Cuando el Nuevo Herald publica sin editar las noticias de muertos de la nomenklatura, procedentes de agencias radicadas en Cuba, lo hace para dar su propio pésame, para compadecerse con “la pérdida tan grande que ha sufrido la robolución…” ya no me quedan dudas.
La forma como desplegaron la muerte de otro de los “capo regime” de la tiranía fue otra colosal falta de respeto al exilio; desde el título de la alabanza al mérito más que nota obituario, solo faltó, de su cosecha, “el querido compañero Julio Casas Regueiro…” cuando el único encabezamiento posible debió ser “ ¡Que lástima que la partera lo dejó nacer, con lo fácil que hubiera sido taparle la naricita y hubiera sufrido menos que lo que hizo a millones…”
En Cuba, acabo de leerlo por una triste nota de Angel de Fana publicada en Nuevo Acción, falleció Julio Ruiz Pitaluga, nombre poco familiar para los que no tienen idea de qué es el valor, la moral, la honestidad, el sentido de la lucha patria y ese evidente empecinamiento de hacerse sombras ante la propaganda de todos los de su estirpe.
Pitaluga pertenece a la hornada de héroes realmente importantes en la lucha contra la horda que asola a Cuba, que no lucharon por el protagonismo malsano del titular de periódico como “representante máximo de un grupo opositor” ni por 4 dólares “para ayudar a su familia a subsistir”.
Resulta que Julio fue parte del Presidio Político Histórico proceso Calzoncillos o, simplemente, Plantados. Uno de los últimos ex carcelados como miembros de honor del grupo de patriotas que más honor merecen en toda la historia moderna de la lucha por la libertad de Cuba, junto a Alberto Grau Sierra, a Mario Chanes de Armas y a Alfredo Mustelier Nuevo.
Bernardo Corrales, natural de Mantua, fue uno de los más temidos guerrilleros alzados contra la tiranía en la zona de San Cristóbal, por su valor y capacidad estratégica en tan desigual lucha. Era un tipo digno de confianza “a rajatablas”
Había luchado contra Batista y alcanzó grados de capitán, durante un tiempo, vivió en San Cristóbal, en la casa de un tío, Urbano Rivera, mecánico de radio y televisión cuya familia completa eran Testigos de Jehová. El hijo mayor de Urbano, Armando, fallecido en Cuba, ayudó a Corrales en la conspiración.
Varios niños casi jóvenes, que éramos amigos de Joseíto, otro de los vástagos de Urbano, aprendimos a estimar a aquel individuo que jugaba bolas con nosotros o que empinaba papalotes; mientras, desde el inicio casi de 1959, conspiraba porque entendía que por aquello que “enseñaba las uñas” no habían luchado. Somos tres, ex presos políticos todos, que estamos en el exilio y que lo reafirman: Félix Izquierdo Valdés, Silvio Rodríguez Valdés y que yo, en nombre del trío, cuento como homenaje merecido al único mérito que conduce a la gloria posible: la lucha desinteresada por la libertad de la patria.
Voy a contar una anécdota de Corrales: una noche, no recuerdo el año, mientras un par de hermanos, René y Raúl Romero más yo conversábamos recostados a una cerca metálica, tal vez a 100 metros de la casa que compartían las milicias y parte del G-2 de San Cristóbal; como a 150 de la mía en línea recta y a 25 del lugar por donde debían doblar Yiye y Raúl para llegar a la suya, se paró un Ford Fairlane y, por la ventanilla, con traje verde-olivo de la dictadura, sacó la cabeza Corrales y se dirigió a mí con el apodo que conocía a mi padre en diminutivo: “Canduchito, necesito que vayas para tu casa y tus amigos también; puede haber problemas por aquí…” Sin chistar nos fuimos y, hasta que no me vio entrar al portal de mi casa, no siguió.
Al poco rato de estar adentro, se escucharon un par de ráfagas y disparos aislados, yo, en contra de la sugerencia de mi madre, salí al portal al momento que el carro de Bernardo doblaba a la izquierda, en la calle real, rumbo Este, buscando la carretera a La Paila hacia las lomas, donde estaba alzado hacia tiempo.
Sólo, Bernardo Corrales tomó aquel cuartel de cobardes, amarró a algunos y, cuando uno de ellos lo descubrió, se enredó a tiros con más de 6, hiriendo a un miliciano de apellido Troya en el brazo y al miembro del G-2 Héctor Olivera Rivera en las nalgas y el abdomen, luego de meter una ráfaga barriendo por debajo de la camioneta en que se escondió.
A la causa de Corrales, a su organización clandestina por la libertad de Cuba, perteneció Julio Ruiz Pitaluga, preso a mediados de los 60’s y miembro del presidio político con más de 20 años cumplidos “en calzoncillos”.
Julio casó con Nora Carmenate, de San Cristóbal e hija de Quinto, buen hombre que ni él ni su hijo Armando son asociados con el castrismo.
Con la sancristobaleña tuvo dos hijos, varón y hembra que crecieron en el exilio, luego de que el luchador recientemente fallecido aconsejara a la madre de que allá no podían estar por la presión represiva.
Nora no fue capaz de entender el carácter heroico de Julio, por lo que, cuando comenzaron los viajes de “la comunidad” durante 1978-79, fue a Cuba tratando de lograr su inclusión entre los indultados de ese momento. Hasta Boniato fue y pudo visitarlo en aquella horrible cárcel dentro de otra prisión; sin embargo, con más de 100, Pitaluga había firmado la carta-testamento-redención de la moral cubana, que rechazaba una libertad que consideraron amañada porque era una maniobra con los grupos liderados aquí por Espinosa, Benes… con el fin de apoyar en niveles internacionales al sátrapa como cumplidor con normas y requisitos considerables en el rango de respeto a los derechos humanos y salir de la presión que generaba tener a aquellos valientes presos..
En pocas palabras, el presidio político plantado estaba dispuesto a morir presos sin visitas, sin correspondencia… antes que servir de peldaño a tamaña desverguenza y conste que eran hombres con más de 15 años cumplidos.
Julio y Corrales fueron parte del inicio de nuestra formación patriótica por su ejemplo como luchadores intransigentes por la libertad de Cuba; muchos de nosotros, de mi generación en San Cristóbal, Santa Cruz, Candelaria, Los Palacios, crecimos haciendo la apología sostenida y obligada de nuestros héroes de verdad, contándoles de ellos a otros más jóvenes como lo que lo son para la Patria.
Muchos murieron en acción o fusilados, adolescentes o hombres jóvenes; otros purgaron largas penas…
José Piloto Mora, “Pilotico”; Justo Regalado Borges “Justico”; Agustín Sánchez “Pelón”, asesinado en el suelo como alzado estando herido y desarmado; Lázaro, asesinado también como alzado en la causa que estuvo Andrés Chávez; Mongo Miqueo y Mito el teniente, fusilados; Rafael López, sancionado a 30 años; René “el harinero” o “el cojito, 20 más 4 de peligrosidad por el rechazo al plan de reeducación (calzoncillo); los San Román (calzoncillos); Luis Chirino, falleció en prisión; Roque, Nicolás Garay, René Mojena…faltan muchos otros que merecen un libro de recordación en la zona Candelaria-SanCristóbal-Los Palacios.
Yo entiendo al Herald cuando no se refirió a la muerte en Cuba del patriota Julio Ruiz Pitaluga, porque tampoco le exigí a Castro que hiciera una fiesta cuando ganamos la causa de Luis Posada en El Paso.
Pero una cosa si he hecho, aquellos héroes y mártires, más los que conocí después en condiciones difíciles, son también los héroes y los mártires, la guía espiritual de mis hijos y, aunque han nacido aquí, espero que también de mis nietos. De eso me encargo yo y se encargarán mis hijos, no necesitamos al Herald para construir la memoria histórica obligatoria que mantenga el ideal supremo en el camino correcto cuando de Cuba y sus redentores se trata.
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