viernes, septiembre 02, 2011

Opción cero: embargo y otros (II)/ Arnaldo M Fernández

Desde el sitio de Ichikawa
 
Arnaldo M Fernández
A poco de apretar Washington las clavijas del embargo contra Cuba, por revocación (mayo 14, 1964) de la licencia general del Departamento de Comercio para alimentos y medicinas, el Che Guevara andaba ya diciendo que el bloqueo era «molestia de importancia secundaria» (Diario las Américas, abril 1, 1964, p. 1). Castro llegaría (enero 2, 1969) a tirarlo a relajo en la plaza de su revolución: «El bloqueo ya nos da ganas de reír —y no puede ser para menos. Y esa es la situación real». Tres planes quinquenales después, Castro sostuvo ante dos turistas americanos de aventura socialista y en libro con pimpante título: Nada podrá detener la marcha de la historia ( 1985): «No somos víctimas de la ley del intercambio desigual ni del proteccionismo ni de la sobretasa de interés [EE. UU.] tiene cada vez menos cosas que ofrecer a Cuba (…) Hablando con franqueza —me gusta la franqueza— las relaciones con Estados Unidos, las relaciones económicas, no implicarían para Cuba ningún beneficio fundamental (…) No se puede cambiar la vaca por la chiva. [Los países socialistas no sólo] nos pagan muchos mejores precios [y] nos venden más baratos sus productos, sino que nos cobran muchos menos intereses por los créditos».
Así, el giro dramático (septiembre 13, 1999) del castrismo hacia el embargo como «crimen internacional de genocidio» dista mucho de ser tan sólo un alarde más, que se desinfla por la renuencia de Cuba a llevar el caso al Tribunal Internacional. Este fervor por comerciar con el imperio entraña el doble error histórico de haberse plantado Castro demasiado radicalmente frente a los intereses creados y conducido la economía de la Isla con la arrogancia de la planificación central autoritaria, en tanto los cuadros de abajo procedían a descentralizar de manera anárquica.
Dizque el diferendo con EE. UU. empezó por la reforma agraria, pero se pasa por alto que esa reforma empujó hacia la situación descrita por Humboldt en su Cuadro estadístico de la Isla de Cuba (1825-1829): «Una importación anual de comestibles [a pesar de contar con] el suelo más fértil, y el más capaz, por su extensión, de alimentar a una población por lo menos seis veces más considerable». Dizque la desunión post-soviética provocó la entrada de Cuba en «período especial» con caída del 35% (1989-93) del Producto Interno Bruto (PIB), pero se soslaya que Castro dejó colgado a Moscú con préstamos y créditos comerciales sin pagar. Los estimados (2010) se cifran en unos $27 mil millones, esto es: la mitad del PBI cubiche.
Luego de este «tumbe» a los bolos, Castro urdió (octubre 30, 2000) otro con Chávez por detrás del Convenio Integral de Cooperación entre la República de Cuba y la República Bolivariana de Venezuela (2000). El bombeo de petróleo venezolano casi gratis hacia Cuba y el pago in cash de Venezuela a la asistencia técnica cubana (desde médicos hasta oficiales de inteligencia) pondrá a Caracas en 2015, con unos $30 mil millones, por delante de Moscú en la lista de acreedores graciosos de La Habana.
Castro se da el lujo de negarse a pagar la deuda con el bloque soviético desmerengado, acodar con Chávez no pagar la deuda con Venezuela y dar lagas a la deuda con el Club de París ($30 471 millones) y otras, que acaban sumando casi $72 mil millones, según los cálculos de Hans de Salas (ICCAS). Al parecer no tiene mucho sentido que EE. UU. dé rienda suelta al comercio con Cuba. Su economía arrastra una deuda externa equivalente al 125% del PBI ($58 mil millones en 2010) y sus exportaciones andan por apenas $3 mil 300 millones. Quien quiera ser socio comercial de semejante país, que arree.
Cuba no puede engatusar con asistencia técnica a EE. UU., donde no hacen falta ni espías ni médicos ni entrenadores de la Isla. Ni siquiera hace falta intercambio académico y cultural, máxime si el comisario castrista de la Educación Superior, Miguel Díaz-Canel, instruyó ya «la construcción de respuestas inteligentes [para enfrentar] la subversión ideológica imperialista dirigida a penetrar el sector académico cubano». Nadie se llame a engaño: las respuestas se construirán por los servicios de inteligencia. Así como todo académico cubano es «activista de la política revolucionara de nuestro Partido», toda embajada cultural de Cuba en EE. UU. será nuda tienda de recaudación de divisas (TRD) y a la inversa, mera continuación del turismo de aventura social por otros medios. Sin olvidar que hasta «la canción [es] un arma de la revolución» (Foto ©  MNT)

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