domingo, julio 27, 2008

Las guerras secretas de Fidel Castro-Introduccion/ Juan F. Benemelis

Cuba Independiente se honra en reproducir por capitulos, el libro del profesor e investigador cubano Juan F. Benemelis "Las guerras secretas de Fidel Castro", en la version publicada por el Grupo de Apoyo a la Democracia www.gadcuba.org
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INTRODUCCIÓN

La revolución cubana que se inicia en 1959, y las estructuras y métodos que implanta, no son un ente extraño trasplantado a los trópicos. Castro no asume las riendas de un país sin política exterior. Desde las primeras décadas del siglo XX, la más grande de las Antillas había ejercido una gran autoridad política, intelectual e informativa en el Caribe, en la América Central, y en países de Sudamérica como Venezuela y Colombia. La diplomacia habanera disponía de una agenda continental influyente, que se desarrollaría dentro de un marco difícil delineado por el desequilibrio que implicaba la convivencia con el “coloso del norte”.
La Cancillería cubana -conjuntamente con la de Buenos Aires y Méjico-, delineaba la agenda del continente y fijaba el rumbo de las relaciones entre Washington y América Latina. La Organización de Estados Americanos, el Tratado Militar Interamericano de Río de Janeiro, “la política del buen vecino” del presidente Franklin D. Roosevelt, y otras iniciativas continentales triunfaron porque contaban, además, con el apoyo de la influyente Cuba.
Las tiranías que se sucedían en Colombia, Venezuela, República Dominicana, Haití, Panamá, Guatemala, Nicaragua e incluso Costa Rica se cuidaban del brazo vengador de La Habana. Porque La Habana era la metrópoli siempre abierta a las oposiciones democráticas, el reducto de los exilios políticos antidictatoriales, y sus calles se veía colmadas de intelectuales expulsados por caudillos de la región. Los cubanos alentaron la independencia de Puerto Rico, la nacionalización del petróleo mexicano por Lázaro Cárdenas, el esfuerzo en la Guatemala de los cincuenta, y el derecho de Argentina a las islas Malvinas.
Durante la República pre-castrista, los cubanos enviaron brigadas a la guerra civil española y se opusieron enérgicamente al caudillo ibérico Francisco Franco; sus combatientes lucharon al lado de Haile Selassie cuando Etiopía fue invadida por Benito Musolini; prepararon expediciones, como la de cayo Confite1, para derrocar a los dictadores Rafael Leónidas Trujillo y Anastasio Somoza; conspiraron contra el tirano haitiano Francois Duvalier. Asimismo, los cubanos se involucraron en los disturbios del bogotazo en Colombia y en la política doméstica de Panamá. Determinados a expulsar por las armas a todos los déspotas del área, organizaron a fines de la década del cuarenta la famosa Legión del Caribe, donde figuraron Rómulo Betancourt, José Figueres, Juan José Arévalo, Juan Bosh, y Luís Muñoz Marín, entre otros.
Entre 1933-1952, los gobiernos constitucionales de Fulgencio Batista, Carlos Prío Socarrás y Grau San Martín patrocinaron numerosos congresos opositores de intelectuales y estudiantes. De esta hermandad libertadora desovaron varias insurrecciones en esa época, como fue el caso de Perú, Bolivia, Guatemala y Costa Rica, la mayoría de las cuales fracasó.
El retablo político de los partidos y de los líderes cubanos que se forma al calor de la tempestuosa revolución de 1933, de la constitución de 1940, de la vanguardia estudiantil de posguerra y de los grupos terroristas revolucionarios conformaría, tanto como el marxismo, la doctrina de la exportación de la revolución de Castro. La violencia como método para demoler gobiernos y asumir el poder era punto insoslayable en la plataforma de casi todas las piñas opositoras tradicionales cubanas.
Ya la lucha contra Batista contenía en germen las coordenadas de la violencia política posterior: los secuestros, el asesinato político, las guerrillas rurales y las urbanas. Los primeros secuestros de aviones fueron realizados por el régimen de Castro en los años 1959 y 1960 desde los Estados Unidos. La victoriosa insurrección que coloca en la maquinaria de poder a los guerrilleros de Castro se transforma en un catalítico de dimensiones globales porque la violencia política tradicional criolla irrumpe en un escenario internacional de cambios trascendentales.
Ni el estado de derecho, soberano y territorial, ni la paz, ni la ley internacional resultarán las normas a regir en la posguerra regida a golpes de explosiones atómicas. Varios factores de trascendencia global propiciarán la proliferación de los estados de poder, la violencia y los conflictos militares. En primer lugar, el florecimiento de la doctrina comunista en la Europa oriental; en segundo, la desaparición de los estados euro-occidentales como potencias de primer orden; en tercero, el vacío de poder provocado por la descolonización; y finalmente, el No-alineamiento afroasiático.
La exportación de la revolución como concepto nace realmente con la fase napoleónica de la revolución francesa. Cien años más tarde, los bolcheviques diseñarían el derrocamiento del capitalismo por la fuerza en las periferias económicas del globo. Sí en los bolcheviques primó el horror de verse aislados, en Castro tal situación cumplió la función de engrandecer su estatura política, de aturdir por el terror a los Estados Unidos y aliarse a la Unión Soviética.
Con las llamadas luchas de liberación nacional, las guerras políticas paramilitares fueron retomadas como doctrina de combate junto a una ideología que invalidaba los sistemas no socialistas y allanaba lo que se denominó operaciones de baja intensidad. En esta situación, la audacia caudillista de Castro, parió el fenómeno de la "espada purificadora" cubana, donde la revolución por la violencia y el asesinato político constituían su credo.
Un tinte de mesianismo y una simbólica búsqueda de identidad en el Tercer Mundo y dentro del bloque soviético lleva a Castro a exportar la revolución, coincidiendo con la irrupción del poder militar del Imperium Soviético, y con su interés, y el del universo sino-céntrico, de pronunciarse fuera de las planicies extra europeas. Fueron los momentos de la alineación económica y militar con la URSS, del cisma chino-soviético, de su diferendo anti norte-americano y de las independencias afroasiáticas.
Además de paladín de los países subdesarrollados y personalidad dominante de la escena no alineada, Castro entrará a formar parte del bloque soviético en momentos en que la URSS se consolida como superpotencia militar, cuando irrumpe fuera de la masa continental euroasiática y labora por el enterramiento del imperialismo norteamericano.
El comunismo romántico que pretendió encarnar la revolución cubana inflamó la visión antioccidental de muchas élites intelectuales, estudiantiles, profesionales, sindicales y políticas en África y en América Latina. Es así que envuelto en un No-alineamiento controversial por su dependencia al bloque soviético, y con una teología apocalíptica, Castro luchará por convertirse en el portavoz del comunismo. En África, Medio Oriente y América Latina, la silueta familiar de Castro, tocada con un puro en la boca, será mitificada debido a su posición anti‑yanqui, y también a sus planteamientos en favor de la liquidación del colonialismo y de la influencia neocolonial.
El carácter tribal y el propio entorno rural mantendrían a la masa africana y a la indiada latinoamericana en calidad de espectador distante, alejado, e impasible ante el entusiasmo dogmático de los conjuntos armados urbanos, excitados por jefes fanáticos, que se auto-denominarían sus representantes. La exportación revolucionaria devoraría como Saturno a sus mejores hijos: Patricio Lumumba, Woungly Massaga, Bakary Djibo, Pierre Mulele, Camilo Torres, Jorge Masetti, Luís de la Puente Uceda, Ernesto Che Guevara, Giangiacomo Feltrinelli, Francisco Caamaño, y muchos otros.
Nunca en la historia contemporánea un país tan pequeño y escaso de recursos ha ejercido la influencia internacional de Cuba en los últimos decenios. Ni la revolución China, ni el tercermundismo hindú, ni el nuevo marxismo europeo, ni el naserismo, ni el prototipo tanzano, ni más adelante el sandinismo se granjearían en estos últimos decenios la mitológica proyección alcanzada por los guerrilleros cubanos en el poder, que invadió los mapamundis.
Con desconcertante rapidez los cubanos fundaron uno de los más extensos aparatos de espionaje del mundo a pesar de que Cuba carecía de una tradición en esa rama. Esa prolongación paramilitar de corte fascista llegó a ser la tercera del planeta, después de la KGB y de la CIA, no sólo por el volumen de personal y el extenso número de operaciones en todas las latitudes, sino por los objetivos y la efectividad de las mismas.
Ni el Mossad israelí, ni los servicios secretos franceses o ingleses han conseguido desplazarse en un radio de acción tan vasto y de forma tan sistemática. Ni la Libia de Muamar Khadafi o el Irán del Ayatolá Khomeini han acumulado la experiencia, la ramificación operacional, los recursos, la infraestructura y las alianzas de que ha dispuesto el castrismo para desatar la violencia en todos los continentes.
Los cuerpos secretos cubanos, la DGI, el Departamento América y la Inteligencia Militar, lograrían dominar con celeridad no sólo la ordenación de las acciones encubiertas sino también la falsificación de documentos, el entrenamiento de agentes y el procesamiento de información. Mostrarían además un sólido grado de profesionalismo en la implantación de redes de espías en otros países; en la penetración de gobiernos, ejércitos e instituciones civiles; en la adquisición de secretos.
Como si esto fuera poco, Cuba perfeccionará la organización de ataques fulminantes terroristas, de guerrillas, de golpes de estado, de ejecuciones individuales, de campañas de desinformación, de tentáculos para el narcotráfico, de transferencia tecnológica, de lavado de dinero, de comercio ilegal y también el desmantelamiento de su propia oposición política.
Cuba lograría montar maquinaciones de espionaje o subversión en casi todos los países de América Latina y África. Sus servicios, con flexibilidad felina, golpearían simultáneamente en blancos estratégicos del mundo árabe y del asiático, desde Marruecos en el Mediterráneo hasta Vanuatu en el Pacífico.
Entre los beneficiados se encontrarán los separatistas vascos de España, y los nacionalistas de Irlanda del Norte, los tribeños Moro de las Filipinas, y las células beligerantes comunistas de Bélgica y la Hizb-Allah. Estados Unidos, Canadá, Europa Occidental y Escandinava y Turquía no escaparían al frenético trajín de los espías cubanos. En resumen, en una sorprendente paradoja de la historia, Cuba ha tenido participación militar en todas las agrupaciones políticas africanas de liberación y en todas las revoluciones latinoamericanas que han existido desde 1960, a las que también ha suministrado ayuda financiera y material. En palabras del historiador Andrew Conteh2 "ningún otro país del tamaño de Cuba y pocos con más recursos, pueden igualar la proyección mundial de la política exterior cubana"
Muy poco se conoce sobre el grado de complejidad y las dimensiones de la subversión cubana fuera de los círculos militares y de la inteligencia. A partir de que Castro asume el mando en 1959, un verdadero racimo humano, alrededor de 25,000 personas de diversos continentes y filiaciones ideológicas, entre ellos 10,000 latinoamericanos, recibirán entrenamiento de guerrilla y terrorismo. Se calcula que alrededor de otros veinte millares de peregrinos han acogido cursos políticos. A finales de 1966 Cuba había establecido más de 12 campos internacionales de entrenamiento guerrillero.
Castro se ha desparramado por toda la superficie del planeta promoviendo la guerrilla en el medio rural y el terrorismo urbano; despachando brigadas armadas y alquilando guardias pretorianas para mandatarios de las junglas tropicales africanas; transfiriendo tecnología occidental al bloque soviético y promoviendo la narcoguerrilla. Cuba ha facilitado el abastecimiento de armas y municiones a elementos radicales dedicados al derrocamiento de gobiernos, tanto los autoritarios como aquellos elegidos electoralmente; ha costeado y brindado asistencia material a infinidad de organizaciones desde los desiertos del África hasta las junglas centroamericanas.
Los elegantes arrabales habaneros han servido como el principal terreno de entrenamiento ideológico y militar para las jóvenes generaciones del Tercer Mundo, proveedora de mercenarios para los escenarios bélicos de América Latina y África, y base principal de operaciones para planificar y ejecutar la guerra psicológica, guerra de guerrillas, golpes de estado y otras formas de operaciones de baja intensidad en partes dispares del mundo no comunista3.
Es interminable el número de estados latinoamericanos y africanos que en los últimos treinta y tres años ha sido blanco de la marcha de los centauros bárbaros de Castro. Lo mismo puede decirse de las organizaciones terroristas internacionales que se han beneficia­do de la bestialidad inteligente de los cubanos. Castro se ha inmiscuido en la batalla anticolonial, ha atentado contra gobiernos legalmente establecidos, ha participado en contiendas civiles en otros países, ha aupado la piratería aérea y el tráfico de drogas, y llevó al mundo al borde del holocausto nuclear. Hasta el día de hoy, Castro sigue desplegando campañas de desinformación en Occidente y alimenta un vasto cuerpo de espionaje. Los ejércitos cubanos funcionaron con los designios imperiales de Moscú.
Los combatientes internacionalistas cubanos llevarán al poder al movimiento angolano MPLA. Los soldados de La Habana operarán en el desierto etíope del Ogadén y en Eritrea. Los cubanos servirán de instructores militares en los campos de terrorismo de Khadafi. Fungirán como los guardaespaldas de gorilas que velaron por la seguridad del sangriento ex dictador guineano Francisco Macías Nguema; todo será parte de la gran empresa del internacionalismo proletario.
Castro transformaría a Cuba en un estado mayor de lucha armada, terrorista, militar, y de inteligencia contra los Estados Unidos. En su empeño arrastraría consigo a toda una generación de latinoamericanos y africanos, y en muchas ocasiones a una cautelosa Unión Soviética, y probaría su capacidad para golpear diversos objetivos en lugares dispares, y para descubrir, identificar y explotar conflictos locales genuinos o evitables. Fue doble el error de no considerar el terrorismo y la contienda guerrillera como una verdadera guerra librada en una forma peculiar, ni a sus promotores como enemigos frontales.
Los actos de sabotaje en Beirut y en Kuwait; el terrorismo en aeropuertos europeos y en aviones en pleno vuelo; el asesinato por motivos políticos del italiano Aldo Moro, del presidente libanés Bashir Gemayel, del mandatario egipcio Anuar El Sadat, y de los primeros ministros de la India; el fallido atentado al Papa Juan Pablo II, todos se inscriben en una agenda de violencia desencadenada en los primeros años de la década de los sesenta con la revolución cubana.
La magnitud y el dinamismo del castrismo en el exterior, y en especial en el África, y el haber convertido la Gran Antilla en la nación más influyente de Latinoamérica, resultarán en extremo suicida para su economía y para su pueblo que pagaría un precio exorbitante: la casi extinción de la nación.
Mucho más que una consecuencia de la Revolución y de su enfrentamiento a Washington, la militarización cubana fue la piedra de toque del castrismo, que empujó la evolución del proceso socialista hacia el dilema de la construcción nacional o el carácter internacionalista. Así, el desmoronamiento imperialista abogado por el foco guerrillero, urbano o rural, se transfiguraría en el substrato primordial, en el género agresivo de la revolución cubana.
Este fue el dogma victoriano que escindió a la rapaz vanguardia bolchevique en sus primeros años de poder, y que en Cuba habría de cobrar una forma inusual. Ambas estrategias han ocupado alternativamente el epicentro, con desiguales grados de énfasis y resumidos en el decorado de poderío y gloria de una persona: Castro. La militarización y su impronta internacional responden a la débil estructura social y al vacío institucional de su economía mono-productora que se ven aupados por la índole de su participación exterior, por el origen guerrillero de la élite política, y por el carácter autocrático de Castro.
La estructura y mecanismos de la monstruosidad totalitaria cubana arrancan también de los precept­os bolcheviques, pero contienen además reflejos primitivos del coloniaje ibérico, en cuyo contexto la personalidad protagónica del líder o caudillo se coloca por encima de los mecanismos políticos, administrativos e incluso militares. No ha sido difícil a Castro imprimir su signo inequívoco en cada acto de política exterior en una Cuba carente de instituciones democráticas.
La incapacidad de las primaveras antiestalinistas del eurocomunismo y del maoísmo para explotar el decadentismo de Occidente llevaría a que las generaciones del sesenta y de los setenta buscasen en el castrismo "la revelación en el camino de Damasco". Con la revolución cubana retornan nuevamente los conceptos de la ética del hombre nuevo, florece el nuevo marxismo, el voluntarismo histórico de las vanguardias, el quebrantamiento de los viejos moldes de conducta y de moral social, la rebeldía juvenil, el retorno a la vida natural, el rechazo al consumismo, la canción protesta, el intelectual comprometido, los collares y pelos largos e incluso el desaliño individual.
La extensión exterior del modelo castrista, la más desconcertante política provocadora de los tiempos modernos, buscaría su consolidación como pequeña potencia militar en islas, estrechos y territorios claves de dos continentes: África y América Latina. Lo ha hecho utilizando una red de organizaciones pantallas que le ha permitido unificar recursos y percepciones ideológicas dentro del antiguo bloque soviético y entre los movimientos de izquierda.
En el ámbito del continente americano el castrismo resultará traumático; pondrá en discusión la vieja prerrogativa intervencionista de la doctrina Monroe americana; aniquilará el reformismo de las "suizas democráticas" del continente como Uruguay y Costa Rica; polarizará las fuerzas sociales entre los revolucionarios armados y las juntas dictatoriales.
Las obligaciones globales de las potencias europeas en otras latitudes dejaron en África un vacío de poder que se hizo evidente en los años sesenta. Salvo la crisis congolesa y el conflicto nigeriano de Biafra5, nada alteró tanto las cancillerías como el aprovechamiento de tal vacante por parte de Castro. Las riesgosas peripecias del dictador de Cuba en el Cono Sur latinoamericano y en el Mar Rojo complicarían la carrera entre la Unión Soviética y los Estados Unidos por el Océano Indico, y llegaría hasta una posible confrontación entre unidades blindadas cubanas y sudafricanas.
El compromiso castrista con una ética marxista nunca ha sido orgánico, pese a su anterior dependencia con la Unión Soviética y al actual postulado de pasar a la historia como el último comunista. Por tal razón su régimen presentará además un listado de vinculaciones moralmente dudosas: el espadón argentino Carlos Videla; los golpistas brasileños; el panameño Manuel Noriega; Ramón Mercader, el asesino de León Trotsky; el narcotraficante Pablo Escobar; el prófugo de la justicia Robert Vesco; el asesino de la Rue Marbeuf: Ilich Ramírez Sánchez (Carlos, El Chacal); el tirano ibérico Francisco Franco; los africanos Khadafi, Mengistu Haile Mariam, Idi Amín Dada e incluso el emperador caníbal Jean Bedel Bokassa.
Todo esto se desplomó al combinarse una serie de factores en su contra: la reforma en el bloque soviético, la reevaluación de las prioridades en la política exterior de las grandes potencias, la contracción de la URSS de los salientes críticos del Tercer Mundo, y la propia presión de la deuda externa cubana. Hasta ese instante la historia parecía estar al lado del socialismo, bajo los aullidos y las arengas de una legión de demagogos y falsos mesías, y por tanto Castro, como gurú de la revolución tercermundista, se hallaba en el bando de los vencedores.
Pero de pronto los eventos se precipitarían en su contra: las revelaciones de su conexión al narcotráfico, la democratización de la América Latina, los acuerdos de paz sobre Angola que impuso la retirada de su legión extranjera, la irrupción norteamericana en Panamá, y la guerra del Golfo Persa. La historia no daría la razón al marxismo. El gladsnost, la caída del muro de Berlín, y el colapso de la URSS situaron a Castro en la categoría de gobernante arcaico; defensor de un sistema que el mundo entero ha repudiado.

5 comentarios:

  1. Magnífica idea publicar así el libro. Apasionante

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  2. Gracias Mike. Hay que agradecerle tambien a Benemelis que haya autorizado la publicacion online de este gran y revelador libro para que los cubanos y las personas interesadas en Cuba conozcan la historia secreta de algunos de los acontecimientos que han sumido a nuestro pais en la miseria por la igolatria de un bandido paranoico.

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  3. Hola, Laz. No había podido escribirte antes porque he estado de viaje por algunos meses, y todavía no termina, la próxima etapa es nuestro querida Cuba. Ya te contaré cuando regrese de allá. Gracias por leer el cuento que colgué en mi blog. Oye, tú sí que no te quedas atrás, tu blog cada día es más rico en informaciones.

    Un saludo y un beso bien grande, Marilyn.

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  4. Gracias por visitarme Marilyn, ya estaba empezando a preocuparme por ti. Eso de gira de viajes es propio de los clasicos, asi que recoge y vive todas las experiencias que puedas para que luego nos las devuelvas en esas impactantes historias que escribes. Muchos besos para ti tambien y mucha buena suerte.

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  5. Laz,una excelente idea la de publicar el libro,un abrazo

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