jueves, octubre 11, 2007

Debates en Cuba: elementos para un diagnostico

Tomado de: Consenso desde Cuba http://www.desdecuba.com/articulos/5_01.shtml
Por Miriam Celaya

El año 2007 en Cuba ha estado marcado por ciertas peculiaridades que hacen que algunas fuentes consideren como el inicio de los cambios. En este sentido es necesario hacer algunas aclaraciones en torno al significado de esta palabra. Cambios es un término que hasta hace muy poco tiempo constituía uno de los principales reclamos de los opositores y disidentes de la Isla, así como de un número nada despreciable de cubanos del exilio; ergo, cambios era un término subversivo. Sin embargo, la difícil realidad económica y social de la nación, así como el signo cerrado de una dirección política extremadamente centralizada y abstrusa, ha obligado a que en los últimos tiempos haya comenzado a aparecer esta controvertida palabra tanto en los medios oficiales como en los discursos de los dirigentes de los más variados niveles.

Hay que convenir, no obstante, en que tal “concesión” no es casual, sino que responde a imperativos que demanda con fuerza la sociedad cubana actual. La polémica intelectual que tuvo lugar a principios de este año a través de un amplio e intenso intercambio de e-mails, y que, iniciada a partir de un desacertado programa de TV, llegó a cuestionarse seriamente asuntos de la política cultural de la revolución y de sus dirigentes, fue la primera señal de que el mutismo social estaba llegando a su final. Ella tuvo –a mi modo de ver- dos méritos fundamentales: su carácter espontáneo y la demostración tácita de la necesidad del debate público en un país largamente aquejado por la ausencia de espacios de esta naturaleza.

La opinión oficial, ausente de dicha polémica, y cuya intención de sofocar el debate o moderar en él se circunscribió a varias conferencias celebradas a puertas cerradas con un selecto grupo de participantes, cuidadosamente seleccionados entre la intelectualidad cubana, comprendió sin embargo que no era posible detener o ignorar un fenómeno que escapaba de su control y desbordaba ya los estrechos marcos del análisis de los errores cometidos en el pasado por uno u otro representante de la burocracia cultural. Fue así que, poco después, un llamamiento lanzado desde el Departamento de Cultura del Comité Central del Partido Comunista, suscrito por su jefe, Eliades Acosta, convocaba a los intelectuales revolucionarios a debatir en torno al establecimiento de una política cultural supuestamente en consonancia con los momentos actuales, con el objetivo fundamental de salvar a la revolución.

El denominador común a la polémica intelectual y al llamamiento de Eliades Acosta fue la falta de divulgación en los medios oficiales y su carácter digital, lo que limitaba desde sus propios orígenes, la participación masiva por parte de los ciudadanos sin acceso a tales medios. Quizás la respuesta al mencionado llamamiento solo haya sido el debate que se ha suscitado a partir de la publicación en un sitio web de un documento de la periodista Soledad Cruz (“El revolucionario riesgo de la verdad”) en el que la autora se declara sirviente de la patria, siguiendo la máxima martiana de “decir la verdad”. No obstante, su texto expone verdades insuficientes, condicionadas y tímidas, como de quien pide permiso y perdón a una misma vez, pero no por ello deja de anunciar ciertos síntomas de cambios: si bien se legitima solo el derecho a la participación por los revolucionarios, al menos se ponen en tela de juicio problemas raigales del sistema y salen del armario ciertos trapos que poco tiempo atrás no se ventilaban en la palestra pública so pretexto de no ofrecer municiones a los enemigos de la revolución.

Finalmente, ha surgido por estos días otro llamamiento al debate. Esta vez se convoca desde el supremo tabernáculo donde se han generado todas las directrices a lo largo de casi 49 años. En esta ocasión, por supuesto, el llamado sí ha tenido un carácter público y ha sido reflejado en la prensa. El presidente en funciones, a través del Comité Central del Partido Comunista, llamó a todos los cubanos a discutir el contenido de su discurso del pasado 26 de julio. Habida cuenta del carácter cerrado y de la conocida y permanente censura que ha mantenido amordazada la opinión pública en Cuba, podría considerarse este hecho como un paso positivo si no estuviera a su vez limitado por cuestiones que no deben ser pasadas por alto:

Los medios de difusión nacionales, si bien han hecho referencia a tales asambleas, no han divulgado aquellos planteamientos de la ciudadanía más inconformes con la realidad del país, ni los serios debates que se han suscitado en muchos de los diferentes espacios en que se han realizado éstas, que incluyen desde centros de estudios y de trabajo, en toda su variedad, hasta los comités de defensa de cada cuadra.

La mención, por parte del propio presidente en funciones, de que había que ser valientes y plantear la verdad, así como la advertencia de los moderadores en múltiples asambleas –sobre todo en las de estudiantes de centros de estudios superiores- de que se expresen libremente porque no constará en actas el nombre de nadie, muchas veces actúa como un recordatorio de la represión que ha imperado en Cuba durante décadas contra los elementos inconformes, de manera que este preámbulo, por sí solo, presupone un freno a la pretendida libertad de expresión que se convoca. ¿Acaso en una sociedad verdaderamente libre se precisa ser valiente para emitir un criterio?

Otro cuestionamiento de una buena parte de la población es si verdaderamente el presente debate servirá para cambiar algo. Téngase en cuenta que en Cuba, la palabra cambios tiene un sinónimo añadido: esperanza. En ocasiones anteriores esas aspiraciones se vieron frustradas al no ser canalizadas en la práctica, ni incluidas en la política del gobierno. No obstante, numerosas intervenciones demuestran la voluntad de cambio de un amplio sector de la población que no deberá ser ignorada por las autoridades, si realmente pretenden paliar los problemas internos.

Ya en los tiempos actuales los requerimientos de la población van más allá de las pequeñas demandas domésticas y tienden a la exigencia de los cambios estructurales que mencionara Raúl Castro en el discurso que está siendo sometido a debate.

Hacia finales de los años 90, las aspiraciones de los cubanos apuntaban a la obtención de un respiro después de las privaciones del llamado período especial; hoy se alzan voces en defensa de la libertad de expresión, de cambios en las relaciones de propiedad, de la supresión de leyes absurdas y hasta de reconsiderar la política del país. Se ha ido quebrando la barrera del miedo, y esto responde más a un sentimiento general de exigencia ciudadana que a la “autorización” oficial para pronunciarse. Ya no se aspira solo a simples mejoras económicas, a “estímulos” o al acceso –siempre selectivo y elitista- a determinadas oportunidades. Muchos ciudadanos están exigiendo una participación activa en la toma de decisiones. ¿Será por esto que se está dando tanta cobertura de prensa al proceso de nominación de candidatos en el actual proceso eleccionario y se insiste en la aparición de nuevos elementos nominados? ¿Acaso se prepara a la opinión pública para introducir a los nuevos delegados del poder popular como los sujetos del cambio? Habrá que observar cuidadosamente y con reservas tanto el proceso eleccionario como los debates populares.

De cualquier manera, la expresión más visible de los futuros cambios para Cuba se están reflejando actualmente en las tres tendencias que hasta ahora han tenido las diversas manifestaciones de debate: la polémica intelectual, con su carácter independiente, inédito y espontáneo; el llamamiento del Departamento de Cultura del Comité Central, retrógrado y sectario, seguido por la saga de Soledad Cruz y sus simpatizantes y detractores, aparentemente de carácter exploratorio; y el actual debate del discurso de Raúl Castro, propuesta oficial extendido a cada sector de la población. Teniendo en cuenta que los dos primeros solo se han producido en el ciberespacio, se puede afirmar que el tercero es a la vez una consecuencia indirecta de los dos primeros y también la expresión más palmaria del estado de inconformidad general de la población ante la realidad del país, pese a la fuerte persistencia de ciudadanos escépticos que no acuden a las asambleas o que –por temor- se abstienen de pronunciarse en ellas. Un indicador de que es preciso comenzar a concretar los cambios en Cuba.
No debemos, sin embargo, crearnos falsas expectativas. Demasiados años de inercia, así como sectores muy comprometidos con el proceso, mantienen la mano en el freno, prontos a sofocar en la medida de lo posible aquellas intervenciones que resultan más atrevidas o incómodas para los gobernantes. Pero debemos colocar las cosas en una perspectiva correcta: las discusiones de base han documentado ampliamente la disposición ciudadana a asumir la responsabilidad de los cambios y es la población la que está ofreciendo al gobierno la oportunidad de implementarlos, no a la inversa. Corresponderá a éste y a sus instituciones asumir la voluntad popular y establecer, a la mayor brevedad, los mecanismos para cumplir las demandas de los cubanos.

A propósito de esto, el presidente interino ha dicho que deberán plantearse los criterios “sin muchas ilusiones de que somos magos y vamos a resolver los problemas” y acotó que “hay que hablar con sinceridad y con realismo, en el lugar adecuado, el momento oportuno y de la forma correcta”. En realidad la magia ya se está produciendo por parte de la población que asiste a las asambleas reclamando su espacio. En la Cuba que queremos, cualquier lugar y momento deberá ser oportuno para expresarse libremente.

Sobre el mismo tema consultar el editorial de Consenso desde Cuba: http://www.desdecuba.com/index.shtml

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