No hay que agradecerle al régimen que venda a los cubanos computadoras sin acceso a internet, reproductores de video o teléfonos celulares, que serán pagados en moneda fuerte gracias, fundamentalmente, a las remesas familiares, ni mucho menos creer que estas medidas son indicios de reformas económicas.
Si la dictadura vende a los cubanos medio millón de computadoras, ganando a cada una 300 dólares, nada especial en un mercado cautivo que impone precios leoninos, obtendría 150 millones de dólares con una inversión irrisoria, mucho más dinero que el que logra con cada zafra azucarera en permanente crisis y que despilfarra colosales recursos de manera ineficiente.
Sin embargo, buena parte de cierta prensa extranjera, muchas veces digital, en ocasiones por peregrina ignorancia irresponsable, o en otras por un genético “antiimperialismo” visceral, pretende ver en estas jugadas raulistas indicaciones del inicio de esotéricas reformas económicas inexistentes.
Lo mismo entrevistan, con ridículo enfoque de revista rosa, a Mariela Castro, totalmente irrelevante en Cuba y solamente publicitada por esta prensa políticamente cursi, que defienden el turismo revolucionario de estudiantes latinoamericanos, generalmente de las ramas de las ciencias sociales, que desarrollan pasantías por su cuenta en campamentos terroristas ubicados en territorio de gobiernos cómplices.
El régimen debería disculparse ante los cubanos por tantos años de oscuridad tecnológica, desinformación y represión virtual, amparado en la farsa de un “bloqueo” que no le impide comerciar con el resto del mundo, y de una “inminente agresión imperialista” que nunca llegará, menos ahora con las tropas norteamericanas empantanadas en Irak y Afganistán y una elección presidencial en ocho meses.
Raúl Castro necesitó un año de presidencia provisional para decir, por su cuenta, sin decirlo, que el mito de vender un litro de leche importada a cada niño hasta los siete años enmascaraba el fracaso de la economía cubana, pero como esas frases no estaban escritas en el discurso que Fidel Castro había aprobado “hasta la última coma”, la versión oficial publicada en “Granma” no las refleja.
Y ocho meses después de aquel publicitado discurso, donde se hablaba de “cambiar lo que deba ser cambiado”, parecería que nada debía ser cambiado, porque en general, y con el general, “la vida sigue igual”.
Más que reformas, Raúl Castro lo que ha venido haciendo en todos estos meses es aplicar sentido común y un mínimo de organización y control elemental al gigantesco desorden institucional y de dirección del país que repentinamente recibió de su hermano cuando éste enfermó de secreto de estado.
Casi inadvertidamente ha pasado ante los ojos de los “expertos” que el omnipresente “Grupo de Apoyo al Comandante en Jefe” fue convertido en Grupo de Apoyo del Consejo de Estado, o que cuando la prensa oficial menciona a los funcionarios del gobierno en actividades gubernamentales ya no adiciona la letanía de referir sus cargos partidistas, o viceversa, cuando están en actividades partidistas no se mencionan sus cargos de gobierno.
¿Traducción? Hay un serio intento de reducir el mando unipersonal y separar las actividades gubernamentales de las partidistas, para poder establecer una dirección institucional en el país. Pero no hay que buscar la sombra de Deng Xiaoping en esto: es el propio Raúl Castro queriendo que el partido, nacionalmente, funcione como en las fuerzas armadas, dócil instrumento del mando, pero sin interferir.
Ni reformas económicas ni políticas hasta ahora. No parece haber voluntad para comenzar a acometerlas, y el pretexto de la sombra tenebrosa del Comandante en Cama, cierto aunque superfluo, no exonera a los inmovilistas. El miedo parece paralizarlos.
Tampoco parece saberse dentro del régimen lo que habría que hacer exactamente. La indigencia conceptual es apabullante, y la elaboración teórica parece estar en mano de propagandistas oficiales del nivel de Lázaro Barredo y Randy Alonso, que mal repiten la eterna cantaleta de la pureza ideológica.
Mariela Castro declara que su papá es su mejor aliado, no se sabe si con relación al derecho de los cubanos a salir libremente del país, que ahora mencionó al Correio dela Sera, o referente a modificar las políticas homofóbicas de siempre.
Por su parte, Ricardo Alarcón se enreda en una reunión con alumnos de la UCI y termina haciendo un ridículo tan grande que haría parecer inteligente a Felipe Pérez Roque, mientras Machado Ventura y Carlos Lage hablan de producir piezas de repuesto e incrementar el ahorro como si estuvieran en los años ochenta.
Sin contar con que Celia Hart propone, en medio de la reciente crisis venezolano-colombiana surgida cuando enviaron al paraíso al terrorista Raúl Reyes, parte de su pandilla y visitantes “de izquierda”, que Raúl Castro subordine las Fuerzas Armadas Revolucionarias al gobierno del presidente ecuatoriano Rafael Correa en aras de la revolución mundial. (No es broma, puede leerse en Kaos en la Red).
Y en estas tonterías se podría seguir eternamente, si no fuera porque los presos de conciencia siguen presos, la miseria no se reduce y cada vez son menos los que creen, dentro de Cuba, que es lo importante, que se vaya a resolver nada por este camino, mientras la caldera sigue cogiendo presión, sin válvula de escape a la vista.
Si de verdad se trata de reformas económicas, hay que buscar los indicios en la misma economía, aunque esto parezca una perogrullada, y no en las tiendas de recaudación de divisas o en la Dirección de Inmigración, que en honor a la verdad debería llamarse Dirección de Emigración, pues más del noventa y nueve por ciento de su trabajo tiene que ver con solicitudes de abandonar el país o permisos de regreso temporal a los que ya lo abandonaron anteriormente.
Nada más contrarrevolucionario, impopular, reaccionario y absurdo que el 50% de las tierras estatales invadidas por el marabú, mientras el país importa más del 80% de los alimentos que malamente consume, y el estado no puede garantizar la alimentación decorosa de los cubanos.
Si el régimen desea conservar la imagen de una perdida virginidad ideológica en la que ya solo creen ilusos, ignorantes o malintencionados, no tiene que privatizar las tierras para lograr producir alimentos, sino simplemente entregarlas en usufructo a los que realmente deseen trabajarlas y ponerlas a producir: en menos de seis meses se verán los primeros resultados productivos, se reducirá la necesidad de importar alimentos a precios cada vez más elevados, y Carlos Lage podrá ahorrarse muchos discursos sobre el ahorro y la necesidad de trabajar más y más duro.
Casi el 20% de la población está desempleada, en un país donde no se pueden comprar cepillos de dientes ni cordones de zapatos, porque no los hay, y el régimen no desea trabajadores por cuenta propia que los produzcan: se abroga el derecho, a nombre de la superioridad del socialismo, de responsabilizarse por satisfacer las necesidades de la población, y lleva décadas sin cumplir sus obligaciones.
Aferrarse a estas ideas es, simplemente, contrarrevolucionario, impopular, reaccionario y absurdo. Alegar que eso genera malversación y desvío de recursos es una falacia: nunca ha habido en Cuba más corrupción y despilfarro que en los tiempos de MC en el MININT, los turbios negocios de CIMEX (no CIMEQ, que es la institución médica), o con los “trabajadores sociales” controlando la gasolina y los “inspectores populares” controlando los alimentos. O con las “casas de visita” y las “actividades” de protocolo de la nomenklatura.
Acaban de anunciar que el plan de producción de viviendas no llegará a cincuenta mil en 2008, muy por debajo de las cien mil que se proyectaron hace algunos años y llevaron al inefable Carlos Lage a tener que declarar públicamente que lo habían engañado con la información de los cumplimientos. Mucho más debajo de las doscientas mil viviendas anuales con que Fidel Castro engañó a los cubanos hace muchos años cuando inventó las microbrigadas.
¿Cual es el problema con vender a los cubanos materiales de construcción para que ellos, por sus medios, reparen y construyan viviendas sin tener que depender de la parafernalia y la ineficiencia del Ministerio de Construcción y los poderes populares?
Las dos medidas de dar la tierra en usufructo a quienes las trabajen realmente, y autorizar producción y servicios por cuenta propia, en pocos meses permitirían ver la diferencia en el consumo y la mejoría de las condiciones de vida de la población, sin tener que renunciar ni a “los sueños de Martí” ni a “los ideales de Marx y Engels”, y el régimen tendría más posibilidades de concentrar su escasa capacidad administrativa y sus más escasos recursos en tareas realmente productivas y estratégicas.
Y la tercera medida que de verdad sería anuncio de reformas económicas tiene que ver con la circulación de la doble moneda en el país, asunto que no se resolverá ni con la innegable capacidad y experiencia del Presidente del Banco Francisco Soberón, la tergiversación de información del Ministro de Economía y Viceprimer Ministro José Luis Rodríguez, ni las babosadas conceptuales del Presidente de la Comisión de Economía de la Asamblea Nacional, Osvaldo Martínez, si no se agarra el toro por los cuernos.
Da igual que queden solamente los pesos de siempre, o los nuevos CUC: la aplastante verdad es que, después de medio siglo de revolución, la población cubana, con una innegable calificación general y especialistas profesionales de muy alto nivel, no puede obtener por su trabajo más de veinte o veinticinco dólares mensuales, ni recibe alimentos subsidiados que alcancen para dos semanas.
Un “logro de la revolución” que hace envidiar los niveles de consumo de Haití, Albania o Mongolia. Hablar para defender ese absurdo de la salud pública y la educación gratuitas se puede hacer solamente si se le ocultan a la población cubana no ya las realidades de Canadá o Alemania, sino de Costa Rica o Uruguay, países mucho más pequeños y con menos habitantes que Cuba.
Seguir manteniendo la doble circulación de la moneda en Cuba es contrarrevolucionario, impopular, reaccionario y absurdo, además de injusto, pues el acceso a la moneda fuerte depende de realidades en que los eventuales receptores no pueden influir.
Para resolver un problema hay que comenzar por entenderlo, y aceptarlo. Manteniendo el mito insostenible de la superioridad socialista nunca podrá reconocerse el fracaso de un régimen basado en relaciones de propiedad artificiales, burocráticas y obsoletas, que han demostrado su inviabilidad en medio mundo.
Reevaluarla artificialmente puede alegrar a los cubanos dentro del país, pensando en lo inmediato. Pero le costará básicamente a sus familiares que les enviamos las remesas y lo seguiremos haciendo, porque las necesitan, pero no porque en Cuba se estuvieran haciendo verdaderas reformas.
Si el régimen pretende realmente hacer reformas económicas que puedan mejorar las condiciones de vida de la población, y por lo tanto afianzar el poder, estas mencionadas son algunas medidas elementales que será necesario acometer. Si se atreven a reconocer que, tras medio siglo de socialismo, la moneda cubana vale hoy veinte veces menos, comparada con el dólar, que al inicio de la revolución.
No hay que mirar hacia Miami ni Washington para decidirse: les bastaría mirar al “Vietnam heroico” que, tras una guerra frente a Estados Unidos que le costó dos millones de muertos, aprendió que para aplaudir al partido y venerar a sus caudillos es necesario primero comer y vestirse decorosamente, lo que solo puede hacer la propiedad privada y no el socialismo estatal, y que todo lo demás es mentira, retórica, paisaje y tontería.
Más que "crear dos, tres, muchos Vietnam", al decir alucinógeno de Ernesto Guevara, podrían plantearse "no crear tres, ni dos, sino un solo Vietnam, pero que funcione". menos romántico, sí, pero más realista.
Ni hace falta un congreso del partido, como consideran algunos dentro de Cuba. Si algo han demostrado los congresos del partido, en Cuba y en todo el “socialismo real”, es que nunca resuelven nada ni cumplen lo que prometen: se puede ahorra tiempo y recursos con no celebrarlos. Mientras se piense que hace falta un congreso del partido para comenzar las reformas económicas no habrá ni reformas ni congreso, porque lo que resulta realmente imprescindible para comenzar las reformas es que el partido no interrumpa: así de fácil.
No hacen falta Raúl Valdés Vivó ni Armando Hart, con lenguaje enrevesado, para teorizar fracasos. Ni Pedro Campos dentro de Cuba, pero publicando hacia afuera, para conceptualizar frustraciones de reformas que no llegan ni van a llegar si no se pierde el miedo (ver su artículo en "Castrismo").
“La Jornada”, desde México, seguirá atisbando reformas en el régimen, y destacando el espíritu democrático de los estudiantes de la UNAM en los campamentos terroristas de las FARC.
La prensa europea seguirá deslumbrada con la que han convertido en vocera casi oficial del régimen, Mariela Castro.
Algunos corresponsales desde la Habana seguirán desesperados queriendo lanzar la primicia de la noticia del inicio de las reformas, confundiendo a Deng Xiaoping con un mercader cantonés que vende baratijas electrónicas, y viendo en el barrio chino de La Habana el Shangai cubano, ignorando que el Shangai habanero pre-revolucionario era solamente un cine pornográfico. O el New York Times seguirá buscando un nuevo Herbert Matthews que invente otro "Fidel". Ese es el derecho a la libertad de expresión que Cuba no respeta.
Mientras tanto, Cubanálisis-El Think-Tank seguirá con mucha atención el estancamiento presente de los inmovilistas en el régimen y creerá en las reformas cuando se comiencen a ver cambios en las formas de producción en la agricultura, el trabajo por cuenta propia, la construcción de viviendas, o compromisos serios y plazos reales para eliminar la doble moneda.
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