Ayer me llegaron unas impactantes declaraciones sobre los castigos que están recibiendo los disidentes presos en las distintas cárceles castristas de Cuba.
Golpizas con tubos de metal que dejan heridas abiertas y sangrantes en la cara, los brazos y las piernas y que quiebran huesos y dientes. Insultos verbales dirigidos a los presos para tratar de quebrar su dignidad y su postura vertical contra el régimen. La suspensión de visitas de familiares. La falta de cuidado médico y medicinas. La comida cada vez de peor calidad y menos alimenticia; muchas veces llena de basuras y gusanos.
Cuando los presos se rebelan o se declaran en huelga de hambre para que se tomen medidas sobre todos estos abusos, los carceleros les entran a golpes y así ensangrentados y heridos los tiran en las celdas de castigo. Allí se quedan, en ese horrible hueco lleno de cucarachas y ratones, tirados en el suelo maloliente, sin atención médica y sin higiene de ninguna clase, hasta que el cruel carcelero decide que ya aprendió la lección.
He llorado de rabia y de impotencia al leer estos escritos que vienen de las bocas de nuestros hermanos cuyo único delito ha sido no pensar como el tirano. He llorado porque me cuesta trabajo perdonar toda la crueldad y la ignominia a que están sometidos nuestros hermanos. He llorado porque en Cuba se pisotean los derechos humanos por casi cincuenta años y no pasa nada. He llorado, en fin, por todos nosotros los cubanos, los de aquí y los de allá, porque a pesar de que el mundo entero sabe de la dictadura sangrienta e inhumana de los Castro que asfixia a nuestra isla se ha olvidado de nosotros.
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