domingo, junio 26, 2011

El neocastrismo y la inutilidad del Partido Comunista/ Eugenio Yáñez

Todo partido comunista en el poder genera tareas suficientes para justificar su existencia

Tal vez el reto mayor de la gerontocracia cuando el país se encuentra al borde del abismo no sea la imperiosa fatalidad de reactivar aceleradamente la economía, sino la necesidad de encontrarle verdadera utilidad y sentido al Partido Comunista cubano.

Desde hace más de un año, cuando Raúl Castro clausuró el congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, pero fundamentalmente después del Sexto y muy probablemente último Congreso del Partido, los llamados al cambio de mentalidad se suceden a diario, pero en realidad, como en casi todo lo demás, no van mucho más allá del llamado.

Porque, simplemente, el partido comunista cubano -como todos los partidos comunistas en el poder en todas partes del mundo- no es una organización verdaderamente revolucionaria, es decir, que propicie cambios reales e innove en la gestión de dirección de la sociedad moderna, sino un elefante burocrático incapaz de modificar sus estilos y actitudes.

Y como pudo comprobarse con los intentos de Gorbachov en la extinta URSS, el partido comunista es irreformable: la única manera para que actúe diferente es cuestionarlo en profundidad, analizarlo detalladamente, y finalmente despojarlo de su papel de partido único.

Siendo consecuente con lo que proclama continuamente, el objetivo final de un partido comunista, al lograr la meta de la sociedad comunista y abolir el Estado, debería ser disolverse a sí mismo. Pero no, ni hay hormonas ni talento para un planteamiento como éste. Una buena parte de la militancia no tiene talento para llegar a tal abstracción, y los pocos que pueden se cuidan bastante de hacerlo, porque saben muy bien lo que es el gulag.

¿Y, entonces, cómo ha sido posible que funcione en China o en Vietnam en las últimas décadas? Muy sencillamente, porque más allá del nombre, esos dos partidos hace mucho tiempo que no tienen nada en común con el concepto “leninista” de la organización comunista: dejaron de ser un feudo exclusivo para “proletarios” y campesinos, dieron entrada a los ricos y a los propietarios, y son ahora un instrumento de poder y de dirección, pero no una maquinaria para construir “la nueva sociedad”.

Aquello de “partido de nuevo tipo” hace muchísimos años que quedó para los sagrados manuales del dogma, las boberías de la izquierda carnicera, las demencias de parte de la “intelectualidad” latinoamericana y europea, y las conversaciones en las escuelas del partido, porque en realidad nunca tuvo aplicación práctica, aunque muchos jerarcas no se hayan enterado.

A pesar de las continuas declaraciones altisonantes y los ríos de tinta y toneladas de papel empleados, nunca ha existido verdadera democracia en los partidos comunistas. Lo del “centralismo democrático” no pasa de ser un mal chiste para entretener ilusos y asegurar la impunidad de las camarillas dirigentes.

El papel de cada partido comunista siempre ha sido apoyar sin miramientos las decisiones de los máximos dirigentes de la organización, sea el “padrecito” José Stalin, el “gran timonel” Mao Zedong, el “máximo líder” Fidel Castro, el “líder eterno” Kim Il Sung, o el “tío” Ho Chi Minh.

Aquello de estar “en el centro” de todos los problemas nunca fue un verdadero llamado a que tales problemas se resolvieran, sino a que el partido tuviera control de todo y de todos, en todas partes, para afianzar el totalitarismo.

Por eso ahora, cuando el régimen pretende llamar al partido a un cambio de mentalidad, que encabece, como vanguardia, el cambio de toda la sociedad, aparece la cruda realidad de que el partido comunista ni sabe como hacerlo ni está convencido de que deba hacerlo.

Porque nunca lo ha hecho, nunca lo ha propiciado y, aunque realmente quisiera, no tiene ni las herramientas ni los mecanismos, ni mucho menos la tecnología ni la capacidad intelectual para lograrlo.

Por regla general, los “cuadros profesionales” del partido no son las mentes más preclaras y brillantes entre la militancia, sino las más disciplinadas, lo que significa las más fieles e incondicionales a la línea oficial, aunque tal línea no tenga sentido o sea una barbaridad.

Mucho más en un Partido como el cubano, nacido de las fuerzas guerrilleras y no de la lucha de clases; diseñado alrededor y en función de un líder carismático que nunca, en ninguna circunstancia, permitió realmente la discusión verdaderamente democrática ni el análisis colectivo; que nunca contó con verdaderos intelectuales capaces de desarrollar un pensamiento teórico-ideológico profundo; y que, basado en las chapucerías guevaristas del hombre nuevo y la supremacía de la conciencia y la voluntad sobre los intereses materiales, estableció por la fuerza una moral de monasterio, una disciplina robótica y un estilo de trabajo que recuerda más a las organizaciones políticas creadas por Mussolini, Franco y Trujillo, o a la iglesia católica, que a un verdadero partido político.  

Todo lo anterior se está palpando claramente en estos momentos en los diversos procesos asamblearios del PCC a nivel de provincias y municipios, que se comenzaron a llevar a cabo tras la terminación del Sexto Congreso.

Ciertamente, la dirigencia le ha marcado a la militancia un camino contra-natura, porque esos procesos de base debieron anteceder al Congreso, pero está claro que si se hubiera pretendido realizar de forma normal nunca se hubiera podido llegar a tal Congreso, que ya llevaba catorce años sin realizarse, por lo que la “actualización” se ha impuesto -y se sigue imponiendo- de arriba abajo.

Hace pocos días, en la reunión del Partido en Camagüey, se informaba por el periódico Granma, órgano oficial de la organización, de las palabras del documento presentado a discusión en la provincia [el subrayado es nuestro]:

“Para actualizar nuestro modelo socialista e implementar nuevas medidas, precisa el documento, se necesitan recursos materiales y financieros, pero sobre todo orden, disciplina, exigencia y ejemplaridad en el actuar de los cuadros, así como un mayor respeto hacia el trabajo, el incremento de la productividad y el ahorro de recursos”.

Teniendo en cuenta lo que dice el documento (del que están ausentes las menciones a los daños que provocan “el criminal bloqueo” o “el imperialismo”) los dirigentes partidistas camagüeyanos esperan garantizar la “actualización del modelo” en su provincia “sobre todo” con compromisos morales de “los cuadros” y la militancia, sin tener en cuenta ni la ciencia ni las técnicas de gestión económica, enfoques mucho más propios de una orden monástica que de un partido político moderno.

Según la información de Granma, las declaraciones dignas de una antología del absurdo correspondieron, una vez más, como casi siempre, a José Ramón Machado Ventura, segundo secretario y burócrata mayor, quien señaló que, si de cambio de mentalidad se hablaba, el enfoque de cada asunto tenía que ser integral, no perderse en un mar de cifras, comparaciones y generalizaciones, sino

“definir claramente qué pasó, por qué se falló, qué dejamos de hacer, en qué no tuvimos la suficiente previsión, qué medidas se adoptarán para que no se repita lo sucedido y quién es el responsable del incumplimiento”.

El primer “responsable del incumplimiento” nunca será señalado directamente, porque se sabe quién es. Pero no pueden ser capaces de desprenderse del criterio de que, frente a los problemas, es más importante encontrar un culpable que encontrar soluciones, como si eliminando al culpable se resolvieran por sí solos problemas que tienen que ver con efectividad, eficiencia y gestión.

Por otra parte, no faltó tampoco en las palabras del flamante segundo secretario un señalamiento “brillante” para la generalización de las experiencias:

el análisis no puede abarcar a todos los sectores y organismos; sin embargo, la esencia del problema sí es aplicable de manera general, pues cuestiones similares ocurren en muchos lugares sin un enfrentamiento resuelto y efectivo.

De tal manera, aunque se pretende estar “en el centro” de todo y supuestamente resolver todos los problemas, se reconoce que “el análisis no puede abarcar a todos los sectores y organismos”. De ahí que se pretenda, aunque ni ellos mismos se den cuenta de lo que dicen, definir soluciones generales, universales y mágicas, que resulten aplicables “de manera general” para cualquier problema que exista o surja posteriormente, aunque no se sepa cual es ni a qué se debe: lo que nuestros ancestros llamaban “el ungüento de la Magdalena”.

Y uno se pregunta, si en estos momentos las cosas están así, qué es lo que ha hecho el partido comunista cubano en los cuarenta y siete años que lleva existiendo desde su fundación en octubre de 1965, si a estas alturas el segundo secretario de ese partido tiene que señalarle a sus militantes que es necesario identificar las causas de los problemas y definir lo que hay que hacer para encontrar soluciones generales para todos y cada uno de los problemas.

Porque se trata de algo que saben perfectamente los niños menores de doce años cuando pierden en un juego de pelota y no desean perder también el siguiente, o un aprendiz de mecánico aficionado cuando intenta hacer arrancar un automóvil y se da cuenta de que no lo logra.

Entonces, no hay necesidad siquiera de cuestionarse si esta elitista congregación de monjes ineptos que se llama Partido Comunista, que pretende ser reconocida como fuerza dirigente superior de la sociedad, y así lo impone en la Constitución del país, puede ser o no capaz de resolver los acuciantes problemas que conforman la crisis más extensa y profunda de la nación cubana en toda su historia. Ya sabemos la respuesta.

No se trata de que el universo de la militancia esté compuesto por ignorantes o burócratas indolentes, porque entre ellos hay personas muy capaces y deseosas de resolver realmente los problemas y encontrar soluciones efectivas.

Se trata de que la organización donde se agrupan y militan resulta anacrónica y desfasada en el tiempo: pertenece al siglo XX, en el mejor de los casos, y más probablemente al XIX, y no está en condiciones (ni tiene sentido que lo pretenda), para analizar sabia y profundamente y decidir sobre complejos problemas de administración pública y gestión empresarial con métodos de la máquina de vapor o la sociedad industrial, en la era de las computadoras y la electrónica, de la sociedad de información, de las telecomunicaciones digitales y de la globalización. Tan sencillo como eso.

No hace falta un iluminado en cada militante, sino capacidad de gestión y conocimientos específicos en quienes tienen a su cargo la producción y los servicios: inmiscuirse en su actividad con militantes-supervisores-inquisidores no resuelve el problema.

No hace falta una maestría en Business Administration en Harvard para saber que

“el país no puede darse el lujo de seguir enterrando recursos en inversiones, proyectos y planes millonarios que luego no se cumplan o no rindan frutos en correspondencia con lo gastado”

como se señaló en el Pleno del partido del municipio Arroyo Naranjo, La Habana. Eso lo saben muchos en muchos lugares del mundo desde hace muchísimos años. Cualquier persona con un coeficiente mental promedio, aunque fuera analfabeto, sabe eso desde hace demasiado tiempo y no necesita discutirlo en una reunión de “la vanguardia” de la sociedad.

En menos de cinco meses ese municipio “dejó de ingresar” treinta y un millones de pesos al presupuesto (eufemismo para señalar que se perdieron). ¿Por qué?

“Como la razón fundamental de tal incumplimiento los delegados coincidieron en señalar el quehacer ineficiente de un grupo de empresas de peso como Comercio y Gastronomía, Productora de Equipos Electrodomésticos (ubicada en las proximidades del Parque Lenin), Ronera Occidental, Hormigón y Terrazo y Cultivos Varios, entre otras.
 
Estas entidades, o bien no cumplen con sus compromisos de producción o tienen fuera de término las cuentas por pagar y/o cobrar, exceso de materia prima o productos terminados en almacenes, tierras aptas improductivas o pobremente explotadas y pagos sin un respaldo productivo, en algunos casos, y en otros por debajo de los resultados”.

¿Bloqueo? ¿Imperialismo? ¿Mafia de Miami? ¿Terrorismo? ¿Crisis económica mundial? ¿Ley de Ajuste Cubano? ¿Cambio Climático? ¿Huracanes? ¿Sequía? ¿Crisis energética?

Evidentemente, nada de eso: simplemente, ineficiencia, ineptitud, incompetencia, misión del partido mucho más allá de sus posibilidades reales de cumplirla. Cuarenta y siete años de continuo fracaso lo demuestran fehacientemente.

A ello hay que sumar el presionante problema de la corrupción a todos los niveles, desde la cúpula a la base, desde el Buró Político al militante “de a pie”, y que abarca todos los sectores de la sociedad: la extrema miseria a que el descalabro castrista ha llevado a toda la nación, y la imposibilidad manifiesta de cubrir las necesidades elementales con el fruto del trabajo honrado, ha desarticulado los resortes morales y los mecanismos de control de la sociedad: el desvío de recursos estatales para satisfacer necesidades materiales de la población -tanto militantes como no militantes- no podrá realmente detenerse, y  posteriormente eliminarse, hasta que no se resuelvan a fondo estos problemas.

¿Qué hubiera sucedido si tales empresas estatales en ese municipio hubieran sido privadas, cooperativas, o algunas de las actividades más sencillas estuvieran en manos de cuentapropistas? ¿Sucedería lo mismo si todas esas empresas fueran de capital mixto, con la participación de inversionistas extranjeros?

Y si se sabe la respuesta, ¿por qué se pretende insistir en lo que está comprobado que no funciona? Para justificar el poder, para nada más.

Pero el llamado en la reunión partidista de Arroyo Naranjo, tanto de Mercedes López Acea, miembro del Buró Político y primera secretaria del Partido en la provincia, como del miembro del secretariado del Comité Central, Abelardo Álvarez Gil, no pudo ser más patético, ridículo, desfasado en el tiempo, e inútil:

“Los dirigentes enfatizaron que el Congreso del Partido se hizo para reordenar nuestro modelo económico, y ello exige cambiar en maneras y formas de pensar y actuar; y también para que los militantes cumplan de una vez con su papel de estar con los pies y los oídos pegados a la tierra”.

Sin comentarios: no hacen falta.

Por otra parte, hay problemas muy serios que no pueden resolverse aunque todos los militantes a la vez estén “con los pies y los oídos pegados a la tierra”. La infraestructura productiva y de transporte del país es obsoleta y está deteriorada, sin recibir ni siquiera el mantenimiento adecuado. No hay capitales suficientes para acometer nuevas inversiones o reparaciones capitales. Una parte de los disponibles están comprometidos con grandes proyectos de largo plazo (búsqueda de petróleo submarino en el Golfo de México, ampliación de las refinerías, ampliación del puerto de El Mariel). La producción agropecuaria no sale de su estancamiento, y el país sigue necesitando miles de millones de dólares para comprar en el extranjero los alimentos que no se producen en Cuba, y eso considerando las extraordinarias restricciones al consumo que están vigentes durante décadas y que se han incrementado mucho más en los últimos tiempos.

La fuerza laboral sigue sobrando en todas partes: ya el régimen comprendió que los despidos masivos que se planificaron no pueden llevarse a cabo sin tensiones sociales extremas, y el trabajo “no estatal” no puede absorber esa masa, sobre todo con las leoninas condiciones que se le impusieron desde el primer momento. Pero en la medida que esa masa laboral se mantenga excedente en las plantillas estatales no puede haber posibilidades reales de elevar la eficiencia de la economía. A su vez, la extensión masiva del llamado “sector no estatal” debilitaría más aún el papel del partido comunista en la economía.

El malestar de la población crece por días, y cada vez los cubanos tienen más conciencia de que las verdaderas causas de sus dificultades y limitaciones no hay que buscarlas hacia el norte, sino en el propio sistema y su inepto gobierno dictatorial.

Sin embargo, no puede perderse la cabeza al analizar: si la situación no cambia, el régimen está acorralado. Las posibilidades reales de salvación con el petróleo submarino demoran años todavía. Pero si la gerontocracia actúa de la manera que resultaría más sensata, es de suponer que continuará llevando a cabo reformas más profundas, no por convicción ni por ninguna otra cosa, sino para tratar de estabilizar la economía y mantenerse en el poder. Entonces, al fin y al cabo, si en determinado momento el régimen tuviera que escoger ante la disyuntiva de renunciar al poder o degradar la misión del partido, lo más lógico sería asegurar el poder: el que tenga dudas pregúntele a los camaradas chinos y vietnamitas.

Tan grave es la situación de inmovilismo e ineptitud del partido a lo largo y ancho de la Isla que la máxima dirección de la organización (es decir, Raúl Castro), tomó la decisión de no comenzar en las provincias orientales los plenos preparatorios a nivel de municipio para la Conferencia del partido prevista a desarrollarse el próximo mes de enero, para que todo el trabajo partidista de esas organizaciones en sus territorios se concentre en tratar de enderezar la economía, que se encuentra al borde del abismo en todo el país.

Es decir, que los cuadros se dediquen a lo que no han podido culminar exitosamente durante más de medio siglo: reordenar el modelo económico; cambiar en maneras y formas de pensar y actuar; y que los militantes cumplan de una vez con su papel de estar con los pies y los oídos pegados a la tierra.

Si la gerontocracia en el poder totalitario en Cuba pretende realmente reordenar ese desastre ahora llamado “modelo económico”, enderezar la economía nacional para evitar que termine despeñándose en el abismo, y cambiar la mentalidad de los cubanos en función de ese esfuerzo, tendría primero que cambiar la mentalidad y el estilo de trabajo del partido comunista y de todos sus cuadros, funcionarios y militantes, desde la base hasta la cúpula: no hay otra alternativa posible.

Es decir, el neocastrismo necesita acabar de encontrarle utilidad y sentido práctico al partido  comunista en las nuevas condiciones, lo que nunca ha sucedido en la historia de ese partido durante casi medio siglo.

Inútil tarea, porque ese partido comunista -hay que volverlo a decir- ni está preparado para ese cambio, ni sabe como hacerlo. Y a muchos de sus dirigentes, funcionarios y burócratas tampoco le interesa hacerlo.

O, para no señalarlo en términos tan absolutos, digamos que hasta ahora, y durante cuarenta y siete años, no han demostrado que estén preparados, que sepan como hacerlo, ni que les interese.

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