La bolsa negra cubana por Beatriz Alonso
LA HABANA. Los mercados libres, donde hasta hace no mucho se podía encontrar casi cualquier producto a precio razonable en moneda nacional, fueron cerrados por Fidel Castro antes de que traspasara el poder. Ahora, a consecuencia del paso de los ciclones «Gustav» y «Ike», el gobierno ha congelado los precios en los mercados agropecuarios, con el resultado de que a los agricultores no les es rentable vender en ellos sus cosechas. En las ciudades, las tiendas que venden en pesos convertibles (CUC, equivalente a 24 pesos de la moneda nacional) están repletas de productos importados a los que solo un escaso porcentaje de la población tiene acceso, mientras los mercados estatales (en moneda nacional) ofrecen una ínfima cantidad de productos.
Cuba, ese supuesto paraíso caribeño rebosante de materias primas, encuentra dificultades para alimentar bien a sus hijos. Y el régimen que lo habita -que lo «okupa» según muchos- asiste, viejo y periclitado, a la erosión ideológica que provoca la naturaleza con cada huracán que azota la isla.
Lo poco que la burocracia y planificación revolucionaria han dejado con vida -agraria- en las provincias del este de Cuba se echa a perder en los campos, con excepción de lo que recogen los campesinos que aún conservan la ilusión de prosperar y los escolares en edad adolescente que cada año son obligados a dedicar un mes de sus horas lectivas a la recolección.
En el oeste, en la provincia de Pinar del Río, el espectro marcado por los ciclones es desolador varias semanas después de su marcha. Vastas extensiones completamente destruidas de campos de maíz, boniato, malanga -elemental en la dieta infantil-, papa, yuca, plátano... Alimentos básicos en la dieta del cubano llevados por la naturaleza, que la población intenta suplir con las tres libras (1,3 kg.) más de arroz que reciben -de forma temporal- en la cartilla de racionamiento como damnificados. El arroz es uno de los pocos productos que no ha sido afectado por los huracanes. Además, el gobierno ha aumentado la provisión con las partidas enviadas por Vietnam.
Arroz y frijoles
A finales de octubre, los campesinos del Occidente acaban de plantar los frijoles que, sumados al gran blanco, servirán el año que viene para cocinar el típico congrí o arroz moro. Pero poco más se prevé que vaya a dar el campo a corto plazo. Aún así, nadie en la calle teme al hambre todavía. Confían en el gobierno y en la ayuda internacional.
Sin embargo, los expertos consultados destacan que las donaciones externas son la solución, y exigen una política de apertura que permita trabajar a los cubanos por un sueldo digno, en un país en el que el promedio oficial de salario mensual en 2007 fue de 400 pesos (unos 17 dólares), además de una tierra en propiedad.
«Es necesaria una reforma agraria», asegura a este periódico Oscar Espinosa Chepe, economista cubano, en compañía de su esposa Miriam Leiva, una de las fundadoras de las «Damas de Blanco». «El 55 por ciento de la tierra está sin cultivar y no hay flexibilidad en el mercado», continuó. «Antes, los campesinos tenían el 18 por ciento de la tierra y producían mucho, pero el latifundismo estatal se las ha ido quitando poco a poco, con lo que se socializan las pérdidas y la ineficiencia».
Al oeste, en el valle de Viñales, un guajiro apodado «El Palillo» explica que debe entregar el 90 por ciento de su cosecha de tabaco al Estado. En sus tierras, heredadas de sus abuelos -y que nunca podrá dejar de trabajar para que el Estado no se las confisque-, solo se ha salvado el tabaco que pudo recogerse de las casa de secado antes de que los ciclones las echaran abajo. Pero no parece preocuparle qué comerá su familia el año que viene: «La tierra es del Estado y él reparte sus frutos entre todos», asegura confiado.
Tiene 50 años y seguirá trabajando hasta su muerte, afirma. Pero hace mucho tiempo que en Cuba no hay motivación para trabajar los campos, y una gran parte de la población agrario se ha convertido en «javeros» (de javita, bolsa): personas que venden de casa en casa alimentos que han conseguido de forma ilegal. Con esta bolsa negra, el cubano podía compensar su desabastecida despensa. Pero, a raíz del paso del «Gustav» y el «Ike», se aplica una creciente política de terror contra ellos, que pone en peligro los cimientos de una afianzada economía sumergida vital para la supervivencia.
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