martes, junio 28, 2011

El diferendo árabe-israelí: desde 1948 hasta hoy ( V y FINAL )/ Juan Benemelis

Desde  Cubanálisis-El Think-Tank

PARTE V Y FINAL: Petróleo y Camp David, la Intifada y el Líbano
[Peres y Rabin al sur del Libano]


Moscú sabía que Egipto y Siria se habían salvado de una derrota total a última hora, no por el armamento soviético sino por la presión norteamericana sobre Israel para que detuviese su ofensiva. De haber continuado la misma, Siria hubiera colapsado, se hubiera dividido en sus tres partes componentes y desaparecido como nación. Egipto, tras haber perdido todo su ejército, nunca hubiera recuperado el Sinaí. La OLP se hubiera evaporado como organización y Tel-Aviv hubiera reorganizado geográfica y políticamente al Medio Oriente a su conveniencia.
Para compensar el rearme israelí, Estados Unidos comenzó a proveer de armamentos sofisticados a ciertos países árabes. El acceso a la tecnología norteamericana posibilitó a que Israel creara una fuerza aérea moderna capaz de llegar a todos los estados de la Liga Árabe. Esta ecuación escaló la carrera armamentista en el Medio Oriente, llevando a que Siria, Libia e Iraq se moviesen más hacia la Unión Soviética.
La guerra coadyuvó a fortalecer la idea de un acomodo político, pese a que el "plan Rogers" y la "misión Jarring" habían fracasado en los dos años anteriores. En 1971 durante la misión de la ONU al Medio Oriente encabezada por Gunnar Jarring, el presidente Sadat prometió el reconocimiento y la normalización de las relaciones a cambio de que se retornase el Sinaí. En 1971, el presidente Sadat, -como los sirios y los jordanos aunque estos mostraron bastantes reservas- ofreció la paz con Israel y un estado palestino a partir del desmantelamiento de Gaza y Cisjordania. Sadat hizo la misma propuesta en 1973 y la reafirmó nuevamente en Jerusalén en 1977. 
El presidente norteamericano Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger, -conocido en el Medio Oriente como el Maquiavelo moderno- trataron de asegurar el control y la estabilidad del área -así como el flujo petrolero a Occidente- con la estrategia de “los dos pilares”, es decir, con la alianza de la casa real Saudita y el Shah de Irán, los que consideraban garantes de la seguridad del golfo y la península árabes. Kissinger, al negociar el fin de la guerra del Yom-Kippur, logró de Israel el compromiso de desmantelar militarmente en 1975 el Sinaí. Esto forjó las bases para los acuerdos de Camp David. Pero, la diplomacia de Kissinger no estuvo diseñada para implementar una solución final y comprensible al diferendo árabe-palestino-israelí, sino sólo para reducir la tensión del Medio Oriente. La ambigüedad de esta política y el apoyo irrestricto a las anticuadas y opresivas estructuras estatales medievales árabes tuvieron consecuencias desastrosas. Entre otras, tal política provocó el desplazamiento de Egipto como el poder regional por excelencia.
Los expertos militares aún continúan discutiendo sobre quien obtuvo realmente la victoria en esta guerra. Pero, esta discusión de conceptos tácticos posee poca relación con el estallido de la verdadera guerra en el Medio Oriente. Esta fue la que se inició el 17 de octubre al decretar diez países árabes exportadores de petróleo, el embargo a Estados Unidos y los países europeos que apoyaban a Israel. El arma árabe, que anteriormente había fallado, probó ser una poderosa fuerza económica y psicológica. Aparte de la recesión que afectaba a Occidente, la "guerra del petróleo", con todas sus secuelas, embargos, cuadruplicación de precios, etc., representó el más duro golpe en el balance del comercio internacional desde que Estados Unidos hizo irrupción como potencia mundial en la I Guerra Mundial, y el crash financiero de 1929.
 
El contraataque del mundo occidental se personalizaba en los peregrinajes del entonces secretario de Estado estadounidense, Henry S. Kissinger, quien trataba de convencer a los principales consumidores mundiales de petróleo que estableciesen un precio bajo tope de compra, en una cifra no especificada. Pero, la propuesta no sería acogida en Europa con todo el calor esperado, sobre todo en Francia, dependiente del petróleo argelino y libio.
 
Los problemas de la industria y la energía se convertirían a partir de ese momento en un objetivo de política. Estos obtendrían mayor atención a medida que los focos industriales y poblacionales comenzaran a secar las actuales reservas. Ello implica la dificultad de hacer descender los precios mundiales del petróleo. Por otro lado, las reservas más importantes fuera del Medio Oriente y el campo socialista, se encuentran en el fondo de los océanos, en el Mar del Norte y Alaska, y resulta en extremo costosa su extracción, estimándose incluso que su explotación no disminuirá los precios a un nivel bajo.
 
Por su parte, el presidente el-Sadat de Egipto, junto a otros países árabes, estaba en disposición de hacer concesiones y concluir un acuerdo de paz por separado con Israel para que ésta devolviese los decisivos pasillos de Mitla y Giddi en el Sinaí así como los campos petroleros de Abu-Rudeis. Este acuerdo neutralizaría la presión que los países árabes podían ejercer sobre Israel. Los esfuerzos realizados por el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger logró sus límites en el acuerdo egipcio-israelí, firmado el 18 de enero de 1974, en el kilómetro 101 del camino Cairo-Suez, y el segundo acuerdo de cese al fuego en marzo de 1975. Siria opto por seguir el camino de el-Sadat y refrendaba el 29 de mayo de 1974 un acuerdo con Israel. La importancia de ambos tratados era que contenía todas las bases para un acuerdo de paz. Ello propicio de golpe la resurgencia de la influencia norteamericana en el Medio Oriente, restableciendo las relaciones diplomáticas con Egipto el 28 de febrero de 1975 y con Siria el 4 de junio.
 
El presidente Anuar el-Sadat estaba urgido por liberar el elevado presupuesto militar, enfrentar la inflación y evitar los problemas internos. Decidido a llevar una política de varias opciones y, a la vez, buscó al capital de Estados Unidos como socio de la economía egipcia. El propósito era ayudar los planes de reconstrucción de posguerra con la compra de maquinarias pesadas, la venta de las compañías estatales egipcias y la creación de zonas de libre comercio en ambos lados del Canal, en El Cairo y Alejandría. Asimismo, orientó el comercio cada vez mas hacía las prósperas comarcas de la Península arábiga y el Golfo, sus sostenes financieros, a la vez que engordaba a la clase media de su país.
 
Una sucesión de cancilleres europeos visitó a El Cairo y el-Sadat sería el primer presidente egipcio en visitar Francia, en enero de 1975. Ello era resultado de la campaña de paz: el clímax fue la visita realizada por el presidente Nixon a Egipto, Arabia Saudita, Jordania, Siria e Israel, entre el 11 y el 18 de junio. De inmediato comenzaron las operaciones en El Cairo del Chase Manhattan Bank, el First Nacional City Bank, el Bank of América y American Express.
 
Con anterioridad a la guerra del Yom Kippur de 1973, los países árabes habían intentado fallidamente la utilización del petróleo como instrumento de presión económica y política. Sin embargo, a partir de la misma, el hidrocarburo probó ser de momento una poderosa arma económica y psicológica. La llamada guerra del petróleo -con todas sus secuelas, marchas y contra-marchas, embargos, cuadruplicación de precios y demás- fue el primer golpe al equilibrio del comercio internacional y del sistema capitalista desde que Estados Unidos hizo irrupción como potencia mundial en la Primera Guerra Mundial y desde la crisis financiera del año 1930.
 
En 1960, nadie podía imaginar que, en pocos años, la acción coordinada de los productores árabes sembraría hondas inquietudes en los Estados Unidos y Europa Occidental demostrando que las grandes estrategias orbitaban alrededor del suministro energético, única materia prima capaz por sí sola de desencadenar conflictos bélicos. Los problemas de la industria capitalista y la energía se convertirían a partir de ese momento en sujeto político que cobraría mayor atención a medida que los focos industriales y poblacionales comenzaban a secar sus reservas.
Si bien, el presidente egipcio buscaba una nueva tentativa de reagrupamiento con Libia y Sudán, aceptaría el “plan Rogers” de cese al fuego temporal en el canal de Suez y, luego, la firma unilateral de la paz con Israel. Al mismo tiempo, Egipto orientaba su comercio cada vez más hacia la próspera comarca de la Península Árabe y el Golfo. Con algunas excepciones, fundamentalmente en la periferia del Medio Oriente, el mundo árabe, bajo la influencia de Arabia y Egipto, establecería un bloque flexible de países moderados. Como resultado de la campaña de paz egipcia, una sucesión de cancilleres europeos visitaría el Cairo y El Sadat sería el primer presidente egipcio en visitar Francia, hecho que ocurrió en enero de 1975.
El Occidente no confiaría totalmente en los pasos logrados por su diplomacia en el flanco árabe, manteniendo sistemáticamente su política de reforzar militarmente a Israel que ya poseía más de 2,100 tanques, comparados con los 1,700 disponibles en octubre de 1973. Por su parte, Siria contaba con 2,250 tanques y Egipto alrededor de 1,500. En la fuerza aérea, Israel tenía 520 cazas, Siria por su parte contaba con alrededor de 326 y Egipto unos 630. En adición, Israel seguía equipándose con cohetes balísticos Lance y Jericó, mientras Egipto y Siria los hacían con los Frog y Scud.
Dos sucesivas administraciones norteamericanas, las de Gerard Ford y Jimmy Carter, realizaron esfuerzos concretos para solventar los problemas políticos del Medio Oriente. El presidente Carter acogió la solución pan-arabista para solucionar el conflicto árabe-israelí propuesto por Siria. En 1977, Estados Unidos coordinó la conferencia de paz en Ginebra con la presencia de los palestinos, señalando el fin de la “era Kissinger”. Pero, Israel avizoró que su posición negociadora se debilitaría con un acuerdo político negociado en la ONU entre el resto de los países árabes, Palestina y las dos grandes potencias.
En octubre de 1977 la URSS y Estados Unidos firmaron un acuerdo conjunto donde se comprometían a resolver el conflicto árabe-israelí. Leonid Brezhnev consideraba que, con ello, aseguraba el reconocimiento norteamericano para la inclusión de la URSS en el proceso de paz del Medio Oriente. Al igual que Israel, Sadat estaba a favor de los acuerdos separados entre cada parte con Israel y se opuso públicamente al comunicado soviético-norteamericano de 1977 sobre Palestina.
Para sorpresa del mundo entero, en noviembre de 1977, Sadat viajó a Jerusalén cambiando toda la ecuación. Este era un político realista. Su país era el centro de la maquinaria militar árabe y, sin Egipto, era imposible montar un ataque efectivo sobre Israel. Esa era la fortaleza y flaqueza egipcia. Era además la época que la oposición israelí -entre ellos Simón Perés- comenzó a hablar por vez primera de los derechos palestinos. Estados Unidos, con el favor de los sauditas, se ajustó a la nueva situación, reordenó sus prioridades para dar espacio a un acuerdo de paz por separado entre El Cairo y Tel Aviv y abandonó la vía de la solución Palestina a través de la ONU.

El presidente rumano Nicolás Ceaucescu sirvió de mediador entre Menahen Begin y Sadat. A partir de ahí, Sadat y Begin se reunieron en Camp David bajo los auspicios de Jimmy Carter, acordándose un plan de autonomía como el primer paso irreversible hacia un proceso final de autodeterminación Palestina. Pese al tratado de paz de Camp David de 1979, el meollo del problema, el conflicto palestino-israelí, permaneció insoluble. Después de Camp David, un número de iniciativas privadas produjo entrevistas confidenciales entre la administración de Jimmy Carter y la OLP en Beirut. Para 1979, la OLP mostraba signos de hallarse en condiciones de aceptar la Resolución 242. Para 1980, la Comunidad Económica Europea declaraba su apoyo a la auto-determinación Palestina, presentando una seria divergencia entre la política norteamericana y europea con respecto al conflicto del Medio Oriente.

Lo que se había iniciado tras la debacle militar árabe de 1967 y 1973, culminó con los acuerdos de Camp David y la caída el Shah de Irán. Con ello, se daba cuenta de las ideologías nacionalistas del nasserismo, el baasismo y el panarabismo, y se promovía el fundamentalismo islámico. Pese a que el Mossad alertó a la CIA con meses de anticipación del peligro que enfrentaba el régimen del Shah Rezah Pahlevi, los servicios de inteligencia occidentales fallaron en detectar la crisis que derrocó la monarquía iraní en 1979. Ello significó uno de los golpes más devastadores a la política exterior norteamericana de posguerra al destruir el balance de fuerzas en la región y quedar los países del Golfo, aliados a los norteamericanos, vulnerables a las fuerzas del fundamentalismo islámico.
Entre 1977 y 1979 los iraquíes orquestaron una campaña de descrédito contra Egipto y su acuerdo de paz con Israel. El tratado de paz provocó que los países árabes petroleros cancelaran sus contratos de trabajo a millones de egipcios, los cuales remitían a casa más de $30,000 millones de dólares anuales, el ingreso más importante del país. Por su parte, el gobierno ultra-conservador de Menagen Begin desataba una ofensiva contra los campamentos de la OLP en el Líbano y rehusaba aplicar la autonomía a Gaza y Cisjordania. Con ello, desacreditaba aún más a Egipto en todo el Medio Oriente.
Todo ello llevó a que Saddam Hussein pudiese erigirse como la fuerza dominante de la región. Saddam Hussein fue criado por su tío Khairallah Tulfah, quien fuese miembro destacado de una organización pro-nazi en Iraq durante la Segunda Guerra Mundial. Hussein heredó de su tío su admiración por los principios nazis, que lo llevaron a unirse al movimiento nacionalista Baas cuya filosofía se basaba también en la ideología del nacional socialismo alemán y del fascismo italiano.
Para la época en que Ronald Reagan es elegido presidente de Estados Unidos, en 1980, la situación era diferente. El estatus del área estaba congelado, Egipto e Israel habían arribado a un entendimiento mutuo y, en 1981, la Unión Soviética concedía a la OLP reconocimiento diplomático. Para 1982, la KGB se hallaba contrariada por los reportes de inteligencia que señalaban entrevistas secretas entre altas figuras de la OLP y funcionarios norteamericanos. Moscú sospechaba que Arafat cedía a las presiones occidentales para excluir a la Unión Soviética de los acuerdos del Medio Oriente. En 1983, el jefe del departamento del Medio Oriente de la chancillería soviética, Oleg Grinevsky, en una reunión en Londres, expresó a los diplomáticos que ya Moscú no confiaba en Arafat y los planes a largo plazo estaban dirigidos a que elementos marxistas del círculo dirigente de la OLP le reemplazaran.
En 1982 Estados Unidos retiró a Iraq de la lista de naciones terroristas después que el director de la CIA William Casey se entrevistó secretamente en Bagdad con Saddam Hussein, montando una cooperación de inteligencia que influiría en el curso de la guerra con Irán. Pero, a fines de la guerra con Irán, Saddam comenzó a maniobrar con la OLP, interesado en presentar una cara favorable a Occidente. La OLP se hallaba en extremo debilitada producto de sus encuentros militares con Siria al norte del Líbano en 1984 y se había llegado a la conclusión definitiva que no existía la posibilidad de una victoria militar contra Israel. Asimismo, hubo un re-alineamiento con Egipto después de Camp David y la aceptación de las propuestas elaboradas por el secretario de estado norteamericano James Baker, el famoso “plan Baker”.
Para fines de 1988 Egipto lograría persuadir a la OLP para que renunciase el terrorismo y acatase la solución de dos estados en Palestina (uno judío y otro árabe) establecidos por la ONU en 1947. En una reunión en Argelia en ese año, el Consejo Nacional Palestino se pronunció a favor de la auto-determinación con un gobierno secular en una parte de la Palestina. Otro cambio importante fue la aceptación de las resoluciones 242 y 338 de la ONU que anteriormente habían sido rechazadas. La aceptación por la OLP de la existencia del estado de Israel implicó una gran concesión a sus anteriores posiciones basadas en el principio de “toda la Palestina expulsando a los judíos, o nada”.
En el otoño de 1988, los iraquíes figuraban entre los estados árabes que respaldaban la nueva posición moderada de Arafat de denuncia al terrorismo y aceptación del diálogo con Estados Unidos. En septiembre, Jordania renunciaba a su responsabilidad administrativa sobre el territorio de la Cisjordania ocupado por Israel para que allí se estableciese un estado palestino. La tenacidad Palestina por reconstruir una identidad en el exilio y el que su lucha por la auto-determinación deviniera tan conocida internacionalmente comenzó a ser un presupuesto manejado por el discurso norteamericano.
Desde diciembre de 1988 a mediados de 1990, se desarrollaron en Túnez diálogos entre diplomáticos norteamericanos y representantes de la OLP con vistas a poner en práctica un proceso de paz en la región. Mientras Israel se hallaba sumido en la crisis interna de la intimada -que entraba en su tercer año- y su premier Yitzhak Shamir aún persistía en su ideología bíblica como para atender las sugerencias de un diálogo con los palestinos, Saddam Hussein se erigía en el campeón de los palestinos. Arafat se hallaba frustrado por la falta de apoyo de los emiratos del Golfo y el estancamiento de la operación de paz egipcia.
Para el campo radical, encabezado por Saddam Hussein, el gobierno de El Cairo no era confiable por estar demasiado identificado con Occidente y, para colmo, por sus relaciones con Israel. Mubarak fue acusado por todas las tendencias palestinas de haber implicado a Arafat en una estrategia de “moderación” que, a fin de cuentas, nada había producido.
Pero en octubre de 1991, Estados Unidos logró sentar en la mesa de negociación a Israel y a los palestinos, además de Jordania, Siria y Egipto. Esta negociación resultó en una lucha de facciones palestinas donde fue relegada la tendencia moderada, encabezada por Hanna Ashrawi, quien había logrado llevar a realidad la conferencia involucrando a Estados Unidos y al soviético Mijaíl Gorbachov.
Los judíos tienen disímiles visiones sobre la naturaleza y el objetivo de su Estado y su seguridad. El triunfo contra los árabes en las guerras de 1967 y 1973 extravió la interpretación de las circunstancias de su Estado y la apreciación inmediata que les llevó a pasar de la vulnerabilidad a la omnipotencia. Así se incurrió en el entorno mesiánico donde la proyección al futuro no partía del discernimiento de la realidad sino del dogma bíblico que bosquejaba como única redención adjudicarse todo el Israel de la Antigüedad. Tanto Beguin como Sharón intentaron edificar un nuevo entorno en los territorios ocupados, expropiando y comprando terrenos para plantar distritos judíos. Pero, este programa de fusión no pudo cristalizar debido a la tensión doméstica, la coacción norteamericana y la obstrucción del Medio Oriente.
Entre 1977 y 1979, la OLP se sumía en una sangrienta guerra intestina como la de Al-Fatah y los grupos pro-iraquíes en 1978. Said Hammami, el representante de la OLP en Londres, quien proponía negociar directamente con los israelíes, fue asesinado por un miembro del círculo de Abú Nidal, agente a la vez de los servicios secretos iraquíes.
En 1979, el régimen del Ayatollah Khomeini entró en una articulación amplia con la OLP. El mismo, había entronizado el apoyo estatal a la vituperada rama islámica “no-árabe” del shiísmo iraní, lo que trajo el repudio de los emiratos del Golfo, Arabia Saudita, Jordania y Egipto. Con Egipto e Iraq siempre predominaron las altas y bajas, en especial tras la alianza de la OLP con el régimen de Saddam Hussein en 1991.
Con la invasión al Líbano en 1982, Ariel Sharón se propuso resolver manu militari el dilema de un país judío escoltando a 1.7 millones de palestinos. Esperaba destruir a la OLP y apremiar a que los residentes de Gaza y Cisjordania aceptasen la anexión y librarse de paso del reproche internacional por la represión de los derechos del vencido. La actitud israelita ante tal rompecabezas se tornó en su más grave pifia política, sobre todo cuando el tema sobre el carácter de su Estado se reabrió como derivación de la realpolitik militar y las presiones demográficas árabes.
En el Líbano, la OLP se transformó, de una organización ascética, en una burocracia corrupta de comandos de sofá. Por esta razón, fracasó en crear un ejército palestino y probó su nulidad ante la engrasada maquinaria bélica israelí. Israel observaba la concentración de fuego que Arafat acumulaba en el sur del Líbano y la legitimidad que su mini-estado de Beirut iba ganando en el ánimo internacional. Los israelitas habían invadido el sur del Líbano en 1978 y, de nuevo, lo harían en 1982, tomando partido con los cristianos contra los palestinos, los drusos y los musulmanes sunnitas.
Los israelíes nunca entendieron que Líbano es, en realidad, dos países. De haberlo comprendido, nunca hubieran concebido al Líbano como el segundo país árabe en firmar un tratado de paz con ellos. La noción que Israel poseía de la sociedad libanesa no se formó en los ochenta, sino que provenía de los años iniciales cuando Israel se transformó en estado. La visión prevaleciente era la de una sociedad libanesa básicamente cristiana que cohabitaba con una “minoría” árabe. Por eso, Begin y Sharón veían al Líbano amenazado por los musulmanes y no lograban explicarse por qué los países cristianos no apoyaban a sus correligionarios victimados por los islámicos en el Líbano.
Begin esperaba que entre Israel y el Líbano cristiano se restaurase la civilización Mediterránea. Esta visión original romantizada no tomaba en consideración a los shiítas libaneses, la mayor comunidad religiosa del país en los ochenta. El error consistió en considerar que la vía para restaurar la soberanía libanesa era apoyar a los cristianos y expulsar a Arafat, ya que consideraban la presencia de la OLP sólo como un síntoma de los males del país y no su causa. La fuente real de los problemas del Líbano era el hecho de que los dos Líbano (el cristiano y el musulmán) se hallaban en guerra, actualizando la vieja rencilla que había estallado al momento de la fundación del país.
La OLP, los sirios y los israelitas fueron cada uno de ellos traídos al Líbano por los islámicos o los cristianos, quienes siempre han estado buscando ayuda exterior para derrotar a la facción contraria. Pero los dirigentes cristianos libaneses no eran un grupo de monjes que vivían asediados en monasterios sino unos padrinos mafiosos, corruptos y venales motivados por una combinación de temor y ambición. Estos señores de la guerra cristianos estaban determinados a hacer cualquier cosa para mantenerse en las posiciones gubernamentales que le había asignado el pacto nacional de 1943, pese a que, en las décadas posteriores, los musulmanes se habían transformado en la mayoría indiscutible del Líbano. El objetivo de la falange cristiana era ganar la guerra civil para evitar la pérdida del poder. Para ello, agitaron capota de la OLP para atraer a los israelitas en su ayuda. A su vez, los israelitas habían mitificado al maronita Bashir Gemayel y su milicia falangista, con las cuales establecieron un pacto para expulsar a la OLP y Siria del Líbano.
Los intereses petroleros norteamericanos en el Golfo, posibilitaron que el secretario de Estado Alexander Haig diera luz verde a Israel para lanzar su blitzkrieg en el Líbano. En el verano de 1981, los sirios se determinaron a alterar el balance de poder en el área, instalando baterías de cohetes tierra-aire Sam en posiciones delanteras para debilitar la capacidad de reconocimiento aéreo israelí. La primera fase de la invasión al Líbano constituyó un duelo aéreo. Los F-15 israelíes -para estupefacción del mundo entero- arrasaron en un par de días con toda la defensa coheteril siria sobre el valle del Bekaa y con la aplastante superioridad de la fuerza aérea Siria con sus MiG-23 soviéticos.
El 3 de junio de 1982, los palestinos liquidaron al embajador israelí en Londres Shlomo Argov. El asesinato proveyó el casus belli para que Israel invadiera el Líbano el 6 de junio con la intención de destruir a la OLP. Pero el asesinato de Argov nada tuvo que ver con la OLP.  Fue una acción de una cédula de Abu Nidal al mando de Marwan Al-Banna, que había sido plantada por los iraquíes en Londres en 1980. La admiración que despertó esta operación en el ámbito internacional varió dramáticamente el 10 de junio de 1982.  Ese día, por una parte, los blindados de Ariel Sharon, apoyados por 100,000 soldados de infantería, irrumpieron sobre Sidón y Tiro.
Por otra, el brillante general israelí Amnon Shahak estableció un anillo de hierro alrededor de Beirut para liberar al Líbano de los 10,000 combatientes palestinos de la OLP, que por años habían atacado los poblados norteños israelíes, matando civiles. La OLP había emplazado su armamento pesado en medio de los centros civiles del Líbano y de los campos de refugiados palestinos. Ello provocó una gran cantidad de bajas civiles, lo que alimentó los medios de comunicación internacionales en favor de la OLP.
Sharón creyó que Israel podría darle una solución definitiva al complejo problema libanés a través de su poderío militar. Para Sharón, todo se reducía a expulsar la OLP del Líbano, instalar al cristiano Bashir Gemayel como presidente, firmar entonces un tratado de paz con el Líbano y forzar a los palestinos de Gaza y Cisjordania a que aceptasen la supremacía de Israel. Sharón nunca supo dónde y cuándo detenerse ya que no entendía los límites del poder militar en un lugar fragmentado e impredecible como el Líbano.
Los israelitas entraron al Líbano con una idea mítica de sus aliados cristianos pero también sobre sus enemigos: los palestinos. Por otro lado, desde el instante que el ejército israelí invadió al Líbano, el también mundo ilusorio de Arafat se vino abajo. Beirut no sería el Stalingrado árabe como había pregonado. Lo primero que desapareció fue el mito de que la OLP fuese una fuerza militar capaz de enfrentar a los blindados israelíes, pese a que sus guerrillas lucharon bravamente. Luego, se desmoronó la noción de que la OLP era la vanguardia de un renacimiento nacionalista árabe y la conciencia del mundo islámico.
El mundo árabe de la década de los ochenta ya no era el de la retórica revolucionaria. Había cambiado demasiado bajo el látigo de los dictadores y la riqueza escandalosa de los jeques petroleros. Arafat -embarcado en un duelo a plomo con el ejército libanés por el control del país- no se preocupó por evitar las trágicas bajas civiles palestinas. Así ocurrieron las masacres de Sabra y Shahtila a manos de las falanges cristianas -en ocasión de la invasión israelí al Líbano en 1982- donde murieron 800 civiles. Sabra y Chatila era la venganza que tomaba la milicia falangista cristiana, primero, por la muerte de Bashir a manos de la OLP y, segundo, por la masacre de cristianos en la aldea de Damour ordenada por Arafat en febrero de 1976.
En septiembre de 1983, las tropas israelíes comenzaron su retirada del Líbano de forma unilateral, un mes después de que el premier Begin optase por desaparecer para siempre de la vida pública, aplastado por el fracaso político de la campaña militar y el descrédito internacional. De no haberse producido la invasión libanesa de Sharón, Arafat y la OLP aún continuarían languideciendo en los bulevares de Beirut, perdidos de la memoria política contemporánea.  Israel, por su parte, hubiese lidiado directamente con los grupos palestinos de los territorios ocupados, más proclives al acomodo y de visión más realista. Al expulsar las guerrillas palestinas, Sharón recreó el dilema de los palestinos sin hogar.
Arafat esperaba que el mundo árabe se precipitara a la guerra con Israel. Luego de un mes de incesante bombardeo, esta ilusión se desvaneció. Por fin la OLP tenía su guerra con Israel pero nadie vino, sólo Sharón. El consejo recibido por la OLP de todos los rincones árabes era que aceptase cualquier cosa que Israel pusiera en la mesa de negociación. Los jefes islámicos presionaron a Arafat para que abandonase Beirut. La evacuación de la OLP se produjo el 21 de agosto de 1982 bajo la supervisión de la célebre Legión Extranjera Francesa.
Una era completa de política árabe -que se había iniciado con Nasser- moría al instante en que Arafat abordó el crucero griego Atlantis. Si bien la revolución financiera de la OPEC había alimentado las más fantásticas expectativas palestinas, los blindados Merkavá de Sharón aplastaron al sueño nacionalista árabe del cual la OLP había sido el portaestandarte. La OLP ni el mundo árabe ya no serían los mismos a partir de este momento. La escritora palestino-libanesa Lina Mikdadi -una revolucionaria de corte Mao-guevarista- en su libro Surviving the Siege of Beirut, describe lacónicamente un año después el hundimiento del nacionalismo árabe, la indiferencia en el resto del mundo islámico, y la omnipresencia de los israelíes.
Con la entrada del comando internacional de paz en el Líbano, las tropas norteamericanas imaginaban que estaban apuntalando al gobierno legítimo de Gemayel. Los norteamericanos creían que este luchaba por consolidar la soberanía del estado y la administración sobre todo el territorio libanés para extraerlo del caos de la guerra civil. Sin embargo, pese a sus sofisticados modales y cultura, Gemayel era el brutal y sanguinario cabecilla de una de las tantas camarillas en esta arqueológica guerra inter-comunal libanesa.
Al apoyar ciegamente a Gemayel, dar luz verde a la incursión israelí y bendecir el precipitado acuerdo de paz Begin-Gemayel, la administración Reagan inclinó la balanza a favor de una de las tribus libanesas –la maronita-, soslayando los intereses regionales sirios que evaluaban al Líbano como parte de su tradicional esfera de influencia.
El objetivo de Gemayel era imponer el “derecho” de la minoría cristiana a dominar los drusos y los islámicos. Para ello, transformó hábilmente la fuerza de paz de los marines en mercenarios de su milicia falangista, es decir, en otro bando militar libanés. A partir de ello, era de esperar que en cualquier momento alguno de las feroces facciones enemigas lanzara un golpe de mano contra los ingenuos norteamericanos. Un camión atestado de explosivos, conducido por un partisano islámico suicida -que saludó con una sonrisa a la posta del fortín de las fuerzas de paz- voló por los aires a más de 200 soldados norteamericanos: era la bienvenida al Líbano.
Luego de la incursión acorazada israelí al Líbano, este país quedó cercenado en dos partes, a merced de los ejércitos particulares de las diferentes facciones libanesa que respondían a Siria, Iraq o Irán. La presencia de Siria en el movimiento palestino ha sido igualmente oscilatoria. Su beligerancia contra Hafez el Assad provocó una lucha de facciones dentro de la OLP que se transfiguró en una guerra en los campos de refugiados. Durante la guerra civil libanesa, existió una entente militar de Damasco con la OLP, sólo para verse aplastado al final por el ejército sirio y salir precipitadamente de Beirut.
Lo único que acarreó la incursión acorazada israelí al Líbano y la consolidación de Siria en el valle del Bekaa (emporio del hashish y de la falsificación de monedas) fue el desmembramiento del país y su abandono a merced de los señores de la guerra que respondían a Israel, Siria, Iraq e Irán. Pero ninguna de las facciones libanesas ha deseado un enjuague teocrático. El país se aviene a un nuevo padrón demográfico, con una mayoría musulmana shiíta dominada por una élite política plegada a Siria, donde señorea el HizbAlláh. Esta estrenada fuerza estima que los musulmanes sunnitas, la Gama´a Islamiya, no tienen legitimidad para gobernar el país. Los maronitas perdieron la guerra civil y con ello el derecho a dominar el Líbano ya que un estado cristiano significa la guerra con Siria. Los cristianos tuvieron que aceptar al Líbano como un “país árabe” a cambio de que los musulmanes perpetuaran la ficción de un equilibrio numérico entre todas las sectas y accedieran a compartir el poder.
Después de que Estados Unidos e Israel desmantelaron sus fuerzas, el vacío fue llenado por los sirios, que impusieron una solución militar. Siria ha sido el interventor militar de facto en Líbano con el consentimiento de la comunidad internacional y su control allí es posible en la medida que la dictadura mantenga unida a Siria. La alianza de Turquía con Israel obliga a Siria a tratar el control del Líbano.
En recompensa a su alineación con la coalición anti-iraquí encabezada por Estados Unidos, Inglaterra y Francia se permitió que Siria consolidara su control sobre el Líbano y destruyera las fuerzas cristianas del general Michel Aoun que eran apoyadas por Iraq. En la política doméstica, Siria logró entonces una influencia decisiva. El ejército, los servicios secretos y la política exterior estarían también en sus manos. Así, el Líbano le paga su renta a su vecino protector cuya economía es patética comparada con el Líbano.
La situación del Líbano a finales del siglo XX sugería que el “fin de la historia” no era la democracia o el humanismo sino el consumismo material. Líbano terminó en un régimen híbrido parcialmente democrático y parcialmente autoritario con una mayoría musulmana sunnita encaramada por sobre las sectas cristianas y shiítas. La presidencia estaba reservada para un cristiano maronita mientras el primer ministro era un musulmán sunnita y el presidente del parlamento un musulmán shiíta.
¿Qué fue lo que hizo cambiar de opinión a los estadistas israelíes para tratar en primer lugar las consideraciones de seguridad en las negociaciones con los palestinos y con Siria? La respuesta se encuentra en la conjunción de tres procesos políticos que modificaron el equilibrio de poderes y fueron más allá de los deseos y preferencias de ciertos estadistas de Israel y del mundo árabe. Los tres procesos mencionados son: el desmembramiento de la Unión Soviética, la guerra del Golfo y la intifada palestina. Por supuesto que están relacionados entre sí, especialmente los dos primeros pero, de todas maneras, no es una relación unidimensional o causal.
La Guerra del Golfo fue el antecedente de la caída de la Unión Soviética. Fue más una guerra soviético-americana, en la cual esta última demostró a los militares rusos, el ala conservadora dentro de los poderes soviéticos, que su poderío armamentista era obsoleto e inservible. Los hechos posteriores en la Unión Soviética demuestran esto: los conservadores rápidamente pierden el poder tras la Tormenta del Desierto y comienza la ofensiva reformista que termina con la caída de la Unión Soviética pocos meses después. Tengo bastante información sobre el asunto que podría devenir en un buen libro con ópticas inéditas de aquel proceso.
El que los tres ocurrieran a la vez en el transcurso de los últimos cinco o seis años es lo singular. Ciertamente no estaba previsto. Quienquiera que evoque a Maquiavelo en estos días de "corrección política", obviamente, corre peligro de ser tachado de obsoleto pero es posible imaginarse al político-historiador florentino asociando el acontecer de estos tres procesos en el marco de lo que él denominaría "fortuna", la mano del destino. En cualquier caso, no sería el resultado de los actos humanos conscientes o el fruto de talentos personales.
 
La nueva política exterior soviética de Mijail Gorbachov sumada a la caída de los regímenes comunistas y a la consiguiente desaparición de la Unión Soviética, causaron la desglobalización del conflicto y su vuelta a la dimensión regional. La política más equilibrada de Gorbachov, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Israel y el aviso de Moscú a Siria y a la OLP de que sólo apoyarían una solución diplomática suponía el fin de la cobertura estratégica soviética de la causa árabe. Los árabes quedaban ahora expuestos ante Israel sin el apoyo de ninguna superpotencia.
 
Desde 1988, los sirios habían aprendido que, en caso de estallar la guerra y perder nuevamente cientos de tanques y aviones, Moscú ya no establecería un puente aéreo de abastecimiento masivo para restaurar el equilibrio ni para salvar el régimen. La OLP y otras organizaciones palestinas habían perdido las fuentes de armamento y entrenamiento que disponían en el bloque del Este. Ello incluía explosivos plásticos como el "semtex" así como la capacidad de disfrutar de una cobertura diplomática para circular libremente por Europa occidental, tan decisivas para sus actividades terroristas. La apertura de puertas a la emigración judía de la Unión Soviética, que trajo más de medio millón de judíos a Israel, agregó un elemento ideológico y demográfico más al significado del cambio. Cuando los embajadores árabes protestaron ante el Kremlin por la inmigración judía a Israel, Moscú los ignoró totalmente. Los árabes comprendieron muy bien lo que significaba esa medida.
 
El debilitamiento estratégico de la posición árabe causado por el repliegue del paraguas soviético y por el desmembramiento de la Unión Soviética creó, a su vez, un mayor sentido de seguridad en Israel. El equilibrio estratégico se inclinó en un grado sin precedentes a su favor. Esto hizo ver tanto a los líderes como a la opinión pública de Israel que la reconciliación con la OLP implicaría, en el peor de los casos, un frágil Estado palestino en los territorios que recibiera, dependiendo de la buena voluntad de Israel.
 
Por su parte, la guerra del Golfo tuvo efectos no menos importantes aunque sí más complejos. Para los musulmanes, significó el final del sueño de la unidad árabe apoyada sobre la potencia soviética. Una situación en la que un estado árabe requería de Estados Unidos -respaldado por una parte decisiva del mundo árabe— para ser liberado de la ocupación militar de otro país árabe fue el punto más bajo al que pudo haber caído la ideología nacionalista árabe. Esta nunca había sido tan humillada.
 
Desde el punto de vista de la OLP, la guerra del Golfo no arrojó resultados menos crueles. El abrazo en público de Arafat y Saddam Hussein fue uno de sus errores políticos más deplorables. Desde el punto de vista de Israel, la guerra del Golfo tuvo resultados no menos complejos. Por un lado, Saddam se había debilitado y su ejército estaba derrotado aunque hubiera sido preferible su total eliminación. Por otro lado, los ataques iraquíes con misiles Scud contra territorio israelí demostraron que Israel era vulnerable y que pesaban sobre él amenazas reales.
 
De todas maneras, esto no estaba relacionado con el control territorial de Cisjordania y Gaza. Las ciudades israelíes estaban expuestas a los misiles -de Iraq o de Siria- aún cuando Israel retuviera la casbah de Nablús y la cueva de los Patriarcas de Hebrón.
Pero la revolución sionista se forjó para liberar a los judíos martirizados y desvalidos de su eterna mentalidad de ghetto. La misma se concibió para componer su propia historia política, forjar una ciudadanía judía, un gobierno judío, un ejército judío, un gabinete judío, un presidente judío, y revivir la lengua hebrea. La poderosa cultura ensamblada en Israel les concedió una nueva razón de identidad, sus derechos ciudadanos, su idioma. Era la oportunidad de brindar a toda la judería internacional una dirección de progreso y destino histórico. No obstante la magnitud de los obstáculos y calamidades que han afrontado, es increíble el nivel de los logros alcanzados por los judíos en el siglo XX y, en un balance general, su Estado presenta muchos más factores positivos que negativos.
La aceptación de Hamas en Gaza y Cisjordania no es casual. Desde 1945, la Hermandad Musulmana, financiada por los sauditas, había establecido sus ramas en ambas áreas en su lucha contra el sionismo. A diferencia de los principios rectores de la OLP, llenos del slogan del nacionalismo secular árabe, el vocabulario de Hamas sería totalmente pan-islámico. Hamas proclamaría su idolatría a Hassan al-Banna el fundador de la Hermandad Musulmana. Jerusalén no puede ser negociada por ser el sitio donde el profeta Mahoma convocó a los musulmanes para la primera oración.
La guerra santa contra los judíos –los nuevos cruzados- no es una opción sino una obligación de todo musulmán incluidas las mujeres, cuyo sagrado compromiso es el de “procrear hombres” y prepararlos para el deber moral de esta guerra santa.  Sus escuadras terroristas, activas en Gaza y Cisjordania, estarían financiadas por Irán. Hamas presenta al “sionismo” como la personificación de Satán y enarbola como prueba irrefutable los Protocolos de los Sabios de Sión, el texto fabricado por la Ojrana, la policía secreta del Zar. En su propaganda, Hamas manifiesta incesantemente que los judíos tienen como meta la erección del Tercer Templo en las ruinas de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén.
Mientras la OLP aspira a establecer una Palestina secular, Hamas acaricia la idea de un estado teocrático estilo Talibán y ofrece como recompensa a los mártires de sus misiones suicidas un Paraíso de palacios de oro, comidas exquisitas, bellas jóvenes y apuestos mancebos.

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