Diferenciar a los uzbekos de los kirguises es complicado. Han sido vecinos durante siglos, celebrando las bodas de sus hijos y asistiendo a las mismas mezquitas musulmanas, pero ni siquiera la unidad religiosa pudo impedir que en pocos días se hicieran enemigos encarnizados. La ciudad de Osh, en Kirguistán, se convirtió en el escenario sangriento.
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