sábado, septiembre 03, 2011

La opción cero: oficina e intereses (III-final)/ Arnaldo M Fernández

Desde el sitio de  Ichikawa
Arnaldo M Fernández
 
Al andar por Cuba Looking for Fidel (2004), Oliver Stone se topó con que Castro se consideraba en «situación virtual de guerra» frente a EE. UU. Por eso habría mandado a fusilar a tres de los once autores del secuestro incruento (abril 2, 2003) de la lancha Baraguá en la bahía de La Habana. EE. UU. se aprestaba a la guerra contra Iraq y era improbable e inverosímil -por muchas razones-, una declaración de guerra a Cuba. Su entonces canciller, Felipe Pérez Roque, esgrimió un artículo farandulero de Sun Sentinel (abril 6, 2003) sobre la organización paramilitar Comandos F-4, que «se entrena con armas pesadas para realizar acciones armadas contra Cuba y para una posible invasión armada». Hasta el «terrorista número uno de Miami», Orlando Bosch, tachaba esos comandos de «caso de psiquiatra». Hace poco la «nueva izquierda» mediática repicó, como si fuera una amenaza, que el octogenario Luis Posada Carriles había dicho en Miami: «Este año estaremos en Cuba».
Así, de amenaza en amenaza, el castrismo viene forjando identidad sobre la base del enemigo exterior; pero, para cuando no hayan episodios amenazantes, le queda aún el pretexto teológico e histórico de que EEUU siempre quiso y querrá apoderarse de Cuba. Para que ese fantasma no recorra más la Isla, Washington debe suscribir un pacto de no agresión militar con La Habana y se acabó. De paso se cancelarían todos los fondos federales de ayuda a la transición democrática en Cuba, para ver si los exiliados ilusionados con esa inversión se atreven a jugársela con dinero propio. También sería prudente cerrar la oficina de intereses de EE. UU. en La Habana, que Castro siempre tildó de «nido de la contrarrevolución», y encargar los asuntos bilaterales a la embajada suiza o sueca. Desde luego que también sería clausurada la oficina de intereses de Cuba en Washington, para que todo el espionaje castrista con disfraz diplomático se concentrara en la misión cubana ante Naciones Unidas (Nueva York).
El paquete de solución estadounidense al «problema cubano», por desvinculación absoluta con algo que no compete a EE. UU., sería entonces: el pacto de no agresión militar, el cierre de las oficinas de intereses, la abrogación del ajuste para refugiados cubanos, la denuncia de los acuerdos migratorios, el embargo a rajatabla (sin licencias excepcionales), el desmontaje de la industria de viajes (con libertad de movimiento para ir a la Isla por terceros países), el envío de paquetes ya sólo por correo, la cancelación de todo intercambio académico y cultural (incluida la desfachatez del turismo religioso) y otras medidas orientadas a liberar a EE. UU. del embrollo cubiche (que a falta de guerra de verdad se forma lo mismo con un niño que con un concierto). Si las acciones violentas y pacíficas no han surtido efecto, la tercera vía —no hacer nada— encierra al menos el optimismo trágico a lo Walter Benjamin de que «sólo gracias a quienes viven sin ella nos es dada la esperanza» del castrismo viniéndose abajo.
-Foto: Castro y Wayne Smith, jefe de la oficina de intereses de EE. UU. en La Habana (ca. 1978) © LAS

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