Nadie pida tiempo para Raúl Castro. Raúl no tiene tiempo. La ruina que es hoy el país lo es él también. Más tiempo para Raúl es, simplemente, más ruinas para Cuba. No menos arruinado quedó él tras el paso del sembrador de catástrofes.
Cincuenta años es mucho en la vida de un ser humano. Los abuelos murieron de esperanzas. Los padres murieron de esperas. Los jóvenes quieren ser sin esperar por promisiones. Godot no llegará. Ellos tienen que romper la espera.
Las grietas de la tierra pueden sanar con una mano joven y laboriosa que la cultive, fertilice y riegue con esmero. Pero no hay medicina para el tiempo ido. Y el tiempo de Raúl lo consumió su hermano. No tiene ningún derecho a consumir el de los hijos y los nietos de quienes vegetan o ya murieron.
Sobre él mismo y sobre Cuba sólo puede ejercer la cosmética. Un estirón en su piel ajada; un halón a la rémora que es su ideología vencida. Futilidad y simulación. Una larga sesión de maquillaje tiene por objeto sólo una breve fiesta. Son fugaces los coloretes y después de un poco de baile y de sudor, quedan a la intemperie los estropicios en el rostro.
Terminó el jubileo de las máscaras. Hasta ahí. Todo acabó para esa generación. Molestan los tacones en los pies ancianos que asisten al salón protocolar. Deslucen las charreteras y entorchados en los hombros fláccidos. No murieron a tiempo para que se les recordara gallardos ni alcanzaron sabiduría para aceptarlos como venerables. Sembraron el fracaso. No es buena la herencia. Las manos nuevas quieren cultivar el barbecho a su manera.
Pedir más tiempo para Raúl Castro es pedir que se pudran en los calabozos Regís Iglesia y Antonio Díaz Sánchez. Que sigan creciendo sin padre las hijas de Normando Hernández y José Ubaldo Izquierdo. Que los ojos de Librado Linares y Pedro Argüelles Morán continúen perdiendo la luz que las paredes encaladas de sus celdas les están robando.
Pedir más tiempo para Raúl Castro es pedir que mueran en el exilio Manuel Díaz Martínez y José Lorenzo Fuentes y que sus últimos libros no lleguen a sus lectores naturales. Que el Estrecho de la Florida siga siendo una tumba hambrienta para jóvenes desesperados y sin caminos. Que los niños sigan goloseando un juguete a través de una vitrina dolarizada y con la manita haciendo visera sobre la frente repitan que quieren ser como alguien que les es tan remoto como el tío que no les manda remesa porque su balsa llegó vacía a las Bahamas.
Pedir más tiempo para Raúl Castro es como pedir para el verdugo una lima nueva para que, con toda su paciencia, afile la vieja hacha y el condenado sufra menos en el tajo. Como pedir credulidad para el mendaz empedernido. Como pedir socorro para aquel que nos aprieta el cuello.
No creo en la ingenuidad de pedir más tiempo para Raúl Castro. La ingenuidad puede ser oportunista, cuando no traidora. Quien vea en las acrobacias mediáticas de los últimos días del gobierno cubano una señal de cambio es cegato, oportunista o traidor. Las prohibiciones canceladas no hacen más que desviar la atención sobre el verdadero dilema: la necesidad de cambios sustanciales: la libertad, la posibilidad de elegir desde la camisa a usar hasta el presidente a revocar o reelegir.
Es cierto, claro está, que estos falsos fouettés de la danza macabra que se ha propuesto la prima ballerina asoluta por sustitución y que le han ganado el aplauso de los candorosos, o socarrones, nunca se sabe, aunque develan la precariedad en que ha vivido y vive la ciudadanía y legitiman definitivamente el discurso por el que encarcelaron a los que se atrevieron a subir al escenario sin permiso, también pretenden crear la sensación de que el cambio está en marcha.
Yese no es el cambio. El viejo ballet nacional sigue con el control de todos los teatros y todas las funciones. Al público sólo se le permite asistir disciplinadamente al espectáculo y aplaudir, aunque a la nueva momia se le caiga el tutu en la primera pirouette y los apólogos cómplices se apresten a explicar que la caída del vestuario estaba en el guión y es un símbolo del pragmatismo de la obra que se remodela.
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