Logró un prodigio jamás alcanzado por gobernante alguno en América Latina y del que pueden preciarse escasísimos gobernantes en la larga y tumultuosa historia de la humanidad: gobernar a plenitud, de la manera más omnímoda y despótica imaginable, sin graves contratiempos y ni una sombra de competencia o alternativa durante cuarenta y nueve años. Medio siglo. Usando el garrote y la palabra, la metralla y la fascinación de su exhuberante personalidad. Una proeza verdaderamente bíblica. Si viviéramos en tiempos remotos, se le hubiera podido parangonar con Matusalén. O Salomón, el sabio. O Atila, más cercano a nosotros.
Tomó el poder en plena guerra fría y a escasos kilómetros del corazón del último imperio más poderoso conocido por la humanidad. Y en un despliegue de talento, astucia, perseverancia y habilidad sin límites blindó la pequeña isla del Caribe que le sirviera de escenario a la napoleónica exhibición de su inescrupulosa ambición como para que le sirviera de fortaleza y campo de experimentación a sus delirios. Talvez sea esa su más profunda contradicción y la mayor frustración imaginable para una vida destinada a alcanzar las alturas de un reinado extenso y vasto como el de Alejandro: fue un monstruo cuaternario, perverso e inconmensurable condenado a desplegarse dentro de un caparazón minúsculo, estrecho y asfixiante.
Hizo cuanto estuvo a su alcance para trascender los estrechos límites de su Barataria. En una desmesura sin par pretendió exportar su revolución y apoderarse de todo un continente para, desde allí, intentar la conquista del universo. Para lo cual debió enfrentarse no sólo a los Estados Unidos sino a los otros dos grandes poderes imperiales del planeta: China y la Unión Soviética. Tuvo el carisma, la tenacidad y la osadía como para intentarlo. Empujando de paso a varias generaciones a la hoguera del sacrificio ritual en homenaje a su megalomanía. Tantas generaciones sacrificadas en vano no le sirvieron de nada. Fue el artífice de una hecatombe: medio siglo de esfuerzos perdidos para un continente hoy ediento de sensatez, de paz y sentido común.
Genio de la manipulación mediática y mago de la impostura, logró vender su proyecto revolucionario a la inefable progresía mundial gracias a delirantes cifras estadísticas que maquillan una realidad pavorosa: Cuba es superada en ruindad, pobreza y miseria sólo por Haití. Pero en el colmo del realismo mágico convirtió a su hacienda privada, Cuba socialista Inc. en la principal exportadora de médicos o paramédicos, alfabetizadores y preparadores deportivos del tercer mundo. Rizando el rizo del absurdo y gracias a la fascinación que ejerciera sobre el teniente coronel Hugo Chávez, ha elevado a su pobre isla a la categoría de nación exportadora de petróleo.
Ha renunciado al Poder. En otras palabras: Castro, el tirano, ha muerto. Nos deja en herencia el despojo de Fidel, el revolucionario, para ser incinerado en el altar de la inmortalidad. Ya era hora.
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