lunes, mayo 04, 2009

La geoestrategia rusa/ Juan Benemelis - Cubanálisis-El Think-Tank


La geoestrategia rusa
Juan Benemelis - Cubanálisis-El Think-Tank

Más allá de los espectaculares gasoductos de alcances estratégicos que ha operado Venezuela (primera potencia mundial de petróleo cuando se suman el "oro negro" convencional y no convencional, es decir, ligero y pesado (Financial Times, Richard Lapper, noviembre 2 de 2005) con Argentina y Chile, fue el presidente ruso Vladimir Putin quien inició la gran revolución energética mundial, al jugar su carta geoestratégica y haber resucitado a Rusia después del extravío neoliberal de dos super-ingenuos: Yeltsin y Gorbachov.

Sin desdeñar los gasoductos sudamericanos, el impacto en Eurasia de cuatro gasoductos rusos (con Alemania, Turquía, Japón y China) trastoca la geoestrategia mundial debido a la talla de los actores en juego, a grado tal que habría que acuñar un nuevo término: "rusoducto", en lugar de gasoducto.

PEAK OIL (24 noviembre 05) aduce que "Rusia construye lenta pero seguramente su mundo multipolar basado en el petróleo y el gas", mientras Peter Lavelle entroniza a Putin como "zar de la energía", en referencia al posicionamiento global de Gazprom, principal gasera del planeta (UPI, 22 noviembre 05). Inclusive, Putin colocó a Dimitry Medvedev, anterior mandamás de Gazprom, como viceprimer ministro, y no faltan quienes lo vean como su probable sucesor: "dos de las visitas foráneas de Putin, a Alemania y a Turquía, así como su visita a Corea del Sur, demuestran claramente la parte foránea de la agenda de Gazprom y de la petrolera estatal Rosneft, como parte de la estrategia energética integral (sic) del Kremlin".

Con la construcción del gasoducto Corriente Azul, en el que participan en forma equitativa la petrolera italiana ENI y la gasera rusa Gazprom, a un costo de 3 mil 400 millones de dólares y una capacidad de 16 mil millones de metros cúbicos, y que "cambiará la geopolítica de Europa" (Bajo la Lupa, 6 noviembre 05), ya que se insinúa como una cuña entre dos aliados de EU (Turquía e Italia). Al respecto, es factible que el gasoducto ruso-italiano-turco (que sin mucho ruido ganó la partida geopolítica en el transcáucaso al oleoducto estadunidense-británico Baku-Tblisi-Ceyhan), sea extendido hasta el puerto israelí de Ashkelon (Debka, 24 noviembre 05), lo que demuestra vez la proclividad de Putin a buscar convertirse en "potencia pivote" de Eurasia.

Según Lavelle, en Corea del Sur, Putin prosiguió las negociaciones para construir el "gasoducto petrolero del este", de 2 mil kilómetros de extensión hasta la costa del Pacífico: un "compromiso para satisfacer parcialmente las necesidades energéticas de China y Japón". En su primera fase, China obtendrá las tres cuartas partes y Japón la tercera parte de los 600 mil millones de barriles diarios que serán prácticamente triplicados a partir del año 2010. Japón invertirá 18 mil millones de dólares y otros 8 mil millones de dólares en los proyectos gaseros Sajalin I y II. En esta negociación se evidencia que Rusia trata de jugar su papel como potencia pivote y evita inmiscuirse en el contencioso entre China y Japón, dejando satisfechos a cada uno con su "rusoducto".

Gazprom evalúa la posibilidad de desarrollar una terminal en Murmansk (en el polo ártico) para abastecer a Estados Unidos (¡super-sic!) con gas natural licuado, en momentos en que Washington busca independizarse del petróleo del Medio Oriente para consagrarse más al gas. "El arrecife Shtokman, en la costa rusa del Pacífico, tiene 3.2 billones de metros cúbicos de gas probado y su localización lo convierte en candidato para abastecer con gas natural licuado las necesidades energéticas de norteamerica por un periodo de 50 años (sic)". Se dice fácil, pero cuando el "rusoducto" de Murmansk se conecte a Canadá y Estados Unidos, la geoestrategia mundial habrá cambiado significativamente. ¿A qué precio soltará Rusia sus reservas gaseras de Murmansk, que se perfilan como los cuatro ases de las cartas geoestratégicas del Kremlin?

A Lavelle no se le escapa la dimensión geoestratégica en la que juega Rusia: "con excepción del proyecto Corriente Azul, los otros gasoductos forman parte de la estrategia de Putin para situar a Rusia de nuevo como un jugador mayor (sic) en el mundo". A propósito, en un extenso análisis con ocho expertos en geoestrategia, bajo la coordinación de Peter Lavelle (Rusia, una superpotencia energética; Perfil Ruso, 25 de noviembre de 2005) se destacan tres frases: una del mismo Lavelle, "Putin ha posicionado los recursos energéticos estatales en el centro de su política exterior. ¿Será su objetivo colocar a Rusia como 'gran potencia' mediante la energía?"; otra del académico Gordon Hahan, especialista en Rusia y su periferia, "el arsenal nuclear ruso y su posición geoestratégica como pivote (sic) son igualmente (sic) responsables del estatuto de Rusia como potencia regional (sic) e importante jugador en el escenario global gracias a sus recursos energéticos", y otra de Eric Kraus, estratega de Sovlink Securities de Moscú, "el apoyo de Estados Unidos a Mijail Jodorkovsky se debió a la promesa del oligarca de entregar los yacimientos petroleros de Rusia a manos estadounidenses, mediante la notable venta del 50 por ciento de Yukos a ExxonMobil".

Federico Bordonaro, un excelente geopolitólogo de Power and Interest News Report (22 noviembre 05), sustenta que el gasoducto Corriente Azul "abre nuevos horizontes a Rusia" que "usa sus vastas reservas energéticas como fuerte carta geopolítica" en una "competencia geoeconómica compleja que involucra a Rusia, la Unión Europea (UE), Estados Unidos y Turquía en la región del sur de los Balcanes, el mar Negro y el mar Caspio".

Carente de petróleo y gas, en forma paradójica, Turquía ha emergido como "puente energético" al formar parte de dos gasoductos: el estadunidense-británico de Baku-Tblisi-Ceyhan, y el ruso-italiano Corriente Azul. Lo más importante es que Rusia, mediante su "carta energética, vuelve a obtener influencia y protege sus intereses en el sur europeo (...) lo que incrementará más su poder financiero y político".

Ron Sonovitz, resalta que Putin juega a la política de los oleoductos con China y Japón, quienes, a su juicio, "desean la exclusividad" (Asia Times, 23 noviembre 05) del gas y el petróleo ruso, cuando en realidad Putin piensa en toda la región de Asia-Pacífico como su clientela plural. A juicio de Synovitz, "Rusia desea que las firmas japonesas inviertan más dinero en la infraestructura petrolera de Siberia como en el creciente sector manufacturero ruso y el segmento de alta-tecnología".

Sudhir Chadda (India Daily, 23 noviembre 05) aducía que se “cocina una alianza comercial estratégica" entre Rusia y Japón, pero que un escollo mayor se centra en la negociación escurridiza sobre la cesión de las islas Kuriles de Rusia a Japón.

Dave Ernsberger, director editorial para Asia de Platt's (servicio informativo global de la industria petrolera), lo ve al revés: "Rusia enfrenta a Japón contra China" sobre el trayecto del gasoducto, por lo que usa su petróleo y gas como "arma estratégica" para otras agendas, ya que "para Japón, arrancar de Moscú el compromiso de un abasto seguro de petróleo ruso en el largo plazo es un tema de la mayor trascendencia de su política exterior. Japón es el tercer consumidor de petróleo, detrás de China y Estados Unidos", y es previsible que Rusia vaya a sacar el máximo de beneficios de su venta energética, tanto a China como a Japón, a la Unión Europea como a Estados Unidos.

GEOESTRATEGIA

«Es probable que la historia registre el 11 de Septiembre como el punto decisivo en la conformación del orden internacional para el siglo XXI». La afirmación es de Henry Kissinger, uno de los principales estrategas norteamericanos de los últimos 50 años. «El 11 de Septiembre puso fin a algunas de las ilusiones pretenciosas de los años 90. (...) La idea de que una Europa unida buscaría constituir su identidad en confrontación con Estados Unidos quedó en el olvido (...) Rusia se transformó en socia de la campaña antiterrorista, China aportó inteligencia (...) ninguna de estas medidas era concebible hace unos meses. (...) En consecuencia, y por primera vez en medio siglo, Estados Unidos ya no tienen que enfrentar a ningún adversario estratégico, y no hay ningún país ni grupo de países que pueda pasar a serlo durante por lo menos los próximos 10 años».

A las 8.41 de la mañana del 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York, cuando el primer avión se estrelló contra las Torres Gemelas, Estados Unidos estaba dando el pistoletazo de salida al reordenamiento de sus prioridades internacionales, un conjunto de cambios que han alterado sustancialmente la jerarquía y relevancia que la superpotencia mundial otorga a los diferentes países y cuyo objetivo no es otro que alargar al máximo posible la etapa cifrada por Kissinger en «por lo menos 10 años», en la que «ningún país o grupo de países podrá llegar a ser adversario estratégico». Conseguir que esta etapa se prolongue para todo el siglo XXI es su máxima aspiración. Los cambios geoestratégicos introducidos, se pusieron ya de manifiesto durante la guerra de Afganistán. En ella se observaron algunas de las principales claves de las nuevas prioridades de Washington.

En primer lugar, el centro estratégico en el que se dirimen los asuntos mundiales se ha desplazado; si durante la «guerra fría» Europa Occidental constituyó el epicentro de la disputa USA-URSS, hoy es el lugar central del continente euroasiático el que está llamado a ocupar su lugar. Meses antes del 11 de Septiembre, el entonces vicesecretario de Defensa norteamericano afirmó: «el centro estratégico militar de Estados Unidos debe trasladarse desde Europa hacia Asia». Parte de los motivos de tan radical y premonitoria afirmación estaba en el acelerado ritmo de su crecimiento económico, pero el emergente papel del continente asiático en la economía mundial no es el factor decisivo, sino el hecho de que es en esa zona del planeta en la que están presentes los potenciales rivales de la hegemonía norteamericana.

La supremacía indiscutible de Estados Unidos depende de por cuánto tiempo sea capaz de evitar el surgimiento de algún aspirante al poder sobre el continente euroasiático, uno de los aspirantes emergentes en la última década del Siglo XX fue la Unión Europea, pero esta es una de las «ilusiones pretenciosas de los años 90» a las que puso fin el 11 de Septiembre. Como afirma el ex Secretario de Estado, durante la guerra de Afganistán, «Europa ha puesto un mayor énfasis en la cooperación bilateral con Washington sobre la base nacional y en el marco de la OTAN, que en las instituciones de la Unión Europea».

La primera consecuencia del 11 de Septiembre, fue cerrar el debate sobre la conveniencia o no de las estructuras euroatlánticas, la OTAN quedó confirmada como el garante de la seguridad europea, y de esta forma el papel dominante de Estados Unidos salió totalmente fortalecido. El eje franco-alemán, que lideraba la emergencia de una superpotencia en Europa en confrontación con Washington, fue sustituido por el eje euro-atlántico. Washington, con el apoyo de Blair, Aznar y Berlusconi -señalados por Bush como amigos incondicionales- tomó la iniciativa. Frente a la arrolladora ofensiva del eje euro-atlántico, el eje franco-alemán retrocedió y se agudizó la disputa entre ambos. Europa queda recategorizada de acuerdo a su escaso peso militar; es por el momento solo una zona de influencia supeditada y dependiente de Estados Unidos.

Las nuevas prioridades de Washington, asegurada esta cabeza de puente sobre el continente euroasiático, le exigen atender y dar prioridad a los que sí que están en condiciones de transformarse en peligrosos rivales.

NUEVOS CRITERIOS, NUEVAS PRIORIDADES

Relegado el eje franco-alemán, Rusia, China y la India han quedado como los principales jugadores activos en el continente euroasiático. Los motivos, a diferencia de Europa, no son fundamentalmente económicos, sino que radican en su potencial militar –que incluye la fuerza nuclear– y la falta de capacidad de Estados Unidos para controlar sus asuntos internos (especialmente en el caso de China). La cumbre de Shangai, que difundió la emblemática foto de George Bush, Vladimir Putin y Jiang Zeming ataviados con elegantes casacas de seda china, presentó ante el planeta la nueva jerarquía de países verdaderamente importantes.

Los acuerdos políticos y diplomáticos que la Casa Blanca ha gestionado en tiempos recientes lo confirman. Rusia ha aceptado el papel dirigente de Estados Unidos, o lo que es lo mismo, la rúbrica definitiva de su papel de perdedor en la Guerra Fría; a cambio, éste le ha otorgado la consideración de socio, respaldando los objetivos rusos de acceder a las instituciones europeas y otorgándole en ellas un lugar relevante. Los acuerdos alcanzados entre Rusia y la OTAN, apadrinados por Washington, rompen con su aislamiento facilitando su desarrollo y alejan, por el momento, la posibilidad de que buscara sus alianzas con Alemania o China.

Y en la agudización del conflicto Indio-pakistaní por los territorios de Cachemira no se puede olvidar el hecho de que Pakistán representa el principal aliado de Estados Unidos en la región, lo cual fortalece la misión norteamericana de erigirse en el principal árbitro de la zona.

EL PELIGRO AMARILLO

Pero de entre todos los potenciales rivales es sin duda la emergencia de China la que presenta mayores dificultades y riesgos para los estrategas del Pentágono. El gigante asiático, el más incontrolado de todos, ha pasado a ser considerado por Estados Unidos la principal amenaza en potencia para su supremacía. La razón no radica en sus potencialidades económicas, ni tan siquiera en su relativo peso militar, sino en resultar impenetrable. El régimen chino es hermético a las técnicas de infiltración que le ha permitido a los Washington dotarse de élites dependientes en los cinco continentes, élites pro-yanquis que ocupan puestos clave en la administración política, en la estructura militar, en los medios de comunicación.

La mayoría de los regímenes democráticos de corte occidental instalados por todo el planeta han sido promocionados, y por tanto influenciados, por Estados Unidos, esta ascendencia, más o menos velada, les permite controlar, desviar y/o cooptar las decisiones de esos estados. Pero el régimen chino escapa totalmente a su control. La contradicción principal que guía en última instancia todos los movimientos de Washington es mantener bajo control la inevitable ascensión de China, éste se ha convertido en el objetivo prioritario de la geoestrategia de la superpotencia norteamericana. El movimiento del resto de las piezas y peones del tablero ha pasado a depender de esta contradicción principal.

LA CARAMBOLA

Los ejes del nuevo orden cuyas consecuencias estamos viviendo ya en este inicio de siglo contienen varias carambolas destinadas a asegurar la supremacía norteamericana. Por un lado, el debilitamiento del eje franco-alemán en Europa y la consolidación del eje euro-atlántico minuciosamente trabajado diplomáticamente. Por otro, el resurgir de Rusia como potencia secundaria en un papel de socio de Estados Unidos cortando cualquier posibilidad de intermediación europea y utilizando a Rusia en Europa para acabar de sepultar el eje Berlín-París.

En la parte central del continente euroasiático, la aparición de la presencia militar directa norteamericana –fruto de la guerra de Afganistán– y la formación de una suerte de triunvirato con Rusia y China –con la decidida voluntad de incluir a la India– implicándoles en las decisiones sobre una zona que ha pasado a ser clave en la geoestrategia mundial. Tres países vecinos de Afganistán, enormemente interesados en jugar económicamente con Estados Unidos, y los tres obligatoriamente implicados en participar en la decisión de asuntos relacionados con el ascenso del integrismo islámico que les amenaza en sus entrañas.

Y por último, el hecho de que la presencia directa de Estados Unidos en la zona le permite seguir mucho más de cerca la inevitable emergencia de China, su principal rival potencial. De no abortarse la iniciativa norteamericana, efectivamente, el 11 de Septiembre quedará en la memoria histórica como el punto decisivo de una nueva era en las relaciones internacionales, lo cual no hace más que confirmar que en una operación tan compleja y decisiva, nada de lo sucedido, incluido el atentado contra las Torres Gemelas, podía dejarse al azar.

EL APOYO A LA LÍNEA DURA

La clara victoria de George W. Bush en las elecciones norteamericanas del 2004 fue mucho más que un contundente respaldo a su continuidad en la presidencia de los Estados Unidos, fue el sólido aval electoral que recibieron sus políticas, tanto exteriores como interiores. La apuesta decidida por la línea dura en la lucha contra el terrorismo global y la escasa simpatía por los foros y los consensos internacionales fue claramente apoyada. Pero dos años más tarde esta política de línea dura se ha convertido en una seria desventaja. El empeoramiento de la situación en Irak, la creciente inestabilidad de Afganistán, la amenaza nuclear que agitan Corea del Norte e Irán, la polarización izquierdista de varios gobiernos de América Latina encabezados por Cuba y Venezuela, la devaluación del dólar y la amenaza latente de una recesión barrieron con las esperanzas republicanas en las elecciones de medio término y tanto la cámara (House) como el Senado quedaron en manos de los demócratas.

Este cambio en la correlación interna de las fuerzas políticas de Estados Unidos puede dar al traste con los propósitos más ambiciosos de la administración Bush, entre los que estaban la reconfiguración del llamado Gran Oriente Medio, un enorme territorio que va desde el Magreb hasta Asia Central. Además de la situación caótica en Irak, hay un profundo conflicto entre Israel y los palestinos de Hamas y Hezbollah apoyados fuertemente por Irán y en menor grado por Siria. La muerte de Arafat dio paso a una renovación del liderazgo y las formas políticas de los palestinos, pero no precisamente para aminorar las tensiones; el ascenso al gobierno de los extremistas fundamentalistas musulmanes de Hamas y el vacilante liderazgo del antiguo terrorista de Al Fatah y ahora presidente de la Autoridad Palestina, Abu Massen, no han contribuido a una distensión en el área. Por el otro lado, en Líbano, los terroristas de Hezbollah han continuado con su escalada de agresiones al territorio israelí y sus terroristas ataques suicidas. En cualquier caso, el llamado mundo árabe tendrá una importancia de primer orden en la agenda política de Estados Unidos. También en la europea, por el sentimiento de amenaza del terrorismo islámico y por la voluntad de Turquía -país no árabe pero musulmán moderado- de ingresar en la Unión Europea. La convergencia de todos estos factores estimula aún más la preocupación de los europeos por que se reduzca el conflicto en esta región del planeta.

En el otro extremo, China continúa su galope irrefrenable de crecimiento -en buena medida, a la vieja usanza, es decir, siguiendo pautas de consumo de materiales y de energía y de producción de residuos que han conducido al mundo industrial a una situación insostenible. Su ascendencia sobre la región ya supera la que había tenido Japón en la segunda mitad del Siglo XX y explora nuevas áreas de influencia, que incluyen el cono sur de América. También surge aquí una cierta inquietud norteamericana, que ve crecer un posible rival a su actual hegemonía.

Estos hechos señalan que el centro de gravedad de la política mundial puede situarse en los próximos años, en Asia, tanto la más próxima a Europa, el Oriente Medio, como la más lejana, la costa del Pacífico. Probablemente, a esa enorme región se dedicarán las principales atenciones políticas y se jugará la partida de ajedrez de los equilibrios o desequilibrios mundiales. Como las relaciones internacionales van íntimamente ligadas a la economía, también es razonable pensar que serán las regiones que recibirán más recursos (desde inversiones y tratos comerciales a esfuerzos de cooperación).

AMÉRICA LATINA EN LA PERIFERIA

Visto el panorama, es justo preguntarse si América Latina puede quedar en la periferia de los principales escenarios geopolíticos internacionales. No hay respuestas fáciles ni ciertas, pero parece oportuno advertir sobre este peligro.

Cualquier situación es una amalgama de oportunidades y riesgos. También ésta. Quizás sea más optimista centrarse en las primeras. América Latina, situada en la periferia de la geoestrategia mundial, puede tener la oportunidad de emprender, bajo una menor presión, las reformas que le son necesarias y puede hacerlo de forma endógena, respondiendo a sus propias urgencias, su propio déficit y sus propias capacidades, sin caer en la tentación de importar e implantar modelos foráneos.

Si el éxito de cualquier país depende de su determinación para emprender autónomamente los procesos de reforma que se requieren regularmente, este principio es especialmente relevante cuando no se está en el centro del interés mundial y puede haber mayor implicación de las grandes potencias "sugiriendo" soluciones.

América Latina vive, en la actualidad, un período de exploración política: los partidos clásicos se encuentran en crisis y, a menudo, desplazados del poder; hay procesos de integración regional, de descentralización administrativa interna, de revisión constitucional... Se han iniciado debates sobre la gestión de los recursos naturales propios y se ha empezado a cuestionar abiertamente las exigencias de las instituciones de Bretton Woods... La conciencia sobre la desigualdad, la exclusión de amplios sectores de la sociedad, la informalidad económica o la corrupción se van extendiendo progresivamente y empieza a haber voluntades bastante sólidas para acometer estas cuestiones sin que los procesos descarrilen por el camino como en tantas otras ocasiones. Hay, pues, un abanico de oportunidades por delante.

Que el mundo mire hacia Asia puede ser una buena motivación para que América Latina mire hacia si misma y tome las riendas de su futuro.

ISLAM Y PETRÓLEO

Días antes de que los tanques iraquíes rodaran por Kuwait, la mayoría de los analistas políticos apuntaban una era de aislacionismo para Washington, tras el desvanecimiento del peligro soviético. Algunas potencias, notablemente Francia, favorecían el reemplazo de la OTAN por una conferencia de seguridad y cooperación de 35 naciones europeas, para asumir mayor responsabilidad en la defensa de sus intereses y donde Estados Unidos, desmantelando sus tropas de Alemania, sería menos dominante.

Es curioso que no se comprendiesen, entonces, las profundas implicaciones de esta guerra sin precedentes; pues se estaba presenciando nada menos que una repetición en el Cercano Oriente, de los inicios de la II Guerra Mundial, del líder y pueblo "elegido y puro", que incluso había violado uno de los preceptos del Corán, la captura de rehenes, algo explícitamente prohibido por el propio Profeta Mahoma.

El temor generalizado de una futura posible extorsión de la OPEP, debido a que el 75% del petróleo mundial está controlado por esta organización y muchos de sus miembros sostienen una política anti-occidental. Estados Unidos considera una política dual: mantener los yacimientos internos como reservas estratégicas y depender de fuerzas estratégicas militares para asegurar el flujo del Medio Oriente.

EL PETRÓLEO Y LA OPEP

El verdadero peligro que representaba el régimen de Bagdad era querer controlar el petróleo por medio del terror y los tanques, y su derrota militar no aseguró de ningún modo la estabilidad en la región, pues aún se encuentran pendientes los conflictos árabe-israelí, el cada vez más confuso caso palestino, el prolongado y creciente caos libanés, el fundamentalismo extremista islámico, la brutal polarización de las riquezas y el enorme vacío de poder que enfrenta Irak, donde facciones opuestas se disputan espacios de influencia a golpes de atentados terroristas y masacres indiscriminadas.

Pero aún más peligrosa es la ingenua concepción de que el comercio mundial del petróleo se regula por leyes de libre mercado.

Bajo la influencia de Arabia Saudita, la OPEP evolucionó en un cártel mucho más a tono con las leyes del mercado del Occidente, al entender sus miembros productores que su futuro se hallaba íntimamente imbricado con sus clientes. En 1980 los petroleros de la OPEP obtuvieron ganancias por $430 billones; para 1990 tal cantidad había descendido a $110 billones y su parte mundial de la producción declinó del 48 % en 1979 al 37 % en 1989. El petróleo continuó encareciéndose, los productores ganaron menos y, por el contrario, las ganancias de los gigantes petroleros mundiales, las famosas 7 hermanas, fueron fabulosas después de las crisis petroleras de la década del setenta, del ochenta, del noventa y la actual.

Los países productores supuestamente están incentivados para limitar un alza de los precios que afecte demasiado a los consumidores, pues ello, también supuestamente, haría descender sustancialmente sus ventas, como sucedió en los setenta. Los inventarios en los países occidentales unido a la capacidad de producción adicional deberían lograr un precio que impediría al mundo caer en una profunda recesión.

Los 80 resultaron un período de baja inflación, bajos intereses y bajos precios energéticos; además, el fin de la Guerra Fría y la debacle del comunismo trajeron un desarrollo financiero mundial positivo. Estados Unidos y Japón conocieron una nueva revolución industrial donde las exportaciones constituyeron el sector dinámico de sus economías. Las empresas norteamericanas comenzaron a comprender que el mundo es un mercado global, y esta nueva actitud prometía la creación de empleos y oportunidades generales.

La celeridad con que el mercado petrolero reaccionó entonces para cubrir las demandas y el elevado financiamiento de las operaciones militares, así como las sumas multimillonarias repartidas en compensación por el boicot petrolero, reflejaron que tras las figuras políticas y militares se movieron las poderosas multinacionales petroleras, aeroespaciales, de alta tecnología y las financieras más poderosas del planeta. Alemania, Japón, Corea del Sur, Arabia Saudita, los Emiratos del Golfo y el gobierno exilado del Kuwait encabezaron la lista para reunir los primeros $25 billones.

La ligera devaluación del dólar y el descenso en la bolsa neoyorquina eran suficientes, en apariencia, para hundir la economía norteamericana en una recesión histórica; sin embargo, para estupor general de los analistas la recesión en que pudo sumirse Estados Unidos fue manejable, ya que la producción industrial fue mucho más eficiente, sus exportaciones crecieron y los inventarios estaban mejor controlados. Mientras algunos planteaban que Estados Unidos "flirteaba" con la recesión, el coloso del Nuevo Mundo, con el 5 % de la población mundial producía el 26 % del PNB del planeta.

El mercado financiero de cuatro continentes se desestabilizó momentáneamente bajo el peso de esta turbulencia. La invasión significó un severo choque económico en el mundo árabe; la banca del Golfo, que contenía las mayores reservas del mundo, especialmente la de Bahrein, sufrió el pánico de los depositantes que extrajeron billones de la región, causando un gigantesco desplazamiento de ahorros y capital hacia instituciones financieras occidentales. Asimismo se produjo la elevación de los seguros marítimos, la inflación y la falta de liquidez, mientras los acreedores occidentales cortaban sus líneas de crédito y otras fuentes de moneda convertible.

La sed de liquidez hizo que después del 2 de agosto, el oro se disparase y con él los índices de su producción minera en un 42 % en África del Sur, un 19 % en Estados Unidos y un 27 % en Australia; por su parte, los soviéticos se aprovecharon para lanzar al mercado mundial más de un billón de dólares en oro. La falta de colaterales bancarias y las insuficientes liquidaciones del mercado se conjugaron para que las ventas masivas, provocasen el decálogo (ley de dios) de los bonos del tesoro norteamericano y de la mayor parte de los títulos en París, los cuales fueron masacrados en un tercio de su valor.

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