miércoles, junio 17, 2009

Los honores castristas de Hilda Molina/ Espinaxiones


http://www.univision.com/content/content.jhtml?cid=1980596&pagenum=2


La Orden Eliseo Reyes del MININT


No guardo secretos de Estado


Entrevista a Molina, Cuba Internacional, p.42-46


El equipo de transplantes


La Orden Eliseo Reyes del MININT

“A mi se me aflojaron las piernas, estuve a punto de romper a llorar”, dice al recordar aquel 8 de marzo de 1988, cuando la invitaron a la sede central del Ministerio del Interior, con el pretexto de que participara en un conversatorio sobre el Día Internacional de la Mujer y salió de allí con la Orden Eliseo Reyes en el pecho.












Le habían pedido que acudiese al acto vestida lo más elegante posible, lo que no le preocupó mucho “porque trato siempre de andar lo más elegante que puedo”, y al llegar al lugar de la cita se sorprendió al constatar que el supuesto conversatorio se celebraría en un salón de protocolo. Pronto le dijeron que la invitación tenía otro propósito: condecorar a una serie de mujeres destacadas, pero tampoco era cierto. Poco después un nuevo aparte: sería la única condecorada. Verdad a medias porque no le decían de que condecoración se trataba. Esa sería la sorpresa, ¿no se pondría nerviosa?

Mientras tanto, el salón se llenaba de invitados. Se dio la voz de atención y los generales presentes se pusieron en posición de firmes ante el arribo del ministro general de división José Abrantes. Escucháronse las notas del Himno Nacional y enseguida se dio lectura al acuerdo del Consejo de Estado, suscrito por el presidente Fidel Castro. La doctora Hilda Molina recibiría la más alta condecoración que confiere el Ministerio del Interior, la orden que recuerda el nombre de un combatiente entrañable del Ejército Rebelde que sería después compañero de Ché Guevara en la guerrilla boliviana, y que se reserva para aquellos militares que exhiben en su hoja de servicio acciones heroicas. El documento del Consejo de Estado reconocía la audacia de Hilda Molina en el cumplimiento de las misiones que se le confiaron durante su permanencia en el Ministerio. Había estado vinculada entonces a unidades de lucha contra bandidos y piratas.

La infancia que tuvo

Toda persona es un poco la infancia que tuvo, y la doctora dice ahora que a ella le tocó madurar muy rápidamente. Nació en Ciego de Ávila, una ciudad situada a unos 700 kms. Al este de La Habana, en el seno de una familia que dispuso de una cuantiosa fortuna, pero que antes de su nacimiento se había ya reducido a nada. “Mi abuelo fue un hombre riquísimo, murió muy joven, sin hacer testamento”. Parientes poco escrupulosos se repartieron la fortuna y dejaron en la mayor miseria a la viuda y sus cinco hijos. “Entre esos cinco muchachos estaba mi madre, que habiendo nacido en cuna rica tuvo que irse a vivir, casi de favor, a casa ajena”. Aquella niña creció, aprendió a coser y un día se casó con el que sería el padre de Hilda, un profesor de educación física, casi siempre sin empleo, que buscaba el sustento para los suyos como portero de una sala cinematográfica.

Mi madre llegó a ganar lo que quiso con sus vestidos, pasaba el día y la noche pegada a la máquina de coser; a veces me despertaba de madrugada y la sentía… Me dolía verla y nada me molestaba tanto como saberla arrodillada en el suelo para colocar los alfileres en el dobladillo de sus confecciones. Mis padres hacían un esfuerzo sobrehumano para que mi hermano, hoy ingeniero, vicerrector de un instituto politécnico, y yo fuésemos a la escuela, pero yo me decía: cuando trabaje mi madre no cose más para la calle. Llegó a ser una gran modista, lo sigue siendo, con sus manos maravillosas, pero ahora tiene una sola clienta: yo.
Hemingway y Gabo también

Hasta aquí llegan estas confesiones de la doctora Hilda Molina, especialista de segundo grado en neuroocirugía, investigadora, subdirectora docente del Instituto de Neurología y Neurocirugía y jefa del grupo cubano de neurotrasplantes.


Hay un dato más que no quiere dejar fuera del recuento: los 30 meses que como médico pasó en Argentina. Allí inauguró el servicio de neurocirugía en el hospital Ernesto Ché Guevara, de la provincia de Mostaganem.


Como en todo médico, sus momentos de felicidad y de angustia se asocian en mucho con la mejoría o no de sus pacientes. El hospital la absorbe de tal forma que casi no tiene vida íntima pero está convencida de la belleza de su profesión y eso llena todos sus vacíos.


Si tuviera tiempo, le gustaría montar a caballo, lo sabe hacer perfectamente, y ver más cine. Detesta lla TV ys sus ratos libres, que existen aunque sean escasos, los pasa con un libro en la mano. Procura tener cerca siempre las obras de Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez, dos amigos lejanos que la acompañan.


Del primero, prefiere sobre todo El viejo y el mar, su novela de ambiente cubano, en la que reitera esa tesis que se atisba a lo largo de toda su obra, de que un hombre puede ser derrotado, pero jamás vencido.


Del Gabo gusta de Cien Años de Soledad y también de sus trabajos periodísticos. No deja de leer una sola de las crónicas de García Márquez que domingo tras domingo aparecen en un matutino de La Habana. Las disfruta a plenitud, y las recorta y conserva para volverlas a disfrutar otra vez, muchas veces, porque, dice: “me recrean y me relajan más que cualquier otra cosa”.

Entrevista a Molina, Cuba Internacional, p.42-46


No guardo secretos de Estado


Entrevista a Molina, Cuba Internacional, p.42-46


El equipo de transplantes


La Orden Eliseo Reyes del MININT

"Una mujer ante si misma", entrevista a Molina, realizada por Ciro Bianchi Ross , con fotos de Pirole y Jorge Valiente, que fue publicado a finales de los años 80 en la revista Cuba Internacional, páginas 42 a 46.

La pregunta la toma de sorpresa y la rechaza, “no tengo por qué contestarla”, pero su hijo insiste en que lo haga y ella vacila y dice, al fin, que concibe el matrimonio sólo como un equilibrio de las partes que lo componen y nunca como freno u obstáculo a las posibilidades de algunas de ellas. “Si hay limitaciones, es mejor romperlo.” Por eso, la Dra. Hilda Molina Morejón, pionera del neuro transplante en Cuba y tercera cirujana en el mundo en acometer el trasplante de cerebro a cerebro, no volvió a casarse después de su tercer divorcio.












El trabajo la ha absorbido siempre casi por completo. Hasta hace algún tiempo llegaba al Instituto de Neurología y Neurocirugía a las cinco de la mañana, junto con el portero. Ahora se permite llegar un poco más tarde, sobre las siete, luego de haber visitado a sus pacientes en otros hospitales de La Habana, y no regresa a su casa hasta entrada la noche. Los placeres de la buena mesa no la atraen de manera particular, “como sólo lo necesario para vivir”, y duerme muy poco ya que puede sentirse totalmente restablecida luego de tres o cuatro horas de sueño. El día en que se hizo esta entrevista, su jornada había comenzado a las tres de la mañana.


“Si me quedé únicamente con un hijo fue porque quería dedicarme a la ciencia”, puntualiza. ¿Y el “segundo turno”, esas agobiantes tareas domésticas que caen por lo general sobre la mujer cuando regresa al hogar después de un día de labor?


-“Una vez le dije a mi madre que quería cocinar, lavar, limpiar, y me respondió, no, tú estudiaste y tienes que hacer en tu vida todo lo que yo no pude hacer en la mía. Esas son faenas tan simples que cuando te veas obligada a hacerlas, las aprenderás por ti misma y enseguida. Y tenía razón: cuando he tenido que cocinarme lo he hecho a las mil maravillas, eso creo al menos, después de los tropiezos iniciales”.
Hoy Hilda Molina continúa viviendo con su madre, una señora de 67 años a la que califica de “inteligentísima y excepcional”. La admira, sencillamente. Ella es también responsable de los éxitos de la destacada neurocirujana, la cara oculta de su triunfo…


Porque esta mujer de cuarentitantos años, que se peina cuidadosamente antes de que se le tome la primera foto y no quiere que en algunas de ellas aparezca también su hijo, un médico de 25 años que se especializa a su lado en neurocirugía, ha sido la sensación de la medicina cubana en los últimos meses cuando, después de implantar en el núcleo caudado del cerebro en tres personas aquejadas del mal de Parkinson la médula de las glándulas suprarrenales de los propios pacientes, (ella) se atrevió a iniciar en La Habana, para la cura de la misma enfermedad, los trasplantes de cerebro, una técnica quirúrgica que hasta este momento se acometió solo en México y Suecia y que los científicos la definen como una revolución en las neurociencias. Hizo cuatro hasta ahora por ese novedoso método. Todos viven y se recuperan de manera satisfactoria.


Una nueva era

Los estudios sobre la regeneración del sistema nervioso se iniciaron tímidamente y con cautela en 1972. Pero no fue, sino hasta una década después, que un cirujano sueco, el profesor Erik O. Backlund, transplantó por primera vez médula suprarrenal al cerebro de un enfermo parkinsoniano. Tres años más tarde, en 1985, otro especialista sueco, Olle Lindvall, practicó en dos pacientes esa técnica de trasplante.

Durante años, la discretísima mejoría que tras la operación había obtenido Backlund en su enfermo, pareció condonar el camino de los trasplantes cerebrales. Dos científicos mexicanos, el neurocirujano Ignacio Madrazo y el neurofísico René Drucker, no se desanimaron, sin embargo, y prosiguieron sus estudios y trabajos experimentales, en los que estaban enfrascados desde 1976, hasta que arribaron a la conclusión de haber encontrado para ese tipo de trasplante una vía diferente a la de los suecos. El doctor Madrazo realizó así la primera operación en el hospital La Raza, de Ciudad México, en marzo de 1986.

Hasta el momento Madrazo ha realizado más de 40 trasplantes de médula suprarrenal en enfermos de Parkinson. Mientras su procedimiento quirúrgico se limitaba en EEUU, China Popular, Cuba, España e Italia, -en ese orden- el médico mexicano no permanecía con los brazos cruzados. Cierto es que sus pacientes se recuperaban satisfactoriamente, salvo algunos de edad avanzada, pero proseguía sus investigaciones para hacer menos agresiva la operación y encontrar un tejido más apropiado para el injerto.” “Este tejido ideal sería el embrionario que, por su inmadurez, carece de antígenos por lo que no es rechazado al implantarse en el nuevo organismo, donde puede reproducirse y desarrollarse. Se obtiene en el mesencéfalo de un feto donde se encuentra la sustancia nigra -o negra- que elabora el neurotransmisor conocido como dopamina, deficitario en los parkinsonianos. El 12 de septiembre de 1987, el doctor Ignacio Madrazo realizaba el primer injerto embrionario en el cerebro de un ser humano e iniciaba la era de los transplantes de cerebro a cerebro.


Tanto este tipo de trasplante como en injerto de embriones se hicieron hasta ahora en personas aquejadas de Parkinson porque es la más sencilla de todas las afecciones neurológicas: la provoca la carencia de dopamina, sustancia segregada también por las glándulas suprarrenales y ocasiona una sola lesión en el cerebro. Pero que sea sencilla no equivale a decir que deje de ser terrible. Su causa no está precisada, afecta al 0.1% de la población mundial –la cifra aumenta en grupos mayores de 50 años- y no la hacen retroceder los medicamentos actuales. Es un padecimiento degenerativo, conocido popularmente como mal de San Vito, cuyos síntomas son el temblor de las extremidades, la dificultad para iniciar movimientos voluntarios y las alteraciones de la postura.
Hoy se supone que el injerto sea válido para una gama amplia de enfermedades neurológicas. Teóricamente podrían tratarse por ese método todos los males del sistema nervioso, padecimientos como demencia senil, Corea, malformaciones congénitas y traumáticas, algunas formas de epilepsia, secuelas de infartos cerebrales y lesiones en la médula. Y también ese fantasma espantoso y aterrador que es la vejez.


“Este tejido ideal sería el embrionario que, por su inmadurez, carece de antígenos por lo que no es rechazado al implantarse en el nuevo organismo, donde puede reproducirse y desarrollarse. Se obtiene en el mesencéfalo de un feto donde se encuentra la sustancia nigra -o negra- que elabora el neurotransmisor conocido como dopamina, deficitario en los parkinsonianos.

El equipo de transplantes


No guardo secretos de Estado


Entrevista a Molina, Cuba Internacional, p.42-46


El equipo de transplantes


La Orden Eliseo Reyes del MININT

El grupo se agrupa

En Cuba, en 1984, la Dra. Hilda Molina, del Instituto de Neurología y Neurocirugía, conversó con los doctores Nivaldo Hernández, director del Instituto de Investigaciones Fundamentales del Cerebro, y Eduardo Bascó, morfólogo, acerca de la posibilidad de constituir el grupo nacional de neuro-trasplantes. “Coincidimos en que podía hacerse y pusimos manos a la obra con entusiasmo”. Ganaron adeptos, acopiaron literatura e iniciaron la fase experimental del trabajo y las sesiones y reuniones científicas. “!Pronto decidimos que el grupo careciera de sede ya que se nutría del concurso de instituciones médicas y docentes diversas que acogían con calor nuestro programa, teníamos el apoyo del Ministerio de Salud Pública y el estímulo personal del comandante en Jefe Fidel Castro”, dice la doctora Molina.













En diciembre de 1986 ya se vinculaban al proyecto 31 especialistas de los Institutos de Neurología, Investigaciones Fundamentales del Cerebro, Oncología y Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, así como de los hospitales Siquiátrico de La Habana y Salvador Allende, también de esta capital. Fue precisamente en esa fecha cuando se constituyó de manera oficial el grupo. Entonces se invitó a venir a Cuba al doctor Drucker, colaborador de Madrazo, y el científico mexicano no pudo reprimir su asombro ante lo que vio: “!ustedes están mejor organizados que nosotros!, dijo, ¡ustedes tienen todas las condiciones para acometer la intervención quirúrgica!”.

Aún así, la doctora Molina viajó a México para tomar un entrenamiento con Madrazo. En operaciones neurológicas anteriores, ella había llegado al núcleo caudado del cerebro –el paso más complejo y delicado de un trasplante- pero debía adquirir con el mexicano detalles sobre el injerto mismo. El 26 de abril de 1987, en el hospital Hermanos Amejeiras, de La Habana, Hilda Molina trasplantó médula suprarrenal al cerebro de un hombre. Hizo luego dos operaciones más de ese tipo. Y el 20 de enero de 1988 hacía su primer trasplante de cerebro a cerebro. Habían transcurrido 122 días desde que Madrazo hiciera el primero en el mundo.
Hasta el momento de escribirse estas páginas, el doctor Madrazo había realizado, en México tres de estos injertos; los suecos, uno –al menos oficialmente, porque se sospecha de alguno más- y la doctora Molina cuatro, uno de ellos a una mujer. El hecho atrae la atención de la comunidad científica internacional. El morfólogo sueco Anders Bjorklund, considerado como una de las máximas autoridades en lo que al neurotrasplante se refiere, confirmó ya su próxima visita a Cuba. Le interesa conocer de cerca todos los resultados.


Médico de cabezas


Pero Hilda Molina, una de las seis neurocirujanas que ejercen en Cuba actualmente, no desea monopolizar su triunfo. “No quiero ser hegemónica”, dice. Es de su interés que otros cirujanos ejecuten el injerto y da pasos para que el trabajo del grupo de neurotrasplante se extienda por lo pronto a las provincias de Holguín y Camagüey. El éxito no la envanece. “Mi vida no ha cambiado en absoluto pese a que ahora aparezco en los periódicos”. Prosigue siendo la misma profesional disciplinada de siempre, alienta aún en ella la misma ilusión de la niña que fue y que un día decidió que se haría médico y, aunque no manejase el término, ambicionó siempre ser neurocirujana.


La vida, sin embargo, la llevó por un rumbo bien diferente durante años. En 1959 ya era bachiller y se disponía a estudiar medicina cuando comités locales de organizaciones políticas revolucionarias en la antigua provincia Camagüey, la persuadieron de que ingresara en el Ministerio del Interior. Lo hizo y la decisión retrasó su propósito de matricular la carrera durante tantos años, que, cuando se dispuso a hacerlo, su título de bachiller había perdido validez. Corría el año 1969.


Los sistemas y programas de estudio cambiaron en el país en esos años. Se liquidó el bachillerato y los institutos preuniversitarios se proponían planes más exigentes e intensos. A sus graduados se les pedía, a la hora de matricular estudios superiores, no sólo el diploma correspondiente, sino también el certificado de aprobación de una llamada “prueba de nivel”.


Hilda no poseía ese certificado, pese a que en esos años se había graduado como doctora en pedagogía. Necesitaba ese documento para iniciar estudios de medicina y para tenerlo, tenía que hacer la “prueba de nivel”, pero para contar con el derecho a ella debía cursar antes el último año de preuniversitario. No tenía otra alternativa, y eso fue lo que hizo. Por el día, vestía su uniforme de combatiente del Ministerio del Interior, por las noches, el de los estudiantes de la enseñanza superior.


En 1974 se recibió como médico y fue el primer expediente de su curso. Al año siguiente comenzó la especialidad. La concluyó en 1976. Sería, al fin, “médico de cabecera”.


Hace poco tiempo, Fidel Castro preguntó a Hilda Molina si consideraba como perdidos los años pasado en el Ministerio del Interior. Ella respondió que no.

La Orden Eliseo Reyes del MININT


No guardo secretos de Estado


Entrevista a Molina, Cuba Internacional, p.42-46


El equipo de transplantes


La Orden Eliseo Reyes del MININT

“A mi se me aflojaron las piernas, estuve a punto de romper a llorar”, dice al recordar aquel 8 de marzo de 1988, cuando la invitaron a la sede central del Ministerio del Interior, con el pretexto de que participara en un conversatorio sobre el Día Internacional de la Mujer y salió de allí con la Orden Eliseo Reyes en el pecho.












Le habían pedido que acudiese al acto vestida lo más elegante posible, lo que no le preocupó mucho “porque trato siempre de andar lo más elegante que puedo”, y al llegar al lugar de la cita se sorprendió al constatar que el supuesto conversatorio se celebraría en un salón de protocolo. Pronto le dijeron que la invitación tenía otro propósito: condecorar a una serie de mujeres destacadas, pero tampoco era cierto. Poco después un nuevo aparte: sería la única condecorada. Verdad a medias porque no le decían de que condecoración se trataba. Esa sería la sorpresa, ¿no se pondría nerviosa?

Mientras tanto, el salón se llenaba de invitados. Se dio la voz de atención y los generales presentes se pusieron en posición de firmes ante el arribo del ministro general de división José Abrantes. Escucháronse las notas del Himno Nacional y enseguida se dio lectura al acuerdo del Consejo de Estado, suscrito por el presidente Fidel Castro. La doctora Hilda Molina recibiría la más alta condecoración que confiere el Ministerio del Interior, la orden que recuerda el nombre de un combatiente entrañable del Ejército Rebelde que sería después compañero de Ché Guevara en la guerrilla boliviana, y que se reserva para aquellos militares que exhiben en su hoja de servicio acciones heroicas. El documento del Consejo de Estado reconocía la audacia de Hilda Molina en el cumplimiento de las misiones que se le confiaron durante su permanencia en el Ministerio. Había estado vinculada entonces a unidades de lucha contra bandidos y piratas.

La infancia que tuvo

Toda persona es un poco la infancia que tuvo, y la doctora dice ahora que a ella le tocó madurar muy rápidamente. Nació en Ciego de Ávila, una ciudad situada a unos 700 kms. Al este de La Habana, en el seno de una familia que dispuso de una cuantiosa fortuna, pero que antes de su nacimiento se había ya reducido a nada. “Mi abuelo fue un hombre riquísimo, murió muy joven, sin hacer testamento”. Parientes poco escrupulosos se repartieron la fortuna y dejaron en la mayor miseria a la viuda y sus cinco hijos.
“Entre esos cinco muchachos estaba mi madre, que habiendo nacido en cuna rica tuvo que irse a vivir, casi de favor, a casa ajena”. Aquella niña creció, aprendió a coser y un día se casó con el que sería el padre de Hilda, un profesor de educación física, casi siempre sin empleo, que buscaba el sustento para los suyos como portero de una sala cinematográfica.

Mi madre llegó a ganar lo que quiso con sus vestidos, pasaba el día y la noche pegada a la máquina de coser; a veces me despertaba de madrugada y la sentía… Me dolía verla y nada me molestaba tanto como saberla arrodillada en el suelo para colocar los alfileres en el dobladillo de sus confecciones. Mis padres hacían un esfuerzo sobrehumano para que mi hermano, hoy ingeniero, vicerrector de un instituto politécnico, y yo fuésemos a la escuela, pero yo me decía: cuando trabaje mi madre no cose más para la calle. Llegó a ser una gran modista, lo sigue siendo, con sus manos maravillosas, pero ahora tiene una sola clienta: yo.
Hemingway y Gabo también

Hasta aquí llegan estas confesiones de la doctora Hilda Molina, especialista de segundo grado en neuroocirugía, investigadora, subdirectora docente del Instituto de Neurología y Neurocirugía y jefa del grupo cubano de neurotrasplantes.


Hay un dato más que no quiere dejar fuera del recuento: los 30 meses que como médico pasó en Argentina. Allí inauguró el servicio de neurocirugía en el hospital Ernesto Ché Guevara, de la provincia de Mostaganem.


Como en todo médico, sus momentos de felicidad y de angustia se asocian en mucho con la mejoría o no de sus pacientes. El hospital la absorbe de tal forma que casi no tiene vida íntima pero está convencida de la belleza de su profesión y eso llena todos sus vacíos.


Si tuviera tiempo, le gustaría montar a caballo, lo sabe hacer perfectamente, y ver más cine. Detesta lla TV ys sus ratos libres, que existen aunque sean escasos, los pasa con un libro en la mano. Procura tener cerca siempre las obras de Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez, dos amigos lejanos que la acompañan.

Del primero, prefiere sobre todo El viejo y el mar, su novela de ambiente cubano, en la que reitera esa tesis que se atisba a lo largo de toda su obra, de que un hombre puede ser derrotado, pero jamás vencido.

Del Gabo gusta de Cien Años de Soledad y también de sus trabajos periodísticos. No deja de leer una sola de las crónicas de García Márquez que domingo tras domingo aparecen en un matutino de La Habana. Las disfruta a plenitud, y las recorta y conserva para volverlas a disfrutar otra vez, muchas veces, porque, dice: “me recrean y me relajan más que cualquier otra cosa”.


Hilda Molina recibiría la más alta condecoración que confiere el Ministerio del Interior, que se reserva para aquellos militares que exhiben en su hoja de servicio acciones heroicas. El Consejo de Estado reconocía la audacia de Hilda Molina en el cumplimiento de las misiones, había estado vinculada entonces a unidades de lucha contra bandidos y piratas.

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