viernes, febrero 29, 2008

Email a Los Miquis

"Me indigna ver como se reprende a un periodista porque expresa que los emigrantes cubanos no debían de ser cuestionados. Si me preguntan qué motivos me hicieron venir a esta tierra, podría enumerar tantos que mis 33 años de vida en Cuba no me alcanzarían, pero no diría lo que quieren oír. Nací en 1970 y crecí en medio de “sueños con aviones y hombres nuevos”. Me eduqué en una escuela con la mas cariñosa y dedicada de las maestras, que me hablaron de la bandera y de los héroes. Y lo que me enseñaban no era malo. Mi generación nació, se educo y vivió sin conocer otra cosa que Revolución y esos «valores» guiaron nuestras vidas por mucho tiempo. Solo que aprendimos a aprender y a pensar; comenzaron las discordias: “si tu piensas así, entonces no eres revolucionario, y la universidad es para los revolucionarios”. Amigos, buenos estudiantes, quedaron atrás por no cumplir con la norma, pero no recibimos jamás bayonetazos, a no ser cuando nos dieron las bayonetas para usarlas obligatoriamente en defensa de la Patria, que era lo mismo que Partido, Gobierno y Revolución. No podíamos tener otra idea ni otra opción. De lo contrario perdías no solo la universidad, sino también la patria y hasta los empleos y beneficios. Comenzaron a juzgarnos porque no estábamos de acuerdo o decíamos que Dios era bueno y no veíamos nada mal en su enseñanza. Para descubrir a Dios tuvimos que entrar en la iglesia a pesar del que dirán de los demás. Cuanto agradezco la carta pastoral “El amor todo lo espera”, que de tanto ser criticada por el oficialismo me hizo entrar a la iglesia a leerla y comprobar que decía la verdad. Cuando las cosas empeoraron, tras el derrumbe del bloque soviético, empezamos a “inventar y luchar”, que ahora significaban buscar el sustento de la familia donde no lo había. Vinieron las campanas anti “macetas” y anti-corrupción, que no se encaminaban a eliminar lo uno ni lo otro, sino que estaba bien definida contra los luchadores por la subsistencia: desde el vendedor de cucuruchos de maní hasta el que hacía dulces para venderlos en la esquina de mi casa. Así nacieron mis hijos y les enseñé que Fidel era el coco que les quitaba la luz y el pan; ellos lo repetían como un chiste, pero tuvieron que ir a la escuela y allí le dijeron que no era un coco, sino un héroe, y empezaron a cuestionarme. ¿Qué podía decirles? ¿Que enfrentaran a sus maestros y a los amiguitos? Comencé a tragar mentiras, a omitir verdades, a decirles que quizás no eran tan malos, que algunas cosas habían salido mal… Y todavía tengo que oír que vinimos por motivos económicos, mientras que otros llegaron antes porque eran perseguidos.¿Qué nos esperaba? La estructura industrial y económica desaparecía, mis estudios universitarios se ahogaban en una pequeña fábrica mientras las mejores oportunidades de empleo florecían en los cayos y otros campos del turismo, pero había que ser militante activo y no estaba dispuesto. Para mis hijos, otra vida llena de ilusiones y al final mentiras, en medio de una sociedad donde la hija de Josefa había triunfado porque se la llevó un gallego… y jovencito. Los estudios de preuniversitario solo podían hacerlos becados en régimen de estudio y trabajo, mal alimentados y sin persona adecuada para aconsejarte, bajo adoctrinamiento que te separaban de la familia y de Dios. “Ay Cará”, como decía el abuelito Orlando, y tener que justificar ahora si vinimos por motivos económicos o políticos, argumentar que no nos persiguieron ni nos dieron bayonetazos ni nos encerraron en una cárcel ni nos fusilaron a nadie. Tener que justificar si queremos ir a ver a nuestros padres. No entiende que pasaron dos o tres generaciones, que a nosotros nos dieron un país como está hoy, que no conocimos otra cosa ni tuvimos con qué comparar. Al llegar a los Estados Unidos, un amigo me dijo: cuando pasen los años te darás cuenta del daño más grande que nos hicieron: nos deformaron el cerebro, nos quitaron la iniciativa, el derecho y el instinto de supervivir, de superarnos por nosotros mismos; nos quitaron las comparaciones y los objetivos. Ahí esté el problema, y no en que si odio a los guardias (que a la vez eran mis amigos de estudio y de barrio) o a los militantes del Partido, entre ellos mi papá, o si oigo canciones de Silvio o que si Rosita es comunista y Carlos Otero, de la Seguridad del Estado.Esa es mi realidad, mi patria que dejé atrás y que lamentablemente nada tiene que ver con la que le arrebataron a otros medio siglo atrás. Parafraseando a Agustín Tamargo, si alguien no se convence con mis argumentos y aún insiste en preguntarme: y tú, ¿por qué viniste?, entonces respondo con voz firme y cabeza erguida: porque me dio la gana".

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