lunes, octubre 19, 2009

Entre el cinismo y la estupidez/ Haroldo Dilla


Haroldo Dilla Alfonso: Entre el cinismo y la estupidez

Importantes figuras de la clase política cubana ha declarado la intención de terminar con el paternalismo estatal. ¿Están esos mismos funcionarios dispuestos a renunciar, en consecuencia, a los controles autoritarios sobre la población cubana?

El periódico cubano Granma, es probablemente y a pesar de los muchos competidores, el peor periódico del mundo. No informa, ni discute. Solo adoctrina. Dice un viejo chiste que si Napoleón lo hubiera tenido a su favor, nadie hubiera conocido el desenlace de Waterloo. Todos los periódicos cubanos son simples cajas de resonancia de la letánica perorata gubernamental cubana. Pero el Granma y sus mediocres funcionarios lo son con particular orgullo.

Ahora Granma se une al coro de los funcionarios que exhortan al pueblo cubano a “apretarse el cinturón”. Ciertamente una invitación cruel, toda vez que hablamos de una población con salarios insuficientes para disponer de tres comidas elementales diarias. Y cuando lo consigue es gracias a una corrupción generalizada en que cada quien se roba lo que puede del propio estado (una inmensa e indestructible acción de resistencia) o porque recibe ingresos extras en alguna moneda diferente a la moneda nacional, en particular los ingresos que provienen de los cubanos emigrados. Cerca de dos millones de personas a los que se niega el derecho a volver a vivir en el país que nacieron y solo pueden visitarlo comprando un permiso del gobierno.

Pero aún así Granma, a través de su director, un funcionario con muy baja preparación cultural cuyo principal mérito ha sido su indómito oportunismo, vuelve a la carga exigiendo “austeridad”. E incluso acusa al pueblo cubano de padecer de los síndromes del “pichón” (andar con la boca abierta para que les alimenten) o del Avestruz (esconder la cabeza para no ver los problemas). Un ejercicio de cinismo mayor que solo habla de la descomposición moral e intelectual de la clase política cubana.

La realidad es muy diferente.

En primer lugar, si el cubano en la isla abre la boca, no es porque lo quiera, sino porque toda actividad independiente está prohibida o coactada de tal manera que es imposible ejercerla con éxito. Pero cuando los cubanos emigran, trabajan con dedicación e inteligencia. Y logran prosperar económicamente, al punto que pueden mantener a sus familias en Cuba y pagar peajes al gobierno cubano con los que el gobierno seguramente sostiene los aceptables niveles de vida de funcionarios insensibles como el director del Granma: un hombre despreocupado de la urgencia de las tres comidas y de otros menesteres que agobian las vidas cotidianas de los cubanos.

En segundo lugar, si los cubanos actúan como el avestruz y prefieren adoptar una posición cínica frente a los problemas, es porque el sistema no les ofrece espacios reales para que sus opiniones sean efectivas. Y cuando algunos han querido dar sus opiniones contra todo obstáculo, han sido reprimidos brutalmente, con el destierro o con la cárcel. Y en esa represión el periódico Granma –y su paniaguado director- han sido mecanismos claves, denigrando y estigmatizando a quienes, con todo derecho no importa sus orientaciones políticas, han preferido no esconder la cabeza.

Hay algo que finalmente el director del Granma parece no entender.

Durante lustros la sociedad cubana fue sometida a un sistema que efectivamente le garantizaba un nivel de consumo social e individual modesto pero suficiente para evitar la pobreza. Lo hizo sobre la base de los extensos subsidios soviéticos entre 1970 y 1986, y posteriormente Fidel Castro quiso volver a hacerlo con los subsidios venezolanos, pero los recursos y el tiempo solo le alcanzaron para poner en práctica algunos desvaríos seniles como la repartición de chocolatín y de artefactos electrodomésticos. Lo importante es, sin embargo, que a cambio de la protección estatal, la población cubana pagaba un alto precio político: la lealtad sin fisuras a las políticas en curso y a la clase política, o al menos el sentido común de no expresar la deslealtad. Es decir, una relación clientelista/paternalista tan peculiar como efectiva.

Si efectivamente el gobierno cubano decidiera poner fin a sus políticas paternalistas –subsidios al consumo personal, fin del pleno empleo encubridor del subempleo generalizado, etc.- entonces debemos esperar que también la población cubana busque sus propios derroteros y renuncie a su fijación clientelista. Es, por decirlo de alguna manera, lo más decente políticamente: abrir espacios para organizaciones populares independientes que representen los intereses sociales diversos frente al estado y al mercado. Lo otro es querer entregar a la población cubana, indefensa y maniatada, a un proceso de reestructuración económica en que la élite tecnocrática empresarial, y dentro de ella muy particularmente los militares capitaneados por el clan Castro, devendrán la columna vertebral de la nueva burguesía del capitalismo cubano.

Cuando uno escucha al director de Granma diciendo lo que le autorizaron a decir, siente que todo se está acabando, pero de la peor manera, en medio del enconamiento y la atomización social, de la pobreza generalizada, de los caminos truncados, del cinismo político y del autoritarismo vulgar disfrazado de socialismo.

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