En estas mismas páginas Haroldo Dilla acaba de publicar un excelente trabajo —como de costumbre— sobre la “hemorragia demográfica” que sufre nuestro país en los últimos años, y no es necesario abundar sobre el tema.
Sin embargo, llama la atención el enfoque del régimen totalitario cubano sobre el fenómeno, pues aunque señala que “en opinión de expertos el problema habitacional, la insuficiencia de los salarios, la escasez de ropa y ajuares de bebés, están entre los principales factores que desestimulan a los cubanos a tener más hijos”, de inmediato se pretende justificar el desastre alegando que esta situación demográfica resulta “una característica de las sociedades más desarrolladas”.
Dos verdades conjugadas para manipular la realidad no construyen necesariamente otra verdad. En este caso específico resulta todo lo contrario: los dos criterios anteriormente señalados son absolutamente ciertos, pero eso no significa que en las “sociedades más desarrolladas” se padezca “el problema habitacional, la insuficiencia de los salarios, la escasez de ropa y ajuares de bebés”, ni tampoco el hecho de que existan “el problema habitacional, la insuficiencia de los salarios, la escasez de ropa y ajuares de bebés” es un indicador de desarrollo de la sociedades, sino todo lo contrario.
Ciertamente, en Cuba el desarrollo de los sistemas de salud pública influyó en su momento en el aumento de las expectativas de vida y el crecimiento de la población, cuando las parejas creían en el futuro promisorio que ofrecía “la Revolución”.
Al fin y al cabo, si Cuba iba a producir —nos decía el Comandante— más leche y carne por caballería que Holanda y Estados Unidos, los futuros nacimientos tendrían garantizada una alimentación de calidad superior, a lo que se sumaría un bajísimo pago de alquiler por la vivienda, además de salud pública, educación y asistencia a todos los espectáculos deportivos sin pagar ni un centavo por estos servicios, un retiro con el 100 % del salario, salario que se cobraba con independencia de los resultados productivos, con círculos infantiles gratuitos y trabajo garantizado para todos —pleno empleo socialista— y generosas subvenciones soviéticas en base al “comercio ejemplar entre hermanos socialistas” —las preocupaciones por el procrear se reducían al acople de una pareja y nueve meses de embarazo, porque el futuro estaba “garantizado”.
Sin embargo, resulta que —oh, casualidad— las cosas no resultaron exactamente así. El subsidio de los “hermanos” se desmerengó entre 1989 y 1991, y el país quedó a expensas de sus propias capacidades, que resultaban bastante limitadas para la realidad: todas las maravillas del paraíso prometido se convirtieron en quimeras.
Tener un hijo, a partir de ese momento, pasó a ser mucho más que compartir amor y lecho y esperar nueve meses: se convirtió en una decisión trascendental que obligaba a pensar seriamente en el futuro y en las necesidades elementales de todo ser humano: vivienda, alimentación, vestuario, calzado, transporte, educación, recreación… y eso sin pensar en otros valores “abstractos” como libertad, autoestima, derechos ciudadanos y capacidad de decidir por sí mismo.
No debería sorprender entonces que, a partir de la década de los noventa, los cubanos vieran su futuro como gris con pespuntes negros, y ante la falta de perspectivas reales en el país, vieran la emigración —el escape— como una opción de solucionar sus problemas y su falta de oportunidades: Estados Unidos era siempre la primera opción, pero también valía España, México, o la Venezuela pre-chavista, y en última instancia Haití, Guinea Ecuatorial, la Rusia de los zares, Suecia, Australia o la Cochinchina. Lo importante era “irse”, no “a dónde”.
Entonces, pretender que el decrecimiento demográfico de los últimos quinquenios en Cuba es una “característica de los países desarrollados”, además de falso, es demasiado cínico e inmoral.
De la misma manera que nuestro país tiene el triste privilegio de haber soportado durante medio siglo el sistema de racionamiento de alimentos, —mecanismo de control aplicado en los países en guerra— sin haber vivido ninguna guerra —“el bloqueo” es una guerra— ahora hay que añadirle el absurdo de pretender tener una tendencia demográfica “característica” de los países desarrollados, sin haber alcanzado el desarrollo ni mucho menos, sino todo lo contrario.
Para que después los enemigos de siempre no puedan decir que “la Revolución” no hace maravillas.
No será verdad ese absurdo que proclaman, pero si este enfoque de la propaganda totalitaria rinde beneficios, pues bienvenido sea para ellos. ¿A quién pretenden engañar? Aunque no faltarán ni ingenuos ni malintencionados que suscribirán esa tesis, y creerán, o harán como si creyeran, que las tendencias demográficas de Cuba en la actualidad son evidencia absoluta de su “desarrollo” económico y social.
Al fin y al cabo, las mentiras y las manipulaciones de información por parte del totalitarismo son mucho más decentes que las burdas y sencillas verdades de la democracia y la libertad o, por lo menos, deberían serlo, ¿no? ¿Para qué tanto trabajo voluntario, promesas y sacrificios si no fuera así?
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