Sentí envidia mientras seguía los sucesos en Egipto. El pueblo egipcio salió a la calle y demostró a sus gobernantes en manos de quién debe estar el poder.
¡Cuánto quisiera que los ciudadanos de mi país interpretaran esa realidad! Sin embargo, presiento muy lejano el día que algo así suceda en Cuba.
¿Por qué los cubanos no hacemos lo mismo? ¿Qué nos impide salir a la calle y decir “Basta, nuestro camino es éste”? ¿Por qué no protestamos cuando aumentaron la edad de jubilación, recortaron los gastos sociales y continúan los despidos masivos para amortizar las plantillas estatales?
Me pregunto: ¿por qué los trabajadores no se van a la huelga debido a los bajos salarios y la subida de los precios de los alimentos, la gasolina y la energía? Cualquiera de esos hechos provocaría una conmoción social en otro lugar del planeta. En Cuba no, aquí los trabajadores salen con pancartas apoyando a la revolución.
Hasta parece que no pertenecemos a este mundo.
“A trabajar más, con menos” es el lema que utilizan los dirigentes, que nos llaman vagos, mantenidos y pichones. Los mismos dirigentes o sus hijos, que pasean en autos modernos por la ciudad, gastando combustible a cuenta del presupuesto estatal, mientras el pueblo trabajador, en ayunas, se mueve apretado y colgado de las puertas del transporte público, para evitar la raya roja por llegar tarde al trabajo y la cesantía por “no idoneidad”.
¿Por qué no exigimos justicia, en vez de comentar en los pasillos la corrupción de los funcionarios del gobierno que impunemente se enriquecen a nuestra costa, o los que con sus errores y negligencias provocaron la muerte, por hambre y frío, de decenas de incapacitados mentales en enero de 2010?
¿Por qué callamos cuando los dirigentes nos sacan una lista de deficiencias, nos recriminan y nos exigen más sacrificio, cuando deben felicitarnos por trabajar sin recursos y prácticamente sin salario?
Demasiadas preguntas para una sola respuesta, que se debate entre la culpa y el miedo.
¿Quién no conoce la maquinaria omnipotente y omnipresente? ¿Quién siente la brisa y no inspira, aunque sepa que inhalar inadecuadamente constituye una contravención o una ilegalidad? ¿Quién no sabe que respirar es cuestión de supervivencia? ¿Quién busca voluntariamente la muerte por asfixia o estrangulamiento?
¿Quién no roba? ¿Quién no viola la ley? ¿Quién ignora el castigo ejemplarizante? ¿Quién no conoce el trabajo operativo secreto, y de lo que es capaz cualquier vecino por salvar su propio pellejo? ¿Quién es capaz de defender al prójimo por encima de sus propios intereses?
“El silencio de los corderos”, así debería llamarse la película que a diario protagonizan los cubanos.
Aparte de provocarme envidia, la determinación del pueblo egipcio me obligó a cuestionar la realidad de mi país, pero también a entenderla. Una isla, de donde huir es menos peligroso que replicar. Un lugar donde se tienen culpas por obligación y también el deber de esconderlas. Y donde el miedo, padre de la resignación y el conformismo, inmoviliza.
Laritza Diversent
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