jueves, enero 03, 2008

El tinglado de la farsa

Fernando Londoño Hoyos. Columnista de EL TIEMPO.
Diario El Tiempo Bogota, Colombia
http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/fernandolondoohoyos/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3880970.html

Sabiendo lo que pasaba, Chávez no vaciló en comprometer gobiernos amigos y sentimientos intocables
No suele ser buena idea burlarse del mundo entero.
Reconocemos la audacia y el talento con que se aceptó la propuesta de Chávez, con aceptación pura y simple, en cuestión de minutos, para liberar tres de los cautivos de las Farc. Fue una réplica fulminante, una jugada maestra que pudo salir muy mal y salió espléndida. Suele ser así con las jugadas maestras. Venezuela no tendría un solo motivo de queja ni una razón para inventarla. Podía entrar, como entraron, todos los helicópteros que pidió, con emblemas o sin emblemas de la Cruz Roja. Podía disponer de combustible, pasearse a sus anchas por cualquier punto de nuestra geografía, comunicarse como le pareciera con sus amigos secuestradores, crecer o reducir el grupo de los observadores internacionales. Nada le quedaba restringido, nada prohibido, nada limitado. En suma, todo lo contrario de lo que imaginaba el histrión mayor cuando propuso semejante enormidad. Era tan agresiva su postura, tan descomedida, tan humillante, que jamás sería aceptada. Y lo fue. No quedaba espacio sino para el éxito fulgurante o para el ridículo. Por desventura ganó lo segundo. El tahúr quedó atrapado en sus propias mallas para incautos.
Imaginamos las consultas que se hicieron en esa batalla contra el tiempo. Y suponemos, con argumentos cada vez más sólidos, que el general Freddy Padilla fue personaje clave en ese proceso. Pero seguro de sus cartas, y de que el fin del fin es mucho más que una frase, diría que asumía todos los riesgos de que la estratagema se usare contra el interés nacional. Porque Chávez sonaba convencido de lo que hacía y que no le daba margen de duda a la calidad de los contactos que con la guerrilla tenía su inefable Rodríguez Chacín. Y contra lo que todos esperaban, en el póquer tenían los jugadores un modesto par de sietes.
Para no pensar enteramente mal, creamos que también fueron timados por las Farc, o por cualquiera de sus grupos, que se alzaron con la buena cantidad de dólares que la operación costaría, pagaderos, claro está, por adelantado y a entera satisfacción de los receptores. En la mitad de la trama, y comprometidos ante los ojos del mundo, no los salvaría de aquel colosal ridículo sino un error de Colombia. Una palabra inadecuada. Un gesto dudoso. Una actitud incierta. Y nada. Colombia fue impecable en su trato. Transparente y resuelta, aun sabiendo el costo político que tendría el buen suceso de aquella calaverada, asumió todos los riesgos. Y por desgracia ganó. Hay momentos en los que uno quisiera estar equivocado. Este era, precisamente, uno de ellos.
Comprendemos el dolor sin orillas de los familiares maltratados en la farsa. Las penas son eminentemente respetables. Hay cosas con las que no se juega. O al menos es lo que se supone. Pero Hugo Chávez es distinto. Para él no hay nada sagrado, nada digno de consideración. No hay límites. Y por eso, sabiendo lo que pasaba, por lo menos a partir de algún momento de la comedia, no vaciló en comprometer gobiernos amigos, sentimientos intocables, valores intangibles. Las cancillerías de Francia y de Brasil estarán mucho tiempo avergonzadas de su inadvertencia. Itamaraty y el Quay D'Orsay quedaron golpeadas en lo que más les duele: su amor propio. No calcularon bien al personaje con el que se metieron. Los argentinos pagaban en especie la compra de sus bonos internacionales, Cuba respondía por los 4.500 millones de dólares anuales de ayuda y Ecuador y Bolivia por los que ya tienen y por los que aspiran a tener.
Pero Francia, Brasil y Suiza tendrán años para maldecir su credulidad. Y la Cruz Roja Internacional, para dolerse de su ridículo papel. Mientras que Piedad Córdoba, la última de las damnificadas, inventará cualquier cosa para culpar a Uribe y exculpar a su amigo de Barinas. Pero el corazón del mundo se siente herido y ofendido. El mal tiempo, que los satélites desmienten, y los combates que se dieron sin disparar un tiro no valdrán como excusa de este colosal artificio. Simplemente porque no tiene ninguna.
Fernando Londoño Hoyos

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