"Esperen un éxodo masivo desde Cuba en el próximo verano”, afirma en un canal de televisión alguien que se nombra “El guajiro de Meneses”. Pedroso, otro televidente, le contradice: “Si Raúl Castro logra mejorar el tema de la comida en Cuba, nadie se va del país”.
El guajiro y Pedroso comparten algo de razón. Si el gobierno de la Viagra, que se acaba de instalar en Cuba, no da pronta señales de que traen al menos mejoría para los bolsillos y las cocinas de los cubanos, el próximo verano pudiera ser demasiado caliente en la Isla. Apenas tomó posesión la nueva cúpula castrista y llegaron 20 cubanos a las costas de la Florida.
Durante los 50 años del reinado dictatorial de Castro I, si algo han tenido que aprender por obligación los cubanos es cómo resolver la comida diaria. Y para ello hay que violarlo todo. En un pais de tantas restricciones no hay otra manera de sobrevivir. Por eso se ven aquí en Miami tratando de reproducir algo de lo aprendido: tumbándole dinero al Medicare, usando fraudulentamente tarjetas de crédito, metiéndose en construcciones ilegales, instalando “por la izquierda” servicios de Internet y televisión satelital. Tal vez, como dice Pedroso, muchos en Cuba se contenten con el salario que alcance para variar el menú diario. En Miami, el pariente de un colega jura que si en la Isla hubiera podido montar su BBQ y disponer de papel toalla, jamás se hubiera lanzado hacia el norte. Al final, desgraciadamente, no es una mayoría la que tiene conciencia de que, detrás de esas carencias, se esconde la falta de libertad y de oportunidad política, cuyo verdadero significado el castrismo se ha encargado muy bien de reducir a la pregunta “¿Cómo se come eso?”
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