lunes, mayo 02, 2011

Raúl Castro y el Socialismo de Indias/ Eugenio Yáñez, Juan Benemelis y Lázaro González

Raúl Castro y el Socialismo de Indias
Eugenio Yáñez, Juan Benemelis y Lázaro González/Cubanálisis-El Think-Tank

Las categorías y conceptos presuntamente marxistas acuñados en la Unión Soviética, pero que en realidad desarrollaron Lenin y Stalin, y que resultaban el sostén del discurso oficial y el legitimador de la permanencia en el poder, cayeron en crisis. Ante el agotamiento del “socialismo de estado” el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) enterró la concepción de un modelo típico socialista inspirado en generalidades teóricas de la experiencia soviética.
 
Ausente, además, la figura mitológica de Fidel Castro como el conductor del régimen, y faltando su interpretación de los acontecimientos y medidas, el nuevo equipo de dirección partidista enfrenta la tarea del desmantelamiento del castrismo desnudo de conceptualizaciones, y sin ofrecer a la maquinaria gubernamental y sus acólitos una razón de ser de la hegemonía en el poder, solamente el fraseo de Raúl Castro de “haberse ganado” ese supuesto derecho.
 
En el informe central del PCC, y desde hace ya algún tiempo, se ha evidenciado que existe un límite ideológico a las pretensiones del sistema, donde el concepto de sociedad “socialista” ya no está definido en los términos clásicos del marxismo, que sería la concentración de la propiedad en manos del Estado, lo que ya en estos momentos se critica incluso desde una parte no despreciable de la izquierda marxista.
 
De hecho, el carácter socialista de la propiedad estatal solo será invocado para ofrecer un argumento con vistas al desfile del 1ro de Mayo.
Por otro lado se suele identificar la propiedad estatal con la socialista, en tanto subyace la concepción determinista marxista de que las relaciones de propiedad, entendidas ante todo como relaciones de apropiación, determinan las relaciones sociales y definen a las sociedades.
Ello conduce al error conceptual de no distinguir entre lo económico-social y lo jurídico, en tanto la apropiación se determina ante todo por la forma jurídica que imponen las elites en el poder, al margen de la naturaleza interna del mecanismo económico, como nos han hecho creer todas las elites autodenominadas comunistas, incluida la cubana.
La privatización es conceptualizada por los chinos apelando a una sofisticación muy lejana al pensamiento occidental: “mingyinhua”, gestión en manos privadas y “siyouhua” propiedad en manos privadas.  Siendo muy fuerte el rechazo de las autoridades chinas al “siyouhua”, la estrategia elaborada a partir de 1997 se describe como Zhuanda Fangxiao, es decir, mantener lo grande, deshacerse de lo pequeño, lo que pone sobre el tapete las verdaderas intenciones de los mandarines chinos y del Clan de Birán. 
Para los chinos está claro lo que aun es confuso para el combo de Marino Murillo, y es que la gerencia de una empresa estatal no crea empresarios ni emprendedores per se como pretenden. Y es que poco mas de dos tercios de los empresarios privados en el caso de la experiencia china no son mas que ex-cuadros reciclados, especialistas y personal administrativo que provienen del sector estatal, mientras la mayoría de ellos continúan militando en el partido único en el poder, lo cual sin dudas ocurrirá igualmente en Cuba, donde ya han convocado a los cuentapropistas a afiliarse a la “correa de transmisión” que constituye la partidista Central de Trabajadores de Cuba.
El “Zhuanda Fangxiao” chino, y el cubano en proceso, no son más que la exquisita aplicación del “pocos vitales, muchos triviales” de Pareto, mediante los cuales se acomete la privatización de todo lo que embaraza al gobierno y no tiene potencialidades de generar clusters estratégicos. Es decir, la retención del poder dominante de las elites pasa por la privatización y/o constitución de pequeñas empresas sustentadas en el autoempleo y la iniciativa individual.
Por el contrario, si en los procesos transicionales de la Europa del Este la privatización se desplegó ante todo en las grandes empresas estatales, tanto en China como en Cuba los derechos de propiedad de los sectores estratégicamente importantes se mantienen con firmeza en manos públicas, aunque su eficiencia y productividad mercantil continúen una tendencia negativa, pero constituyen garantías de poder y monopolización de las relaciones económicas con el exterior, a la vez que fuentes de flujos de caja frescos.
Y es que el tema, para un castrismo en proceso renovador para convertirse en neocastrismo, tiene sentido en cuanto le permite disfrutar de una relativa tranquilidad social para alcanzar sin mayores traumas sociales la perpetuación como elite en el poder, pero además le posibilita la reducción a niveles mínimos de mecanismos traumáticos de control social con imprevisibles consecuencias, en una etapa en que está reajustando el paradigma social al simple, criollo y absorbente “lucha tu yuca, taino”.
Revolución sin ideología

Pero con ese cambio de dirección en Cuba no estamos ante una definición de socialismo tipo ALBA, o sea, del llamado socialismo del siglo XXI, sino ante algo más pragmático.
 
Al no existir en Cuba, en todo el período del socialismo impuesto por Fidel Castro, una ideologización marxista, al existir solamente las veleidades conceptuales del caudillo como sostén ideológico, el actual equipo agrupado en torno a Raúl Castro se enfrenta a una situación incongruente, en la cual no sabe como definir el entuerto, sobre todo cuando han decidido mover las fronteras ideológicas tradicionales, lo que implica el grandísimo dilema de que todo proceso de cambio de poderes y renovación institucional y de cuadros conlleva una dinámica que obliga a mover constantemente las fronteras ideológicas.
 
Tal cosa sucedió en los principios de la revolución bolchevique, donde las fronteras ideo-políticas se movían constantemente: primero con “todo el poder a los soviets”, luego con el comunismo de guerra, después con la Nueva Política Económica (NEP), luego con la industrialización y el sistema presupuestado, más tarde la Gran Guerra Patria, posteriormente el cálculo económico y la reforma de los estímulos materiales, finalmente con la perestroika.
 
Recordemos que en plena ofensiva alemana durante la Segunda Guerra Mundial, Yosef Stalin se percató que los conceptos y teoremas del marxismo-leninismo poco servían para elevar el espíritu de la nación invadida ante el formidable rodillo militar que amenazaba tragarse a la Unión Soviética.
 
Stalin recurrió el patriotismo patriotero, a los íconos del zarismo, a los otrora ídolos de la imaginación popular como Kutuzov y Suvorov… incluso echó mano de los popes ortodoxos y se paseó con ellos por todo el Kremlin. La URSS necesitaba auto-considerarse como nación, y para eso el marxismo no servía.
 
Hemos visto ahora como Raúl Castro, un viejo “fan” del marxismo ortodoxo, ha invocado cualquier cosa menos los manuales soviéticos para sustentar sus posiciones: se ha retratado públicamente con el Cardenal católico y el Presidente del Consejo Episcopal cubano, ha participado en ceremonias con la comunidad judía, y se aferra fuerte y reiteradamente al precepto de la “defensa de los valores de la nación”, sin que pueda establecerse con precisión en qué consisten esos valores.
 
La Comisión Permanente del Gobierno para la Implementación y desarrollo de la “actualización del modelo”, con un equipo militar a la cabeza, y Marino Murillo de máximo jefe (un ex comisario de la dirección ideológica convertido por obra y gracia del mago Merlín en economista visionario), se dibuja como la entidad que no solo establecerá hasta dónde se profundizará en cada medida y cuales otras hay que adicionar, sino que se abroga el derecho para establecer la visión estratégica futura del régimen. Es decir, estamos ante un modelo prusiano, (¿o raulista?), militar, de Estado, Gobierno y Partido.
Posiblemente con toda intención, el equipo que dirige la transmutación del castrismo en neocastrismo, está desplegando una lenta pero inexorable tendencia a convertir al Estado cubano de un estado “omnipresente” hacia un modelo de estado “estratega”, que se caracteriza por una amplia intervención directa en la economía, pero bajo nuevas formas más “modernas”, indirectas e indicativas, donde se minimizan las intervenciones extraeconómicas, como ha venido ocurriendo en mas de medio siglo.
Por consiguiente, las relaciones empresa-Estado se irán modificando desde las estatal-imperativas a las estatal-publicas, si no es que antes alguna poderosa mano asustadiza interrumpe el proceso con el hacha siempre implacable del inmovilismo.
Sin embargo, dado el alto peso relativo que las funciones de seguridad y derivadas ocupan en el Estado totalitario cubano, ese estado que va dejando de ser castrista para ir transmutándose en neocastrista-estratega, será fuertemente permeable a las funciones propias de un estado “gendarme”, donde la seguridad integral y de la elite, mediante nuevas formas de coerción social y gobernabilidad, tendrán una presencia significativa.
Por otra parte, y en contraposición a procesos de repliegue estatal desarrollados en otras latitudes y circunstancias, el “ser” estatal, en tanto razón del nuevo contrato social en proceso de estructuración, subsumirá al individuo, que no alcanzará la categoría de ciudadano dentro de ese Estado. Y es que de ocurrir de otra forma presenciaríamos el fin hegeliano del macabro experimento insular.  
A nombre y a la sombra de conceptos abstractos tales como la “unidad nacional” y la “defensa de la nación” se ha estado desplegando en los últimos años el desmontaje estratégico del castrismo y la implantación del neocastrismo.
 
El neocastrismo

Si algo no ha sido acentuado con suficiente nitidez, si algo ha escapado al ojo de los “cubanólogos”, es la manera drástica, sistemática y sin ambages, con que Raúl Castro ha ido desmontando toda la armazón creada por su hermano el Comandante, y cómo se han echado al latón de la basura las tuercas ideológicas de movilización política: los postulados fundamentales de la rectificación de errores, la batalla de ideas, los trabajadores sociales, y muchas otras iniciativas del más anciano dictador.
 
Además, el cáustico destripe del mecanismo no ha sido solamente en el orden de las ideas y la ideología, sino también en el estilo de dirección, pasando del caótico estilo fidelista de fomentar crisis para manejarlas, a la frialdad de cálculos del trabajo de un estado mayor.
 
Al establecer como formato el sistema lineal de mando y la responsabilidad bien definida en cada escalón de la estructura, transferido del entramado militar, se ha buscado restablecer el aparato del Estado, del Partido y de la Economía, porque esos componentes del mecanismo del poder se habían amalgamado, mezclados, y virados al revés, en las manos de Fidel Castro.
 
Sin embargo, ahora con Raúl Castro estas instituciones funcionan como “poleas de transmisión” de sus decisiones; el caudillo, encantador de serpientes para lograr sus objetivos, ha sido totalmente reemplazado por la frialdad del general, los reglamentos, y el ordeno y mando castrense. Y el país se sigue dirigiendo, ahora más que nunca, como se manda un campamento.
 
Ante el evidente agotamiento y desencanto de la población, ya no se enarbola como causa fundamental de todos los males el ajado bloqueo imperialista, sino que por primera vez se anuncia que las causas del gran fallo en el empeño prometido no son externas, sino propias de quienes lo impulsan.
 
Es por ello que se han planteado superar las prácticas y vestigios creados por el paternalismo estatal. Raúl Castro sabe que la guagua se ha detenido en su buró. Ya no puede mirar hacia el imperio del norte para tratar de sacudirse la responsabilidad.
 
 Pero tal cambio de juego tiene un grave peligro: ahora el general es el responsable de los fracasos, y de ser demasiados pueden presentarse los imponderables históricos, que los “cubanólogos” no han tenido en cuenta.
 
El vacío ideológico de tal movida, al no incorporar la participación ciudadana mediante algún sofisma teórico, deja a Raúl Castro como un simple dictador tropical, que ejerce el mando sólo porque sí.
 
Es una ficha demasiado peligrosa la que el general-presidente ha puesto en la mesa. Se la va a jugar a su persona, a tratar de “actualizar” un modelo económico (mejor dicho, un montón de absurdas medidas económicas acumuladas por Fidel Castro), sin reforma política alguna.
 
La apuesta de Raúl Castro

En el ciberchancleteo de la intranet cubana se ha especulado con las posibilidades de la implementación de reformas y aperturas tipo China y la renovación vietnamita. En la Isla muchos argumentan que es una ficha ganadora, pues tal cosa ya probó ser exitosa en Vietnam y China.
 
Sin embargo, las medidas habaneras no son ni siquiera medias medidas, sino un grupo inconexo de disposiciones que no están enfiladas al desarrollo de los niveles de vida y consumo, ni al logro de la industrialización o el crecimiento acelerado de la raquítica producción agropecuaria.
 
Son medidas para lograr un nivel de flotación para la élite, que permita llegar hasta el próximo congreso a los sobrevivientes biológicos o de las purgas inevitables, para dar paso definitivo a los sucesores designados, a pesar de la cínica e hipócrita afirmación en el recién concluido VI Congreso por el General-Secretario-Presidente, de que se había sido superficial (¿quién?) en la selección de los relevos generacionales para las principales responsabilidades del país.
 
Es una apuesta muy fuerte a que la “actualización” sin apertura política generará expectativas suficientes entre la población para poder ganar el tiempo requerido para promover a los mayores niveles de dirección a los eventuales sucesores que hoy se preparan, discreta y silenciosamente, entre las filas de los grupos más leales a Raúl Castro, siempre partiendo del “ADN” primigenio de la lucha guerrillera o las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior.
 
No debe haber dudas: el “raulismo” como agrupación no se limita en estos momentos a los combatientes del Segundo Frente Oriental Frank País y oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior.
 
Ahora, con la salida definitiva del juego de Fidel Castro tras el Congreso del Partido, los grupos “no raulistas” más cercanos al Comandante hasta este momento, no tienen opciones: se incorporan al tren raulista para mantenerse cerca de las mieles del poder, o serán desplazados inmisericordemente.
 
El Comandante de la Revolución Ramiro Valdés se dio perfecta cuenta de esa realidad desde el mismo momento de la grave enfermedad de Fidel Castro en julio del 2006, y todas las desavenencias, reales o ficticias, con Raúl Castro, fueron echadas a un lado para garantizar la supervivencia de “la revolución”.
 
Desde las celebraciones por el cincuenta aniversario del alzamiento de la ciudad de Santiago de Cuba en 1956, y el desembarco del Granma que debía haberse llevado a cabo simultáneamente con el alzamiento en la ciudad, se pudo inferir que ya se había creado un Comandante en Jefe colectivo de cuatro personas, donde Raúl Castro actuaría como “cancerbero”, según palabras del propio Ramiro Valdés. El general, con el respaldo de los únicos tres Comandantes de la Revolución existentes en el país, (Juan Almeida, Ramiro Valdés y Guillermo García) concentraría el poder absoluto en el país.
 
Aparentemente, ese era el núcleo del proyecto diseñado desde noviembre del 2005, cuando Fidel Castro, conociendo de lo grave de su enfermedad, hizo un discurso en la Universidad de La Habana advirtiendo a todos que la revolución cubana no sería vencida por “el enemigo” externo, pero podría “autodestruirse” desde adentro.
 
Desde que ese proyecto tomó forma, considerando la inminencia de la muerte de Fidel Castro, los destinos de Carlos Lage, Felipe Pérez Roque, Hassán Pérez, Otto Rivero, de todos los cuadros meteóricamente promovidos, así como de las creaciones fidelistas como el Grupo de Coordinación y Apoyo del Comandante en Jefe o los Trabajadores Sociales, entraban en terapia intensiva política, aunque las apariencias no lo demostraran y muchos siguieran viendo a algunos de ellos como “número dos” o El Delfín.
 
Pero ya desde ese momento todo estaba perfectamente definido, y todo lo demás nunca fue más que paisaje: el relevo de Fidel Castro no era el Partido, no era el Gobierno, no era el Estado, a pesar de las declaraciones altisonantes.
 
El poder de los guerrilleros

El relevo era simplemente EL PODER DE LOS GUERRILLEROS, como había sido siempre durante “la revolución”, formado ahora por cuatro históricos en sustitución del Comandante, quien durante más de cuarenta y seis años había ejercido ese poder de manera absoluta, inconsulta y despótica.
 
En los casi cinco años transcurridos ya desde “la muerte de Fidel Castro con carácter provisional”, Juan Almeida falleció; Ramiro Valdés fue ascendido a los más altos cargos formales en el Partido, el Estado y el Gobierno, ocupando en los tres, en estos momentos, la tercera posición formal; y Guillermo García, mucho más limitado desde el punto de vista intelectual y técnico, ha seguido como desde hace muchos años, sin cargos de importancia, pero manteniendo su ascendente de ser el primer campesino que se incorporó al Ejército Rebelde en la Sierra Maestra, y de nunca haberle fallado a Fidel Castro.
 
Ahora, tras los años de raulismo y neocastrismo a medias, el Comandante en Jefe colectivo, con la baja por muerte natural de Juan Almeida, queda reforzado en el segundo nivel por el generalato más probado y leal a Raúl Castro: los guerrilleros y los oficiales de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior. Quienes no reúnan esos requisitos no saldrán en la fotografía.
 
Con esas “fuerzas y medios”, y con la correlación de fuerzas a su favor, como se dice en el lenguaje militar, Raúl Castro se dispone a cumplir la última tarea estratégica de su vida: garantizar la sucesión preservando el legado histórico de “la revolución y el socialismo”, sea cual sea en estos momentos el significado difuso de esos conceptos de revolución y socialismo.
 
El dilema es que la situación económica interna es tan difícil que, en caso de no poderse elevar los desplomados niveles de consumo y vida, tendrán que enfrentarse a imponderables capaces de retarles el poder.
 
Este miedo es patente ya en los medios oficiales de información, que desarrollan una virulenta campaña con vistas a desacreditar a la oposición y curarse en salud frente a eventuales, aunque no cercanas, alternativas de tener que compartir ese poder que, aunque no es monolítico, quieren y necesitan que lo parezca.
 
Circunstancias no convenientemente aprovechadas todavía por todos aquellos que desde diferentes prismas se oponen al orden vigente.
 
El VI Congreso no apartó al país de los preceptos básicos del modelo soviético, con excepción de algunas decisiones menores de maquillaje; lo increíble del raulismo es la incapacidad de aceptar que el socialismo no es reformable, no puede adquirir una cara humanista; ya eso se demostró en Hungría 1956 y Checoslovaquia 1968; Mijaíl Gorbachov fracasó estrepitosamente en ese mismo intento en la URSS.
 
Los déficits democráticos y libertarios del sistema político que crea el socialismo de Estado no aportan condiciones para un dialogo nacional y la tolerancia.
 
Entonces, si la renovación, remodelación o cualquier reforma del modelo soviético es imposible, solo quedan ante La Habana dos opciones: el capitalismo moderno o la vía chino-vietnamita. Pero no, el general-presidente-primer secretario optó por inventar una tercera vía: el Socialismo de Indias.
 
En Cuba, el 75 % de la población es urbana, a diferencia de China y Vietnam, donde el grueso era y es agraria; además, Cuba se ha caracterizado históricamente por tener una economía agro-procesadora, pero no campesina. Entonces, copiar al calco los modelos chino-vietnamitas también traería el caos, salvo en aquellos escenarios donde logren activar clusters industriales por la vía de fuertes flujos de capital, tecnologías, know how y mercados que solo pueden provenir de los Estados Unidos.
 
Las nuevas realidades

El general Castro no puede obviar la realidad de que en Cuba hay hondas diferencias regionales de niveles de vida y consumo, bolsas de pobreza extendidas, desniveles de comunicaciones, segmentos poblacionales agraciados con el dólar del exilio y los trabajos en el país con acceso a divisas, segmentación racial.
 
Tales elementos, de tenerse en cuenta o no, favorecen o no cualquier tipo de reforma. La tendencia a la pluralidad económica y social en la propiedad (estatal, privada, mixta, cooperativa, familiar), tiene que llevarse de acuerdo con las condiciones y experiencias de cada país, y no por acuerdos de la camarilla.
 
Raúl Castro quiere inventar la institucionalización de las relaciones de mercado sin el factor decisivo de la estimulación monetaria libre y sin cortapisas. Quiere establecer las relaciones mercantiles inter-empresariales, o del Estado con el privado, sin un sistema de precios y sin una moneda unificada.
 
Sin embargo, si bien la Ministra de Justicia se apresuró a declarar que los acuerdos del congreso encontrarían rápidamente eco en el sistema legal cubano, poco se ha filtrado sobre la estrategia a seguir en el actual maltrecho y caduco sistema de precios.
 
Si persisten en que un organismo central los determine, sería sencillamente la losa que cerraría por siempre la tumba del horror castrista extinto por causas naturales. Si, por el contrario, se conceden autorizaciones aunque fueran parciales en una primera etapa, para que los sujetos económicos fijen los precios siguiendo la mano, en ocasiones turbulenta y en otras especulativa, pero siempre equilibrada, en su tendencia de la oferta y la demanda, habrían sentado en un lugar privilegiado a un poderoso aliado natural.
 
El general quiere ampliar el cuentapropismo sin organizar una infraestructura jurídico-financiera que responda a tales relaciones monetario-mercantiles. Para el desarrollo del cuentapropismo y cooperativismo no están creadas todavía condiciones crediticias ni legales, y se mantienen los frenos burocráticos del monopolio estatal sobre la producción, la distribución y el consumo, aunque no es menos cierto que han dado mínimos y cautelosos pasos para llenar estos indiscutibles vacíos.
 
Ajena a las intenciones del grupo más cercano a Raúl Castro se ha puesto en marcha una caja de pandora en la mente de gran parte de la nomenklatura y de casi toda la nación; la idea de que está bueno ya de experimentos estatales, la idea de la necesidad de transformaciones que verdaderamente abran al país en lo político, lo social y en lo económico.
 
En un futuro no muy lejano, en la medida que las actuales reformas no resulten tan efectivas como se espera por la gerontocracia, podrían tener lugar presiones y pugnas dentro de la nomenklatura del segundo nivel y mucho más joven para introducir más transformaciones, y también existe el riesgo de que la población se mostrara dispuesta a obtener sus derechos por cualquier vía.
 
En este escenario ciertamente posible que fracturaría el nuevo paradigma social que tratan de consensuar con mínimas consignas en lo político-ideológico, obsoletas por demás, y donde el limite es la propia supervivencia por cualquier vía o la emigración, el régimen tendría que retomar mecanismos de control social que conducirían a una mayor polarización social o a pagar un costo político de incalculables magnitudes.
 
Hay una lección que deberían asimilar. La agenda pre-aprobada, y particularmente las medidas concebidas por los famosos Lineamientos, en su mayoría (el 65 % según declaraciones del ex Presidente norteamericano Jimmy Carter) tuvieron que ser modificadas, porque las discusiones y críticas en las reuniones de base con la militancia partidista se fueron más allá de la agenda oficialista. Incluso la militancia partidista ha expresado que el país necesita una apertura económica y política más allá que la planteada en este Congreso.
 
Es risible pretender mantener control estatal sobre la producción y comercialización de las viandas, los vegetales y aves de corral, y suponer que no funcionará el mercado negro o que se podrá controlar la corrupción, como fueron risibles en su momento, 1968, las medidas para eliminar los timbiriches y sustituirlos con “consolidados” para dar respuestas a las necesidades de productos y servicios a la población.
 
No se entiende por una mente racional el miedo cerval del régimen a elevar la parte que los privados puedan vender directa y libremente a la población, mediante un sistema de precios regulados por la oferta y la demanda. Tampoco se entiende por esa misma mente racional que el Congreso no haya puesto fin a la ineficiente y absurda práctica de la empresa de Acopio estatal de comprar a bajo precio al productor campesino y vender caro al consumidor citadino.
 
El general Raúl Castro se enfrenta en estos momentos a una situación diferente a la que acostumbraba el Comandante en Jefe, pero en este caso, a raíz de las medias medidas del VI Congreso, se manifestó (algo que nunca se atrevió a hacer en vida política del Comandante) y fueron tildadas por muchos de ellos como “intenciones neoliberales”, medidas de mercantilistas que tendían a la restauración capitalista.
 
Por otro lado, también por vez primera se manifestó una critica de la amplia gama de posiciones de izquierda, que estuvo presente en todos los espacios posibles, en las reuniones que se hicieron en los núcleos del Partido para debatir los lineamientos, en los barrios, en las instituciones oficiales donde fue posible hacerlo, en las cartas que se escribieron a Granma, en la intranet, y en la prensa internacional de izquierda.
 
Claro, estas manifestaciones fueron eliminadas de las actas oficiales de las reuniones, tanto del PCC como de las asambleas sindicales y demás, todos aquellos puntos demasiado “controversiales” o que cuestionaban las políticas vigentes, e incluso al régimen.
 
Entre las mas discutidas estaban los pedidos por que se eliminasen de una vez los permisos de entrada y salida del país, pedidos de que se permitiese una economía de libre mercado, pedidos por elecciones libres, pedidos del retiro de toda la actual elite, y muchos otros criterios “conflictivos”.
 
El general-presidente, sin quererlo, por estar en un vacio ideológico, por insistir como lima sorda en regenerar el socialismo real, está entreabriendo una Caja de Pandora.
 
Entonces, la pregunta lógica es: si reprime a la disidencia-oposición por que exprese sus criterios, ¿cuál fue el motivo que llevó a la decisión de dar espacio a las críticas a los aspectos más negativos de los Lineamientos?
 
La respuesta nos la brinda el diario Granma, cuando en una de sus ediciones hace referencia a “619,387 propuestas de supresiones, adiciones, modificaciones, dudas y preocupaciones”. Aparentemente, en la gerontocracia surgieron muchas inquietudes derivadas de los acontecimientos que estaban teniendo lugar en el Medio Oriente, y adoptaron una posición más conservadora todavía, si cabe.
 
No es ocioso señalar que algunas de las medidas anunciadas han creado una gran incertidumbre e inseguridad en los cubanos, y por ello se dio marcha atrás a varias de ellas, o simplemente se congelaron momentáneamente.
 
El dueto Raúl Castro-Murillo concibió un paquete que, por su contenido era contradictorio, sumándole a ello que el discurso legitimador del paquete era demasiado ambiguo, y que las decisiones en la aplicación de algunas, como las de eliminar el exagerado exceso de empleo estatal improductivo, conllevaban decisiones inconsecuentes.
 
Sin embargo, no hubo cambio inmediato de línea estratégica, sino que se ha persistido en regulaciones absurdas de todo tipo, mientras la burocracia campea por sus respetos obstruyéndolo todo, predominando la línea retardataria-sectaria en la prensa nacional radial, escrita y televisiva, en apoyo a las posiciones del centralismo burocrático del corte más estalinista.
 
No debe dejarse pasar la Gran Mentira del VI Congreso. ¿Cómo es posible que puedan argumentar que el mismo fue un referendo? ¿dónde se halla su metodología, su engranaje jurídico y político? ¿dónde podemos encontrar la validez jurídica del supuesto referendo, y el ejercicio democrático indispensable que tal cosa conlleva?
 
Todos estos son “detalles menores” que el castrismo en su “Olimpo” nunca se ha molestado en reparar en ellos, pero que en el momento oportuno no dudaría emplearlos para aplastar brutalmente cualquier esfuerzo en su contra, tal y como ocurrió con la iniciativa del Proyecto Varela.
 
Existe una Ley electoral en Cuba que define cómo los ciudadanos en capacidad de votantes deciden o no una ley o medida: ¿cuándo los Lineamientos fueron sometidos al voto?
 
Lo cierto es que tratan de anticiparse y poner la carreta delante de los bueyes, puesto que los Lineamientos sí suponen cambios legislativos, sociales, jurídicos, laborales, y por tanto debieron estar sometidos a un verdadero Referendo electoral, lo único que puede legitimar los cambios.
 
Pero no si es convocado por el Partido Comunista, pues acorde con la Ley electoral vigente en la Isla, tal proceso convocatorio corresponde institucionalmente a la Asamblea Nacional del Poder Popular.
 
En resumen, estamos ante nuevas realidades que requieren cautela en el análisis, en la medida que el neocastrismo se asienta en el poder, y se necesita frialdad y objetividad para poder comprender lo que está sucediendo en Cuba en estos momentos, tras el Sexto Congreso.

Y sin olvidar que es una etapa inconclusa todavía, que tendrá su continuación en la Conferencia del partido que deberá celebrarse el próximo mes de enero del 2012.

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