Los funerales del hombre nuevo en Cuba
Eugenio Yáñez/ Cubanálisis-El Think-Tank
Del marabú del inmovilismo solamente pueden brotar, cuando algo brota, frutos secos. Nada más. La gerontocracia gobernante no solamente se comporta de una manera absurda pretendiendo desconocer la realidad de la nación cubana, sino que esa misma camisa de fuerza con la que se viste, -y obliga a vestirse a sus adláteres- los lleva cada vez más al ridículo y la falta de sensatez.
Cada vez más el disfraz de revolucionarios se destiñe, y al perder continuamente masa corporal sus organismos de ancianos, parecen payasos en trajes de generales. Obligan a quienes les sigan –por convicción, por temor o por oportunismo- a espectáculos bochornosos y desvergüenzas ilimitadas.
El régimen ha perdido definitivamente la batalla de la juventud, la batalla de ideas, y todas las batallas, y ahora siente miedo cuando solamente le quedan el terror y la demagogia para mantenerse en el poder.
Silvio Rodríguez, el trovador-compositor de temas inolvidables como “Ojalá”, “El rey de las flores” o “Playa Girón”, se pregunta ahora, en una entrevista publicada en “Cubadebate”, otro de los interminables medios propagandísticos del régimen, por qué hay tantos jóvenes que “tienen como única aspiración emigrar”, y pide “reflexionar, analizar”.
Sin embargo, después de decir que “un país sin jóvenes, está destinado a ser una sombra, un fantasma”, aparece la desvergüenza, al llamar a preguntarse “por qué los jóvenes cubanos no están a la altura de lo que nosotros queremos”, para terminar con una declaración cargada de cinismo: ¿Estamos queriendo demasiado, estamos pidiendo demasiado de ellos?”.
¿Por qué la era cubana ya no pare corazones? Eso no se lo pregunta Silvio el apologista cuando llama a “reflexionar, analizar”, por qué los jóvenes quieren emigrar: aunque la respuesta es clara: simplemente, por la misma razón que no quieren pertenecer a la Unión de Jóvenes Comunistas ni al Partido, porque no creen en el discurso oficial cargado de retórica sin soluciones y promesas incumplidas.
Porque ya pasaron los funerales del hombre nuevo, hace muchos años, aunque el trovador-propagandista y la gerontocracia cubana no se hayan enterado, o finjan no haberse enterado.
No se trata, debería saber el trovador sometido, que los jóvenes cubanos no estén “a la altura de lo que nosotros queremos”, sino al contrario, que la gerontocracia y su comparsa de apologistas, no están a la altura de lo que los jóvenes quieren, porque la camarilla gobernante vive en un mundo inútil, falso, vacío y estéril, y la juventud en cualquier parte del mundo necesita de ilusiones, esperanzas, libertades y oportunidades, todo eso que en Cuba se les niega y se les ha negado sistemáticamente, y se les sigue y se les seguirá negando.
Porque el proyecto del hombre nuevo castro-guevarista nunca funcionó, y hace mucho tiempo que ni siquiera se menciona en el país, más allá de los medios de desinformación ideológica que inundan por todas partes a la sociedad cubana desde el Palacio de la Revolución.
Porque los jóvenes cubanos no desean “emigrar”, como pretende hacer creer el régimen. Lo que desean es “irse” para cualquier lugar del mundo donde puedan algún día soñar con una vida diferente y luchar por obtenerla, honradamente, con esfuerzo y pasión.
Y no solamente los más jóvenes, sino una gran cantidad de cubanos de todas las edades, ante el rotundo, absoluto, colosal e irreversible fracaso del proyecto revolucionario.
El lugar de destino no es más importante que el hecho imprescindible de abandonar el paraíso socialista: están convencidos, aunque pudieran estar equivocados, de que en ningún lugar podría ser peor. Y si lo fuera, siempre queda la oportunidad de volver a intentarlo en otro lugar, sin necesidad de tarjeta blanca y permisos de salida.
No es una “emigración” de definición académica europea, como pretenden el régimen y ahora su trovador-comisario, sino es sencillamente “irse pa´lcara...”, largarse, vivir en un lugar donde se pueda encender un televisor sin tener que ver la Mesa Redonda o leer un periódico sin “reflexiones” del compañero Fidel.
Donde además no vayan presas unas sencillas y humildes mujeres por vender flores el Día de los Enamorados, mientras el único propietario, Papá-Estado, vende mal y tarde ramos nada bellos a precio de oro, mientras paga salarios de miseria.
Irse a otro país. A cualquiera, donde los niños no dejen de recibir una cuota de leche al cumplir sus siete años, como macabro regalo de cumpleaños del régimen totalitario.
Donde ser de la raza negra no obligue a enseñar continuamente un documento de identidad.
Donde llevar alimentos para la casa no constituya motivo de susto o tensión.
Donde cualquiera sepa que no puede ser detenido por peligrosidad si no ha cometido delito alguno, y que si alguna vez tiene que ir ante los tribunales tendrá las garantías procesales.
Donde se pueda ir a estudiar en cualquier universidad sabiendo que no será única y exclusivamente para los revolucionarios.
Donde decir lo que se piensa no constituya delito ni gana automáticamente el calificativo de mercenario.
Donde puedan sentarse libremente frente a una computadora y navegar por Internet sin que les estén vigilando.
Donde decidir en que lugar pasar las vacaciones depende solamente del tiempo y los recursos disponibles.
Donde adquirir legalmente bienes de consumo, y disfrutarlos, no sea algo que se condene ni obligue a dar explicaciones continuamente.
Donde cuando sea necesario ver a un médico tal vez haya que hacer cola y esperar, y hasta pagar por la consulta, pero con la seguridad de que ese médico estará ahí porque no anda de misión internacionalista, y que cuando le receten un medicamento tal vez no sea muy barato, pero no estará en falta, porque no hay farmacias especiales para extranjeros y dirigentes, porque no sería una sociedad de privilegios políticos, aunque algunos puedan vivir mucho mejor que otros en dependencia de las posibilidades económicas. A las que, dicho sea de paso, todos tienen derecho, aunque no todos lo logren.
Donde puedan escribir lo que sientan y hacerlo público sin que les llamen mercenarios o les acosen continuamente.
Donde se pueda vivir del trabajo honesto sin necesidad de ponerse a “resolver” para poder alimentar a la familia.
Donde no esté prohibido el acceso a restaurantes, hoteles y centros de recreo si se cuenta con dinero para pagar por la entrada y el consumo, sin que haya porteros prepotentes que le humillen o le cierren el paso.
Donde para buscar trabajo solamente sea necesario demostrar calificación y ofrecer unos cuantos datos elementales sobre uno mismo, no hacer interminables autobiografías para terminar ganando el equivalente a menos de veinte dólares mensuales.
Donde se les pague por su trabajo con la misma moneda en que se pueden adquirir los productos que se deseen.
Donde se pueda comer, al menos, y en las peores circunstancias, una dieta similar a la que recibían los esclavos cubanos en el siglo XIX, lo que no logra garantizar el régimen desde hace mucho tiempo.
Donde se pueda, dependiendo cada quien de sus posibilidades, comprar un par de zapatos o de medias, pantalones o vestidos, sin necesidad de prostituirse.
No es posible, como desea el trovador-funcionario, que se lleve a cabo un debate: “qué bueno que hay un debate, que sea un tema que trascienda”.
Los que participen saben que lo que digan no modificará nada, y desde las posiciones oficialistas, las únicas permitidas, van a cuidarse demasiado bien de poder analizar, tal vez en detalles o con frases rebuscadas, la cadena y sus problemas, pero nunca tocarán al mono. Ni jugando.
Silvio Rodríguez podría salir enmascarado –como decía que le gustaría cantar cuando se las daba de rebelde y todavía no había logrado acomodarse- a escuchar lo que conversan los jóvenes en el Malecón, a ver como se acerca la policía a intimidarlos o pretender favores sexuales de las jóvenes muchachas que están ahí reunidas porque no hay muchos lugares más donde estar.
Podría preguntarle a un joven médico, ingeniero, maestro, veterinario, contador, electricista, albañil, músico, mecánico, tornero, químico, historiador, informático, oficinista, obrero agrícola, a cuánto asciende su salario mensual y, lo que es más importante todavía, qué puede comprar con lo que gana por su trabajo. Y cuándo considera que su condición puede mejorar.
Y preguntarle a estudiantes de secundaria básica y pre-universitario qué es lo que desean estudiar en la universidad o en que giro desearían trabajar, y a los niños en la primaria, que muchos de ellos quieren ser turistas o extranjeros cuando sean grandes.
Sería mucho más fácil hacer eso que perder tiempo en un debate interminable, ya sea sobre el porqué los jóvenes desean emigrar o sobre la inmortalidad del cangrejo. Y mucho más económico, requisito muy necesario en un momento que Papá-Estado está –continúa- en bancarrota total.
Aunque, peor aún que la económica, la bancarrota moral del régimen es mucho más profunda y no tiene solución ni con inversiones extranjeras.
Porque a Papá-Estado no le interesa el destino de la juventud ni los cubanos, sino que se pueda mantener un sistema represivo que garantice la permanencia en el poder de la camarilla envejecida, inculta e inepta que lleva disfrutando esas mieles por más de medio siglo y a la vez que destruyendo sin misericordia al país, y que pretende seguirlo haciendo hasta la muerte.
¿Debate sobre por qué los jóvenes quieren emigrar? Más interesante sería debatir -libremente, sin represalias- por qué los jóvenes, pero también los adultos y los de la tercera edad, no se sienten bien viviendo en Cuba y buscan soluciones más allá de sus costas.
Si de debatir se trata, ¿por qué no realizar un debate sobre por qué emigran –y quieren emigrar- los hijos y los nietos de los dirigentes? Los retoños de la nomenklatura. Los herederos de la revolución. Esos también quieren emigrar –y lo hacen en cuanto pueden.
¿Cuántos familiares directos de la familia Castro Ruz viven actualmente en el extranjero? ¿Cuántos familiares directos de los más altos jerarcas de la gerontocracia anquilosada viven en el extranjero? Y cuántos de esos familiares que viven actualmente en Cuba se sienten realmente satisfechos de la obra revolucionaria y creen verdaderamente que el país pueda tener un futuro decoroso y solucionar sus problemas bajo la dirección de la desprestigiada comparsa actual, hablando de calentamiento global y agricultura suburbana mientras ya no se produce ni azúcar suficiente.
Hace ya mucho tiempo que la era dejó de parir corazones en Cuba, y el hombre nuevo dejó de existir hasta en proyectos, aunque el compañero trovador no se haya enterado, tal vez porque viajaba por el mundo cantándole a la revolución o apoyaba el fusilamiento de otros jóvenes en 2003, cuando él era diputado-designado a la siempre inútil Asamblea Nacional del Poder Popular.
Los jóvenes cubanos dejaron de creer en esos líderes de pacotilla y sus trovadores vendidos hace demasiados años. Que conozcan sus canciones, y hasta las tarareen o las puedan disfrutar, no es lo mismo que creer en sus cantaletas.
Esos jóvenes cubanos no se movilizan con la visión del Comandante, las hazañas combativas de los guerrilleros, el heroísmo de los internacionalistas, el esfuerzo de los héroes del trabajo, o los crímenes de la dictadura batistiana. Para ellos, todo eso es historia lejana, y no justifica el fracaso permanente del presente.
Se duelen con el dolor de los haitianos tras el terremoto porque son humanos y tienen sentimientos, pero no lloran de emoción por el supuesto desprendimiento del régimen ayudando a los demás, porque saben que todo es pura propaganda y que se hace, además, a costa de ellos y sin consultar con ellos. Ni condenan al imperialismo por haber enviado miles de soldados a ayudar a la reconstrucción del país. Ni se creen que lo hicieron porque en Haití haya petróleo.
No se interesan en la suerte de los espías de la Red Avispa, alias “Los Cinco”, que cumplen condenas en Estados Unidos después de juicios con todas las garantías procesales. Y saben que nada cambiará aunque Estados Unidos levantara el embargo incondicionalmente o entregara al régimen la Base Naval de Guantánamo: nada de eso garantiza carne, viandas y vegetales, ni libertad de expresión, derecho a viajar libremente o expresar opiniones sin temor a represalias.
Y saben, además, por familiares y amigos que ya lo intentaron, que en cualquier lugar fuera de Cuba no encontrarán automáticamente una panacea ni el mejor de los mundos posibles, pero no le temen a un futuro incierto en cualquier otro lugar al compararlo con un futuro tenebrosamente cierto en el país donde nacieron, donde no son tenidos en cuenta nada más que para pedirles esfuerzos, limitaciones y sacrificios a cambio de promesas vacías, y donde valen menos que un extranjero con divisas.
La gerontocracia vive en su mundo egoísta y cerrado, alimentándose de la propaganda barata y las reiteraciones permanentes, contando historias que no son y nadie cree. Ni siquiera ellos mismos.
Ha perdido hasta la capacidad de prometer. No solamente porque sabe que nadie les cree, sino porque ni ellos mismos creen, y ya no son capaces ni de elaborar promesas. Ahora la revolución es solamente una leyenda mal contada, con un presente de crisis permanente, y sin futuro.
Para celebrar el Congreso de la Unión de Jóvenes Comunista la gerontocracia ha tenido durante varios meses a José Ramón Machado Ventura, el virtual segundo al mando en Cuba –pero sólo cuando el Comandante Ramiro Valdés está de viaje- recorriendo el país de punta a cabo y participando hasta en las asambleas municipales de preparación del congreso, con la misión de presionar e intimidar a los jóvenes, a la vez que declara demagógicamente que esos jóvenes son el relevo, y que la revolución confía en ellos.
El problema es que a esos jóvenes no les interesa relevar a esos ancianos, y ya no confían en la revolución.
No funciona con la misma eficacia la propaganda comunista en el Moscú estalinista de los años treinta del siglo pasado que en pleno siglo XXI y a noventa millas de la nación más poderosa del planeta.
Nadie cree lo que dice el burócrata partidista -ni él mismo-, pero sigue repitiendo la consigna, otra más, vacía, falsa, inútil. Porque la verdadera misión no es resolver problemas, sino aparentar que se les quiere resolver. Y después tratar de explicar por qué no se pueden resolver.
Cualquier joven en Cuba hoy, de esos cientos de miles que desean emigrar, tiene más posibilidades de ser alcalde de Miami o congresista federal en Estados Unidos que de ocupar un cargo de importancia en Cuba, donde verdaderamente pueda contribuir al desarrollo del país, a pesar de lo que repita diariamente la obtusa propaganda.
Y ahora esta gerontocracia timorata, mediocre, inútil y decadente, incapaz de resolver uno solo de los múltiples problemas que agobian diariamente a los cubanos, y que solamente sabe pedir resignación y paciencia, y culpar a todos los demás de sus reiterados y constantes fracasos, pretende o necesita un debate para comprender por qué los jóvenes quieren emigrar.
Podrán debatir lo que deseen, y todo el tiempo que deseen, pues para eso son los dueños absolutos del país y les importa un comino lo que piense la población, y sobre todo los jóvenes.
Afortunadamente para la nación cubana y su futuro, que será brillante algún día a pesar del totalitarismo, a la juventud cubana también le importa un comino lo que piensen y lo que debatan los ancianos de la nomenklatura y los tránsfugas que les hacen el juego disfrazados de intelectuales.
El hombre nuevo castro-guevarista nació muerto. Nunca existió en Cuba ni existirá esa “fría máquina de matar” que pretendía crear el fracasado argentino aventurero. Los jóvenes cubanos, como los de todo el mundo, pretender tener derecho a su propia vida y a sus propias decisiones, sin importarles para nada lo que piense una caterva de ancianos caducos y timoratos que se han hecho dueños del poder vitalicio, y van a buscar su destino donde consideren que les puede convenir más.
Porque, en todas partes del mundo, los jóvenes son siempre el hombre nuevo, pero el verdadero: libre, optimista, luchando por su bienestar y su futuro.
Y si no lo encuentran donde nacieron, lo buscarán en otra parte.
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