detenidos en 1998, juzgados y condenados a penas de entre 15 años y cadena perpetua, por espionaje y conspiración. Uno de ellos, René González, alias Castor, termina su condena el próximo 7 de octubre pero tendrá que permanecer tres años en Estados Unidos bajo “libertad supervisada”. El Gobierno cubano ha elevado su habitual tono agresivo contra Washington para exigir el inmediato regreso a casa de René González.
No hay en Cuba muro, valla, oficina, hospital… donde no aparezcan los retratos de los cinco espías “prisioneros del imperio”. La campaña mediática del Gobierno es tan machacona como la que libró antaño para pedir a Estados Unidos la devolución del niño balsero Elián González. Es uno de los trágala favorito de los Castro para que los cubanos mantengan el espíritu de las “marchas del pueblo combatiente” que realizaban jaleados por Fidel Castro frente a la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Sin embargo en esta historia, como en otras muchas de la propaganda castrista, hay gato encerrado. Los cubanos desconocen lo que se oculta detrás de los “cinco héroes”.
Para empezar, los cinco no eran tales, sino catorce, y formaban parte de la Red Avispa, una célula del servicio de inteligencia cubano desarticulada por el FBI en Miami, el 12 de septiembre de 1998. Cuatro de los espías lograron escapar antes de ser detenidos y los otros diez fueron juzgados y condenados por un tribunal de Florida, acusados de conspirar contra la seguridad nacional. Para reducir su condena, cinco de ellos colaboraron con las autoridades y desmintieron la versión de sus compañeros de que su misión solo incluía la infiltración entre los grupos radicales del exilio para evitar actos terroristas contra Cuba. Los “arrepentidos” confesaron que su cometido incluía penetrar las redes informáticas del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos y espiar las bases aéreas de Homestead (Florida), Fort Bragg (Carolina del Norte) y MacDill (Tampa). También debían vigilar los movimientos de la guardia costera para ver la posibilidad de ingresar armas y explosivos en el sur de la Florida.
El interés de Fidel Castro por el Ejército estadounidense nunca fue un secreto para el Gobierno de ese país, y por si quedara alguna duda, tres años después de la desarticulación de la Red Avista, en septiembre de 2001, agentes del FBI detuvieron en Washington a Ana Belén Montes, senior analyst, de la DIA, la Agencia de Inteligencia de la Defensa de Estados Unidos, por “conspiración para cometer espionaje” a favor del Gobierno cubano. Montes, uno de los mejores “topos” de la inteligencia cubana, fue sentenciada a veinticinco años de prisión y cinco de libertad vigilada.
Larga es la historia de los espías cubanos detenidos en Estados Unidos sin que su misión tuviera nada que ver con los exiliados. El caso más reciente ha sido el de los esposos Myers. Walter Myers, ex funcionario del Departamento de Estado y su mujer Gwendolyn, detenidos en 2009, fueron condenados a cadena perpetua y 81 meses de prisión, respectivamente, acusados de “confabulación para actuar como agentes del gobierno cubano” y de entregar a La Habana documentación clasificada.
El cometido de los “cinco héroes” iba más allá de espiar a los cubanos exiliados en Miami. El jefe de la Red Avispa, Gerardo Hernández, fue condenado a dos cadenas perpetuas, acusado de conspiración para asesinar, por su implicación en el derribo por cazas cubanos de dos avionetas civiles de la organización Hermanos al Rescate, que se dedicaban a buscar balseros en alta mar, y que provocó la muerte de sus cuatro ocupantes, el 24 de febrero de 1996. El Gobierno cubano sostuvo que el ataque contra las avionetas se produjo después de que invadieran su espacio aéreo, pero los radares costeros estadounidenses demostraron que fueron abatidas sobre aguas internacionales. El propio Gerardo Hernández, en un intento por reducir su condena, declaró recientemente que los ataques ocurrieron en el espacio aéreo internacional.
El Gobierno cubano reconoció que sus cinco agentes (siempre ocultó que fueron diez los espías juzgados) trataban de evitar actos terroristas contra su país y no representaban una amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Les otorgó la distinción de “héroes” y puso en marcha una campaña para exigir su puesta en libertad, alegando que se trataba de una venganza política del “imperio”. El diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, calificó el proceso judicial como una “repugnante injusticia contra cinco patriotas cubanos”. Los abogados de las “avispas”, por su parte, insistieron en que Miami, la capital del exilio cubano, no reunía las condiciones idóneas para celebrar un juicio justo a los agentes castristas.
Después de numerosos recursos y peticiones de personalidades y de organizaciones de todo el mundo como Amnistía Internacional, la sentencia de dos de los cinco espías fue rebajada por un Tribunal de Apelaciones por considerarlas excesivas. Pero el Tribunal Supremo de Estados Unidos cerró la puerta a cualquier recurso, al decidir, el 15 de junio de 2009, que los espías habían tenido un juicio imparcial.
En Cuba, mientras tanto, prosigue la campaña para pedir el regreso a casa de los “cinco héroes”. La última medida del Gobierno ha sido exigir a los dueños de las paladares, los restaurantes privados de La Habana, que antes de servir la comida a los clientes extranjeros, les informen de las penalidades de sus compatriotas “prisioneros en cárceles del imperio”. Quizás sería mejor contarles el argumento de “Nuestro hombre en La Habana”, sustituyendo los planos de la aspiradora que el aprendiz de espía, Jim Wormold, hace pasar por un misil, por la no menos fantasiosa versión oficial de las andanzas de los “cinco héroes” en Miami.
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