En el El abuelo, Al Godar nos trae su testimonio personal sobre un tema tabu en Cuba: el incesto.
Estábamos haciendo el censo de población y vivienda del 1970 en una zona bastante remota de la Sierra Maestra. Nos habían llevado en Jeep hasta un caserío al sur de Campechuela, donde terminaba la carretera. Luego nos dividimos. Yo iba con un muchacho de Media Luna que conocía bien la zona y logramos terminar antes del mediodía todas las casas que teníamos en la lista. Cuando ya estábamos a punto de regresar, alguien preguntó si no íbamos a ir a censar a los Vázquez. Seguimos subiendo. Más allá de los Vázquez vivían los Guerra y luego los Matos. Allí nos dijeron que otro poco más arriba había más gente. No sabíamos cuanto tiempo nos llevaría llegar hasta allá, pero no había alternativa. No había ni siquiera un trillo. Subíamos a cuatro patas entre la hierba y los arbustos. Luego llegamos a un llano con un bosquecito bastante intrincado. Un poco mas adelante salimos a un claro y vimos a lo lejos un bohío. Un perro canelo vino a recibirnos ladrando y moviendo el rabo. Otros dos perros se quedaron un poco más atrás, luego dos niños como de 6 u 8 años y una niña que bien podía estar rondando los 12 o trece, todos desnudos. En la puerta del bohío había tres mujeres con niños en los brazos y más niños colgados de las sayas descoloridas y rotas. Adentro había una vieja sentada en un taburete y un viejo blanco en canas tirado en una cama que más parecía una hamaca. Hablaban muy rápido y no comprendíamos la mitad de las palabras que decían. Fuimos preguntando los nombres, edades, nombre del padre y de la madre, etc. La mayoría de las veces no sabían la fecha de nacimiento. Confundían los nombres de los niños. El Nene, no estaban seguros si se llamaba José o Julio. No sabían quien era el padre de Sebastián ni de Justo. Sin embargo, todos sabían que el padre de Rosita era su bisabuelo, el viejo que estaba tirado en la cama. Como yo no entendía, pregunté quien era la madre. Salió una chiquilla flacucha de apenas quince años con una barriga de ocho meses.
-Si. -Respondió con seguridad. -El padre es abuelo.
Como yo aún no quería creerlo, la chiquilla se encogió de hombros y fue a echarse con el viejo en la cama, espantando un enjambre de moscas. Desde allí preguntó desafiante y con voz resignada.
-¿Quien va a decirle que no al abuelo?
Impresionante testimonio Al y muy bien escrito por cierto. En La Lisa hay un caso celebre para los poblanos de alli. En 51 pasando el Fruticuba hay un viejo que hacia lo mismo con sus hijas. El viejo plasticaba carnets y los hijos-nietos todos [recuerdo bien a dos ahora, una hembra y un varon] eran anormales
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