Por Andrés Pascual
[Cortesia del autor]
Lo que se traen con la aplicación del calificativo “diva” a cualquier mortal común y corriente en lo artístico es un verdadero relajo institucionalizado: nació para separar lo suficiente de lo popular chabacano, que es casi toda la música de hoy, sin mala intención pero con seguridad y justicia, a las grandes figuras del “bel canto” y del ballet…
De un tiempo a esta parte, sin asomo ni de vergüenza ni de arrepentimiento por el pecado trascendental; en medio de la condición impía que viola todas las reglas del buen gusto y del respeto por lo verdaderamente clásico, le cuelgan el calificativo a cualquier exponente de la indecencia y el desenfreno, a través de la gritería callejera “sin son ni ton”, que es la actualidad musical orientada, sobre todo a la juventud americana o hispana, por intérpretes de ambas lenguas, como el número identificativo de cualquiera de esos concursos que premian con la grabación de un disco en el que la voz se asegura con exceso de tecnología moderna, una hamburguesa, cuatro pesos y “a otra cosa mariposa”.
Hace más de un siglo que el excepcional lingüista del castellano, Ramón Menéndez Pidal, estableció patrones inviolables, de absoluto compromiso con el respeto al término, por su esencia. Hoy deberían meter preso a quien lo use como se acostumbra con respecto a ciertos personajes del “canto comprometido con el comunismo” y no tan “bel”, por respeto a la debida libertad de palabra propiamente hablando y por respeto a aquellos para quienes se utilizó con seriedad; porque, ¿Acaso caben en el mismo saco María Callas, Monserrat Caballé y Omara Portuondo? Por favor, diva significa divina y de esto la cubana solo tiene que maneja asuntos de las “divinidades africanas” a través de la santería, tan popular hoy, como decadente y satánica siempre, de total sumisión al régimen dictatorial de La Habana… ¿Qué más?
Ultimo desprendimiento del cuarteto D’Aida dirigido por Aida Diestro, figura destacada en la organización de voces y directora y propietaria del afamado cuarteto, a Omara la influyó hasta última hora, finales de los 60’s, la política de la creadora del grupo contra sus integrantes con tendencia a pisotearles sus autoestimas con “ustedes no son nadie sin mí”, bloqueo que rompió Elena Burke a finales de los 50’s y en lo que tuvieron mucho que ver Guillermo y Rafael Alvarez Guedes, propietarios del sello disquero Gema; igual rumbo tomaron Haydée, hermana de Omara y Moraima Secada, al dejar el cuarteto; pero la hija del tercera base del Almendares, Bartolo, creyó en la mal intencionada sugerencia de la Gorda…hasta un día.
Cuando logró dejar a Aida, Omara comprendió que algo mejor que interpretar una canción de Silvio Rodríguez para impulsar su “carrera en solitario” no hallaría; entonces cantó La Era esta Pariendo un Corazón y despegó, a veces con obras de interés del grupo del feeling que habían sido éxitos por Lucho Gatica, Miguel D’Gonzalo, el propio cuarteto y Olga Guillot; otras, con la ayuda que representó la posteriormente creada Nueva Trova; o con la canciòn pésima y comprometida con la tiranía de “la mujer de Lázaro Peña”, Tania Castellanos.
Hubo una división de autores entre Elena y Omara; mientras Pablo Milanés era exclusivo de la Señora Sentimiento, que también podía interpretar a Silvio cuando quisiera, para Omara estaba cerrada la vía que llevaba hasta Pablo, lo que, quizás, se debió a que la música del protegido artístico de José Antonio Méndez, primero, o político, de Fidel después, tenía un fondo más cubano que la de Silvio y más accesible a sus letras por el público, detalle que no obviaba Elena, verdadera estrella de cabaret y mucho mejor que Omara.
Elena Burke fue la única cantante que interpretó una de las primeras obras “controversiales” de Silvio: “Un buen día quizás”; mientras, Omara quedó para estrenar lo que se puede considerar más como lemas que canciones de importancia al estilo Angela Davis, de Tania Castellanos, a principios de los 70’s.
Y, en medio de la insuficiencia mediática de hoy, alguien del Nuevo Herald la llama “la diva del Buena Vista Social Club” y varios otras la diva a secas… ¿Habráse visto algo igual?
Omara Portuondo tiene 81 años (nació en 1930). En medio de la decadencia y la pérdida del interés por los géneros que canta, bolero y bailables cubanos como guaracha, cha-cha-cha…en medio del estancamiento del comercial “salsa”, ¿Cómo es posible que se le quiera colocar en amplia demanda popular, sobre todo entre jóvenes? Marisol, Karina, Salomé, Petula Clark, Sandie Shaw, Marilin McCoo, Gladis Knight…mucho más jóvenes y mejor conectadas a los ritmos de hoy que Omara, no alcanzan el grado de popularidad que dicen que tiene esta anciana; luego, ¿Quién ha creado y con cuánto capital ese rating embustero para
Omara Portuondo?
Alguien está detrás de eso con dos objetivos: dinero y proselitismo, lo peligroso es que quienes dirigen los Grammys latinos, la tengan, sin haberla conocido nunca nadie como una verdadera estelar de la competencia en la Cuba competitiva, en niveles superiores a Olga Guillot, Bertha Dupuy, Blanca Rosa… o a la propia Elena Burke, en supuesta demanda, importancia musical y trascendencia.
El año pasado, en Cuba, útil por lo de la escasez de papel sanitario, un tal Omar Aranas publicó su biografía, de la que se hizo el lanzamiento con la participación de la cantante. ¿La conclusión de la actividad? “Gracias a la vida”, de Violeta Parra, por la propia Omara y a capella…
El título del libro no es una exageración si se toma en cuenta que al tirano lo han clasificado casi todos los mandatarios del mundo en el grupo de “lideres más preocupados por su pueblo y por el resto del mundo pobre actual”; con “Omara, los ángeles también cantan”, continuó el folletín con argumento de guataquería criolla, en el Infierno antillano.
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