jueves, julio 31, 2008

Las guerras secretas de Fidel Castro-El nuevo Bolivar/ Juan F. Benemelis

Arriba: 1. Alberto Lovera. 2. Rodolfo José Cárdenas, Alfredo Tarre Murzi, Raúl Lugo Rojas y Domingo Alberto Rangel en 1966. 3. El coronel Michael Smolen junto a Gonzalo Barrios, ministro de Relaciones Interiores. Abajo: De izq. a der.: 1º, Alí Rodríguez, 3º, Douglas Bravo; 4º, Gabriel Puerta Aponte. Afiche del FALN.

El ex-guerrillero Douglas Bravo en la actualidad


CAPÍTULO 3 EL NUEVO BOLÍVAR

Venezuela resultaba ser el país de inestabilidad social por excelencia; su historia se hallaba marcada por más de medio centenar de revoluciones y golpes de estado. Este amplio tajo geográfico sudamericano, paraíso de sol y de flores, flotaba en un mar de petróleo, con vastos depósitos de hierro. El oro negro era procesado en su mayor parte en las paradisíacas isletas de Curazao y Aruba, donde se localizaba la mayor refinería del mundo occidental.
Cuando Castro asume el poder en Cuba, los sindicatos venezolanos recién sucumbían al control de los marxistas, que al igual que el de Panamá, se había subordinado siempre a las orientaciones del viejo partido comunista de Cuba. La mano de Blas Roca, el jerarca marxista cubano, había resuelto el viejo faccionalismo comunista venezolano, eligiendo una troika compuesta por Juan Bautista Fuenmayor, Gustavo Machado y Pedro Ortega.
La victoria de Castro estremeció la tierra de Bolívar. La juventud social demócrata y comunista, aburrida de las consignas y discursos vacíos de sus políticos, bien pronto abrazó el castrismo. Entre los más descollantes en sus inicios figuraban el ex-oficial Douglas Bravo, Eloy Torres y Teodoro Petkoff; este último se había destacado en el conflicto contra la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez.
La visita de Castro a Caracas en 1959, que provocó un cisma político en ese país, se produjo en el momento de máximo auge carismático del entonces hombre fuerte venezolano, de franca tendencia izquierdista, Wolfgang Larrazabal. Los grupos democráticos inclinados a un quehacer reformista, encabezados por Rómulo Betancourt, un político astuto de conciencia reflexiva, se vieron arrinconados ante la nueva ola de revolución total a lo Castro.
Pero, el pueblo venezolano optó por las urnas, y el triunfo electoral de Betancourt, con un programa enfilado a la clase media, fue un revés para Castro que sabía que Betancourt no sería un aliado contundente en su campaña anti norteamericana. Así y todo, Castro no cede, y continúa esforzándose en cimentar un eje político con Venezuela en contra de Estados Unidos que Betancourt rechaza, junto a un pedido de $300 millones para la compra de petróleo; el caraqueño se sacude del cubano argumentándole que sus colaboradores estaban conversando con banqueros en Nueva York para contratar un empréstito a corto plazo de $200 millones, porque el tesoro público estaba exhausto y desfalcado1.
Después de la frustrada turné de Castro a Caracas, Betancourt denegó las visas a una misión oficial, que remitía el mandatario cubano, encabezada por el Che Guevara y Raúl Castro. Dos desaires consecutivos no hacen desistir a Castro en sus propósitos y en mayo de 1960, propone nuevamente la alianza; así fleta al entonces presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós con el mandato de intercambiar azúcar por petróleo y cristalizar una política ligada que aislase a los Estados Unidos del sistema interamericano.
Oscuras nubes se ciernen sobre el húmedo trópico venezolano. Con el revés de la comisión, Dorticós culmina la luna de miel gestada en La Habana la cual se precipita a financiar, con todas sus fuerzas, los grupos pro castristas opositores a Betancourt, que merodeaban en la tierra del Orinoco. Castro contaba a la sazón con dos baluartes en Venezuela, el Partido Comunista y la mafia de activistas juveniles, reunidos en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

LA LUCHA CLANDESTINA
Los cubanos iniciaron un amplio esquema de captación en las universidades y en el ejército. El aparato cubano invadió con propaganda las instituciones oficiales y universitarias, desatando una campaña paralela que fue abrazada por la juventud, donde se exhibía a la llamada izquierda tradicional del continente (Figueres, Bosch, Muñoz Marín, Arévalo, Victor Raúl Haya de la Torre, Cárdenas, etcétera) como un obstáculo que frenaba el inevitable proceso de cambios.
El reciente ejemplo en Perú, donde el joven Luis de la Puente Uceda, con gran explosión de gloria había cortado sus lazos con el partido de Haya de la Torre y se había internado en las selvas bajo el grito de guerra lanzado en La Habana, tuvo resonancia en Venezuela; tanto, que la izquierda optó por retirarse del gobierno suscitando una crisis en el gabinete de Betancourt.
La consolidación del eje Habana-Moscú preocupó sobremanera a Betancourt, que se sabía enemigo público número uno de Castro. Luego de una recepción de Raúl Castro en la URSS, se decide la convocatoria de un congreso de juventudes latinoamericanas en La Habana, para unificar fuerzas radicales continentales y dar al traste con el gobierno caraqueño.
Comenzaron las tensiones Caracas-La Habana y la expulsión de agentes cubanos, detención de conspiradores, incautación de alijos de armas. A mediados de 1960, se trasladó a La Habana un extraño grupo, para ser instruido en acciones clandestinas comando, integrado, entre otros, por Simón Mérida, dirigente del MIR, la actriz Astrid Fisher y el libanés Miguel Tanus.
En julio, es desenmascarado el proyecto cubano que trataba de crear dificultades a la Iglesia venezolana, para precipitarla al ruedo político. Los detenidos por el asalto a la catedral de Caracas, confesaron que el gobierno de Castro era el instigador de los hechos. El 26 de julio de 1960, el diplomático cubano, Guillermo León Antich, encabezó una manifestación en Caracas. La Catedral fue apedreada y las estupefactas autoridades caraqueñas pudieron comprobar quién había sido el autor de estos disturbios. El 24 de agosto, descubren a León Antich, con las manos en la masa, cuando entregaba $400,000 a elementos de la oposición para fomentar una revuelta contra Betancourt2.
Ello no fue óbice para que Castro decidiera continuar con sus rocambolescos escándalos contra Betancourt. En noviembre, la policía venezolana, en una ronda de rutina, detiene nada menos que a dos miembros de la inteligencia cubana, Francisco Chacón y Natalio Pernas, en plena faena subversiva dentro del país. En diciembre, cunde la alarma en la administración Betancourt, cuando la vigilante atención de la seguridad venezolana da con un cuantioso cargamento de armas, originario de Cuba, introducido por varios puntos de las llanuras costeras venezolana y por un aeródromo abandonado.
La consolidación de los vínculos de Cuba con los focos comunistas y radicales venezolanos se fortalecían a través de su poderosa embajada en Caracas, nutrida de agentes especiales que manipulaban capillas estudiantiles, sostenían periódicos y servían de enlace con el Partido Comunista, el MIR y con las flamantes guerrillas.
El 11 de enero de 1961, en plena Sierra Maestra3, Castro consumó una reunión confidencial con un conglomerado de dirigentes latinoamericanos, para analizar la forma de precipitar una cruzada bélica en todo el continente, partiendo de un foco venezolano. El juicio de Castro consistía en alistar una brigada internacional, al estilo de la que se instituyó en la guerra civil española.
El conjunto era una mezcolanza de guatemaltecos, guadalupeños, sindicalistas paraguayos y demás, despuntando entre ellos los comunistas colombianos Tancredo Errante y Luis Sánchez, el costarricense Carlos Luis Falla, que había conducido la guerra en 1948 contra el ex presidente Figueres, y un nutrido grupo de venezolanos, entre ellos Simón Mérida y Manuel Marcano. Un voluminoso contingente de latinoamericanos formó el famoso Batallón-331 de milicias al mando del guerrillero cubano Dermidio Escalona, que participó en los combates de Bahía de Cochinos4 y en la batida contra los grupos armados anti-castristas en la Sierra del Escambray5.
Castro decide desatar su flamante plan Camilo Cienfuegos en Venezuela. En abril de 1961, el país se estremece ante los pronunciamientos en las unidades militares en Caracas, Maracaibo y Cumaná, los cuales son aplastados sangrientamente. El papel de la embajada cubana en estos disturbios salió rápidamente a la luz. Para colmo, en junio de ese año, las fuerzas de seguridad venezolana incautan un voluminoso cargamento de ametralladoras de manufactura checoslovaca, enviado tranquilamente desde Cuba, por vía aérea, al estado Zulia.
En noviembre, el gobierno de Betancourt, mostrando a la prensa internacional innumerables pruebas de la ingerencia directa de Castro en la desestabilización del país, rompe relaciones diplomáticas con Cuba, con el propósito además de terminar con la labor de espionaje cubana. Ya en 1962, el PC de Venezuela, prácticamente bajo tutela de La Habana, había propuesto la idea de la insurrección armada.
En momentos que se debatía en un asfixiante duelo económico con Estados Unidos, y entraba en una relación peligrosa con la URSS, Castro necesita una Venezuela marxista a ultranza, que le propicie la ayuda petrolera requerida y la posibilidad de negar estas cuencas de hidrocarburos a Washington. Para ello, había llegado a un pacto oculto de no-agresión con el dictador dominicano Trujillo, acuerdo que fue negociado en La Habana por el general trujillista Arturo Espaillat.
Trujillo y Castro recién habían sido expulsados de la OEA, y la prensa oficial dominicana tronaba contra el "imperialismo norteamericano" y comenzaba a coquetear con un ideario socialista a la cubana. Betancourt se hallaba al corriente de esta alianza, que prometía ser problemática para su gobierno.
El socorro de Cuba a la insurrección en Venezuela se guiaba especialmente hacia el llamado Frente Chirinos que dirigían Fabricio Ojeda, Petkoff y el ex oficial Bravo. Existían otros focos guerrilleros, como el liderado por Juan Vicente Cabezas y el llamado Simón Bolívar, encabezado por Tirso Pinto y Germán Lairet. Castro recurre nuevamente al golpe militar, quizás ojeando que una lucha guerrillera en Venezuela no sólo tomaría largo tiempo, sino que era de dudoso resultado. Así fue cómo en mayo de 1962 se originaron los alzamientos castrenses en las bases de Carúpano, y luego en Puerto Cabello, dirigidos por elementos que respondían a Cuba, como Petkoff; pero nuevamente, ambas intentonas fueron aplastadas violentamente.
Si bien La Habana había logrado desatar la insurrección en Venezuela y se sucedían alzamientos, ataques contra cuarteles, sabotajes, asaltos, etc., los insurrectos pro-castristas pensaban en una victoria guerrillera relámpago al estilo de Cuba; pero el ejército no les daba tregua e impedía la extensión del foco en otras latitudes del territorio nacional.
En octubre de ese año, cayó en manos de las autoridades de Betancourt la prueba que Castro en persona había ordenado volar cuatro centrales eléctricas en el lago Maracaibo. A pesar de que la policía y las fuerzas armadas venezolanas estaban alertas, el 3 de noviembre, un comando venezolano preparado en Cuba, logra dinamitar dos oleoductos y un gasoducto en pleno puerto de La Cruz.
En enero de 1963, Betancourt le devuelve el golpe a Fidel con creces, al ser descubierto en Caracas el principal almacén de armas que Cuba disponía para los insurrectos venezolanos, así como una documentación comprometedora no sólo para La Habana, sino para las guerrillas y las redes urbanas clandestinas, lo que desató una recia batida de la tropa a los rebeldes castristas en la zona de Falcón.
Ante los golpes de las fuerzas armadas de Betancourt, Castro determinó unificar los divergentes frentes guerrilleros venezolanos en un mando central y comprometer secretamente al bloque soviético en tal insurrección. A mediados de 1963 se conforma el Frente de Liberación Nacional con sostén de Cuba y logística recibida, en menor escala, de China y la URSS. Era la época en que Ojeda, sumo pontífice de las FALN, Juan Vicente Cabeza, del Partido Comunista, Petkoff y Gregorio Lunar Márquez se destacan como los máximos caciques insurrectos.
El 25 de mayo de 1963, con un intento de asalto al aeropuerto de La Carlota, se inició un vasto proceso terrorista para festejar la fecha del 26 de Julio en el que fueron volados puentes mientras grupos guerrilleros atacaban poblaciones y se producían disturbios. En agosto fueron dinamitados el gasoducto de Arrecifes y el oleoducto de Ulcamay; se ocuparon armas, propaganda y un detallado plan cubano contra la vida de los presidentes de Venezuela y Colombia. En Falcón, fue sorprendido un agente cubano, José Alfonso, que dirigía un grupo terrorista. Anzoátegui, las fábricas Dupont, los almacenes Sears y otras propiedades norteamericanas fueron los próximos asaltos6.

LA DERROTA

Pero la guerrilla comienza a confrontar una amarga realidad al no ver materializado el concurso del pueblo, por lo que a Castro no le queda más remedio que realizar constantes transfusiones de hombres y armas. El 4 de noviembre, el ejército de Venezuela sorprende un desembarco oriundo de Cuba, en la península de Paraguaná, donde se decomisó un alijo bélico de 3 toneladas. Semanas después, en varios encontronazos con los guerrilleros, se ocuparon armas de manufactura belga, con el escudo cubano.
Para fines de ese mes, en un lacónico discurso, el presidente Betancourt anunció que disponía de pruebas tan abrumadoras de la promoción de la violencia urbana y guerrillera por Castro, que sólo restaba a su país solicitar una reunión de emergencia de todos los países del continente americano para analizar las medidas a tomar, colectivamente, ante la constante violación de la soberanía venezolana por parte de La Habana. Las elecciones a finales de ese año, con el voto masivo popular y la victoria de Raúl Leoni, un protegido de Betancourt, demostraron el grado de aislamiento de la lucha armada y la incapacidad de Castro de sabotear el proceso democrático en Venezuela.
La consolidación democrática caraqueña había irritado a Castro y había desconcertado a la guerrilla y al PC venezolano. Por lo tanto, era de esperar la desgarradura que se provocó entre la militancia ortodoxa, encabezada por Pompeyo Márquez, Jesús Farías y Alberto Rangel, y los jefes guerrilleros pro-castristas, que aspiraban en ese momento a dirigir la organización política.
La tensión entre Caracas y La Habana amenazaba con llegar incluso a un choque bélico; Betancourt fortalecía su tropa, pero Castro era armado por el bloque soviético a niveles insospechables. Ante cada protesta venezolana, los cubanos respondían con una acción. El año 1964 se demostró políticamente desfavorable para Castro en todo el Hemisferio y se aguardaba que Cuba, ante la presión de todo el continente, desistiera de sus intentos intervencionistas. En enero de ese año, una pequeña flotilla de ocho pesqueros zarpó del puerto de La Habana, con banderas cubana y soviética, y vació armas no sólo en la Guyana británica y las islas Mujeres (que fueron luego portadas por las guerrillas venezolanas) sino igualmente en las costas de ese país7.
En febrero de 1964 la OEA condenó al régimen de Castro en el caso de Venezuela, documentando las masivas remesas de propaganda subversiva, preparativos de guerrilleros y terroristas, costeo de actividades subversivas, introducción de pertrechos bélicos y la infiltración de espías cubanos. En mayo, el PC venezolano comienza a romper su cordón umbilical con la insurrección, mostrando interés por iniciar un diálogo con el gobierno, respaldado por algunos partidos comunistas latinoamericanos que no hacían causa común con el fovismo castrista.
La renuncia del ala ortodoxa comunista a la maquinación guerrillera, ratificada en el año 1965, suscitó una reacción virulenta de aquellos comunistas insurrectos, que como Bravo, estaban patrocinados desde La Habana. Esta ambivalencia del PC venezolano repercutió en las posiciones que Castro y el Che Guevara asumieron poco después en Bolivia, no confiando en el Partido Comunista boliviano de Mario Monje para fomentar el foco guerrillero.
Castro determinó arrogarse una mayor responsabilidad logística en la guerrilla venezolana y a tal efecto amarró los pormenores con Bravo y Ojeda. El primer fruto sería el desembarco combinado de cubanos y venezolanos en julio de 1965, con participación de Petkoff que auxiliado por un asalto terrorista haría estallar valiosos oleoductos de la Gulf Oil, Mobil Oil, Texas Petroleum y la Socony Oil en la región oriental del país.
El gobierno replicó ordenando el arresto de todos los miembros del Partido Comunista y del MIR. En agosto, la seguridad venezolana consiguió desarticular un amplio diseño conspirativo, que los cubanos conducían desde París, al detener a Silvia Agüero y Elsa Braun, sus contactos claves en Venezuela. En marzo de 1967 se produjo el asesinato del doctor Julio Iribarren, hermano del canciller venezolano, por un comando que sostenía relaciones directas con La Habana. Luego de cometido el crimen, el diario habanero Granma publicó las declaraciones del jefe guerrillero de las FALN, Elías Manuitt Camero, cuya organización se arrogaba la acción. El presidente Leoni expuso que la preparación del asesinato y de otros actos de violencia que le antecedieron se realizó con el consentimiento del gobierno de Cuba8.
El ministro del interior de Venezuela, y luego presidente, Carlos Andrés Pérez declaró que la responsabilidad de toda esta situación la tenía Castro, con sus métodos en Venezuela; y anunciaba que era hora de que Venezuela y todos los países latinoamericanos se decidieran a hacer algo frente a Cuba9. Héctor Mujica capo del PC Venezolano condenó enérgicamente el crimen del doctor Iribarren y criticó la política cubana10. El punto prominente de la controversia entre Castro y los comunistas venezolanos tradicionales tuvo lugar en los momentos de la gran euforia habanera, resultado de las operaciones guerrilleras que el Che Guevara estaba desencadenando en Bolivia.
El 8 de mayo de 1967, el buque cubano Sierra Maestra zarpó del puerto de Santiago de Cuba descargando un dispositivo guerrillero en las ensenadas de Venezuela, en un lugar entre Machurrucutú y Jinarapo. La fuerza invasora cubana fue descubierta y aniquilada por unidades del ejército. En la pelea fueron hechos prisioneros los militares cubanos Antonio Briones Montoto, Manuel Gil y Pedro Cabrera, quien se suicidó en la prisión. Montoto pereció ahogado a manos de sus interrogadores, cuando era torturado. El gobierno venezolano acabó con lo que restaba de la infraestructura urbana de la guerrilla.
La tensión entre los estalinistas y castristas venezolanos fue un reflejo de las disparidades tácticas entre Moscú y La Habana referente a la toma del poder político. Castro acusó de traición a los comunistas venezolanos al no querer asistir a la reunión de la OLAS en La Habana. El descalabro del foco guerrillero en África y en Bolivia y la invasión de Estados Unidos a República Dominicana, determinó la suerte de los insurrectos venezolanos.
Castro comenzó a asumir una actitud internacional menos estridente y más condicionada por el Kremlin. Su aprobación a la invasión soviética en Checoslovaquia provocó el cisma definitivo con los guerrilleros latinoamericanos; y tanto el proyecto de Caamaño en República Dominicana como el de los rebeldes de Bravo fueron engavetados.
En junio de 1967, prestó declaración ante una comisión especial de la OEA el venezolano Marcano, quien daría pormenores de la subversión cubana en Venezuela. Marcano, entrenado por los servicios secretos cubanos, participó en numerosos actos de sabotaje y terrorismo contra su país11. Según Marcano, Castro organizó dentro del ejército cubano, en los años 1960-1962, una unidad venezolana que participó en las operaciones en las lomas del Escambray contra los opositores de Castro. Los venezolanos, junto a otros latinoamericanos tomaron cursos en las escuelas de guerra cubanas.
Marcano atestiguó que Castro en persona les expresó que era decisivo golpear en la zona de Maracaibo donde se hallaban los más grandes oleoductos, para crear dificultades al gobierno; asimismo, que era imprescindible volar los transportes de abastecimientos para dar la sensación de una situación incontrolable en el país. Marcano fue elegido para coordinar en Europa y América los corredores clandestinos insurreccionales.
En marzo de 1964, Marcano salió de Cuba con pasaporte falso a nombre de José Escobar, por la vía de Gander con destino a Praga, donde fue recibido por una checa, (con el seudónimo de María) que había trabajado por muchos años en la embajada de ese país en Uruguay. María sustituyó el pasaporte cubano de Marcano por uno boliviano. Marcano debía crear corredores en la frontera colombo-venezolana, porque los de Pompeyo Márquez estaban vetados. Los cubanos le organizaron un recorrido Praga-Roma, para crearle una leyenda; luego visita Turín, como ex-alumno salesiano, donde se hace de una carta que le posibilita visitar el Vaticano para solicitar unas indulgencias que debían ser consignadas al hotel Torquemada.
Siguiendo el plan cubano, Marcano fue a Madrid donde tomaría un vuelo Nueva York-Perú, ingresando luego como boliviano en La Paz. De Bolivia, Marcano pasó a Colombia, donde hizo contacto con una red de espionaje cubana administrada por el arquitecto Luis Espinosa y por el veterinario español comunista Paulino García, director del diario España Democrática. De regreso, emergió en México y de allí a La Habana.
Meses después, Marcano fue designado para llevar a cabo otra encomienda cubana, coordinada con el secretario general del MIR venezolano, Américo Martín. Marcano volvió a utilizar la misma ruta, acompañado de Stefan Nube Adler y de los secuestradores del Anzoátegui. De Praga pasó a Londres, hizo un corredor entre Ámsterdam y la capital británica, se desplazó luego a Jamaica, donde mediante soborno adquirió una visa colombiana. En Colombia, y siguiendo instrucciones de los cubanos, Marcano se puso en contacto con el contrabandista Luis Pérez Lupe, que tenía en sus manos casi todo el comercio ilícito de mercancías, armas y drogas en la costa atlántica. Luis Pérez aceptó trabajar para La Habana y propuso hacer un puente desde Aruba a las costas venezolanas, con el lanchero de bandera venezolana Nelson Sosa, que debía mover un fardaje de hombres y armas.
Luego de esto, Marcano entró en Venezuela por Maicao, empleando el famoso camino verde sugerido por la inteligencia cubana, y que era transitado por gente de toda calaña: contrabandistas, ladrones, traficantes de drogas y tratantes de blancas. Allí, Marcano alcanzó a instalar el primer equipo de comunicación con Cuba, en la zona del estado Miranda, con la artista Astrid Fisher. Sin embargo la operación fue paralizada porque los soviéticos, que auxiliaban estas comunicaciones, notificaron que la CIA las había detectado. Marcano señaló que para la fecha los cubanos habían constituido a lo largo de todo el Pacífico el coro marxista Espártaco, compuesto de chilenos y peruanos. Asimismo, detalló cómo La Habana había establecido grupos en Ecuador, Brasil y Bolivia.
A principios de 1965, los cubanos citaron en París a su agente venezolano. Piñeiro, jefe del espionaje castrista, le enviaba dinero e instrucciones para ampliar un aparato embrión de servicios secretos, ajeno al Partido Comunista, que pudiese controlar toda la frontera venezolana tras la toma del poder. Marcano destacó que los cubanos feriaban armas en el mercado negro que fluye del Amazonas hacia Manaos y que en esa región existía una fábrica clandestina de armamentos, donde incluso ensamblaban ametralladoras. Señaló que en la faja venezolana de Garabato, los cubanos colocaron una mini-fábrica de armamentos que luego fue descubierta por el gobierno venezolano.
El corredor de Aruba, utilizado a fondo por la Habana y controlado por Marcano, funcionó a la perfección. Por allí se evadió en un barco bananero el dirigente del MIR, Américo Martín, con rumbo al Point Charlie inglés en Berlín. Otro importante corredor clandestino creado por La Habana fue el de la costa atlántica colombiana, empleando patanas francesas que trabajaban en los bananares de Santa Marta, las cuales podían trasladar hasta diez personas y hacer un recorrido directo hasta Hamburgo; de allí, los infiltrados viajaban a Frankfurt, con una cobertura turística, para luego trasladarse a Berlín.
Los cubanos aprovecharon que el Point Charlie inglés en el Berlín Occidental era escasamente inspeccionado; el único requisito resultaba presentar el pasaporte y realizar el cambio de marcos federales por los de Alemania Oriental. Una vez en el Este, se utilizaba a la embajada Checoslovaca para obtener una visa a Praga y de allí volar a La Habana.
En 1966, Marcano fue designado oficial de información de la inteligencia cubana para ejercer su labor en el dispositivo internacional de espionaje cubano hacia América Latina. Se le instruyó que reclutara diplomáticos venezolanos en el exterior y fue puesto a cargo de una red que no sólo cubrió Venezuela, sino también a Chile y otros países del sur. En octubre de ese año, viajó a Méjico donde recibió de manos del agente cubano Reginaldo Cepeda, claves de comunicación secreta creadas por los soviéticos; documentación falsa para entrar en Venezuela e infiltrarse en los medios oficiales, para conseguir cartas tácticas de las costas venezolanas, como lugares estratégicos, bases del ejército y puntos militarmente vulnerables.
En su deposición, Marcano manifestó que en Méjico suministró dinero al periodista Menéndez, de la revista Sucesos, por varios reportajes favorables a La Habana y reveló cómo los cubanos costeaban la revista Política, así como un conjunto de publicaciones en Francia.
El último viaje de contacto de Marcano, para consultar con sus patrones, resultó una odisea y tuvo que trasladarse con rapidez de Madrid a París y de allí precipitadamente hacia Berlín, debido al acoso que los servicios occidentales mantenían sobre los agentes cubanos. En Praga, finalmente pudo entrevistarse con sus superiores de la DGI que le entregaron $250,000, dinero que Martín, del MIR, había solicitado a Castro. Este dinero había sido adjudicado a otra organización armada, el FLN, perteneciente al Partido Comunista; Castro, además, se comprometió con regularizar al MIR una ayuda de $25,000 mensuales.
Marcano aceptó una encomienda directa de Castro de trasmitir a los insurrectos en Venezuela de no recabar fondos en ningún país socialista europeo, puesto que Cuba resolvería cualquier necesidad financiera. Los servicios cubanos le exigieron que secuestrara al cabecilla de la contrarrevolución cubana exilada, Manuel Artime, que iba a menudo a Venezuela, y que lo trasladara a la guerrilla de El Bachiller para “ablandarlo” y luego transportarlo a la isla Margarita, y de ahí a Cuba bajo la acción de sedantes. Castro le solicitó igualmente que su dispositivo de inteligencia penetrase a los militares venezolanos que participaban en la Junta Latinoamericana de Defensa.
No obstante sus intentos, la subversión guerrillera castrista en Venezuela, si bien fue la de mayor envergadura en el Continente, no logró sus fines y el país, a partir de Betancourt, prosiguió por una vía electoralista.

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